miércoles, 3 de febrero de 2016

IN THE MOOD


El corazón es una tierra que cada pasión conmueve, remueve y trabaja sobre las ruinas de las demás.
Gustave Flauvert



Cena en “La Bouvier”. Unos entrantes compartidos, un plato principal de bacalao con una crema de pimientos del piquillo, un par de botellas de vino joven y un postre más que calórico, son los elementos aglutinadores y la excusa  perfecta de esta pequeña reunión de amigos para los que el buen comer y el mejor beber son un elemento común que une y no desmanda. Porque no hay nada como encontrarse alrededor de una mesa y que la conversación fluya, sin aspavientos, sin los nervios de la vida que la buena cuchara se encarga de apartar como lo haría la mano de una bienhechora cocinera de cualquier cosa que sobrevolara su puchero. La complicidad que se urde alrededor de la mesa compartida es difícil de desarmar, por eso no es una buena idea convidar a aquellos que comen sin pasión, desaboridos y disculpándose consigo mismos, y con los demás, por llevarse a la boca la gloria de bocado que disfrutan,  porque casi siempre son personas de poco fiar.
Hablamos de nuestras vidas, de lo rico que está el pescado, de lo oportuno del rincón escogido, de la magia de las letras, de los planes abortados, de las enfermedades que laten y dan la lata, y de los viajes que tenemos pendientes, cada uno por su lado, porque para que la amistad perdure no es preciso compartir todos los extremos de la vida con aquellos con los que  se reparte el tiempo y los afectos. Cada cosa en su sitio y cada sitio con su gente. El secreto de la supervivencia de las relaciones está en respetar los espacios propios, en no hacer mezclas extrañas que se tornan insoportables. No hay mayor invención que aquello de que  “mis amigos son tus amigos” y viceversa.
En un mes de enero verdaderamente excepcional, en que las noches templan y permiten cenar en el patio de este rincón perdido de la parte alta de Gracia, adornado por un magnolio espectacular, y al que llegar todavía cuesta un potosí porque las callejuelas que se encaraman montaña arriba aún lo resguardan como una joya, es un lujo que no se puede desperdiciar. Salimos pasada la medianoche, con el sosiego que da el trascurso de las horas en buena compañía, compartiendo cubiertos y conversación. La vuelta a casa se convierte en un paseo que alarga la noche y que, aunque no arregla el mundo, disuelve cualquier atisbo de preocupación al menos hasta que vuelva a salir el sol.




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