miércoles, 28 de diciembre de 2022

EL PAN Y LA SAL




Tacho los días pasados. No sabría decir si son muchos o pocos. El tiempo, como casi todo, también es relativo. Un día puede ser un microsegundo vital mientras y ese nanosegundo que te arranca la vida parece durar un año entero. Veo la luz de sol en escorzo que es tanto como decir que apenas veo llegar algún que otro rayo que se escapa en estos días de invierno. Contesto algunos mensajes, dejo pasar las llamadas. Hablar me cansa. Aprovecha para leer, aprovecha para escribir, aprovecha para estudiar, aprovecha para ir adelantando. El aprovechamiento como comodín a la interrupción de la vida corriente me aburre, pero me lo callo y lo dejo pasar porque el “aprovecha” me da mil patadas. Voy hasta la cocina y tardo algo menos que en hacer la San Silvestre vallecana, que no es poca cosa. Coloco una cápsula y me pido, “aprovechando” la cosa, que el café sea larguito y con un poco de espuma. Me obedezco mucho y bien. Aprovecho para comerme un par de galletas de canela mientras contesto a un WhatsApp con muchas palmaditas y un emoticono de sombrerito y matasuegras. El gran bluf de los emoticonos llegó para quedarse y ahora todo puede resumirse con caritas y muñecotes. El horror confirmatorio de lo cutre que somos. Debería  para algo, no sé el qué, así que no lo hago y pierdo el tiempo escuchando el murmullo de la tubería que parece quejarse tanto como yo cuando el repartidor de Amazon me deja un paquete para el vecino que ha decidido que mi casa es su central de entregas. Alguien debería regar las plantas, porque, aunque sea invierto, las benditas también tienen derecho al agua y al abono.




miércoles, 21 de diciembre de 2022

NOSOTROS, LOS DISFRUTONES

 


He vuelto a casa por Navidad, como el turrón. Llevo un costurón en el cuerpo digno del mejor modisto del momento. Cada punto de la cadeneta es como un canto a la alegría y la esperanza. No me puedo mover, hoy. Mañana será otra cosa. La vida es eso que va pasando, mientras te empecinas en miles de paridas que contaminan y olvidas que todo eso, lo atufante, es accesorio. Quiero creer que el dolor de hoy es la salud del mañana, que la penitencia durará lo que dura un cubito en un “whisky on the rocks”. Al final, no queda otro que apretar los dientes y seguir adelante. Los disfrutones de la vida tenemos la ventaja de ver cosas buenas en cualquier sitio. Pienso en la enorme suerte que eso supone, mientras recojo con el dedo los restos de canela que han quedado en el plato del desayuno. Miro el apósito ¡Vaya tela! Estoy en casa y eso es lo que importa. Fin de la nota. Mañana, si se puede, más.




domingo, 4 de diciembre de 2022

SABES QUE TE HAS HECHO MAYOR...




 

¿Cuántas veces has dicho aquello de “Sabes que te has hecho mayor cuando…”? En las redes sociales se lee con frecuencia y la frase continúa de manera manera más o menos chistosa con cosas como “Cuando descubrí que la lavadora no funciona sola”, “Cuando decidí que lo mejor del viernes noche era ponerse el pijama de felpa, enchufar Netflix y dormirse en el sofá antes de las diez”. Muchas veces he dicho o escrito tonterías como esas. Pero, cuando lo pienso de verdad y dejo el chiste de lado, la cosa pierde bastante gracia. Porque la verdad es que fui consciente de haberme hecho mayo, el día que me di cuenta que, con demasiada frecuencia, espiaba la nevera de mi madre para saber si estaba comiendo bien; o que cuando iba a su casa le contaba las pastillas para controlar si se las tomaba o no; o cuando una mañana me aposté en la esquina de su calle esperando a ver si salía a pasear como ella afirmaba que hacía a diario y de lo que yo tenía mis dudas. Y me di cuenta no solo de que me había hecho mayor, sino que a ratos, cada vez más largos e intensos, había dejado de ser hija para convertirme en una especie de madrastra con buenas intenciones pero ofuscada que se siente culpable en el papel que ahora le toca interpretar. Y es que cuando se empieza con esa supervisión que llega por necesidad, los papeles empiezan a invertirse y ya no hay marcha atrás. Un día, como otro cualquiera, descubres que se salta la dieta a escondidas, o que abre la puerta de casa sin preguntar quién es, y mil cosas como esa que te hacen sufrir a ti y a ella un poco menos. Y la riñes como si fuera una niña mientras te mira con cara de querer mandarte al guano pero no lo hace. Y entonces, tras el sofoco, te sientes mala como la tos porque a veces pierdes los papeles, y aunque después intentas arreglarlo, te das cuenta de que pecas de condescendiente y te lías, mucho. Te toca hacer lo que no quieres y nos siempre sabes manejar la situación. Intentas volver a tu papel de hija y ella, por un rato, te deja y toma el mando porque, aunque mayor, sigue siendo tu madre y tú su hija. Pero el orden se invierte de una manera cruel y ya no hay vuelta atrás ni queriendo.




domingo, 27 de noviembre de 2022

QUERIDO JOHN (VI)


 


Dicen que finjo o miento
en todo cuanto escribo. No.
Yo simplemente siento
con la imaginación.
No uso el corazón.

Fernando Pessoa

 

 

Querido John:

Hoy me he acorado de ti. Me he sentado frente a la ventana y he pensado en la indefinición en la que vivimos. Ya no sabemos quienes somos, ni lo que somos, ni lo que los otros creen ser. Es difícil de entender fuera de estos tiempos raros en los que nos ha tocado existir y que no son nada interesantes. Repetimos, a peor, lo que otros vivieron antes. Pero supongo que eso no es nada nuevo. La historia se retuerce para repetirse una y otra vez y no hay memoria suficiente para impedir que la estupidez vaya transitando generación tras generación. Solo puede decirte que, aunque te echo mucho de menos, toda esta locura que te ahorras.

