martes, 31 de enero de 2012

PELUSAS Y SEQUOIAS



Estos días hago por llegar pronto a casa, hoy lo he conseguido y mientras esperaba que la secadora hiciera su trabajo, me he sentado junto a Dalhman.  Leemos, durante un rato, la increíble historia de Harry “El hurón” y  Penny  “la  grulla”. Nos perdemos, los dos, por un bosque de sequoias gigantes mientras perseguimos al “hurón” que corre, cazamariposas en mano, intentado atrapar un raro ejemplar de Arctiidae Icnopila. 
 
Dalhman ronronea por primera vez en seis días. Suena el teléfono y dejo que salte el contestador, no voy a mover ni un solo músculo, estoy en el sofá, tengo un gato sobre las piernas y estos días, aunque para algunos pueda ser incomprensible, este animal se ha convertido en mi prioridad.
 
Le rasco su suave cabeza y entretengo los dedos entre la pelusa que no ha envejecido pese al paso del tiempo.  Levanta el cuello para que siga acariciándole antes de cerrar los ojos y colocar, de nuevo, la cabeza sobre las rodillas.
 
Volvemos sobre nuestros pasos, tenemos que alcanzar al “hurón”, nos lleva unas cuantas millas de ventaja, no sea que alcance ese raro ejemplar de mariposa y nosotros, aquí, a ritmo de clarinete, nos quedemos sin ver la infantil hazaña y se nos fastidie, de nuevo, la cena.


lunes, 30 de enero de 2012

BUSCANDO EL TONO


Creo deber alguna disculpa por ahí, y creo que me deben algunas. Pero pedir perdón no es sencillo. Reconozco que en ocasiones he demorado la disculpa porque, pese a saber que la debía, me crujía tener que darla, pero siempre es cuestión de serenarse y, pasado un tiempo, no me duelen prendas darlas cuando creo que tengo que pedirlas aunque, en ocasiones, ese pedir disculpas me coloque en una aparente desventaja frente aquel que las acoge. Y es que algunas personas reciben el perdón como una especie de triunfo que les coloca un escalón por encima de la cabeza de quien se disculpa. Pero lo cierto es que cuando uno se disculpa de verdad, porque cree que debe hacerlo, se queda más a gusto que dios, con independencia de lo que piensen los demás.

Todo esto viene a cuento de unas disculpas que, tal vez, ha llegado la hora de pedir, y por otras tantas que creo debo recibir. Y, esta noche, mientras volvía a casa en el autobús, con la nariz helada por un invierno que nos ha caído como un mazazo en esta falsa primavera en la que vivíamos hasta ayer, leía un párrafo de Auster que explica un poco todo esto que ahora digo.

   “Creí que sería sencillo, pero tuve que intentarlo seis o siete veces antes de encontrar el tono adecuado. Pedir perdón a alguien es un asunto complejo, un ejercicio de delicado equilibrio entre el terco orgullo y el apesadumbrado cargo de conciencia, y a menos que uno sea realmente capaz de abrirse a la otra persona, toda disculpa adquiere un timbre falso y vacio”.

Puede que empiece a escribir una carta, si encuentro el “tono adecuado”, pero yo no soy “Tío Nat”, y puede que tarde lo mío, claro.

domingo, 29 de enero de 2012

IRIS (2.0)


Sentada frente al espejo, centró la vista en el reflejo de sus propios ojos. Intentaba descubrir si en el centro de sus pupilas se escondía un secreto que ahora necesitaba con urgencia. Cabía la posibilidad que oculto en la retina descansara lo visto, imágenes que el tiempo había empezado a deformar y a tiznar de negro como un lejano recuerdo.

Esperaba que allí, entre lo excesivo, permaneciera impreso a la espera de revelarse de nuevo. Pero ni el deseo contumaz de encontrarle, ni la desesperada violencia en la búsqueda, le devolvieron nada. Poco a poco, como si aquellas pupilas también fueran a desaparecer, se fueron contrayendo, y terminaron por estrangularlo todo.

Pero en algún momento estuvo allí, en el fondo de un iris ahora ciego. El tiempo lo transformó en sencilla agua salada que se escapa por el hueco del lagrimal.

viernes, 27 de enero de 2012

MINIMALISMOS XXVI


En un embestida de aparente sinceridad, le regaló los oídos con un: “Eres mi debilidad”, pero la debilidad era tan débil que a los tres días se disipó.

