miércoles, 27 de marzo de 2013

PLEXIGLÁS


"Y cuentan que repitió la frase varias veces,siempre 
conteniendo su risa, sin duda para mostrar que no se 
engañaba, que sabía que la frase no significaba nada,  
acaso para comentar la vanidad de toda empresa".



¡Qué hartazgo! Es la crisis. La maldita manía de esconder, eso que a veces es algo así como mentir poco a poco y en blanco y negro. Blasfemo sobre las cien veces que me contraargumenté mientras pongo el dedo sobre Massachusetts. Nadie puede atravesar la vida volando, ni aterrizar sobre la punta de la Torre Eiffel. Un volantazo, una cabriola en el aire, y Boston, Massachusetts, a los pies. 


Los inmunosupresores, la quimio y su puta madre. La pizza que se quema en el horno, el teléfono colocado bajo siete capas de jerséis para que se ahogue. No puedo dejar de rascarme la mancha roja que como una cereza me tiñe la nuez. Busco "puta" y "madre" en el “María Moliner”. ¡Qué contrasentido! No sé, no sé como explicártelo. 

Paso la mano por encima de tu nombre. Letritas de relumbrón y banda sonora que se apaga sin querer. Es extraño. No entiendes nada, yo tampoco. Tengo la punta del dedo huera. Puedo señalarte el Polo Norte, las Islas Balleny, sitios a los que no llegaremos jamás. 


Quisiera tener la voz de Billie Holiday, la pluma de Vila-Matas y la suerte de arrancarte tu última risa. Pero nada de eso ocurrirá. Caminaremos bajo las farolas parpadeantes, veremos amanecer en Tokio, pero nunca al mismo tiempo.


Quisiera hacer una fotografía, enviártela de inmediato para que vieras como los copos empiezan a cubrir el tejadillo de uralita.  Cierro los ojos, suena el clic del disparador. Ya está, queda en la recámara y cuando seamos viejecitos, decrépitos y dementes, te hablaré,  casi sin que me oigas, de la uralita gris, del frío que hace en Massachusetts y de la suerte que tuviste de dar conmigo que tengo el corazón de plexiglás.

  
 

martes, 26 de marzo de 2013

LÁGRIMAS NEGRAS




Pasan los años. La primera planta de este edificio acristalado empieza a ser un lugar común. Una estructura fría, vacía, que esconde a la vista de los vivos la pena, a veces el alivio, con la que otros se despiden de los suyos. 

Desde la distancia, reconozco los abrazos impostados y la pena relativa que dibuja lágrimas de una sensiblería simplona que nada tienen que ver con el desconsuelo. 

Me faltan dedos de la mano para contar los que empiezan a faltarnos, dice. Es cierto. Como si fuera un tablero, vamos moviendo las fichas. Jaque mate, hoy no te toca a ti. Le escucho preguntar cuándo volveremos a vernos,  y le digo que mañana, como todos los martes, para comer. No es la respuesta, lo sé. Mientras lo pregunta, la veo mirar hacia otro lado, para ella, el juego no ha comenzado. Dispone de todas sus fichas, y esquiva la pregunta verdadera, como si de esa manera exorcizara la idea de que la próxima partida es la suya, que serán sus manos las que tenderá sin reconocer a quien se las da, que recibirá abrazos que abrazan poco y que tendrá que soportar lágrimas de glicerina que se diluyen en la nada en cuanto uno se de la vuelta. Nos suben cinco tazas de café, faltan dos, pero sé que no faltan.

Cae el telón y la función termina, una vez más.

Bajamos caminado sin prisa, como si estuviéramos paseando. Bordeamos el campo de fútbol, una broma macabra que los días de partido perturba el silencio antinatural del Campo Santo que tiene por vecino.  

Unas cuantas nubes juegan al escondite con el sol. Es primavera. Los angelitos vuelven a ser negros.






sábado, 23 de marzo de 2013

"ADREÇA DESCONEGUDA" -UNA NOCHE EN EL TEATRO-




 "Querido Martin:
 ¡De vuelta en Alemania!¡Cómo te envidio! Aunque no la he visto desde que era un niño de escuela, escribir Unter den Linden todavía me conmueve... La amplitud de horizontes de la libertad intelectual, las discusiones, la música, el desenfado de la camaradería. Y ahora el viejo espíritu aristócrata, la arrogancia prusiana y el militarismo han desaparecido. Llegas a una Alemania democrática, a una tierra profundamente culta, donde la preciosa libertad política está en sus comienzos. Será una vida maravillosa. Tu nueva dirección no puede ser más sugestiva. Me alegro de que la travesía haya sido tan agradable para Elysa y los pequeños".
 

