domingo, 30 de septiembre de 2012

SECRETOS


Todos tenemos secretos. Una buena gestión de los mismos pasa por no exteriorizarlos nunca. Cuando, en un alarde de confianza, los compartimos, hemos puesto el punto y final a "eso" que considerábamos sólo nuestro, a "eso" que, mejor o peor, quedaba dentro de nuestra pequeña esfera. 

Es en ese momento cuando lo que teníamos reservado para nosotros, lo que no mostrábamos al resto por el motivo que sea, deja de pertenecernos por siempre jamás. 
Compartir un secreto lo emponzoña, deja de ser lo que tu creías que era para convertirse, transformarse,  en lo que el confidente quiere, casi siempre en algo muy alejado a lo que era. Por eso, algunas cosas, algunas alegrías y sobre todo algunas penas, deberíamos mantenerlas en una reserva absoluta.

Hace ya algunos años aprendí que mis mejores secretos, los que de verdad me importaban, los que me hacían vulnerable, debían permanecer en mi interior. 

Aprendí que algunas cosas no debía contarlas jamás salvo que quisiera que "eso" que hasta ese momento había sido mío, sólo mío, pasara a ser propiedad del mundo, para que lo interpretara como mejor quisiera y lo colocara en un lugar casí siempre muy alejado del sitio, de la emoción o de la importancia que yo le había otorgado.

Pero mantenerse en esa postura casi siempre es un imposible. Compartir el mundo con otros, con los que nos relacionamos, lo queramos o no, porque forman parte del entramado o del escenario de nuestra historia, convierte el secreto en un eterno suspense. Conservar en la esfera más privada y exclusiva eso que consideramos que nadie debe de tocar puede convertirse en cuestión de suerte.

Tengo secretos, a mi edad es lógico tenerlos, si no fuera así no habría vivido. Algunos son tan gratos y poco confesables que harían las delicias de cualquier cotilla y provocarían  algún que otro desastre. Otros son tan dolorosos que el único lugar en el que caben es en mí misma y no  debo ofrecerlos a nadie jamás. Cuestión de superviviencia en ambos casos.

No se trata de vivir en lo oculto, sino de vivir conservando como un tesoro lo que no queremos que nadie pudra. 

Mis secretos son míos, el día que ya no me interesen, serán tuyos.

viernes, 28 de septiembre de 2012

SHADOWS


"De nuevo mataría, verle cerca
cual rostro de papel contra su pecho,
como sus cartas conservar solía
tornándolas piel nueva, viva y cálida,
pero ahora ella es papel, y fría siempre".


Te invita a que saltes sin mirar. Tu maldad, tu maledicencia es feroz. Cualquier gesto que hagas es considerado una muestra de ese ser retorcido y enfermo que llevas dentro. Eres una ofensa continua.


Bajas la vista intentando intuir un suelo que no ves, mientras valoras si es mejor saltar por la derecha, o tal vez sea mejor hacerlo por la izquierda. Sólo demoras el momento pero sabes que tampoco importa demasiado el costado que escojas, de lo que se trata es de saltes, que desaparezcas y te conviertas durante unos minutos, antes del olvido definitivo, en el reflejo de un ser gris, mezquino, tan despreciable que merezcas un infierno perpetuo.



Y así, con una invitación a conocer ese a quien no reconoces en ti, el silencio se adhiere a tu garganta como una masa gelatinosa. Te aturdes, pero sigues sin ver el fondo porque tu lugar no se encuentra allí, y te recuerdas que el mejor salto siempre es el que se realiza de frente.
 




miércoles, 26 de septiembre de 2012

¡DÍOS MÍO! ¡DIOS MÍO! ¡QUÉ TARDE VOY A LLEGAR!




"¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué tarde voy a llegar!"

Con esta exclamación, el conejo blanco de “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”, se pasaba el día arriba y abajo. Ciertamente, como el conejo, pero sin los ojos rosados, sin el chaleco y sin un reloj de bolsillo que cuelgue de una bonita leontina, me he pasado más de media vida corriendo ciegamente al lado de los que, por el motivo que fuera, traían a mi vida momentos estelares de descubrimientos y aventuras, en el sentido más amplio de su expresión.

Hoy cumplo años, unos pocos, y aunque sigo queriendo correr,  ahora ya son pocas las veces que lo hago ciegamente, y son muchas menos las ocasiones en las que espero que aquel a cuya vera corro, esté dispuesto a mantenerme el paso cuando sea yo quien le adelante y, de modo sorprendente, le descubra lo que sea.