ESPERANDO EL GRAZNAR DE DALHMAN



Acaba de marchar el veterinario. Dalhman no está bien. Llego a casa y lo encuentro tumbado en un rincón del estudio, junto a la pared. No es normal. Dalhman es un perro disfrazado de gato que sale en tu busca en cuando oye el tintinear de las llaves abriendo la puerta pero, hoy, soy yo quien tiene que buscarle.

Dejo el bolso en el suelo y le paso la mano por el lomo. Apenas gime mientras gira la cabeza y me mira con sus ojos felinos que anuncian que algo no va bien. Husmea el aire a trompicones en un gesto que repite para que le rasque el hocico.

Llegó a casa en la década de los noventa, dando pequeños brincos y graznando como una gaviota. Fue rescatado en un callejón cerca del puerto, supongo que por eso aprendió a imitar, pensando que le era propio, el ruido de las gaviotas; y aquí sigue, convertido en el rey del sofá, el amo de la prensa y en el mejor descabezador de cepillos para el pelo con mango de madera.

Vamos a tener que esperar unas horas, la noche va a ser larga. Dalhman se me ha hecho viejo y yo me muero de pena.





miércoles, 25 de enero de 2012

RAZONES y MEMORIA


Recuperar aquello que nos gustó, aquello que nos proporcionó momentos de felicidad, es un alivio. Llevo impregnada en la retina la imagen de la impresionante bahía de Halong y en mi corazón las maravillosas sensaciones que allí sentí.
Tengo sobre la mesa un libro de poemas vietnamitas. Un tesoro en papel barato descubierto entre la quincalla que las mujeres de los pueblos flotantes ofrecían desde sus juncos sigilosos.
Leí a Nguyen Bao Chan con los pies sumergidos en el agua del Mar de China mientras mi pensamiento viajaba hacia occidente describiendo la curvatura del sol. 

Un viaje que quedó varado a medio camino. Cosas de la vida. Sin embargo, conservo en la memoria, todos y cada uno de los segundos vividos en ese preciso instante que, más allá del espacio y del tiempo, rocé una mano que no estaba y supe, con la seguridad del que siente,  que en otro mar, muy lejano al mío, alguien sumergía sus pies y sentía el roce de una mano que no veía.

¿Razones para recuperarlo hoy? Ninguna, simplemente me acordé.


La memoria juega al yo-espío
Con aquellas cosas que uno recuerda
Halla una muñeca de madera
Y sueña un bosque
Recoge un caracol
Y escucha las olas del océano
Ve los rayos del sol naciente
Y experimenta la tibieza de los besos
Roza una piel desnuda
Y se quema con las brasas del amor
Sorbe el rocío de la noche
Y sufre nuevamente una antigua sed
Toca el río
Y las ondas se alejan
Se oculta
Y descubre el cielo
Gira sobre sí misma
Y cae en el abismo...
-Memoria-  Nguyen Bao Chan

lunes, 23 de enero de 2012

¿HABLAMOS DE GARZÓN?

Lo más sencillo es mezclar churras con merinas, decir que a uno se le ataca por tener un “color” determinado. Confundir a quienes no saben, ni quieren saber, hablar de oído, y hacer correr cientos de bulos poco informados, son un pasto perfecto para poner el país panza arriba.

Hace un buen puñado de años aprendí que nadie debería estar por encima de la Ley.  Hace otro buen puñado de años aprendí que las estrellas deben estar en el cielo o en el cine pero no en profesiones que por su cometido son la representación del Estado de Derecho democrático (aunque sea mejorable). Por eso, no puedo por menos que arrugar la nariz frente al tufo que lanzan algunas manifestaciones que ensalzan las actuaciones de Baltasar Garzón.

Lo fácil, lo sencillo, es mezclar las cosas. Colocar en una coctelera cuestiones distintas, polémicas y dolorosas para parte de la ciudadanía, cuestiones que nada tienen que ver unas con otras para, al final, ensalzar la figura de quien se cree por encima de todo, y  destrozar, en consecuencia, el trabajo, que en silencio, realizan muchas personas, con rigor y ciencia, para que nada ni nadie esté por encima de la Ley es, cuanto menos, muy lamentable. Permitir que se retuerza la ley, en función de quien lo haga, aunque se ampare en aparentes buenos fines, puede llevar a impunidades de las que en un futuro nos arrepintamos.


