domingo, 4 de diciembre de 2022

SABES QUE TE HAS HECHO MAYOR...




 

¿Cuántas veces has dicho aquello de “Sabes que te has hecho mayor cuando…”? En las redes sociales se lee con frecuencia y la frase continúa de manera manera más o menos chistosa con cosas como “Cuando descubrí que la lavadora no funciona sola”, “Cuando decidí que lo mejor del viernes noche era ponerse el pijama de felpa, enchufar Netflix y dormirse en el sofá antes de las diez”. Muchas veces he dicho o escrito tonterías como esas. Pero, cuando lo pienso de verdad y dejo el chiste de lado, la cosa pierde bastante gracia. Porque la verdad es que fui consciente de haberme hecho mayo, el día que me di cuenta que, con demasiada frecuencia, espiaba la nevera de mi madre para saber si estaba comiendo bien; o que cuando iba a su casa le contaba las pastillas para controlar si se las tomaba o no; o cuando una mañana me aposté en la esquina de su calle esperando a ver si salía a pasear como ella afirmaba que hacía a diario y de lo que yo tenía mis dudas. Y me di cuenta no solo de que me había hecho mayor, sino que a ratos, cada vez más largos e intensos, había dejado de ser hija para convertirme en una especie de madrastra con buenas intenciones pero ofuscada que se siente culpable en el papel que ahora le toca interpretar. Y es que cuando se empieza con esa supervisión que llega por necesidad, los papeles empiezan a invertirse y ya no hay marcha atrás. Un día, como otro cualquiera, descubres que se salta la dieta a escondidas, o que abre la puerta de casa sin preguntar quién es, y mil cosas como esa que te hacen sufrir a ti y a ella un poco menos. Y la riñes como si fuera una niña mientras te mira con cara de querer mandarte al guano pero no lo hace. Y entonces, tras el sofoco, te sientes mala como la tos porque a veces pierdes los papeles, y aunque después intentas arreglarlo, te das cuenta de que pecas de condescendiente y te lías, mucho. Te toca hacer lo que no quieres y nos siempre sabes manejar la situación. Intentas volver a tu papel de hija y ella, por un rato, te deja y toma el mando porque, aunque mayor, sigue siendo tu madre y tú su hija. Pero el orden se invierte de una manera cruel y ya no hay vuelta atrás ni queriendo.




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