Pero, no nos vamos a poner trascendentes, porque como dijo el conejo ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué tarde voy a llegar!". Me quedan algunas cosas importantes por hacer. Nada de plantar árboles, ni tener hijos, ni escribir libros, para eso se me ha pasado el arroz. Por eso espero que la vida sea generosa, me de un poco más de carrete, aunque a veces sea a trompicones y con sustos morrocotudos y me permita, ni que sea a la pata coja, seguir corriendo a la vera de aquellos que aún hoy, pese a la falta de ceguera, sean capaces de provocarme un pálpito. A esos, gracias.

lunes, 24 de septiembre de 2012

RECREACIONES VII -LIU GUOJIANG y XU CHAOQIN--


Si volviera a nacer, te buscaría de nuevo. 
Regresaría a la cueva, si tú estás en ella. 
Bebería el agua de la lluvia, comería las bayas, las raíces que el bosque me ofreciera, y me ocultaría bajo la sombra del gran Banyang hasta saberte de nuevo.
Si volviera a nacer, cavaría con mis propias manos, sin importarme el dolor, ni el frio, ni el miedo que trae la noche, los miles de escalones que nos separaran del mundo. 
Si volviera a nacer, esperaría que al morir mi mano, vieja y cansada, descansara entre las tuyas y, acomodada sobre tu pecho, escuchar el latido de tu corazón mientras el mío se detiene.

"Hay nubes blancas en el cielo,
grandes acantilados se elevan hacia lo alto.
Interminables son los caminos de la tierra,
montañas y ríos obstruyen el camino:
te ruego que no mueras.
Por favor trata de venir nuevamente".

-Shu Chung-

jueves, 20 de septiembre de 2012

LIMONCELLO -It-

 

Cercai il tuo pigiama di Superman e non lo trovai. Scoprii un biglietto del tram con il tuo nome e l’impronta digitale del tuo dito tatuata tra le pagine di Rimbaud. Ricercai tra i vecchi giornali la pubblicità di uno shampoo. Giocai alla lotteria di fine anno e comprai un biglietto immaginario per Singapore.

Caotico tu, caotica io.

Ballai sotto la doccia e ti vidi. Innaffia il cactus con il migliore limoncello mentre pettinavo il gatto con una forchetta di Siracusa. E alla fine, quasi alla fine, odorai il tuo maglione.
La fuori, da alcune ore, non è più azzurro. Qualcuno brucia fogli. Guardo le mie calze e le mie scarpe col tacco e muoio, perche veramente muoio, mentre ascolto un sassofono.
E tu? 

© Traducción Antonino Pingue
http://eltodaviamas.blogspot.com/


Versión en español: Limoncello

Branford Marsalis - I Thought About You








 

martes, 18 de septiembre de 2012

PALIMPSESTO o "CIUDAD ABIERTA" DE TEJU COLE




Debería poder llegar en ese tiempo pero tengo que cruzar el centro y, aunque la distancia no es grande, si quiero llegar debería caminar más rápido, pero no puedo correr, no quiero correr.

Un dragón sobre las chinelas, aunque sea dorado, no sirve para volar.

Esta tarde, a la caída sol, Teju Cole presenta en el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona), su última novela “Ciudad abierta”. Durante todo el día me he debatido en mi propia contradicción: asistir-no asistir.

¿Podría, sin sufrir una franca decepción, escuchar a quien para mí ha escrito una de las novelas más bellas de la temporada? ¿Podría alejar a Julius, el protagonista de la novela, de este encuentro y no comparar al escritor con un personaje con el que, a priori, parece converger?

No son pocas las veces que tengo grandes dudas sobre la bondad de conocer, fuera del contexto de sus obras, a quienes las crean. La lectura de una novela, en realidad de cualquier obra, es siempre subjetiva. De ese modo, aun cuando el lector intente adoptar una postura madura frente a lo escrito, colocándose incluso a una sana distancia del autor, es inevitable, casi imposible, que aquel no se forme una idea, casi siempre equivocada, sobre la personalidad del escritor, identificándole, más equivocadamente aún, con los personajes de sus libros, sobre todo cuando estos son de corte intimista. Y estos frecuentes errores de bulto que los lectores cometemos, que casi podríamos calificar de pecados capitales de la lectura libre, son los que, con el tiempo, me invitan a mantener la prudente distancia con el hombre, la mujer, que hay en la sala de máquinas de cada novela.


