Olvídate
de los auriculares, sabes que no debes, no de momento. Llenas la pica de agua
templada y sumerges la cabeza hasta que todo queda en silencio. Solo quieres
eso, ahora solo necesitas eso. Aunque, en realidad, quieres algo más, quieres
que “Blue bolero” suene hasta que te duermas. Pero eso, solo eso, cuando dejes
de bucear en los treinta centímetros que te permite la pica del baño y te
retires los tapones contra la humedad.
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Lo que cabe en cada unidad de tiempo varía, no sé demasiado bien en función de qué, pero nunca es lo mismo. A veces pasa tan rápido que un día parece un minuto y en otras, un minuto se convierte en una eternidad. El tiempo es una medida imprecisa y engañosa.
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Llevaba varios días sintiéndose enferma sin saber si lo que le ocurría tenía algo que ver con el cambio de tiempo o con alguna otra cosa. Estaba inquieta. Se miró en el espejo y dijo “Cielos, ¡Qué desastre!” Llamó al trabajo. Se iba a quedar en casa y así podría ir adelantando, aunque no se encontraba bien. Al colgar, ya sabía que iba a perder el tiempo. Se lavó el pelo que envolvió en una toalla y se preparó un café que derramó sobre la encimera. Entonces lo supo. Descolgó, marcó y una locución, tan acabada como ella, contestó “El teléfono marcado no existe”.
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Impotencia e indignación. Asistimos al repulsivo espectáculo político ante la gran tragedia de Valencia. No sé si es maldad, incompetencia o si simplemente son una tropa de torpes e inútiles capitaneados por un psicópata al que no le importa nada más que su ego y su persona. La desafección entre el poder político y los ciudadanos es total y absoluta. Dicen que el lema “Solo pueblo salva al pueblo”, que tanto se repiten estos días, tras el abandono de los ciudadanos por parte del Estado, es reaccionario. No lo es. Es la plasmación de una realidad que se ha hecho evidente de golpe.