A Garzón no se le juzga por investigar nada, no se le juzga por perseguir nada. A este Juez estrella se le juzga porque se arrogó competencias que no le correspondían y lo sabía. Porque no cumplió las normas procesales y por actuar por encima de ellas a sabiendas.

No seré yo quien diga que los ciudadanos no tenemos derecho a saber que es lo que pasó durante un periodo determinado de nuestra historia, ni seré yo quien diga que los ciudadanos no tenemos derecho a conocer donde descansan los restos de nuestros muertos (los de un color y los de otro, porque no olvidemos que la Guerra Civil fue una guerra fraticida). Y no seré yo quien lo diga porque, precisamente yo, he tenido que retrotraerme a tiempos remotos, utilizar la Ley de la Memoria Histórica, para conocer parte de la historia de los míos.

Flaco favor se hace a la democracia, al propio Baltasar Garzón, a la ciudadanía en general y a la propia memoria histórica en particular, con manifestaciones que parten desde la ignorancia de la Ley, de la historia y del funcionamiento de la Justicia.
Creo que hablar de oído es una fatalidad, que aborregarse frente a posiciones que parecen progres por el mero hecho de parecerlo es otra fatalidad peor aún.

Equivocarse es una fatalidad, pero actuar, no por error, sino por una malinterpretada omnipotencia, eso, tiene otro nombre que espero le dé el Tribunal Supremo, en beneficio de todos.

PD.: En este post no voy a realizar comentario alguno, no tengo intención de polemizar con nadie, sino de expresar mi opinión. Igualmente, colgaré todos y cada uno de los comentarios que se hagan, me gusten o no.

Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura 
http://noticias.juridicas.com/base_datos/Admin/l52-2007.html#

domingo, 22 de enero de 2012

MIENTRAS DUERME EL SUEÑO DE LOS JUSTOS


Por un momento, mientras insertaba en el puerto del ordenador el cable del disco extraíble, que se suicidó hace unos meses, he sentido el cosquilleo de la esperanza. No sé qué es lo que me ha hecho creer que un tiempo de barbecho en la estantería le resucitaría cual Lázaro, y de modo milagroso, volvería  de la aparente muerte súbita que le supuso la precipitación al vacio hace ya algún tiempo.

Han sido unos minutos de contenida expectación y, a la vista está, que no ha habida vuelta desde el más allá de los discos duros muertos. Sin embargo, sé que aún camina hacia su “luz blanca” porque, cuando lo conecto, gruñe débilmente y aún expira el aire caliente que le orea las entrañas.

Pero sigue en un coma profundo. Dentro, más de dos mil fotografías, algunas de principios del siglo XX, otras bastante más recientes, algunas cartas y el borrador de dos libros de relatos que duermen, como si de Blancanieves se tratara, el sueño de los justos.

En un intento desesperado por devolverlo a la vida, por extraer su esencia y conservarla conmigo, lo destriparon manos cuidadosas que certificaron su muerte. Pero soy difícil de convencer cuando quiero conservar junto a mí las cosas que quiero, aunque sean odiosas.

Desconecto el cable con cuidado, lo envuelvo alrededor el disco, lo guardo en la caja y lo devuelvo a esa especie de urna acristalada que debe conservarle en estado aparentemente inmortal durante algún tiempo más. 

La agitación con la que comencé la mañana se ha ido apagando poco a poco y ahora, después de comprobar que no es sencillo recuperar a los muertos, me  dispongo a esperar sin prisa. Forzosamente llegarán tiempos en los que la ciencia avance y pueda recuperar los gigas de vida que se contienen en algo tan muerto como un disco duro y entonces, de nuevo, vuelva al estante en busca de un tesoro que iba camino de la luz y no llegó nunca.

jueves, 19 de enero de 2012

OLAS


Siempre me ha molestado el olor de las flores cuando empiezan a marchitarse.  Ese olor dulzón, desagradable, que me ofende en cuanto lo percibo. He entrado apurando el paso y ese hedor embriagante me golpea mientras atravieso pasillos forrados de haya, luces cenitales, cristales brillantes y piedras de diseño. Quiero acompañarle como en su día, en idénticas circunstancias, me acompañó a mí. Le veo al fondo, frente a la número siete. El destino juega con los números una y otra vez.  

