miércoles, 8 de junio de 2016

PASAPALABRA

Una oleada de pánico le trajo el alivio de lo conocido.
Patricia Highsmith



Trabajaba en aquella casa desde hacía más de diez años. Una vez más la encontró sobre la cama, dormida, casi muerta si fuera por la postura en la que se encontraba. Tenía el torso desnudo y el pecho, con cada inspiración, flojeaba como si fuera de gelatina. Sobre la mesilla de noche encontró las medidas desmayadas, un vaso vacío y el envase de los tranquilizantes. Cerró la puerta procurando no hacer ruido y se fue hacia el salón. La señora dormiría un durante un par de horas más, así que se tumbó en el sofá, cruzó las piernas sobre el reposabrazos y encendió el televisor. Con suerte aun llegaba a tiempo para el concurso de las diez. Encendió un cigarrillo, colocó el cenicero sobre el abdomen y en voz baja deletreó cada una de las letras que aparecían en la pantalla mientras  intentaba descubrir la palabra que se escondía en aquella ruleta. Le entró hambre y miró el reloj. Tendría que esperar un poco más, a la Señora le gustaba que tomaran juntas el primer café de la mañana, primero de ella, porque Maggie a esa hora ya llevaba más de dos y más de tres cafés en el cuerpo. El presentador deletreaba la palabra completada y unos aplausos metálicos rellenaban el entusiasmo de un plató que a buen seguro estaba vacío, como la habitación del fondo.  Pensó que debería llamar al señor, decirle que la señora andaba peor que mal. Pero aunque sabía que era lo que debía hacer, aquella mujer le gustaba quizá por eso no le costaba guardarle las confidencias y le escondía lo que llamaba “travesuras de la edad madura”, porque aunque a ella la había contratado el Señor, cuando aún era el Señor de aquella casa, la única que seguía allí era ella. Pero aquella mujer, que a veces parecía más loca que cuerda, siempre la había tratado bien y, en el fondo, hasta le gustaba. Escuchó un murmullo, levantó la cabeza, pero la puerta continuaba cerrada. El resuello de las noches turbias se cuela por cualquier resquicio. Imaginó la ropa retirada de la cama, el cabello que colgaba sobre la almohada y las bragas viejas que se ponía para dormir. Se humedeció. Se desabrochó los primeros botones de la bata y se acarició el pecho pasando la mano bajo el sostén. Entre las risas enlatadas del televisor le llegaba el rumor de la respiración confusa de aquella la mujer blanda que dormía a unos cuantos pasos. Dio una nueva calada y bajó la mano hasta el interior de sus bragas. Con la próxima paga pensaba comprárselas nuevas, las que tenía le rozaban las ingles y le atrapaban la mano de mala manera. Quedaban dos vocales y una consonante para terminar. Un reguero acuoso quedó en la tapicería del sofá. ¡Maldita sea! Ahora tendría que limpiarlo también antes del desayuno. 


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