Busco la manera de sobrevivir a lo chusco, a lo obsceno del matonismo ideológico, pero no siempre lo consigo. Me agoto y lo apago todo, desaparezco durante nos días, aunque al final acabo volviendo, pero cada vez con menos fuerzas, cada vez con menos ganas.

Hace unas semanas comenzó la migración de los vencejos. Sortearan tormentas y llegaran a destino los que consigan sobrevivir mientras nosotros continuamos intentando encontrar sentido a la vida. En el tejado, oscurecidos por el invierno, quedan los huecos en los que anidaron la pasada primavera.

Fuera de aquí hace frío. Demasiado.

Siempre tuya.

Grace




jueves, 17 de noviembre de 2022

¿QUO VADIS, IRENE?

 


Alguien debió contarles que gobernar era fácil. Que sacar una Ley es solo cuestión de escribir sobre el papel lo que a una le pasa por la cabeza como si fuera una idea espectacular, sin necesidad de tener en cuenta que el papel no lo sostiene todo, aunque a veces lo parezca, sin pensar que la soberbia suele ser mala compañera de viaje.
El sistema legislativo de un Estado es un microcosmos en el que las normas deben encajar unas con otras como en el engranaje de un reloj. La Constitución como vértice desde el que se van expandiendo las leyes, los decretos, en definitiva, cualquier tipo de normativa que regula la vida de los ciudadanos. Pero los políticos desprecian la necesidad de someter sus consideraciones a la existencia de principios legales y constitucionales que no pueden esquivar, y prefieren pensar que su ordeno y mando todo lo puede. Prefieren ignorar que la creación de normas eficientes y eficaces precisa de una buena técnica legislativa. Una ley no es una isla sin más limite que el mar que la circunda. Legislar es difícil, mucho. Requiere de un amplio conocimiento de la materia sobre la que se pretende tratar, de todas aquellas otras con las que se van a interrelacionar, y realizar un un profundo análisis de las consecuencias que dicha norma puede conllevar.

La Ley de Garantía de la Libertad Sexual, la llamada del "solo sí es sí", es un buñuelo legislativo de cuyas nefastas consecuencias, y perjuicio a las víctimas, ya venían advirtiendo los distintos operadores jurídicos. Su entrada en vigor está suponiendo la revisión a la baja de las condenas de delincuentes sexuales por la aplicación retroactiva de la norma más beneficiosa para el reo. Este principio, que no es nuevo, ni se lo ha inventado una componenda de jueces marichulos amamantados bajo la teta de una sociedad patriarcal a los que ahora señala el Gobierno, se encuentra recogido en la Constitución del año 1978 y en el propio Código Penal que nuestros gobernantes parecen ignorar.
 
Los políticos que ahora atacan al sistema, a sus jueces, abogados y fiscales que intervienen en los procedimientos que se juzgan o han juzgado delitos sexuales, llamándoles machistas, retrógrados, etc., para con estos insultos desmedidos intentar cubrir su negligente legislar, su ignorancia y la arrogancia del que se cree mejor que otro, es una vergüenza por la que los ciudadanos nos vemos obligados a pasar. Pero cada vez engañan a menos personas. La pompa con la que se aprobó la ley queda enterrada en el lodazal de su mala gestión. El resultado de la directa aplicación de una norma interesada e innecesaria es un auténtico desastre. Pero nuestros políticos son tozudos, estúpidos, carentes de todo moral y de voluntad de servicio. Calientan la silla y la cuenta corriente porque fuera del escaño hay que trabajar duro para ganarse el pan. Y es por eso que, tras la calamidad que ellos solos han cocinado, echan el resto arremetiendo contra el poder judicial que se ve obligado a aplicar de manera estricta las normas que ellos crean.

El papelón de la Ministra de Igualdad es tremendo. Sin embargo, y pese a la nefasta gestión de esta señora, no debemos olvidar que la Ley no la aprobó ella sola.  El pastiche legal que tiene en danza es responsabilidad de muchos que ahora callan o bajan la voz mientras miran a otro lado. La responsabilidad, como no puede ser de otra manera, también recae sobre todos aquellos que contando con cientos de asesores y medios, miraron a otro lado, dejaron de presentar las correspondientes enmiendas, e hicieron oídos sordos a los informes y dictámenes que avisaban de cuáles serían las perniciosas consecuencias que la ley tendría.  
Pero los vendedores de humo, los estómagos agradecidos que ocupan los escaños de nuestro Parlamento y los miembros del Gobierno consintieron y jalearon una norma nefasta y, como he dicho, totalmente innecesaria.
Durante meses se creó la ficción de un país en el que la libertad sexual no existía. Un país en el que el sexo inconsentido no era delito. Una mentira tras otra espoleada por el sesgo ideológico que se aleja de la realidad de nuestra sociedad. Los delitos contra la libertad sexual existían, estaban castigados y la falta de consentimiento, incluso en los casos de inexistencia de violencia físico o psíquica, ya estaban castigados mientras se afirmaba lo contrario, confundiendo a la ciudadanía.

Ahora toca intentar salvar los trastos responsabilizando a quienes lo aplican porque es su obligación. Un insultar y señalar continuo sin mayor razón que su propia incompetencia. Al poder judicial le viene tocando recibir desde hace mucho. La deslealtad institucional se ha instalado en la Moncloa y en el Congreso de los Diputados. Injurian a los operadores jurídicos que trabajan con las normas que ellos crean y ofenden a la ciudadanía con sus embrollos y deslealtad. Machista, dicen. La justicia es machista, sus miembros son machistas, todos y todas somos machistas menos ellos. 
Y mientras la boca se les llena del veneno de sus discursos caducos y feos, olvidan que la mayoría de los miembros que componen la Carrera Judicial, los Colegios de Abogados, y la Fiscalía son mujeres que se levantan cada día escuchando como se las insulta para tapar su manifiesta incompetencia.  Sobra decir que, pese al desastre, aquí no va a dimitir ni el tato, ni la tata y tampoco el tate.



