domingo, 28 de junio de 2020

PASOS PERDIDOS






Caminaba por delante de mí, a unos metros de distancia que no evitaron que le reconociera por la espalda. El estómago me dio un vuelco y aminoré el paso de manera que la pisada apenas rozaba el suelo, como si de esa manera evitara que mi presencia fuera descubierta. No quería que se girara o sí, pero seguramente no, en realidad no lo sabía y dudé en dar la vuelta, o en doblar la próxima esquina para alejarme y que todo siguiera igual. Una manera de alejar el futuro siempre es evitar el presente. Pero seguí caminando sin apartar la mirada de aquel movimiento oscilante de brazos, de aquella cabeza que reconocería aun con la luz apagada. 
Si aligeraba el paso, los míos también lo hacían; si lo enlentecía, me paraba durante unos segundos hasta que él retomaba el ritmo. Desconocía hacia donde se dirigía y mi camino, ahora ya totalmente desviado, era una incógnita que no tenía intención de resolver por ahora. Cruzó la avenida con el semáforo ya parpadeante y yo, sin saber qué es lo que pretendía con ese seguimiento un tanto enfermizo e infantil, me paré para evitar coincidir en la isleta central. Mientras esperaba el cambio de luces, le sonó el teléfono. Desde la acera, unos metros por detrás, no alcanzaba a escuchar su voz, pero sus hombros se habían alzado ligeramente, la espalda parecía en guardia y el paso, cuando se puso en marcha, era mucho más decidido. Fue al alcanzar la acera cuando le vi vuelto, mirando hacia mí, pero sin verme. Me detuve por prudencia, por temor, por la insoportable sensación de ser descubierta en una falta que no había buscado; y ahí estaba yo, perdida por dentro, sintiendo los pies frágiles e indecisos e invisible. Su mirada andaba lejos de allí. Seguí caminando, sabiéndole cada vez más cerca, con la única idea de acariciarle el pelo y sentir, quizá por última vez, el calor de su piel en mi mano.



miércoles, 24 de junio de 2020

VERBENA




«Al mismo tiempo, oyó a su lado la voz de una muchacha que le decía a su amigo: Le conozco, se llama Marsé, es uno bajito, moreno, de pelo rizado, y siempre anda metiendo mano».

Últimas tardes con Teresa. Juan Marsé





Por la mañana vuelvo a salir a la calle. Junto a la cuesta, encuentro una terraza en la que sentarme sin tener que hacer cola. Es algo extraño. En estos días encontrar una mesa vacía es como encontrar una aguja en un pajar. Pero no hay nadie y, aunque puede que no sea una buena señal, me siento y espero a que salga alguien. Poca gente en la calle a esta hora, ni tan solo los que se recogen tarde de la verbena. Nadie arrastrando los pies, ni parejas de chavales cogidos de la cintura apurando los últimos momentos de una noche que ya ha terminado. Entretengo la espera intentando adivinar de qué son los comercios que veo desde mi mesa y que hoy no abrirán porque es festivo, y que puede que mañana tampoco lo hagan porque el virus también ha acabado con ellos.  Nadie aparece para que pueda hacer la comanda, así que me levanto y entro al bar. Está oscuro, en la barra un tipo lee el periódico mientras al fondo, en una cocina minúscula, se ve trasteando a una mujer que me mira de reojo y sigue a lo suyo. Huele a fritanga antigua. Salgo sin pedir nada, se me han pasado las ganas. Camino calle abajo, apartando con el pie los restos de las bombetas de papel y pólvora quemada. Una serpentina se me pega al zapato y arrastro la suela para deshacerme de ella, pero no lo consigo.  El verde de las hojas muertas se mezcla con el rojo del cartón quemado y los vasos de plástico a medio terminar. Hoy no ha pasado el servicio de limpieza municipal. Imagino que dejarlo todo como quedó anoche es una estrategia para levantar el ánimo de la gente que, al salir a la calle, verá los restos de lo que puede haber sido una gran fiesta que, con suerte, habrá conseguido eclipsar por unas horas el temor a lo que se nos viene encima. Pero no es eso, es solo que es fiesta y nadie recogerá nada. Vuelvo a casa caminando, tengo ganas de tomarme un café en un sitio tranquilo, lejos del rumor que empieza a llenar la calle, y lejos del ruido que todos llevamos dentro.


domingo, 21 de junio de 2020

Y PASA UN AVIÓN





«Durante todos aquellos meses, había tratado de no pensar en la enorme y vacía distancia entre los dos; y ahora, esa voz lejana le hacía saber que no había pensado en otra cosa».

El permiso maravilloso. Dorothy Parker








El horizonte de un tiempo tranquilo se emborronó hace semanas y ahora toca pasarlo como se pueda. Tapándose los oídos y la nariz para que el tufo no nos emborrache de malestar. Sería deseable poder  poner el contador a cero, hacer desaparecer este año nefasto y empezar de nuevo. Puede que con un encuentro al que abordar con un “Hola. Me alegra volver a verte” que desande las cientos de horas que hace que te alejaste por cansancio, por necesidad, por instinto de supervivencia. Borrar para poder empezar de nuevo. Para permitirse el lujo de reconocer errores, sin temor a tener que quedar exhausto. Para permitirse presumir de los aciertos que quedaron colgados del hilo del silencio. La vida, a veces, es así. 
Miro a lo lejos, desde aquí no se alcanza a ver el mar. El Mediterráneo corre paralelo a esta ventana y la mirada, esclava de lo próximo, busca el recuerdo del pasado sin que alcance a distinguir el temblor del aire caliente sobre el agua del mar. Desde aquí todo es distinto, aunque todo sigue siendo igual. Desandar para andar y que el poder del mar limpie, aunque solo sea por unos instantes, la desazón y el abatimiento que, sin quererlos, se han instalado al socaire de la maldita toxicidad.




domingo, 14 de junio de 2020

MEZCLADO, NO AGITADO




Le quiero como a un hermano: como Caín a Abel. 