Así empieza la primera carta que Max Eisenstein, alemán, judío, afincado en San Francisco (Estados Unidos), escribe a su amigo, socio en un negocio de arte, y casi hermano, Martin Schulsen, alemán, casado, con hijos, que en el año 1932 decide regresar a Alemania. Un país desolado, que sufre las penurias que para ella trajo el final de la primera Guerra Mundial, y que se verá renacer de un modo enfermizo a través de la exaltación mesiánica de un loco, Adolf Hitler, de la sociedad alemana, ansiosa de dejar atrás la derrota.

La relación entre Max y Martin, durante meses, se mantendrá a través de las cartas que, uno y otro, se remiten. En cada una de ellas, la evolución de estos dos amigos se irá haciendo evidente. Modificarán su pensamiento, su ideología, su manera de entender la vida; dejando en evidencia el deterioro de la estrecha amistad que les unió durante años, hasta el punto de enfrentarlos de un modo espantosamente destructivo para ambos.



“Paradero desconocido” es una novela epistolar escrita por Kathrine Kressmann Taylor en el año 1938 que llegó a mediados de enero de este año, a la escena barcelonesa, bajo el nombre de “Adreça desconeguda”, de la mano de Lluís Homar como director y actor protagonista.

Los dos únicos personajes que aparecen en esta obra, Max y Martín, son interpretados magistral e intensamente por Eduard Fernández y Lluís Homar. En el escenario (bordeado por las butacas de los espectadores que se mantienen a la misma altura y plano que los actores), apenas dos sillas, una alfombra y un juego de luces que desciende hasta quedar a un palmo del suelo, al ritmo que la intensidad narrativa va creciendo.

La interpretación de estos dos actores no puede ser calificada más que de espectacular pues son con las inflexiones de su voz, su posición sobre el escenario, con lo que consiguen transmitir al espectador la intensidad del drama por el que atraviesan los dos.

El movimiento y la posición en cada momento del escaso atrezzo -apenas dos sillas, como ya se ha dicho, unas cartas que cruzan de un lado al otro del escenario de la mano de los mismos personajes que irán leyendo de viva voz como si las estuvieran escribiendo en el mismo momento que la lee su receptor, dos copas y una cubitera que terminará por convertirse en la imagen de la angustia de Max por el destino de su hermana Griselle en un Berlín que escupe a los judíos-, es fundamental en el acompañamiento del derrumbe humano de los dos personajes que pasan de la soberbia del bienpensante liberal, del hombre que triunfa, a quedar vencidos, de un modo u otro, por la fascinación que Adolf Hitler provoca en  Martin que acaba abrazando el nazismo y sus perversas y enfermizas tesis,  hasta convertirse en un desconocido para Max quien, a su vez, se transformará en la antitesis del hombre que hasta entonces fue. 
Y ese tránsito por el que pasan ambos personajes (y también el espectador), que es difícil de poner en escena, es bordado por ambos actores que consiguen sumir al público en el pesar por el que ambos atravesarán a lo largo de la hora escasa que dura la obra. El derrotado caminar de Martin (Homar) sobre una imaginaria cuerda floja que se acorta a cada palabra de Max (Fernández); el retraimiento, incluso físico, de Max, vencido por el horror y la venganza, son de una fuerza espectacular, muestra de lo que son capaces estos dos grandes actores.



Cuando la maestría se encuentra no sólo en el texto, sino en la interpretación que de él se hace, el escenario no necesita de artificios y eso es lo que ocurre precisamente con “Adreça desconeguda”, y en esta obra, los dos actores, Lluís Homar y Eduard Fernández se comen la escena a cada palabra que pronuncian, a cada paso que dan.



Quedan pocas funciones en Barcelona, en la sala "La Villaroel". Ignoro si la llevarán de bolos pero, si así fuera, y tienen la enorme suerte de que aterriza en su ciudad, en su pueblo, no dejen pasar la oportunidad de ver esta magnífica producción. en la que el horror termina por entregarnos una última carta con un desasosegador “Paradero desconocido”.





miércoles, 20 de marzo de 2013

QUINCE MINUTOS NADA MÁS



 "No time, no space, another race of vibrations
The sea of the simulation
Keep your feelings in memories
I love you especially tonight".


Si dispones de quince minutos escasos deberías emplearlos en aquello que, por poco que sea, te alegra el día. Olvidarte del orzuelo que te escuece a rabiar, de los números rojos en el banco, de lo mucho que te aprieta la cinturilla de la falda, de que nunca tendrás el trasero de las señoritas que anuncian los anticelulíticos, de que existen sujetos (masculinos y femeninos) que tienen menos cerebro que un mosquito, de que tienes la nevera vacía, de que no enviaste aquel correo electrónico profesional que tenía que salvarte la temporada, de que has terminado por borrar de tu agenda personal una cantidad ingente de números de teléfono de personas que ya no te interesan, y de que por una conmiseración estúpida conservas los de otras que sabes caerán en la próxima limpieza de tarjeta SIM.