martes, 1 de noviembre de 2022

DIARIO 2.0

 


I.- Guardo para mi algunas cosas que he dejado de decir en voz alta porque me irritan las discusiones que tienen su fundamento en el hígado. Discusiones que carecen de la más mínima motivación, de sentido común. Opiniones puede haber mil y la posibilidad de cambiar de posición debería ser algo encomiable cuando es producto de la reflexión, del pensamiento crítico y después de conocer otras realidades, de intentar saber de lo que se habla y de escuchar a los que de verdad saben. He tirado la toalla porque el enfrentamiento continuo e irracional me agota y me pone de mal humor. Cultivo hacia dentro y solo cuando, por sorpresa, aparece el momento y lugar adecuado dejo que la opinión fluya y se nutra. Opinar contracorriente en un mar de bazofia y enfrentamiento gratuito exige templanza y una buena dosis de antiácidos.

 

II.- La muerte de un niño siempre es una desgracia. Pero cuando ese niño muere a manos de alguno de sus progenitores, da igual si es asesinado por su padre o por su madre, la atrocidad ya es inmensa, inasumible. Los filicidios por venganza no son patrimonio de nadie. Vivimos en tiempos en los que se acuñan expresiones que pretenden graduar la desgracia, en más o en menos, en función del autor de la misma. Aceptar con naturalidad, y sin el más mínimo asomo de bochorno, el concepto de violencia vicaria es aplaudir la tremenda barbaridad de considerar que la víctima principal y directa del hecho brutal, el niño o la niña muerta a manos de su padre o de su madre, no merece ni la misma consideración, ni la misma repulsa en función de en manos de quien muere. Aceptar que las consecuencias brutales que para un padre o una madre significa tener que asumir la muerte violenta de su hijo a manos de aquel con quien lo engendro, es una monstruosidad ideológica con tremendas consecuencias cuando esos sesgos llegan a la ley. Y llegar ya han llegado. Porque la cosa no va ni de machismo, ni de feminismo, sino de adultos que creyéndose mejor que el otro, decidieron que su propio hijo valía tan poco que merecía ser utilizado para, quitándole la vida, causarle al otro un dolor infinito. Porque los progenitores que matan a sus hijos, por venganza, por despecho, jamás los quisieron. Las cosas son así.

 

III.- Acabé de leer “La gula” de Asako Yuzuki volviendo de Madrid. En el subconsciente se me grabó el olor de la mantequilla y la idea de que hace falta muy poco para que la vida se descoloque y que el rumbo se pierda sin apenas hacer nada. Queda como secuela, que remitirá en breve, la recurrente visita a la nevera del refrigerado en busca de la margarina que  Manako Kajii desprecia tanto como los otros registran su propia irrelevancia.


IV.- Espero ansiosa que vuelva a escribir como dios manda, que no sé muy bien cómo es eso, pero que tiene algo con ver con leerle y quedarse un tanto colgada de lo leído.



domingo, 23 de octubre de 2022

REMAR


 

Pienso en llamarle. Tengo el firme propósito de hacerlo. De hacerlo de inmediato, sin dejar pasar más tiempo. La vida es breve, me digo. Espero un poco, quiero calmarme y no quiero hacerlo en mitad de la calle. Me distraigo y oigo mal. Pero no voy a esperar más. Hoy llamaré. Llevo demasiado tiempo dejándolo para más tarde. Dudo si aun conservará el mismo número o si lo habrá cambiado. Hace mucho que no sé nada. Me tiembla la mano, me tiemblan las ganas. Igual ha muerto y yo sigo aquí, pensando en marcar su número y no carraspear si descuelga. Mientras voy dándole vueltas, llego a casa, tengo que recoger algunos papeles y volver al trabajo. A mediodía, vuelvo sobre la idea, un poco menos entusiasta que esta mañana, de llamar. Pero llega la noche y no llamo. Me aturullo, me agobio, me canso y me rindo. Sacudo la mano que se me ha dormido y ahora ya sé que hoy tampoco voy a hacerlo. El aire vuelve frío y no me queda batería.




domingo, 9 de octubre de 2022

TE LLAMARÉ JUEVES

 


Los jueves se retiran los muebles y trastos viejos. Los vecinos los amontonan frente a los portales en espera del camión del reciclado. Darse una vuelta antes de que los retiren es una cosa bien curiosa. Las costumbres de unos y las vergüenzas de otros quedan al aire. Los jueves son días de sofás masacrados por gatos desalmados que dejan la tapicería para el arrastre; de restos de sillas de las que hoy apenas queda nada que las recuerde y de trastos que dicen mucho cuando ya no sirven para nada. Pero entre lo quebrado siempre queda posibilidad de que alguien sea capaz de ver un tesoro.  

Durante la pandemia encontré el mío junto al contenedor del reciclado. Un arbolito que alguien había dejado a hurtadillas, en un día que no correspondía y que yo, contra toda prudencia, me llevé a casa. Le cambié la tierra, lo regué y dejé que el sol de una incipiente primavera, que se nos moría a días sí y a días también, obrara el milagro de la resurrección. Solo pedía un poco de cariño y atención, un poco como a todos durante aquellos días. En realidad, como todos los días y desde siempre. Ayer, jueves de nuevo, le quité unas ramitas secas. Llegó con los primeros aromas de una primavera silenciosa y miedosa. Pero ahí sigue, sobreviviendo.