Woody Allen



Muchas veces, a lo largo de estos días, me he preguntado qué pasaría si en este momento se convocaran elecciones generales. No tengo la respuesta, ni siquiera puedo intuirla. España es un país de contradicciones. Nos encontramos en el peor momento de nuestra historia reciente.Las arcas vacías, la lealtad quebrantada, el sentido de Estado hecho trizas y una escasez enorme que va a ser imposible cubrir. La destrucción masiva de empleo y la perdida de la esperanza en un futuro medianamente confortable, está a tocar de la mano. La precariedad ha llegado para quedarse. Y junto al drama social que llega nos encontramos con un gobierno desleal, que juega al trile y engaña a sus ciudadanos, y una oposición temblona que ha devenido incapaz en el contrapeso de las fuerzas políticas. 
Cuando votamos pensamos en lo que vendrá mañana y en la creencia de que algunas cosas tienen que cambiar. Las sociedades avanzan y con ellas nuevas necesidades que hay que ir cubriendo. Pero muchas de las mejoras que esperamos, mientras introducimos nuestro voto en las urnas, terminan olvidadas y las que llegan, tristemente, lo hacen convertidas en una losa difícil de soportar. Los programas electorales se han convertido en papel mojado y las alianzas, a veces tan necesarias como letales en otras, terminan por descafeinar, incluso empeorar, las propuestas que los ciudadanos votaron.
En la política no existen las hojas de reclamaciones y al ciudadano solo le queda la penitencia de esperar a que trascurra el tiempo para volver a votar con la esperanza de que la vida mejores. Pero las campañas electorales son un engaño y nuestro voto que, por lo general busca una convivencia pacífica, limpia y prospera, vale menos que cero. Y son los pactos, esos con los que se manejan en la trastienda de los organismos y las instituciones, son casi siempre el principio de la decepción para el ciudadano de a pie. Así que espero que ahora que el calor ya aprieta y parece que llega algo de tregua, mis preguntas pasen a ser otra. Otras que me permitan sentarme en una butaca en el patio de casa, pasando al aire y tomarme un Dry Martini mezclado y no agitado. James Bond, como le pasa a nuestros políticos con sus programas, nos vendió un agitado que lo único que consigue es aguarlo.



domingo, 7 de junio de 2020

FASE: A TOMAR POR SACO




"La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios 
sino sobre las faltas de los demócratas".

Calígula. Albert Camus



Podría decirse que nos ha tocado vivir como en un enorme juego de la oca en el que el premio consiste en pasar de fase en fase, cada vez que los que mandan dan una vuelta al cuello de una botella. Y me toca, anclada en la fase 1, alucinar mucho con la falta de civismo y de responsabilidad que veo cuando salgo al a calle. Todo parece un festival. Grupos de personas caminando una al lado de las otra, sin guardar distancia, sin mascarillas, toqueteo de productos en los comercios, abrazos exagerados de jóvenes que se acaban de ver en una videoconferencia pero que parecen no poder vivir sin fundirse entre los brazos de otros que, casi con toda seguridad, quedaron ayer por la tarde. Y se me llevan los demonios por dentro cuando veo todo eso y pienso en lo que hemos pasado y en lo que nos queda por pasar. Puede que haya desarrollado una aprensión tremenda a las aglomeraciones, a no saber si en la silla que queda libre en la terraza alguien habrá pasado el desinfectante o si cuando la coja por el respaldo para poder sentarme me llevaré el premio al trabajo, de ahí a casa y, de un salto con tirabuzón, a casa de mi madre a quien atiendo desde hace meses. Los expertos han empezado a hablar de que algunas personas están desarrollando el “síndrome de la cabaña”, estoy segura que no es el caso. Nunca me ha importado estar en casa, ni antes ni ahora. De hecho, paso tan poco tiempo en ella que hacerlo es una novedad tan agradable que siempre me sabe a poco. Me gusta salir, me gusta relacionarme, pero no puedo con los que ahora se comportan como si aquí no hubiera pasado nada, como si los muertos y contagiados fueran el attrezzo de un periodo en que nos quedamos en casa como el que se va de vacaciones. Los aplausos era fuegos de artificios que hoy se han transformado en insultos para algunos que han estado velando por nosotros porque al otro lado del mundo un policía ha matado a una persona de color. Mucha genuflexión de salón que insulta la inteligencia y aquí, en particular, a nuestros muertos que recibieron un disparo en la nuca por pensar diferente. El rodillazo de Bildu da ganas de vomitar. Nos quedan muchas fases por delante, aunque ahora, a los que gobiernan, les dé por decir que en la tercera, la última, estaremos ya incorporados a una nueva normalidad de la que no puedo más a abominar. 
La infantilización social, la irresponsabilidad colectiva azuzada por intereses políticos, la sociedad unida a través de eslóganes bien sonantes que contrastan con las actuaciones generalizadas, hacen temer un futuro aciago. Temo la siguiente fase porque cada paso adelante es un paso hacia atrás, porque siento que algo se ha perdido por el camino y lo que creíamos haber ganado lo hemos perdido en todos los sentidos. Hemos tenido la oportunidad del cambio y no ha servido para nada. Los brindis al sol se alzan y la sociedad vuelve a ser tan necia como antes de ser confinada. 
No salimos mejor, solo más blancos por falta de sol y nuestros derechos y libertades limadas hasta dejarlas como un papel de fumar.