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domingo, 23 de febrero de 2020

VANCOUVER



“Esta eres tú, los ojos cerrados bajo la lluvia. Nunca imaginaste que harías algo así, nunca te habías visto como… no sé cómo describirlo. Una de esas personas a las que les gusta la luna, o que pasan horas contemplando el mar o una puesta de Sol… Seguro que sabes de qué gente estoy hablando, o tal vez no".
Mi vida sin mí






Sigues perdido por los rincones de tus pensamientos en un monologo que repites una y hora vez como dentro de ti. Fuera hace frío y aquí, entre las ruinas de tus sueños, buscas un pretexto para continuar rebuscando entre imágenes que inventas porque nunca han existido. No existe el recuerdo, solo una ficción que crea a tu medida y de la que te cuelgas como de un salvavidas. Y ahí sigues, un tanto aturdido, esperado que el aire se lleve la inquietud que te empacha pero que te mantiene medianamente vivo. Bostezas. La cabeza reposa sobre el brazo adormecido y ya no ves nada. Quieres quedarte ahí, quieto muy quieto, con los ojos cerrados y respirando despacio. Temes que cualquier movimiento brusco borre lo poco que has ido guardando en tu interior, para que nadie lo toque, para que nadie lo vea, para que nadie lo sepa. Entre el polvo y la nada, la luz de un fluorescente reverbera y su reflejo parece cobrar vida. Te preguntas qué queda. Te friegas los ojos hinchados y aunque sabes la respuesta prefieres seguir dormido, esperando que pase el frío, que el invierno se muera para poder volver a la calle, aunque allí ya no quede absolutamente nada.







domingo, 16 de septiembre de 2018

DE LA DISCRECIÓN



Y te das cuenta de que todos los escaparates brillantes, todas las modelos de los catálogos, todos los colores, las ofertas, las recetas, Martha Stewart, el Día de Acción de Gracias, las películas de Julia Roberts, las montañas de comida grasienta, intentan alejarnos de la muerte. Sin conseguirlo (…). Nadie piensa en la muerte en un supermercado.” 

Mi vida sin mí -Isabel Coixet-






Existe un tipo de personas que son capaces de llevar una vida sin molestar a nadie,  y el día que se van alguien dice aquello de “se fue como vivió, sin hacer ruido”. Vivir de esa manera, con la férrea voluntad de hacerlo bajo la discreción del que rehúye de la notoriedad,  incluso en lo cotidiano, no debe de ser sencillo. Decidir el modo en que uno vive su propia vida a veces forma parte de una lotería en la que no siempre sacas el boleto esperado, pero aun así, siempre cabe la posibilidad de que alguna pedrea permita modelarla a voluntad. Pero con lo que no cabe demasiada preparación, ni capacidad de decisión, es con el momento del final. Vivimos como podemos, a veces incluso como queremos, pero casi siempre alejados del momento de nuestra propia desaparición. La duda se mece en la incertidumbre del saber si quien te da carrete es la vida o es la propia muerte. Y le damos la espalda a nuestra propia incertidumbre, sin querer reconocer que ahí están, una junto a la otra,  como las dos caras de la misma moneda. Los hilos que nos manejan, que nos enredan, parecen alejarnos del final  cuando en realidad nos acercan a él, manteniéndonos en un engaño poco lúcido al que no queremos renunciar. Con la vida hacemos lo que podemos, con la muerte, agazapada tras una existencia que nos la esconde con la torpeza del que se quiere sordo, ciego y mudo, no podemos hacer nada salvo esperar, al menos en mi caso, que sea sin hacer ruido, sin molestar a nadie y con la cama bien hecha.







domingo, 20 de noviembre de 2016

ENTRE LOS DEDOS


Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
después de amanecer.



Jaime Gil de Biedma






Concluyes que no hay infierno capaz de quemar la infinitésima esperanza en la vida y, aun así, te mueves rápido, intentado esconderte de la posibilidad de que esa mínimo anhelo anide y modifique, con una inesperada contingencia, un futuro al que te anclaste desechando, aun no sabes bien el porqué, aquel otro que resguardabas con ojos ciegos. Duele el entender, duele el vacío que deja esa expectativa que, a ratos sí y a ratos también, se escapa entre los huecos de los dedos para enredarse en la memoria.