 

 


lunes, 26 de septiembre de 2022

ATRAPADOS

 



Hoy entré en el estanco a comprar un abono de autobús. Para pagarlo he tenido que rebuscar en el bolso los casi ocho euros que tenía que pagar en metálico porque no aceptaban tarjetas. No me parece mal, todo lo contrario. El plástico se ha convertido en un modo más de control. Escapar a los mecanismos de vigilancia sobre lo que gastamos, sobre hacemos, lo que ansiamos, incluso sobre lo que fantaseamos, es casi un imposible. Hablo por el teléfono sobre la mampara el baño y se me llena terminal de anuncios de reformas, de platos de ducha y de accesorios varios. Los extractos de las cuentas bancarias dan mucha información, lo mismo que los comentarios dejados en las reseñas de Google. Y la información es poder, un poder que en el peor de los casos sirve para manipular, para que otro decida lo que los demás vamos a comprar, a leer, a ver en televisión y, en el peor de los casos, el discurso que algunos repetirán sin cuestionar lo que otros quieren que repitan . Lo que creemos una elección propia, o incluso el azar, se convierte en una triste falacia que intentamos evitar para no avergonzarnos de nuestra propia quietud. Nadie está libre del control absoluto que, en forma de oferta desmesurada, nos atrapa y nos mantiene donde quieren que nos mantengamos y sin salirnos del renglón. Hoy he pagado con unas cuantas monedas, mañana ya no sé si será posible.



domingo, 18 de septiembre de 2022

SIN HACHE






 

Echarte de menos se escribe sin hache.
Sin hache, sin nada.
Sin hache se escribe esta espera que nunca se acaba.
Sin nada.



domingo, 4 de septiembre de 2022

ENOLA GAY

 



A un par calle de casa hay una tienda que vende cosas viejas. No es un anticuario, ni tampoco un chamarilero. No es eso. Todo parece en un estado calamitoso. Nada de lo que hay expuesto tiene un encanto especial, ni parece que tenga utilidad alguna. Son solo cosas viejas de las que la gente se va deshaciendo, aparcándolas en puesto de venta extraño en lugar de en el punto de reciclaje. La acera se ha convertido en el paseo del fracaso y la desilusión. Tienen un horario extenso y no es extraño que, al caer la tarde, ver algunas personas en su interior, toqueteando, escarbando entre los trastos. Alguna vez, alguien caerá en el encanto de algo y se acabará llevando algún cacharro en una infinita cadena de reparto de desdicha que se transporta no siempre en el mejor estado. En algún momento, el negocio de la miseria es rentable y la penuria es abono del bueno para aprovechados y estafadores que invierten en el milagro de la compra y venta de la estrechez. Hace unos días, vi en el escaparate un bolso pequeño, le faltaba la hebilla y la piel estaba muy ajada. Un bolso que ya había dado sus últimos suspiros mucho antes de que el garito abriera. Su estado era de muerte absoluta y plena descomposición. Especulé sobre qué hace que alguien lleve a vender un bolso en ese estado y, de inmediato, me pregunté, quién puede estar interesado en comprar algo así. Sacarle provecho de algún tipo sería increíble. El domingo ha amanecido calmado y el antro con la puerta precintada. Una movida con la policía o algo así, dicen los vecinos. He seguido caminando, viendo como por la esquina, a paso lento, se acercaba el hombre del carrito con un aparato de refrigeración que sin duda dejo de dar aire hace mil años, más o menos los mismos que hace que el bolso sin hebilla dejó de servir para algo. Me temo que el viaje va a ser en balde. 


martes, 30 de agosto de 2022

BOE PARA DESAYUNAR

 



Existen muchas maneras de vivir al borde del colapso, pero una de ellas puede ser repasando el BOE cada día, antes del primer café, para comprobar las nuevas alegrías legislativas que nos van a ordenar la vida. Por lo general, a la gente le importa poco la ley. Creen poder vivir al margen de ella, sin saber de qué va cada cosa que se va publicando en el boletín oficial, marca un camino del que salirse tiene consecuencias. Pero la gente, por lo general, no sienten que su vida diaria se vea influida por las normas que a marchas forzadas van dibujando nuestro escenario vital. Pero mantenerse en la inopia, como si todo aquello sobre lo que se legisla no tuviera que ver con la vida de cada uno, no hace que las normas, buenas o malas, desaparezcan y sus consecuencias se extienden aun desconociéndolas en absoluto. El sentido común, con el que a veces intentamos dirigir nuestro día a día no es suficiente, la existencia de la norma está ahí para desbarajustar lo que uno pensaba que era correcto o, incluso, incorrecto.
En esta última legislatura (resultado de elecciones del 10 de noviembre de 2019), la producción de normas viene siendo un no parar. Pero producir mucho no quiere decir producir bien. Las normas, más allá de la carga ideológica que se trasluce de cada una de ellas, tienen que estar al servicio del bien común, de todos y cada uno de los ciudadanos a los que les afecta, y que además permita una interpretación clara de la misma. Pero todo eso parece que últimamente no importa. Pedir la existencia de consenso social como parámetro para su elaboración es, en estos momentos, una mera ilusión.  Uno de los mayores exponentes de la mala técnica legislativa que estamos viviendo es la sobreutilización del Decreto Ley. El poder para la creación de normas no corresponde al Gobierno sino al Congreso de los Diputados y solo de manera excepciona y extraordinaria se faculta al Gobierno para dictar normas cuando concurre una circunstancia de extraordinaria y urgente necesidad. Pero lo excepcional se ha convertido en el modo normal y la falta de rigor legislativo, mediante la utilización de una técnica más que deficiente, está dando lugar a verdaderos churros legislativos de los que la ciudadanía no siempre es consciente, salvo cuando se ve directamente afectada por ella y, a veces, ni así.

