domingo, 27 de noviembre de 2016

PERSONALMENTE


Es curioso lo lejana que resulta una desgracia
 cuando no nos atañe personalmente.
John Steinbeck




Es el sonido continuo de la lluvia descargando contra el suelo lo que te despierta. La misma lluvia que ensucia los cristales que reflejan un tiempo que no cesa. Un tiempo que te contempla, escondiendo una media sonrisa, entre los pliegues de los días que pasan. Y en tu cabeza, un botín de pensamientos que no sirven para nada, que te obligan a vivir bajo el contraluz que se forja con el gusto acre de las cosas muertas y la gracia misma que para ti guardan. Te buscas pero aquel cristal, marcado por el agua, te descarta una vez más y entonces comprendes que todo aquello que otros dijeron en el pasado iba en serio. Permaneces en pie porque es imperativo.



miércoles, 23 de noviembre de 2016

SANGRE DE TU SANGRE


Lo único que temo es morir mañana sin haberme conocido.
Sadegh Hedayat





Llueve en Barcelona y los mediodías de este noviembre extraño se llenan de vueltas para despejarse, para dejar que las cosas fluyan y poder seguir. Paseos que en ocasiones acaban en cualquier café, en cualquier librería. Son momentos que contentan sin más. Las cosas son así. Y en ese caminar de mediodías grises que invitan a poco, acabé llevándome a casa un ejemplar de Brújula de Mathias Enard. En sus primeras páginas, atrapadas con un café de por medio, es donde se encuentra la cita de Sadegh Hedayat «Nadie toma la decisión de suicidarse; el suicidio está en ciertos hombres, está en su naturaleza.» Y ahí quedó lo leído, con el poso de un día más, de una lectura curiosa en la que se piensa como se piensa en cientos de notas que se van encontrando por ahí.
El martes nos vestimos de negro por dentro y le enterramos. Cuatro paladas de cemento y se acabó. Ya no hay azoteas que tienten a nada, ya no hay males pesares, ni desesperanzas que nadie conoce. Solo queda un millón de interrogantes, una infinidad de momentos en los que la mirada se pierde y un cruce de dedos para que los mayores no se desmoronen. Al volver a casa no pude dejar de pensar en las líneas que había leído el domingo, el mismo domingo en que saltar al vacío se convirtió en una necesidad. Las cosas son así. Sangre de tu sangre que se pierde en un reguero que se fija con las lágrimas de los que quedan. Sangre que recuerda que la naturaleza de cada uno es un misterio. 
La vida viene como viene y se va, siempre, para siempre jamás, porque es nuestra propia naturaleza, extraña y compleja.


domingo, 20 de noviembre de 2016

ENTRE LOS DEDOS


Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
después de amanecer.



Jaime Gil de Biedma






Concluyes que no hay infierno capaz de quemar la infinitésima esperanza en la vida y, aun así, te mueves rápido, intentado esconderte de la posibilidad de que esa mínimo anhelo anide y modifique, con una inesperada contingencia, un futuro al que te anclaste desechando, aun no sabes bien el porqué, aquel otro que resguardabas con ojos ciegos. Duele el entender, duele el vacío que deja esa expectativa que, a ratos sí y a ratos también, se escapa entre los huecos de los dedos para enredarse en la memoria. 







domingo, 13 de noviembre de 2016

BAGATELAS SENTIMENTALES


El éxito es sobrevivir: ésa es una definición
suficientemente buena para mí.
Leonard Cohen