Asomo la cabeza. El mismo envoltorio de haya, frio e impersonal, pero las peonias, como siempre, tienen un aspecto  vergonzosamente espléndido. Es todo tan aséptico que me entristece profundamente. Camuflar lo doloroso no lo hace desaparecer.

Barcelona ha amanecido con un sol rutilante. Una temperatura perfecta para sentarse y ver el mar. Desde aquí no se ven las olas, dice. Claro, estamos cerca de la bocana, aquí nunca las hay, le contesto.
No me mira, pero sonríe. ¿Tú crees que estará bien? Claro, pero prefiero que esté bien tú. 

Sus labios, un poco más agrietados, un poco más viejos, encuentran los míos sin dificultad. Nada que ver con los besos de entonces, pero así, una vez más, sellamos lo que hace más de veinte años nos prometimos: Cuando me necesites, estaré.

miércoles, 18 de enero de 2012

HOY SÓLO ESCRIBO: TE EXTRAÑO (2.0)


Paso el dedo por el cristal llevándome el rastro de tu último aliento.

Con el frío de la tarde y el vaho en la ventana, jugamos a escribir los últimos deseos (tú, yo, hoy). Pero es tan frágil la consistencia de un aliento que el calor del índice ha diluido cualquier atisbo de realidad y permanencia. 
Hoy, sólo escribo "te extraño".

¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú. 
                                                               Luis Cernuda


Ray LaMontagne - Until the sun turns black

martes, 17 de enero de 2012

FILTROS

Un día alguien me preguntó por esa necesidad de viajar a lugares lejanos, a mundos extraños sin comodidades, con temperaturas y ambientes insalubres. Me preguntó qué buscaba, de qué escapaba. Contesté que no escapaba de nada porque, por lo general, aquello de lo que queremos huir, se encuentra dentro de nosotros y yo, al menos yo, no estoy dispuesta a cruzar océanos girando sobre mi misma para no ver mi propia sombra. Y ¿buscar? poca cosa.

Por eso,  cuando viajo a lugares recónditos, insanos, me llevo conmigo aquello que me pesa en exceso, lo cargo aunque duela y lo depuro sentándome en la orilla de algún meandro embarrado, observando a los niños que, sin complejos, sin nada más que agua y sus risas completan su círculo vital.

Y es entonces, frente a eso, con un filtro de por medio, cuando libero el lastre que arrastro. Las risas siempre son iguales, inmortales, eternas y yo, en pleno enero, estoy pensando en el próximo recodo en el que sentarme pronto, muy pronto.


Nick Cave & The Bad Seeds - (I'll Love You) Till the End of the World

lunes, 16 de enero de 2012

NO PASA NADA

"El arte no es para nada la vida, sólo se le parece”. 

Llego a la estación con unos minutos de adelanto sobre la hora prevista. Recorro el andén con la mano en el bolsillo, mientras con la otra sujeto una valija pesada, demasiado, y temo que se me congele la mano antes de que consiga llegar a la salida para coger el coche que me espera. Siempre olvido el frío que hace en enero en esta ciudad y lo tarde que amanece.

Los guantes y las gafas de ver quedaron sobre la mesa a cientos de kilómetros, servirán, no me cabe duda, de colchón para Dahlman. Con un poco de suerte, a mi vuelta, seguirán bajo la custodia de un gato perezoso.

Samarkanda es un lugar espantoso en medio del caos, pero yo daría medio dedo casi congelado por conseguir un café humeante y poder estar en silencio los 40 kilómetros que tengo que recorrer con un tipo al que no conozco y con el que no tengo nada de qué hablar.

Cruzar la ciudad en medio de un tráfico feroz y con un tiempo de miedo se puede convertir en una tortura si deciden amenizarte el camino con conversaciones intrascendentes revestidas de amabilidad de previo pago. Pero cuando me abre amablemente la puerta de atrás sé que no va a pasar, no esboza ni la más mínima sonrisa. Lo prefiero, al menos hoy.

No tengo ganas de hablar, ni de escuchar las trivialidades que pueden cruzarse dos desconocidos en un espacio tan pequeño como éste.  Apago el teléfono móvil para no tener que dar explicaciones. Y puede ser la simple casualidad en la que no creo la que me provoca el bostezo cuando pienso en el porqué de algunas cosas que empiezan a aburrirme mucho.