El BOE, que el personal de a pie apenas lee, recoge las normas que, conociéndose o no, vinculan y obligan. Pero la fábrica de producción no funciona, al menos no funciona bien, por eso es habitual encontrarnos con esperpentos legales de difícil aplicación, imposible interpretación, que en muchas ocasiones conculcan principios y derechos constitucionales de una manera verdaderamente calamitosa. Esperpentos legales a los que se le da mucha publicidad mediante una propaganda extraordinaria, en muchas ocasiones faltando a la verdad,  sin analizar ni el contenido, ni las consecuencias de lo aprobado. Como ejemplo de esto último la que será la ley del "solo sí es sí" con el que el Gobierno se empeña en engañar a la ciudadanía diciendo que por primera vez el consentimiento se vertebra como eje en las relaciones sexuales y en su libertad para decidir, como si ese consentimiento, al que ahora se hace tanto mención, no hubiera estado como hasta ahora cabecera de los delitos contra la libertad sexual cuando eso, en realidad, se encuentra regulado en el Código Penal desde hace ya muchos años.
Por eso, no deja de ser enternecedor, por decirlo de alguna manera, ver las discusiones bizantinas que se establecen a través de las redes sociales cada vez que en los titulares de la prensa aparece anunciada a la publicación de una nueva norma que toca material sensible (libertad sexual, género, feminismo, violencia y maltrato, ocupaciones de viviendas, salarios mínimos, etc.), sin que nadie se la haya leído y, en ocasiones, sin que ni siquiera ha sido aun publicada en el BOE, como es el caso de la famosa ley del "solo sí es sí".
Pero la vida moderna empuja a saber de todo, a discutir de todo, a meterse en jardines desconocidos sobre el que el personal chapotea como gorrino en lodazal. El nuevo divertimento de los adultos con internet consiste en apoyar o denostar, sin fisuras, eso da igual, cualquier norma que toque material sensible, y vomitarlo sin pudor en las redes sociales. Algunos buscan notoriedad; otros que por primera vez alguien les haga caso; y otros desinformar y atocinar a quienes están dispuestos a tragarse cualquier cosa dependiendo del color que lo divulgue. Pero este es el signo de los tiempos. El pensamiento crítico ha muerto.
Vivir de oídas siempre ha sido una manera de vivir, aun a riesgo de que cuando el cocodrilo ya está encima, vengan los lamentos, el colapso retardado, y la existencia del BOE se torne un mal sueño gris y triste como una mañana sin café .





martes, 23 de agosto de 2022

LO SÉ Y TÚ TAMBIÉN

 



Digamos que no he cumplido ni uno solo de los planes de los que en febrero pensaba para estas vacaciones. Digamos que la responsabilidad la tuvo un segundo contagio de covid, un susto, la falta de previsión, las dudas y un simpar incremento de la vagancia. Durante días he dejado el piloto automático puesto. He dejado que las cosas fueran solas, que fluyeran y fueran como tuvieran que ser. El pensamiento ordenado quedó aparcado para que el desbarajuste campara a sus anchas, como de vez en cuando es preciso. Me he empachado de cosas buenas, entre ellas, de Charles Lloyd y de agua con gas. Ahora, a cuatro días de la vuelta al mogollón, la pereza se ha instalado dentro de mí y ni con un sacacorchos creo que pueda sacarla fuera. Pero aún así, he decidido comenzar la descompresión para disimular la debilidad en el empeño de la vuelta. La haré poco a poco, muy poco a poco. Mañana me pongo a lo mío, aunque sólo sea para que la indolencia empiece a plegarse a un lado y consiga aparcarla en el armario ropero durante algún tiempo para dejarla allí y que, de aquí un tiempo, florezca y produzca la futura nada ociosa.





domingo, 7 de agosto de 2022

CITAS

 


Esta semana he leído un par de veces sobre la maldición de comenzar un texto con una cita. Pero yo no sé nada. Nada de nada y dudo de casi todo, incluso de los que establecen maldiciones siguiendo cánones que alguien estableció y nos creímos sin rechistar. Llegados a ese punto, me tropiezo con un artículo que empieza con un «No hay dos sin tres» y de manera automática me digo: ¡Ah!, fatalidad. Cita al canto. Pero después caigo en que esta frase hecha no es una cita en sentido estricto, sino una frase detestable con motivo y con razón. Pocas cosas pasan una sola vez en la vida más allá del nacer y el morir. El resto de acontecimientos, tanto los buenos como los malos, pueden sucederse, o no, tantas veces como a la vida le dé la gana. Cero, dos, tres, incluso cincuenta y tres. La probabilidad de vivir un amor apabullante, replicar un cáncer, ganar la lotería, vivir una guerra, o parir un hijo muerto, es tan aleatoria que el «No hay dos sin tres», puede convertirse en una sentencia del horror anticipatorio incluso para lo genial. Por eso cerrar el suplemento, limarse las uñas y dejar que la probabilidad de la sucesión de hechos vaya a su bola, es una opción más que deliciosa. Toca mantenerse en ese estado de fijo-discontinuo en el bienvivir mientras se pueda, y guardarlo en el recuerdo porque cuando llegue septiembre, que llegará, esto no lo arregla ni Dios.

 



jueves, 28 de julio de 2022

TOUCHÉ

 


Dejamos de lado algunas de las cosas que, sin ser necesarias, nos hacen la existencia menos común y más nuestra. Nos engañamos y se lo achacamos a la falta de tiempo. Pero el abandono casi siempre obedece a que el estímulo que nos mantenía en ellas se diluye entre el maremoto de lo cotidiano. No es el tiempo, somos nosotros y nuestra falsa necesidad. Lo necesario arrolla y lo inminente achica el espacio dejándolo cada vez más estrecho, más pequeño. Pienso, en plena contradicción mental, en la necesidad de mirar sin pensar en nada como la única manera de ver que vale la pena. La única forma en la que lo que pasa por los ojos llegue mucho más lejos de lo que siquiera se pueda intuir.  

Ayer, tumbada en la cama, volvió su tez cetrina, las canas despeinadas y el mismo gesto distraído que le vi en la infinidad de ocasiones que, desde el otro lado de la habitación, le buscaba sin otra misión que esperar a que terminara lo que estuviera haciendo para después salir a la calle. Ahora, perdida en esa nada tan cercana como inasequible a la vez, la existencia se alborota con imágenes que aparecen y desaparecen como los fotogramas de una película antigua. En el silencio, sobrevuela la idea de retomar lo aparcado en el camino. 

