lunes, 31 de julio de 2023

AGOSTO LLAMANDO A LA PUERTA




 

Armada con el abanico y una botella de litro y medio de agua congelada, veo los anuncios del verano. Pieles tersas y morenas que corren ligeras por playas que susurran un “Volver a verte, volver a verte”. Cuerpos tan esbeltos que no existen o, al menos no por aquí, gracias a Dios y a los carbohidratos. Pero la tele vende lo que vende y muestra unas fantasías estupendas que se da de bofetadas con la vida que late fuera de la pantalla. Lo mismo ocurre con las revistas de moda que se empeñan en colocar, a quien pueda pagarlas, cremas anticelulíticas, reafirmantes, exfoliantes e intenta maravillarnos con sus efectos y cualidades milagrosas, mostrando cuerpos que no lo necesitan, por edad y porque se les ha pasado Photoshop como a una paletilla de jamón de york se la pasa por el cortafiambre. Los publicistas odian la realidad y se les nota. Y es que la realidad pesa, cruje, huele y con el tiempo se vuelve tozuda. Es entonces cuando, entre la nebulosa publicitaria que hemos engullido, se empeña en devolvernos la imagen de alguien que creemos que es otro, porque no queremos reconocerlo, pero no, somos nosotros con su correspondiente dosis de objetividad. 

Somos lo que somos. Con los años encojemos; engordamos o adelgazamos en exceso; perdemos o ganamos vello; y la gravedad se pone exquisita. Frente al empecinamiento de la naturaleza no cabe otra que la resignación y relajarse un poco, aunque intentemos disimularlo haciendo complicadas y repetitivas tablas de ejercicios de fuerza que nos agotan, dietas que empiezan cada lunes y no llegan al martes, cremas que nos vacían el bolsillo y espejos combados con los que nos engañamos un rato. Pero, no somos tontos del todo y por eso, con la estocada de realidad en todo lo alto, nos gusta escoger el “Volver a verte, volver a verte”, aunque sea para hacer la croqueta, con nuestras lorzas por bandera, en una playa cualquiera del litoral mediterráneo. Feliz Verano, con sus cañas y sus cosas.


 

lunes, 24 de julio de 2023

DEL ESTADO DE MI CUESTIÓN




El país ha votado y a mí, que el sábado me dio un golpe de calor morrocotudo, me tiene desganada, desvaída, incluso un tanto indiferente. Y no es que me importe poco lo que pase a mi alrededor, no es eso. Es que con el tiempo y un par de bofetones de realidad inmediata, he aprendido que si de alguien no te puedes fiar es de los políticos. Da igual lo que salga en las urnas porque después pastelearán entre unos y otros para que aquello que la gente votó no valga para nada. Por aquí sabemos de qué va el tema. Supongo que es por eso que, entre vomitona y vomitona (que no negaré que como attrezzo de lo que vivimos, le viene al pelo), pongo la directa y paso de comentaristas, presuntos pactos y cualquier cosa que se nos escapa de las manos y que, me atrevo a decir, poco tienen que ver con el interés general y mucho más con el apego de unos cuantos a sus nóminas a cargo de un Estado en el que se ciscan día sí y día también. La relación que tiene este país con su Gobierno es enfermiza desde hace muchas legislaturas. Puede que esta extraña manera de vincularse con quien manda forme parte del hecho diferencial de los ciudadanos de este país, incluidos aquellos que se consideran extranjeros dentro del mismo. No hemos aprendido, pese a que para otras cosas parece que lo tenemos muy claro que si te mienten, te roban y te chulean lo que hay que hacer es salir corriendo del lado de ese que te tima, te engaña y te sablea sin compasión. Tampoco hemos aprendido que hay cosas que no se pueden consentir y que, a veces, incluso a los “nuestros”, los que sean, hay que decirles basta. Pero da igual, aquí nos quedamos anclados en una dicotomía que soporta mal la realidad.  Ha llegado la hora del ruido y del esperpento. Veremos actitudes y actuaciones que de democráticas tendrán poco, pese a que se diga lo contrario.  Toca replegarse a los campamentos de invierno, refugiarse en uno mismo, hacer hucha, reivindicar que a las cosas se las empiece a llamar por su nombre y que alguien, con sentido común, baje el volumen a este ruido insoportable. Yo de momento, estoy que no puedo y voy a vomitar un rato. El sol de verano a veces te deja hecho polvo.



martes, 18 de julio de 2023

AMARILLO, SUBMARINO NO ES

 


Primero unos zumbidos. Después, unos golpecitos. Uno tras otro y vuelta a empezar. Podría estar en el interior de un submarino. El sonido debe ser similar. Pero no, esto no es un submarino, ni tampoco en un paseo de veinte mil leguas. Me entra claustrofobia. Pero soy obediente, ahora incluso un poco temerosa e intento concentrarme en un paisaje agradable. Pienso en agua fresca. Un río, una playa, una piscina. Una alberca arrullada por el sonido de las chicharras un mediodía de agosto. Todo vale, nada sobra. Llegan nuevos golpes, ahora un poco más intensos y estoy tentada de apretar el botón. Me pica la nariz. Pero aquí no se rasca ni Dios. Y me quedo adormecida. Lo sé porque siento un poco de frío y en la vida despierta el calor no da tregua. Sólo aquí puede hacer frío. Aquí todo es distinto. Áspero, frío, incierto, incómodo. Me viene a la cabeza algo que recoge Uriarte en sus “Diarios”. Se puede ser un cabrón y escribir bien, y que es posible que solo los cabrones escriban bien. Espero que pase lo mismo con el tipo que ahora mismo me remira por dentro. Es un cabrón petulante, pero espero que sea el mejor. 



viernes, 7 de julio de 2023

PUTO JULIO

 



El metro va medio vacío, hace frío aunque julio aprieta con un calor y una humedad imposible. Google te recuerda y, de paso, me envía una notificación para que yo también me acuerde. el pasado bucea entre bit y se queda tan ancho ¡Qué locura! Entra un tipo con un equipo de música más grande que el mismo. Empieza a sonar un ritmo machacón, un chunda-chunda que no presagia nada bueno pero, como no hay posibilidad de escape, habrá que conformarse y reconocer, pasado el primer minuto y antes de llegar a la siguiente estación, que la cosa no está tan mal. Nada mal. El acompañamiento no le acompaña, pero menuda voz. Una estación más y ahora pasa con un sombrerito para la propina y un letrero con sus datos de Instagram. Lo busco, me pongo los auriculares y escucho un par de grabaciones. Le doy a seguir, aumento su lista de seguidores y voy pasando de vídeo en vídeo mientras alucino con el vozarrón. Si eso no es talento yo ya no sé. Pero también es verdad que yo hace mucho que ya no sé nada y que me conformo con asombrarme yo sola aunque eso, que a mi me parece maravilloso, no sorprenda a nadie. Veo y escucho las doce grabaciones que tiene colgadas y me asombro. Lo maravilloso y extraordinario que tiene el talento es que es particular. Y la naturaleza, sabia y tacaña, lo reparte con cuenta gotas. Vuelvo al recuerdo de Google, pulso el visto y sigo mientras me froto la frente. Quiero llegar a la siguiente estación, escapar del frío del aire acondicionado y endilgarme un helado, de vainilla a poder ser, que no se lo salta un gitano. Puto julio.