Lo digo en serio, muy en serio. Por eso, yo que sólo dispongo de quince minutos, porque en breve como manda la solidaridad bien entendida, pasarán a recogerme y cerraré por fuera las dependencias de esta oficina que a estas horas está más vacía que una isla sin Robinson (como diría Sabina), me entrego al majadero entretenimiento de rellenar el espacio de mi blog que por culpa de una falta de tiempo pertinaz, por la sequía que azota alguna parte de mi cerebro y, sobre todo, porque vivo sin vivir en mí, tengo como un páramo yermo.


Y sé que siempre me faltarán las horas que quiero para las cosas que quiero, que el resto de mi vida apenas dispondré de los quince minutos que me permiten aparcar la cordura, entregarme a lo que no debo justificar ni explicar.
Pero alguien camina ya por la planta. Hora de cerrar. Llevo consumido un minuto de más que a buen seguro me será restado mañana y sé que lo necesitaré para ti o para mí.


domingo, 17 de marzo de 2013

RUSIANIZADA POR OBRA Y GRACIA DE UN INVIERNO SIN TREGUA


El entorno no es el adecuado, lo sé, pero la impresión ha sido tan brutal que no la puedo dejar pasar, volatilizarla y olvidarla. Me cuelo en el primer lugar que encuentro para apurar quince minutos de tregua y alargar, recrearme, en una simple sensación. ¿Ridículo? Sólo para el que no entienda nada.
Una mesa alta, un taburete y un zumo de naranja tan amargo que hace que al primer trago desee otro. Atrezzo que sirve de excusa y armazón para alargar la soberbia de un estúpido que partió el espinazo de una yegua.
Una vulgar tarde de invierno transformada por una descripción tan perfecta que he llegado a sentir el sudor del caballo humedeciendo la palma de mi mano.
 Cuatro gotas de lluvia, que ensucian nada más, acompañan el ensimismamiento momentáneo.  
Si sigo así, terminaré bebiendo vodka en el desayuno  y merendando pirozhi y blinis.
Apuro las últimas gotas de una naranjada natural, con una certeza absoluta: Nadie debería abandonar el universo lector sin pasar  por los rusos. Una afirmación que recibirá mil críticas, me da igual, a fin de cuentas sólo soy alguien que lee desordenadamente. Que lee y siente; que siente y piensa; que piensa y vive;  que vive y dice. 

Y digo: Definitivamente, hay que leer a los rusos.

"El premio y el castigo están en mis manos"
-Lev Tolstoi- 

Каждый уважающий себя читатель в своей жизни обязательно должен ознакомиться с творчеством великих русских писателей. 
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Feist and The Constantines - Islands In The Stream


lunes, 11 de marzo de 2013

HALLAZGO



 "No te busco
porque sé que es imposible
encontrarte así, buscándote"

La química de la piedra, el olor que desprende el asfalto mojado, el azul del cielo que se esconde tras la espesa bruma que lo envuelve y que roba al forastero la posibilidad de disfrutar de una de las mejores luces urbanas. Sin embargo, todo ese attrezzo no es más que eso, el decorado que disimula algo que va más allá de la admiración por una ciudad cualquiera. 


Llego más libre que en otras ocasiones. Atravesar la ciudad, un viernes de lluvia intermitente, puede convertirse en un infierno y, sin embargo, aún sabiendo que llego extremadamente tarde, agradezco el atasco y el riesgo de quedarme colgada de la idea delirante de un posible traslado. Los cambios empiezan a ser bienvenidos. 


Cruzo Colón y sé que me equivoqué. En los dos últimos días, he pensado mucho en el motivo por el que nos aferramos a la idea imaginada que de otro nos hacemos, de cómo intentamos asirnos a cuatro palabras dichas e interpretadas ajustándola a la propia necesidad, a planes trazados sobre un mantel de papel; y de lo absurdo que es sujetarse a la idea de lo imperecedero de algunas relaciones. Nada sobrevive a las contingencias  de la rutina.

Algunas urgencias vitales son la antesala del desastre, de la desazón, de alguna clase de ruina personal que te deja a la deriva en un figurado Mar de los Sargazos en el que los botes salvavidas no existen.


Pero todo eso ya queda lejos y frente a mí, sin apenas sentir que la lluvia lleva calándome hasta los huesos desde que me baje del taxi, recojo este momento perfecto en el que pasado y futuro se entrecruzan, y que desaparecerá, arrastrado por el aguacero que empieza a caer, en cuanto cruce el portal.