Todo sigue.



lunes, 18 de julio de 2022

AVIONES PLATEADOS

 


Guardó el paquete de cigarrillos en el bolsillo. No quería fumar y quería fumar al mismo tiempo. No debía, pero quería. Las ganas le iban por libre y, cuando menos lo esperaba, la mano revolvía hasta dar con la cajetilla. Solo cuando la tenía sujeta se arrepentía y recordaba que no debía, aunque quisiera. Te falta voluntad, se dijo. Era cierto, no solo el evitar fumar le provocaba ese tormento que le rebotaba por dentro y le devolvía el mensaje de su poco fuste, de su tendencia a no soltar lo que sabía que no debía retener. Por eso estaba así, doblando cigarrillos para no fumarlos, revolviéndose en la cama cada vez que su ausencia se convertía en un peso en el pecho que solo se aliviaba si fumaba un poco. Todo un plan. Bebió un vaso de agua y salió a la terraza. Contó hasta cinco aviones, dos aterrizaban, tres despegaban. Vivir cerca del aeropuerto siempre le pareció una idea nefasta, hasta que dejó de dormir y el entretenimiento pasó a ser intentar identificar la compañía aérea. Demasiado avión para ser tan pronto. Demasiado rápido todo, demasiado funcional, demasiado precario. Volvió a la cama, se tumbo sobre ella y simuló formar volutas. Quería fumar y ya ni los aviones le servían.




domingo, 10 de julio de 2022

BORBOTEAR



 


 

Durante dos semanas las instalaciones han estado a medio gas. La razón, al parecer, un arreglo que precisaba de una pieza que no se de dónde tenía que venir pero que, entre la guerra de Putin, la falta de contenedores para transporte y el precio del carburante, el repuesto demoraría el pleno rendimiento de la sala de aguas sin poder concretar tiempos. Cada tres días he recibido un correo electrónico informando del estado de la cuestión hasta el último de ayer. Por fin.  Así que este domingo, tan radiante y caluroso como el anterior, me moría de ganas de disfrutar de mi absoluta indolencia y vagancia en la “zona de aguas”.  He generado un vínculo muy estrecho con el hidromasaje que, cuando encarta y madrugo, me proporciona un medio tan artificial como húmedo en el que, durante media hora, la cabeza me funciona a mil y al salir, con la tiritona que da el cambio de temperaturas entre el dentro y el fuera, olvido las cosas en las que he estado pensando. Sustituye al diván del psiquiatra y es bastante más agradable. En una secuencia de escasos cuarenta minutos, puedo pasar de la felicidad y alegría, a la tristeza más absoluta en función de la película va por libre y no controlo. Pensar según qué provoca esas cosas. Al menos a mí. Sumergida en el agua, con el borboteo por toda compañía, he hecho y deshecho la madeja de la vida. Historias que el agua, hoy un poco más fría y clorada, borra en cuanto pongo el pie en la escalerilla. Por eso, esta mañana, aprovechando que nadie madruga para ir a un spa, he tomado posesión de mi reino y, como aquel que no quiere la cosa, con los auriculares clavados, he acabado cantando por lo bajo:


«Se supone que debía ser fácil 
¿Tienes frío?
Pero a veces lo hago un poco difícil.
Perdón
Suerte que tú ríes y no te enfadas
Porque eres más lista y menos egoísta que yo
¿Todavía tienes frío?
Bueno, cierra los ojos un minuto
Que te llevo a un lugar»  



domingo, 3 de julio de 2022

JULIO 2.0


 

No tengo ventana al exterior. Cada cierto tiempo, cuando la pulsera fit me avisa que llevo demasiado tiempo sentada, me levanto y me doy una vuelta hasta la entrada del edificio.  Miro al cielo y después a la calle. Dejé, hace un par de horas, un calor sofocante. Quedó en la puerta, pero ahora, al asomarme de nuevo, recibo un bofetón térmico. Puede que haya llovido y yo no me haya enterado. A veces, cuando uno menos lo espera, una tormenta empapa las aceras y deja tras ella una promesa de humedad y castigo. Deshago el camino para volver y subo por la escalera hasta la tercera planta que, en realidad, es una cuarta mientras una gota de sudor me recorre la espalda hasta quedar atrapada en el dique de contención de la cinturilla del pantalón. He dejado el aire acondicionado puesto y al entrar noto ese frío artificial que se agarra a la garganta y convierte el despacho en una extensión de la antigua Siberia. Me pongo una chaqueta multiusos y no descarto traerme unos calcetines para los momentos en los que las sandalias sean parte de un disfraz que aquí dentro, bajo una refrigeración exagerada, no pega nada. Julio puede ser extraño y las pruebas ahí están, sobre tu mesa.



miércoles, 22 de junio de 2022

NIEVA EN AMSTERDAM


 

Pago con la tarjeta de crédito y salgo a la calle con un adiós que nadie contesta. He llegado antes de hora. Subir ahora sería descortés. El tiempo es un bien preciado y llegar tarde es tan descortés como llegar demasiado pronto. Me siento en las butacas del portal y espero. Echo de menos un portero, un conserje, que me pregunte a qué piso voy o si estoy esperando a alguien pero nadie manda en esta plaza. En el mostrador se acumulan los folletos de publicidad. No entra ni sale nadie. Me reclino un poco y miro el teléfono. Falta una eternidad. Quizá debería salir a la calle, dar una vuelta a la manzana, tomarme un café, otro más, y volver en un rato largo con una especie de resaca dominguera que me mantenga un poco ausente mientras intento que otros resuelvan lo que yo he venido a hacer. Pero me puede la vagancia, el calor y la necesidad permanecer sentada sobre los faldones de la chaqueta de lino para que alguien, si tiene valor, cuando me levante con la ropa hecha un cristo me diga aquello de que la arruga es bella.