Me acerco a la ventana para ver el drama del atasco, y el aliento imprime sobre el cristal una mancha absurda que limpio con el dorso de la mano. Ojala desaparecieran todos, todo. Pero no, todo sigue ahí. No pasa nada. Pero nada permanece invariable incluso cuando no pasa nada. Pienso en este argumento falaz, mentiroso, porque incluso cuando parece que nada pasa, algo está ocurriendo.

Busco en mi bolso mi agenda y anoto, “ver a papá”. Miro lo que acabo de escribir y cuento mentalmente los años que hace que murió mi padre. Debe ser también por esas casualidades en las que no creo que, por el altavoz que tengo a mi costado, empieza a sonar un piano. Sé que tengo que ir y sé que he hecho bien. Grandes dosis de nada.

En unas horas estaré de vuelta, tomaré el último café en el Samarkanda y seguiré pensando en el horroroso caos de esta ciudad; en que incluso cuando no pasa nada, algo está pasando. Y volveré a casa, con el frío que viene de fuera, la vista cansada, deseando colocar el CD y comerme un enorme bote de helado que deshaga, aunque parezca contradictorio, el horroroso frío que algunas cosas dejan por fuera e incluso por dentro.


domingo, 15 de enero de 2012

RECICLANDO SILENCIOS

Rescato unas líneas que había empezado a escribir a propósito de algo que nada tiene que ver con este blog. Un mal momento, un ataque de malentendida soberbia, hizo que lo mandara, con un solo toque, a la papelera de reciclaje virtual. Y allí ha permanecido durante unos días, reposando. Pero, por aquellas cosas que a veces pasan, hoy he recordado ese inicio de líneas y las he recuperado. Vuelvo sobre mis pasos y pese a ser unas líneas infumables, como muchas de las cosas que por aquí cuelgan, son mías y escritas pensando que lo que allí ponía es totalmente cierto. Voy a permitirme el lujo de colgarlas tal y como quedaron, sin incluir ni una sola letra más:

“Podemos construir la vida sobre una montaña de palabras grandilocuentes, gruesas, conmovedoras e inmensamente falsas, convirtiendo esa vida en algo totalmente hueco, sin sentido. Pero podemos construirla a partir de silencios cómplices, de miradas que se encuentran en medio de la nada, que dan aquello que ninguna otra cosa, por explícita que sea, nos puede entregar. Por eso a veces, sólo a veces, valemos mucho más por lo que hemos aprendido a callar, por lo que hemos aprendido a mirar, por lo que dejamos que fluya sin ponerle las ataduras ni los límites que el lenguaje nos impone. Con el tiempo he aprendido a apreciar los silencios, esos que entiendo e incluso hago míos y por eso me permito transitar por las calles de lo callado, sin temerle en absoluto.”

A veces las cosas son así. Ni más ni menos. Hoy es gris.




Charlie Parker - April In Paris



jueves, 12 de enero de 2012

UNO MENOS UNO


No recuerdo si apagué la luz, si me cubrí la cabeza con la colcha, si bebí un último vaso de agua, pero debí hacerlo, porque lo hago todas las noches cuando me acuesto. Pero  a veces, como ese día, todos esos gestos inconscientes, son el resultado de un instinto entrenado que me acuesta y esconde mi cabeza, porque sabe que sólo así duermo y olvido

Y debió ser así, mientras mi cabeza permanecía salvaguardada del frío, que sentí sus manos recorriendo mi espalda. En una extraña conciencia, me descubrí apoyada en el quicio de la puerta de una casa que debía ser la mía.
No me giré, ni me hizo falta mirarle, le supe. Reconocí sus dedos, sus manos y así, entre la bruma, mi espalda reposó en su pecho, y sus labios en mi cuello.
No me moví de la puerta, ni cerré los ojos, me bastaba sentirle y prolongarlo. Sentí frío en los pies.

A lo lejos, cerca de los humedales, le vi moverse, vigilarme como una fiera que hostiga a su presa. Fijé la atención entre los arbustos y me repetí que mis ojos me engañaban, que me bastaba cerrarlos para hacerle desaparecer. Había vuelto para castigarme, para que su muerte pesara sobre mi conciencia, que el aire se cortara con la espesura del miedo. En mis manos estaba matarle y recuperar la vida que se fraguaba a mi espalda. Cerrarlos le harían desvanecerse pero, desvanecerle a él, mientras yo me mantenía apoyada en aquella puerta de una casa que creía que era la mía, podía hacer desaparecer, también,  a quien ahora me sostenía. 

