martes, 26 de mayo de 2015

MINNESOTA



Por supuesto que es posible amar a un ser humano si no lo conoces demasiado.
Charles Bukowski



Jimmy chascó la lengua y la viruta de tabaco que se le paseaba entre los dientes negruzcos acabó en su barriga. Al desperezarse le dolieron todos los huesos. No es que tuviera intención de hacer absolutamente nada, ni tan siquiera de salir de casa, hacía semanas que no pisaba la calle, pero de vez en cuando necesitaba desentumecerse en aquel caluroso mes de julio, estirar las piernas para que perdieran la forma del sillón en el que pasaba los días.
Sobre la mesa quedaban los restos de una cena, una cena que no era del día anterior, ni del otro. Por el hedor que pululaba por la habitación, bien pudieran ser los restos de la navidad pasada o tal vez de la anterior. Jimmy se rascó la entrepierna y maldijo aquel picor que no le había dejado dormir. Encendió el televisor y, sin darle tiempo a que las imágenes aparecieran nítidas, eructó intentando competir con la ferocidad del tornado que describía un presentador relamido y lechón. Tornado en Minnesota y en su panza también. Se rió entre los pocos dientes que le quedaban, volvió a rascarse, está vez con mayor fuerza, y pasó sus dedos a lo largo de la nariz como un perfumista experimentado. 
La próxima vez que Winona apareciera por allí, le haría fregar la cocina, le escupiría en la entrepierna en cuanto se la ofreciera y no le daría ni un solo centavo. Era una puta, vieja y sucia, aunque casi siempre estaba lo suficientemente borracha como para dejarse hacer cualquier cosa sin protestar. Pero no la volvería a meter en su cama, ahora se arrepentía de haberla dejado hacer. El picor le estaba matando. Se removió en la butaca para aliviarse un poco. Algo quedó atrapado entre los pliegues de sus muslos rollizos, algo que le producía un ligero cosquilleo y que no paró hasta que se dio un restregón que acabó con aquello que fuera que andaba vivo por ahí. Se tiró un pedo alargando la gresca como si se tratara de algún juego intestinal. El ruido amortiguó la voz del locutor que anunciaba el nuevo recuento de víctimas. Desde el sillón, recuerdo roñoso de algún anterior inquilino, Jimmy se desternillaba de risa y aventaba con la mano los restos de su maraña interior.




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