domingo, 8 de noviembre de 2015

¿HAY ALGUIEN?



Pienso que murió inmediatamente después. Su cuerpo resistió tres semanas más todavía, pero su espíritu se extinguió al final del pase, porque sabía que era mejor así, porque me había dicho adiós en la sala oscura, sin anhelos desgarradores en exceso, porque había hallado la paz así...
Muriel Barbery


Un día te levantas, te cepillas los dientes, y el espejo te devuelve una cara que te recuerda a ti, pero que no reconoces con esas bolsas alrededor de los ojos, las arrugas del entrecejo y esa ligera caída del labio que antes nunca estuvo allí. Y mientras contemplas el borrón que te devuelve la madrastra de Blancanieves que habita tras el espejo, te preguntas: ¿Qué diablos hemos venido a hacer aquí? Pero el espejo no dice ni media, y salvo que tengas una imaginación desbordada o una fe inquebrantable, irás a vestir ese cuerpo que tampoco ya es el tuyo (o sí), y te quedarás con la pregunta pegada a los dientes o a las ojeras que vistes ya cada día.
Lo misterioso de la vida, de lo que hay o no hay después, no ha sido resuelto. Nada no es suficiente, ni la religión, ni la ciencia. No, al menos no todos los días. Pero a los descreídos a veces nos vence una especie de creencia infundada, casi folclórica,  y una extraña esperanza aparece por la esquina sin saber demasiado bien en qué y para qué. Pero nos agarramos a ella porque también nos entra flojera vital y, a fin de cuentas, es esperanza que por unos minutos templa y serena el ánimo.

Pero el tiempo pasa, desaparece, y después de la explosión de vivir, un montoncito de ceniza reposará sobre una repisa o dentro de la covacha de un campo santo; aunque algunos, de la mano de gente de gustos extravagantes, se convertirán en diminutos diamantes, preciosas piedras muertas que nadie se atreverá a lucir y descansarán, también, en pulidos estuches de terciopelo hasta que alguien los pierda. Llegado ese día, nada importará. Dará igual si vestías una casulla, un kimono, o un taparrabos minúsculo; si eras de la línea naturalista, positivista o científica radial. Nada importará salvo que en el presunto más allá (si existe), algún idiota haya triunfado y entremos en una rueda infinita de la que ya no nos libre ni Dios. 





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