Sentí el calor de su aliento, su abrazo en mi cintura y decidí saltar al vacío.

Las sábanas estaban calientes y húmedas, mis pies helados. Miré el reloj, medianoche apenas.
Nadie podrá sacarme de la cabeza, esa que se cobijó bajo una manta una noche fría, que por un momento, en un instante indefinido en el tiempo, estuve allí. No tuve más prueba que los restos de escarcha en el empeine y una pequeña marca rosácea en el cuello.

Desde entonces no pasa día que, al levantarme, no me mire los pies, ni que frente al espejo busque esa marca que quisiera que fuera eterna.

lunes, 9 de enero de 2012

LA VIDA, A VECES, SE CONVIERTE EN UN SUSURO (2.0)


Vive perdido en un mar de desconcierto. Camina por caminar, siguiendo una línea recta imaginaria que pintó el día que dejo de ser. Un pie delante del otro sin virar jamás. La intuición sobre un mundo que se desmorona y un pensamiento lacerante, ahoga cualquier atisbo de naturalidad. No hay nada más allá de los próximos pasos. El recelo, la sospecha y la escogida soledad son los compañeros de un yo arruinado a perpetuidad donde el albedrío se paralizó y quedó a merced del mundo loco que roza permanentemente
Se desdobla en sí mismo  para sobrevivirse. Es el peso de la duda  y una vida que hace años perdió lustre.

No mirar, no ver. No hay márgenes, no hay recodos, sólo un yo enfermo que se esconde de lo que siente, por eso pisa  cualquier amago de vida nacido en la vereda de su  línea recta. Aplastar la duda mediante un desprecio que simula y le mata poco a poco.

Pero siempre llega la noche y es entonces, mientras su cabeza reposa intentando alejarse de su inconsciente que grita, en plena duermevela, siente el calor de un voz que, apenas instalada en su oído, le susurra que la vida es algo más que todo eso.


Cowboy Junkies - Angel mine

sábado, 7 de enero de 2012

MILONGAS Y CADENAS PERPETUAS ENCUBIERTAS


Debe ser que estamos en Navidad, se nos reblandecen las cosas, y al igual que antes se llevaba lo de “sentar un pobre a la mesa” ahora se lleva aquello de la rebelación popular y populosa contra las supuestas “cadenas perpetuas encubiertas” que por lo visto existen en este país. 

Así es como se ha empezado a llamar lo que "sufren" quienes llevan cumpliendo condenas (no una sola, sino muchas de ellas), durante más de media vida. Una "condena" indecentemente larga. 

En Navidad suena bien, no lo negaré, pero alguien olvida poner sobre la mesa que ese que lleva media vida en prisión cumpliendo esas sucesivas condenas, lleva la otra mitad delinquiendo.
Es necesario recordar que cuando una persona comete un delito (comportamiento socialmente reprobable, recogido en un Código Penal que, en el mejor de los casos, al menos en el nuestro, es el resultado de la actividad legislativa de una cámara democráticamente escogida), queda sometida a un juicio en el que, tras ejercitarse las defensas y acusaciones correspondientes, se dictará una Sentencia en el que quedarán determinados los hechos que han quedado probados y, en consecuencia, la sanción penal o absolución que corresponda. Y esa condena, debidamente motivada, no será arbitraria, sino que se producirá tras la correspondiente actividad probatoria que habrá enervado la presunción de inocencia de la que goza todo ciudadano (delincuente o no), en virtud de los derechos fundamentales que nos reconoce la Constitución Española. Con ello quiero decir que nadie ingresa en prisión porque sí, salvo errores judiciales (que puede haberlos).