lunes, 13 de junio de 2022

EN UN PLIS



Empezar el libro por la última página. Beber el café con hielo en invierno e hirviendo en verano.  Leer a Borges dentro de una bañera medio vacía. Apagar las colillas en un bote de yogur vacío y prometer que será el último sabiendo que no hay yogurt que cien años dure. Mirar al vacío mientras el agua del baño se enfría. Contar hasta seiscientos cincuenta y tres. Ni uno más, ni uno menos.  Imaginar la vida sin intereses ni inflación. Acariciarse el pubis con la banda sonora adecuada.  Desechar la toalla y dejar que el agua lo encharque todo. Aplastar las cápsulas de un blíster vacío y tararear. Dejar una nota escrita en un trozo de papel higiénico como extravagancia dominical. Escuchar su voz. Desear que nada cambie para que todo siga teniendo sentido.  



domingo, 5 de junio de 2022

O SÍ, MIL VECES SÍ, YO QUÉ SÉ

 



Me quedo en que Ingrid ha llegado conduciendo su furgoneta hasta la frontera donde termina la cobertura de la tarjeta sanitaria europea.  De ahí en adelante lo que le pase ya es cosa mía, y puedo decidir lo que me de la gana, lo que le pase por la cabeza, tanto si decide que seguir orinando en un cubo de plástico es un asco y lo que necesita es irse a unos grandes almacenes y gastarse un pastizal en algo bonito; como si decide que no hay mayor libertad que transitar de estación de servicio en estación de servicio en busca de la nada.  Pero Ingrid es ese personaje al que, a sus cincuenta años y unos cuernos de impresión, la vida cómoda le resbala, pero solo un rato. La mediana edad a veces es un tanto extraña porque se mezclan las ganas melancólicas de improvisación con la necesidad de reconocer que  la cuesta abajo ha empezado y que mear en un bote, salvo que sea estricta necesidad, es una ruina absoluta. Algunas cosas resbalan más que otras y el futuro se mira con el recelo del que lo tiene encima. Quiero pensar que Ingrid, después de soltar el lastre que conlleva toda ruptura, pudo volver a un apartamento de cuatro paredes que le permitieran seguir siendo libre sin la necesidad de deshacerse del papel higiénico en el contenedor al que se supone que debe de ir todo lo que uno no sabe demasiado bien a dónde va. No sentí ninguna simpatía por Ingrid. Ni siquiera en ese momento loco en el que pensó que cepillarse a un compañero de trabajo, alcoholizado y vacilón, podía compensar el vacío y la sensación de caída libre en el que la dejó que su marido decidiera que la chispa de la vida tenía quince años menos, unas bragas no siempre limpias y un apartamento que acumulaba las tazas de café bajo la cama. La simpatía por Ingrid está en otro lado.

Pero la libertad es mía, al menos en este momento, y veo a Ingrid conduciendo su furgoneta, parando en la primera estación de servicio, comprando el Hola y colgando de ese trasto con ruedas el cartel de “Se vende” que pensó que la hacía libre y solo la convirtió en una caricatura de sí misma. Con el pelo limpio la vida se ve de otra manera.



domingo, 22 de mayo de 2022

SOMOS UN MOJÓN

 




La decisión sobre la edad que marca la falta de responsabilidad penal por la comisión de un delito no es más que una decisión política criminal. En este país está fijada en los catorce años de edad. Sin embargo, desde un punto de vista social, incluso ético y moral, esas limitaciones no encuentran fácil acomodo porque un menor, aun sin alcanzar la mínima edad establecida para reclamar su responsabilidad, el alcance de los hechos que comete activa, incluso pasivamente. Los niños saben distinguir lo que está bien de lo que está mal. 

A menudo, de discute sobre qué edad es adecuada para el reconocimiento de determinados derechos. Y se discute mucho sobre todo ello. Pero se discute muy poco, prácticamente nada, sobre las obligaciones que esos mismos menores de edad, no siempre niños, pueden tener. Se olvida con frecuencia que los derechos deben ir parejos a las obligaciones y que el discurso perverso que ensalza unos y soslaya la existencia de las otras, es perverso y aboca a la sociedad al fracaso. Las muestras las tenemos ya sobre la mesa. Educar de una manera cívica debe partir del reconocimiento de ambas cuestiones: los derechos y las obligaciones que son, en definitiva, las dos caras de la misma moneda. Pero vivimos en unos tiempos de una constante reivindicación del derecho y de la huida de la obligación y este panorama lo estamos trasladando a los más jóvenes.

Tengo muchas dudas sobre la edad a partir de la cual una persona no necesita ser asistida, acompañada, incluso en algunos casos, tutelada en la toma de decisiones o en el ejercicio de sus derechos. Hay decisiones que una vez tomadas no tienen vuelta atrás y sus consecuencias, para bien o para mal, acompañarán durante largo tiempo y condicionarán de una manera fundamental el futuro de aquella persona sobre la que recae incluso sobre su propio entorno. En el mismo tablero de la duda, coloco la cuestión de la responsabilidad, incluso penal, de los menores. Son demasiadas dudas que precisan de un debate honesto y en profundidad para cambiar el paradigma actual. Puede que el primer paso para un cambio verdaderamente fundamenta, esté en comprender que una sociedad fracasa cuando no se cuestiona la idoneidad de un sistema que se ha mostrado nefasto en la salvaguarda de la educación y valores sus jóvenes; que fracasa cuando da por buenos comportamientos inaceptables pero que se admiten en función del color político que se posiciona junto a ellos. Como sociedad somos un mojón y, hoy por hoy, no hay visos de que la cosa vaya a mejorar.



viernes, 13 de mayo de 2022

EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA, A MANO MENOS

 



Desde que el ordenador se impuso al bolígrafo y el papel, la letra de la gente se ha estropeado una barbaridad. Las clases de caligrafía no existen y los cuadernos Rubio han quedado enterrados en el subconsciente de los que fuimos a la escuela cuando aún se salía a las seis y en verano existían los deberes que quemaban como el sol de agosto. He intentado recuperar unas notas de trabajo que tomé de mala manera. Sigo perpleja frente al folio intentando descifrar mi propia letra que aun no comprendo en qué momento se transformó en delirio de curvas convertidas en un sindiós que me deja estupefacta. Escribir con buena letra era casi una obligación pero hoy es una de las muchas cosas que se van perdiendo. El teclado ha ganado la partida y nosotros, como idiotas, estamos dejando perder la posibilidad de comunicar y relacionarnos mediante el trazo personal de la escritura a mano. Una pena.




domingo, 1 de mayo de 2022

INEXACTO


 

Quieres frenar la caída con una pirueta en mita del aire,

el pie no alcanza el suelo y la memoria olvida.