Esta semana falleció Leonard Cohen. El mundo clama el dolor por la muerte del artista que a los ochenta y dos años ha podido hacerlo en su casa, rodeado de su familia. Miles de sentimientos se derraman en cascada por las redes sociales, inundándolo todo. "Nunca te olvidaremos", "te echaremos de menos". En momentos así, ante esta hecatombe emotiva, una tiene la sensación que la muerte de un artista, de una persona mediática, es mucho más muerte que la de cualquier otro. Un punto y aparte de categoría superior que emborrona la realidad de que todos, absolutamente todos, tendremos el mismo final. Un sanseacabó que nada podrá cambiar.
Sentir es algo muy particular y lo que a uno le conmueve a otro le puede dejar indiferente, eso es absolutamente cierto. La muerte de unos y de otros puede que nunca sea igual, pero la muerte de un desconocido, del que solo se conoce su obra, no puede producir jamás los sentimientos que provocan la desaparición de una persona a la que se le profesa un cariño, un querer, que nace de la reciprocidad en el trato, en el afecto. La sensación de pérdida en una situación así es indescriptible. La vida se tiñe de un desasosiego vital que se incrementa por momentos cada vez que se piensa en esa persona, cada vez que recuerdas que no la volverás a ver, que nunca más la volverás a tocar, a oler, ni a sentir. A partir de ese momento infinitesimal en que alguien querido desaparece ya no queda la posibilidad de compartir absolutamente nada. 

Las pérdidas de las personas queridas son tremendas y el tiempo, que atempera la pena y el dolor, es poco menos que una necesidad. Cada rincón, cada canción, cada movimiento sencillo y común, aboca a un precipicio personal del que salir, a veces, requiere un esfuerzo titánico. La vida se convierte en un continuo echar de menos que con los días no desaparece, pero que se aprende a llevar. La pena es un peso que ahoga y sobrevivirla, en no pocas ocasiones, se convierte en una faena colosal.  Es quizá por eso que me causa una tremenda sorpresa esa manera infantil y bastante tonta de reaccionar a la muerte de un artista, de un persona mediática a la que jamás se conoció personalmente. Porque aunque con su muerte se pierde mucho, sobre todo para su familia, sus amigos, sus allegados, poco pierden todos esos millones de personas que jamás se acostaron o se levantaron pensando en esa persona, en sus cuitas, en sus cosas. 
Es difícil sufrir por un desconocido aunque sus obras ronden la vida de cada uno. Sobre todo porque esas obras, esas en las que no pocos anclan su impostado sentimiento momentáneo, perdurará en el tiempo y para siempre. 
No se puede echar de menos lo que nunca se tuvo; y lo que se tuvo, en el caso de Leonard Cohen: su música, su poesía, estarán eternamente para todos, también para aquellos que, en el instante de conocer su final, claman al mundo su padecimiento y pena mientras ponen una cafetera, contestan un mensaje de sus teléfonos móviles, o se olvidan de llamar a unos padres ancianos a los que se les pasa la vida en soledad. 
Pero, hoy, domingo, es hora de poner un disco, quizá sepan cual.






martes, 8 de noviembre de 2016

DIARIO 2.0


Y ¿conseguiste lo que querías de la vida?
Lo conseguí.
Y ¿que querías?
Llamarme a mí mismo amado, sentirme amado en la Tierra.
Raymond Carver





Tengo cuatro notas personales entre los papeles del trabajo. No es una buena costumbre, siempre pienso que el día menos pensado alguien aparecerá blandiendo un trozo de papel con cuestiones aparentemente ininteligibles pero claras en toda su extensión.  El estado de ánimo se graba en papel y de vez en cuando alguna barbaridad queda por ahí. Este otoño está siendo infinitamente cruel conmigo sin poder apuntar a ningún hecho concreto, lo que lo vuelve mucho más severo. El estado de ánimo se marchó de vacaciones con los últimos días del verano y ahora ya no sé dónde escarbar para encontrar algo que atenúe el descontento de estos días. En cuestión de comparativas, esta estación, habitualmente deliciosa, se parece a un purgatorio porque el que debo transitar antes de llegar, ya no sé si al infierno o a alguna especie de cielo al que van a parar los majaderos. Algunos dicen que estos altibajos son normales, cosa de la química, y puede que sea verdad, aunque no estoy demasiado segura. He empezado una toma de dos en dos de unas pastillitas naturales que se supone me pondrán como un reloj, pero tengo poca confianza. Puede que sea porque hoy hace frío, que las ventanas, por primera vez en muchos meses, se entelan de vaho y que mi cabeza, con sus persistentes cefaleas, no perdona una. No hay tiempo para escribir más cuentos, ni siquiera una nota que perder entre subcarpetas pardas.  



