sábado, 11 de abril de 2015

VOLTEAR


Los tentadores labios demasiado carnosos pueden crecer en las profundidades del cerebro 
como una vagina doble, trayendo aparejada la enfermedad más difícil de la carne: la melancolía.

Henry Miller



Con tu caminar, flojo, vas dejando un rastro de indiferencia que me arroja a una pesadumbre que me consume de impaciencia. Pero, a la vez, esa indolencia tuya me incapacita y me aleja cada vez más de ti. Ya no hay nada seguro. El suelo tiembla bajo los pies y cada mañana que llega es como el reestreno de una película vieja de la que ya conocemos el final. Perdí la prudencia mientras tú perdiste las ganas y me convertí en un ser inútil, torpe, que quedó al descubierto a cada paso que daba. Y aunque te empujé con cierta brusquedad intencionada, para provocar aunque fuera una queja, un reproche, tu mirada seguía pérdida y solo te escuchaba respirar. Me avergüenzo y busco entre compañías poco adecuadas un poco de la vida que me robaste. Me pregunto en qué momento dejamos de entendernos, de buscarnos, de querernos. Quisiera poder alquilar un poco del pasado, defender la frivolidad del afecto de dos locos enredados entre existencias complicadas, pero la codicia y el pánico se mezclan y me paralizan. No hay salida. Son tus gemidos sordos, disciplinados, los que me aparatan cada vez mas, y de lejos, sin verte, te imagino volteando un café que hace horas se enfrió sin encontrar la señal que esperas.




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