Pero, siguiendo a mi propio contradictorio devenir, cuando apenas faltaban quince minutos para el inicio del encuentro con Teju Cole, y maldecía sordamente la infernal huelga de transporte público que me obligaría a tener que volver andando a casa, desdiciéndome de las mil razones por las que había decidido no acudir a la presentación, he cruzado el patio del vetusto edificio de la calle Montealegre, he subido, casi cabizbaja, al Mirador donde el autor estadounidense, de raíces nigerianas, presentaba su segunda novela, “Ciudad abierta”.

Durante una hora he escuchado con atención las explicaciones del autor. No voy a reproducirlo porque, con toda seguridad, podrán tener acceso a esta charla a través de la página del CCCB.  De toda la intervención del escritor, me quedo con la lectura, pausada, envolvente, que el mismo ha realizado de uno de los  fragmentos de su novela. El resto, pues lo esperado, prescindible. 

Sin embargo, no puedo dejar de recomendar una lectura sosegada, sin prisas y viva de “Ciudad abierta”, el segundo libro del autor. Una novela sin trama, deliciosamente escrita, situada en Nueva York en la que su protagonista, Julius, con sus enormes contradicciones, pasea por la ciudad y, de un modo sobrio, solitario y melancólico, casi de la mano, nos muestra los entresijos de una ciudad que ha sufrido un trauma terrible (el 11S, la novela se sitúa en el año 2006), y los suyos propios. Un hombre interactuando con una ciudad, mostrándola paso a paso. Con un lenguaje preciso, extremadamente bello, convierte las calles, sus paisajes, sus imágenes, en una prolongación de su propia existencia, de sus propios temores, de su vida. 
Porque las personas, como las ciudades, tenemos mil caras, mil capas, y experiencias que acumulamos y nos deja marcas indelebles como en los viejos palimpsestos.

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 "Me gustaba el murmullo de los locutores, el sonido sereno que llegaba desde miles de kilómetros de distancia. Bajando el volumen de los altavoces del ordenador, miraba afuera, acurrucado en el solaz que ofrecían las voces, y no me costaba comparar mi situación en un apartamento exiguo con la del presentador o la presentadora en su cabina radiofónica en lo que debía ser la medianoche de algún lugar de Europa. Todavía hoy en mi mente aquellas voces incorpóreas están conectadas con la aparición de los gansos primera parte que emigran. No es que en realidad haya alcanzado a ver las migraciones más de tres o cuatro veces en total: lo que veía la mayoría de las tardes eran los colores crepusculares del cielo, sus azules de pólvora, sus rubores sucios, sus óxidos, todos los cuales paulatinamente dejaban paso a la sombra profunda. Cuando se hacía de noche tomaba un libro y leía a la luz de una vieja lámpara de mesa que había rescatado de uno de los contenedores de la universidad; la bola de vidrio que encapuchaba la lamparilla teñía de una luz verdosa mis manos, el libro, el deslucido tapizado del sofá. A veces incluso leía en voz alta, y al hacerlo notaba lo extrañamente que mi voz se mezclaba con el murmullo de los locutores radiofónicos franceses, alemanes u holandeses, o con la fina textura de los violines de las orquestas, todo esto intensificado por el hecho de que, cualquiera que fuese el libro que estaba leyendo, probablemente había sido traducido de alguna lengua europea".

sábado, 15 de septiembre de 2012

LA FAVORITA



Desde la nostalgia, apuntalada por una luna casi invisible, los noctámbulos que sobreviven sus horas imposibles recuperan momentos que no existieron nunca.

Por el resquicio de la ventana, apenas entra un poco de luz. Una luz mortecina, exhausta y temblona. Pongo el portátil sobre la mesa, enciendo y mientras espero a que se caliente el horno, busco entre la pila de notas las últimas que dejé escritas.

Voltaire no está de moda, como tampoco lo están los boxer, ni la camisa que llevo puesta. Los miro y me sorprendo que aún soporten noches de vueltas y más vueltas. Tampoco lo está la claridad, ni siquiera la clemencia con uno mismo.


"Son tantas las causas secretas que con frecuencia se mezclan a la causa aparente, son tantos los resortes desconocidos que sirven para perseguir a un hombre, que a los siglos posteriores les resulta imposible discernir la fuente oculta de las desdichas de los hombres más notables, y con mayor razón la del suplicio de un particular que sólo podía ser conocido por los suyos”.

Un envolvente aroma a vainilla y limón caliente, suaviza la tensión de mi espalda y calma, alejando de mí, la idea delirante sobre el permanente desconocimiento de esas causas secretas que me oculta porque son sólo suyas.
Nunca conocerá la desdicha, no al menos la que se hornea a la vez que los diminutos éclairs.

