jueves, 2 de octubre de 2014

HOLD ON


No se puede ir por ahí construyendo un mundo mejor para la gente.
 Sólo la gente puede construir un mundo mejor para la gente. 
Si no, es solamente una jaula.



Una de las cualidades de las que disponen los mejores amigos es esa que hace que, como si de un milagro se tratara, cuando los necesitas aparezcan y se te arrimen a la vera para arrancarte el mal rollo y contagiarte, de nuevo, las risas que siempre habéis tenido en común. Los grandes amigos se convierten en esa esponja maravillosa que absorbe las penas y las tribulaciones para escurrirlas sobre el agujero de la pica hasta que desaparezcan o, si el agujero es demasiado estrecho y la cosa muy grande, para diluirla y desacralizarla de tu mundo enano. Son amigos a los que miras de frente sin tener que disfrazar lo que tus ojos por sí solos delatan. Amigos que te saben, que tiene un radar que detecta cuando te pasas de frenada o vas tan al ralentí que necesitas una buena dosis de cualquier cosa que te haga virar el rumbo. Vale un café, una llamada, incluso una sesión de limpieza de baños. Amigos que a veces se pierden en tus discursos atolondrados, en tus alegrías magnificadas o en tus tristezas desbordadas y, pese a eso, son capaces de cerrar el interruptor de la luz y esperar a que se te pase la borrachera vital.

Esos mejores amigos son los que son, y ellos lo saben.


3 comentarios:

  1. Una fortuna tenerlos. Y a veces un milagro.

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    1. La verdad es que sí. Y hay que procurar no confundirlos con los advenedizos que esos acaban desapareciendo a veces sin que uno sepa demasiado bien, ni como llegaron ni porqué se fueron.

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