Cuentas hasta tres y te preguntas qué es lo siguiente.

Vuelves a contar y olvidas la de veces que volviste atrás.

No hay cuenta que valga. 

Los números se descuadran en una locura de inexactitud abismal.




domingo, 24 de abril de 2022

ABRIL




* Nadar con gafas no es cualquier cosa. Uno podría pensar que es lo habitual pero no cuando las gafas se sujetan con dos patillas y un puente de carey sobre la nariz. Recordarle a doña Emilia que se ha metido en el agua con las gafas de ver es algo innecesario, lo sabe, pero pasa de todo. Ojalá así si algún día llego a los ochenta y ocho y sigo con las clases de aguagym.

* La globalización pasa por compartir banalidades que en momentos aciagos se convierten en un alivio. Entro a tomarme una café en el Mc Donalds de la estación. Apenas hay nadie y ya es extraño.  Al fondo, una mujer y dos críos desenvuelven con un cuidado extremo unas hamburguesas. Nadie habla. Los niños, comen despacio, a bocaditos diminutos. La mujer mira a través de la cristalera, su comida sigue sobre la mesa. Sé de dónde vienen, sé de lo que escapan. Dentro de mi resuena un ¡Madre mía!  El punto de recepción se encuentra junto al restaurante. La niña, sentada frente a su madre, empieza a tararear. La madre sonríe y en mi cabeza, una y otra vez resuena un ¡madre mía!, que no puedo evitar.

* Le eché tanto de menos que a veces me costaba respirar. Me acostaba pensando que un día más era un día menos. La vida se había presentado así y había que dejarse llevar. Ella manda. Hoy le sigo echando de menos, mucho, aunque respiro con cierta normalidad. Aún así, sigo pensando que la vida manda y que ya puedes hacer el pino puente que cuando se pone cabrona no hay quien le gane.

*Dije que no volvería a comprar ni un solo libro hasta que no volviera a leer con ganas. Falté a mi palabra. Acumulo sobre la mesa unos cuantos ejemplares y ahora me debato entre rendirme y volver al redil entre “Los inquietos” y “No y mil veces no”. Quizá la solución sea quemar la tarjeta de crédito.

* El pelo ha vuelto a crecer. Me sentía extraña después del corte con el que sacrifiqué la melena a base de un “corta algo más que las puntas”. Ahora vuelvo a ser yo pero con bastantes más canas.

* Leí que, en una ocasión, cuando le preguntaron a Tolstoi por cómo iba la novela que andaba escribiendo y que no terminaba de entregar nunca, solo pudo decir “Ana Karenina se fue”.  ¿Cuántas Kareninas andan a la fuga? La inspiración no siempre es para el que se la trabaja, o puede que sí, yo qué sé.

* Abril deja cuatro ideas apuntaladas y unas cuantas imágenes que más pronto que tarde sé que olvidaré porque, aunque ahora las anote como algo relevante, no volveré a ellas y se difuminaran hasta desaparecer. Polvo de la nada que a la nada vuelve. Nadie me ha robado el mes de abril, pero ojalá lo hubieran hecho.




domingo, 3 de abril de 2022

MAREA

 


No existe semana en la que no recordemos hechos, casi siempre luctuosos, que han pasado en algún momento del que se estima es la vida del ciudadano medio. El día en que un avión se estrelló contra las torres gemelas; el día que reventaron los trenes en Madrid; el día que le descerrajaron un tiro en la cabeza a Miguel Angel Blanco; el día que Filomena dejó a Madrid encerrada entre nieve y descontrol. Ni un solo día durante el que no podamos recordar algo tremendo que durante semanas nos tuvo el pensamiento ocupado, el ánimo decaído y la sensación de que el mundo dejaba de ser lo que era para ser otra cosa distinta, casi siempre peor. 

En los dos últimos años acumulamos sucesos que nos recuerdan que somos mínimos, insignificantes. Seres enanos arrastrados por el barro de los acontecimientos. Una pandemia que mata, pero que ahora ya poco, según dicen; un volcán que sepulta la vida de unos cuantos y hemos olvidado; y una guerra que nos desveló una madrugada de invierno y hasta ayer parecía imposible. Europa se llena de muertos y son los nuestros. ¿Quién lo iba a decir? En el siglo XXI se mata como siempre, llevando a cabo carnicerías que superan la razón y el estómago de cualquiera que se considere un ser humano. ¿Dónde estabas cuando llegó el horror? Creo recordar los lugares en los que me encontraba cuando pasó cada una de las cosas que menciono. Pero el tiempo corre muy rápido, a veces tanto que es imposible que los recuerdos se fijen de una manera clara y terminan desvaneciéndose poco a poco, confundidos entre las cosas de otros que nos cometan, que nos dicen, y que hacemos nuestras sin que lo fueran.  Imágenes desvaídas de una realidad que olvidamos a la misma velocidad que el chasquido de dedos.

La pregunta equivocada: ¿Quién nos iba a decir que el mundo reventaría de nuevo? Nunca ha dejado de hacerlo. Nos confiamos, nos acomodamos y terminamos por embrutecernos bajo la apariencia de una civilización prospera, sin darnos cuenta que hay mareas que reculan para avanzar y ahogar sin clemencia alguna. Dejamos que la maldad siguiera campando a sus anchas y ahora, con nuestra propia miseria a cuestas, no nos queda otra que intentar no olvidar quien somos y qué es lo que queremos.