La lamparilla me juega una mala pasada y quedo en penumbra de nuevo. El reflejo de la luz del horno y de la pantalla impide que tenga que caminar a tientas hasta encontrar una vela. La debilitada luz de la farola ha dejado paso a una alborada húmeda, espesa.  

Una fina cortina de lluvia desdibuja la estela de su imagen que apenas recuerdo. Nunca creí en lo inmutable, en lo eterno. La fugacidad de lo vital que se aleja de un manotazo, nada importa salvo la individual supervivencia.

Debería poder encontrar esa cinta roja, pienso. 
Oigo una bandada de gaviotas cruzar la ciudad con sus característicos chillidos. No puedo verlas. Abandonaron el mar y sobreviven apostadas en los terrados.

Algo cambió y de nada sirven las palabras que esconden los hechos que, por contumaces, acaban imponiéndose. Los sentimientos no se pueden inventar de modo permanente, ni mantenerse vivos de la nada. 
Le veo, colocándose las gafas sobre el puente de la nariz, anotando sobre un mantel de papel las seis razones por las que el mundo surgió de una quimera extravagante y atroz.

Coloco un cd de Eugene Ysaÿe y su violín me aísla en la cocina. Mañana le escribiré y, sin enviarle nada de lo que escriba, sabrá que fue su fugacidad lo que convirtió en misteriosas sus secretas causas. Le sé sin necesidad de que diga nada. 

Sobre la mesa de la cocina, junto a las vainas de vainilla y las semillas de cardamomo, le escribí para él, sólo para él, el adiós más ligero que pude. No tengo nada que ofrecerle.


jueves, 13 de septiembre de 2012

"AMIGOS CLASE A" y "PLAN B"


Huyo de las personas que dicen tener muchos amigos, de los que dan exageradas muestras de afecto sin motivo y de los que creen que las relaciones son de plastilina y puede modelarla a su antojo sin contar con el que tienen enfrente.
Por eso puedo presumir de tener muchos conocidos (a algunos los conozco muy bien) y de tener pocos amigos. A estos últimos puedo contarlos con los dedos de las manos y me sobra algún que otro dedo.
Pero la tendencia natural a llamar amigo a cualquiera que se nos arrima hace que algunas personas se confundan. Sin embargo, en mi caso, yo lo tengo claro, si a todo aquel al que conocemos y mantenemos una cierta relación tenemos que llamarle “amigo”, yo les llamo “amigos clase B” y a los de verdad (que en realidad son los principales, los únicos), esos son los “amigos clase A”. Aquellos donde la reciprocidad lo preside todo, sobre todo  en el envite de la oferta y la demanda en aquello del tú y yo.
Esta clasificación entre “A” y “B” no es mía, se fraguó un invierno de 1986 en el bar de la facultad de medicina mientras diseccionábamos el mundo y a nosotros mismos. Han pasado más de veinte años.

11 de noviembre de 2010. Los “A” corremos arriba y abajo, dejamos niños en el colegio, a nuestros mayores asistidos y recogidos, quemamos suela y alma a cada minuto que trascurre pero hoy, como en otras ocasiones, después de todo eso, hemos aparcado nuestras carteras, los fonendoscopios, nuestros papeles, nuestros libros, y hemos dejado todo eso descansando  a los pies de una simple mesa de metal, tosca y fría, como en la que nos sentábamos en 1986. Nos sacamos las corbatas, los foulards y volvemos a los veinte años, cuando todo estaba por hacer. Miramos al mar mientras removemos los cafés que sustituyen las cervezas de entonces y nos reconocemos. Somos clase “A”. Hemos hecho pellas, tenemos un Plan B, tenemos que rescatar a uno de los nuestros que se hunde. Una hora, no es demasiado. Por eso el café esta mañana sabe mejor que nunca. Los problemas, las decepciones y el  mañana incierto han quedado aparcados en la puerta y todo nos parece más menudo, más soportable. Reconocernos, con todo lo que llevamos a cuesta, es un lujo. Sólo nos falta uno, lo perdimos hace ya muchos años pero hablamos de él. Nos sonreímos hasta que las risas nos encaminan a las lágrimas espesas, esas que asoman y no caen. Pero ahí estamos, nos cuidamos, en la distancia, pese a los años, por eso siempre tenemos a mano un “Plan B”.


Simple Minds - Don`t You Forget About Me