Por eso, me produce cierto sonrojo escuchar las cosas que se escuchan en estos días sobre estas “cadenas perpetuas encubiertas”. En este país, y en muchos otros también, existen sujetos que son condenados reiteradamente por la continua comisión de delitos. No pararon de delinquir con la primera, ni con la segunda, ni con la tercera condena. Entraron y salieron de los centros penitenciarios donde no sólo debían fajarse con el castigo social que la pena comporta, sino que, se supone, debían arrepentirse de sus comportamientos antisociales e intentar rehabilitarse. 
Obviamente, con determinadas personas eso no es posible, ni lo será jamás. Algunos claman diciendo que el sistema no funciona, que no da oportunidades al delincuente para que este se rehabilite. Puede que sea cierto, pero no sólo el sistema debe poner a trabajar su maquinaria en pro de esa rehabilitación, sino que el “trabajo” principal corresponde al propio penado que, en la mayoría de ocasiones (sobre todo en estos casos de reincidencia en la actividad delictiva) no se arrepiente jamás y tiene ahí, en la permanente comisión del delito, su modus vivendi. Arrepentirse y pedir perdón a las víctimas del delito es fundamental para que la rehabilitación del penado sea efectiva y cierta, sin eso, sin este elemento subjetivo en el comportamiento del delincuente, su rehabilitación no es posible. Estoy convencida de ello.

Por todo esto, me causa mucha pena, y muy poca gracia, las manifestaciones que se producen pidiendo la libertad de quien lleva muchos años de prisión por los delitos que ha cometido a lo largo de su vida. Y me produce mucha menos gracia cuando, por mantener una postura progre que nada tienen que ver con el día a día ni penitenciario, ni social, se dice que esos delitos cometidos “no eran tan graves” (creo que la gravedad la marca el código Penal cuando fija la pena a los delitos y las falta, no la época del año en que se discute sobre el tema). 

Creo que todos esos que abogan por indultar a un delincuente recalcitrante, que ha tenido oportunidades para dejar de delinquir, de arrepentirse, pedir perdón y no sólo no lo ha hecho, sino que  ha continuado delinquiendo en el tiempo, deberían colocarse en la posición de la victima que sufre las consecuencias de esos delitos “tan poco graves” de los que se habla y que, no es por desmontar el chiringuito demagógico de algunos, acostumbran a ser robos con violencia o intimidación, delitos en los que lo único que podía valer poco era el botín obtenido pero casi nunca el miedo causado a quien lo sufre. 
No olvidemos que la amenaza de muerte o de un mal, las agresiones pueden ser igual de violentas para robar una barra de pan como una cartera con un millón de euros dentro. La gravedad está en el hecho violento de la sustracción no en la rentabilidad para el delincuente, por poner un ejemplo.

Todo eso es lo que creo yo. Y si un señor tiene  un historial de 30 años atracando, robando, etc., aunque no tenga “delitos de sangre”, pues creo debe cumplir con su condena, y si resulta que ahora socialmente eso ya no está bien visto pues habrá que reformar las Leyes para que esos que se han pasado media vida jodiendo a la sociedad, sin voluntad de enmienda, salgan a la calle en loor de multitud y una pensión a cargo del Estado.

miércoles, 4 de enero de 2012

GESTIONAR COMO SE PUEDE


El día 30 caí en barrena. Intenté aguantar por todos los modos posibles pero no fue posible. Un virus terminó por dejarme K.O, y prácticamente inútil para la afrenta que días más tarde me esperaba. Reposé e intenté curar a marchas forzadas una dolencia de la que me contaminé intentando evitar que otro, más pocho que yo, se contaminara.  Y no lo conseguí. Llegué a la mesa de operaciones con flojera pero, al parecer, eso no es un contratiempo para que el cirujano meta mano donde debe si la fiebre no te asiste.

Así que, después de caer en barrena, caí un poco más abajo y empecé a padecer los rigores de una intervención programada que, si todo va bien, va a proporcionarme un bienestar no conocido hasta ahora y que aún hoy no siento. Y mientras ando en esas, desconectada del mundo por propia decisión, con un postoperatorio más gravoso de lo esperado, voy a parar a cientos de páginas que me permiten gestionar el dolor de una manera provechosa y cariñosa conmigo misma.
A cada punzada, una mueca que intento creer es una sonrisa pero no. Y a cada punzada, un volver a la página en la que fijo la atención en ese oficiar el mal del que intento olvidarme a cada minuto que pasa. 

Es cuestión de tiempo y paciencia. Cuestión de muecas que simulan sonrisas, páginas que enmascaran mundos, y dolores que desaparecen cuando me adormezco artificialmente. Sólo eso.

“Tenemos que advertir que, bajo ningún pretexto, el hecho de sonreír debe llevarnos a olvidar la capacidad de lágrimas que todos llevamos dentro. O al revés, ya que todos los grandes viajes pueden emprenderse eligiendo sentidos que, a veces, parecen opuestos (Pere Calders: Ronda naval bajo la niebla).