viernes, 6 de febrero de 2015

SUAVE ES LA NOCHE


La misión del artista es examinar las fronteras de la conciencia.


Si tuviera que darle las gracias no sé si debería hacerlo por haber despertado mis ganas de volver a dibujar, o por haber conseguido que odiara el sexo vertical. La fractura de una vértebra, que se ha convertido en la muesca que mi cuerpo guarda de aquella relación tan primitiva, marca el ritmo de las estaciones, una cadencia que ha perdido los tempos.  Ya no existe la primavera, ni el otoño, solo nos queda lo extremo y de eso soy consciente desde entonces, desde que los juegos a cuatro manos, dos lenguas y una escasa media hora dejaron su tarjeta de visita en forma de dolor  lumbar estacional.
Escoger el subterráneo que comunica las dos bandas de la Gran Vía como escenario de nuestros escarceos rozaba lo infantil, lo escatológico y lo ridículamente gimnástico. Mientras su boca se afanaba en jugar buscando la mía, el olor a orín se colaba por todas partes, y aquel olor dulzón que por lo general desprendía su piel desaparecía sin que mi nariz, que buscaba entre su pelo, entre su clavícula, por detrás de sus orejas, encontrara el más mínimo rastro aun sabiendo que ahí debía estar, porque lo sabía, lo conocía, lo quería y lo necesitaba. El tufo reptaba por su cuerpo, por el mío, hasta provocarme una  arcada violenta que nos llevó al suelo, con la falda desmadejada y la espalda tocada para siempre. Fue una locura transitoria, grandiosa, que dejó su huella: una profunda aversión a la verticalidad amorosa y a cruzar cualquier paso ciego sin el salvoconducto de unas manos sosteniéndome en la oscuridad.
De eso hace más de tres años y desde entonces las cosas fluctúan con intermitencia y así ya están bien. Sé que tarde o temprano volverá a aparecer y sé, también, que es cuestión de añadir a la fuerza física del que puede sostenerlo todo en volandas, algo de cabeza para que las acrobacias no sean mortales. A veces, pese a su mala fama, la horizontalidad no es tan mala cosa.
Y todo eso acude sin pensar, mientras termino los cuatro apuntes que le enviaré a su estudio, como siempre; bebo una copa de vino blanco, restos de una anterior batalla,  y porque siento punzada que avisa del frío que vuelve. Pero algo pasa por ahí, pues la tarde se arrastra entre recuerdos que se muestran como posibles mañanas y los avisos llegan por el final de la columna. En la otra punta de la ciudad se escribe un futuro de promiscuidad genuina que busca más allá del simple sexo. Seguimos desperdigados, en contacto vertebral, un poco locos, un poco enfermos, y un poco reticentes a perder, por ahí, la fatalidad de la suave noche.




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