miércoles, 11 de noviembre de 2015

BLANCO SOBRE BLANCO



De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España porque termina mal.
Jaime Gil de Biedma




Para que un sistema democrático funcione es imprescindible que la sociedad crea en él, en las normas que lo regulan y en la voluntad de que las decisiones sean adoptadas por la mayoría. Hasta la fecha el democrático es el que han permitido una mayor participación de la ciudadanía en la gestión y administración del Estado, y ha sido entendido, aceptado, como el sistema de gobierno menos malo. Pero vivimos unos tiempos extraños, de perversión en el lenguaje, de las forma e incluso en las instituciones. La desconexión catalana no es más que una prueba de lo todo ello. Unos cuantos, una minoría (cualificada, hay que reconocerlo) que frente a la mayoría desoye lo que durante décadas se ha respetado, la democracia consensuada y una sociedad en equilibrio. La política de altura ya no existe, y por estos pagos el provincianismo reduccionista, con tintes excluyentes de aquellos a los que consideran menos que ellos, es ya la moneda de cambio.
En estos momentos, cuando el mundo tiende a globalizarse, a tenderse lazos para la supervivencia conjunta, unos cuantos (menos de los que quisieran) se transforman en una ola de fervor patriótico que navega sin rumbo y al albur de descuelgues incluso internacionales. No les duelen mentir, modificar lo dicho en el sentido que consideren conveniente, y olvidarse de las hemerotecas que guardan las vergüenzas, en este momento, de personajes como Pujol, Mas, entre muchos otros. Sin embargo, aunque no son la mayoría, nos lleva a maltraer.

Cabe esperar que por esta locura nacionalista e independentista en la que viven, con la que nos arrastran a futuros poco plácidos, recaiga todo el peso de esa justicia y de las fuerzas democráticas que, no olvidemos, no son ellos. Nada más vergonzoso que la Presidenta del Parlament, Sra. Forcadell, institución que representa a todo el pueblo catalán, lanzando desde el estrado sus proclamas nacionalistas como si estuviera en una reunión de colegas a la salida del trabajo. 
Las irresponsabilidades deben tener consecuencias. Este mar de desencuentros en el que nos obligan a vivir, con una fractura social sin precedentes, con un desgobierno absoluto en el que los recursos se dedican al autombombo nacionalista y a no cubrir lo prioritario (farmacias, educación, justicia, etc.) no puede quedar sin respuesta porque no debemos olvidar que quienes se visten con la bandera a toda costa lo que están pretendiendo, en realidad, es seguir exprimiendo la naranja hasta dejarla seca (como llevan haciendo desde hace décadas), sin oposición porque se la han fulminado a base de pervertir la legalidad y olvidando a la mayoría de una sociedad que no comprende nada, a la que obligan a sentirse extraña, y sin voz, en su propia casa.





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