Armada con el abanico y una botella de litro y medio de agua congelada, veo los anuncios del verano. Pieles tersas y morenas que corren ligeras por playas que susurran un “Volver a verte, volver a verte”. Cuerpos tan esbeltos que no existen o, al menos no por aquí, gracias a Dios y a los carbohidratos. Pero la tele vende lo que vende y muestra unas fantasías estupendas que se da de bofetadas con la vida que late fuera de la pantalla. Lo mismo ocurre con las revistas de moda que se empeñan en colocar, a quien pueda pagarlas, cremas anticelulíticas, reafirmantes, exfoliantes e intenta maravillarnos con sus efectos y cualidades milagrosas, mostrando cuerpos que no lo necesitan, por edad y porque se les ha pasado Photoshop como a una paletilla de jamón de york se la pasa por el cortafiambre. Los publicistas odian la realidad y se les nota. Y es que la realidad pesa, cruje, huele y con el tiempo se vuelve tozuda. Es entonces cuando, entre la nebulosa publicitaria que hemos engullido, se empeña en devolvernos la imagen de alguien que creemos que es otro, porque no queremos reconocerlo, pero no, somos nosotros con su correspondiente dosis de objetividad.
Somos lo que somos. Con los años encojemos; engordamos o adelgazamos en exceso; perdemos o ganamos vello; y la gravedad se pone exquisita. Frente al empecinamiento de la naturaleza no cabe otra que la resignación y relajarse un poco, aunque intentemos disimularlo haciendo complicadas y repetitivas tablas de ejercicios de fuerza que nos agotan, dietas que empiezan cada lunes y no llegan al martes, cremas que nos vacían el bolsillo y espejos combados con los que nos engañamos un rato. Pero, no somos tontos del todo y por eso, con la estocada de realidad en todo lo alto, nos gusta escoger el “Volver a verte, volver a verte”, aunque sea para hacer la croqueta, con nuestras lorzas por bandera, en una playa cualquiera del litoral mediterráneo. Feliz Verano, con sus cañas y sus cosas.
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