sábado, 5 de noviembre de 2016

A VUELTAS CON LOS DEBERES ESCOLARES



Un maestro es una brújula que activa los imanes de la
 curiosidad, del conocimiento y la sabiduría en los alumnos.
Ever Garrison






Escucho por ahí que este fin de semana algunos padres han decidido declararse en huelga de deberes y que sus hijos, en consecuencia, no harán las tareas escolares. Dicen que estos trabajos roban un tiempo fundamental a los niños, un tiempo que deben pasar con la familia haciendo cosas más importantes, más agradecidas, aprendiendo de otra manera. Escucho la noticia desde la distancia y con un interés relativo en lo particular, pero no sin cierta sorpresa en lo general. 
Inicié mis estudios cuando aun se llevaba aquello de la EGB (Educación General Básica), en la que las clases se prolongaban hasta las seis de la tarde,  y te ibas a tu casa con tu cartera, con tus libros y libretas (que no dormían en taquillas, ni estanterías varias), para preparar para el día siguiente, o para el día que fuera, una buena ristra de deberes y controles. En mi casa, que no eramos pocos, nos distribuíamos por la mesa del comedor, incluso de la cocina, para hacer todos aquellos deberes que nos llevaban a maltraer, por entonces no teníamos escritorios en los dos dormitorios que compartíamos entre mis hermanos. Ninguno nos morimos por aquello, protestamos mucho, es lo que nos tocaba, pero nunca volvimos a la escuela con los deberes pendientes, ni mucho menos con el justificante paterno de que los deberes nos estaban trastornando o robando tiempo a la familia. 
Educar se educa en casa, siempre lo he dicho, por eso el aprendizaje de las materias técnicas, que no solo aportan conocimiento sino también responsabilidad y organización en el estudio, se deben hacer tanto en casa como en el colegio. Dicen que los niños van sobrepasados de tareas escolares, puede que en algunos casos sea así, pero, sinceramente quizá de lo que van a mil es de la elevada cantidad de actividades extraescolares que, en muchos casos por necesidad, están obligados a hacer. Cientos de idiomas, deportes, manualidades, musicalidades varias, y algún que otro baile, rellenan las tardes de los niños una vez salen de clase. En ocasiones es por gusto, otras por necesidad.
Los mayores necesitamos que los hijos estén recogidos y atendidos mientras agotamos largas jornadas laborales, con los horarios desquiciantes, que tenemos en este país. Conciliar aun es una cruz, sobre todo porque los horarios de unos y otros son absolutamente dispares. Los niños van agotados y los adultos mucho más.  Pero la idea de eliminar las tareas escolares en casa creo que debería observarse con cautela. La sobreprotección de los chavales, el evitarles la responsabilidad de cumplir con las tareas encomendadas, me produce muchas reservas. Las obligaciones que conlleva la realización de una tarea escolar, que les ayuda a fijar el conocimiento de lo aprendido para seguir aprendiendo, a estimular la curiosidad que les facilitará la estructuración de su cabeza para aprender a pensar, a estudiar y racionalizar, no me parece una buena idea. El hábito del estudio y del trabajo también hay que adquirirlo. Eliminar responsabilidades a los niños no siempre es una buena opción si se mira a largo plazo. Quizá compatibilizar el tiempo de ocio y el de la responsabilidad, la del estudio y las tareas escolares, sea un camino no exento de espinas.
Pero esto no es más que una reflexión propia, y sin mayor importancia, después de ver lo que veo tratando con niños en situaciones complicadas, y de escuchar hoy mismo, en la televisión, a una madre feliz porque su hija no hará deberes este fin de semana porque ella así lo ha decidido.
Esta huelga de adultos, utilizando el pretexto de los niños, no sé si es una buena idea, como tampoco sé si lo es que los maestros y profesores queden desautorizados, en lo que a su trabajo respecta, por unos padres que al final se echan las manos a la cabeza cuando el tiempo, en lugar de niños que tenían, les entrega unos adolescentes cabestros e irresponsables. Pero será que los tiempos cambian que es una barbaridad y yo me he quedado un poco atrás.