jueves, 27 de diciembre de 2018

EL ELEVADOR


“No quiero que la gente sea muy agradable, pues así me ahorran la molestia de que me tengan que gustar demasiado”.
Jane Austen





Coincidimos en el ascensor. No hay otro lugar más anodino,incomodo e impersonal para encontrarse a alguien. Pero estábamos allí, en dos metros cuadrados con unos cinco años más a la espalda. Pulsó la tecla del ático, la cafetería, aún no me había visto. Yo iba al quinto, sección menaje. Al girarse, ya no quedó más remedio. ¿Qué tal? Preguntó, un qué tal que guardaba un mucho de turbación imprevista y otro tanto de intranquilidad a una respuesta que fuera más allá de lo cortés. Pero la inquietud reculó con un “bien, como siempre” y llegamos al quinto. La puerta se abrió sin hacer ruido. Él quedó dentro y yo me despedí, tocando ya el suelo, con un “nos vemos”. El aire se expandió de nuevo.  





domingo, 23 de diciembre de 2018

PAZ Y AMOR EN EL TELEVISOR



Me veo simple como una piedra o un árbol en este mundo y este tiempo sin fin. Me convierto en rey de las hormigas y de las moscas, soy el comandante de las nubes: antes de ir a la trinchera, las convoco para que desfilen y les ordeno que abandonen de inmediato nuestro cielo para encontrar otro azul en algún otro sitio, más tranquilo y sensato.

Velibor Čolić, Manual de exilio






Se nos ha acumulado tanto destrozo a lo largo del año que llegadas estas fechas es difícil recomponerlo y formular buenos deseos para toda la humanidad, sin que suene impostado y falto de verdad. Quizá en estos tiempos solo podamos pedir que los días, y las decisiones que no podemos controlar, no nos traigan todo lo que el ser humano es capaz de soportar. Vivimos al filo de una sociedad que está a punto de despeñarse. El respeto solo se consigue respetando al otro y ese camino siempre tiene dos direcciones, la de ida y la de vuelta, y sin ambas el respeto se convierte en sumisión que a la larga se traduce en un odio atroz, desmedido. Pero no hay tiempo y tampoco ganas. En unas cuantas horas será Navidad y yo, al menos, echo de menos no solo a los que no están, sea el motivo por el que sea, sino también la cordura,  la sensatez, el respeto y las ganas de no perder libertades a manos de quienes gritan en nombre de ella mientras intentan anular a los otros. Llegan tiempo de paz y de amor, al menos en el televisor y esto último es una gran pena.  




domingo, 16 de diciembre de 2018

UN INVIERNO EN SINGAPUR



Agarró su guitarra,dijo: "nos vemos", y se marchó. Fue tan duro para los niños como para mí. Peor aún cuando sin él encontramos una tumba zuni, y durante la danza del venado en San Felipe.


LUCIA BERLIN, Mi vida es un libro abierto






A veces, cuando se hace de noche demasiado pronto, intento recordar algunas cosas que existieron en el pasado. El invierno existía y las tardes se llenaban de manos frías, del vaho saliendo de la boca que las madres intentaban cubrir con bufandas que ellas mismas tejían mientras escuchaban la radio. La mía intentaba hacer lo mismo. Nos vestía de un modo un tanto estrafalario para que no nos resfriáramos, para que las anginas se quedaran quietas y ella pudiera irse a trabajar sin sobresaltos de avisos que nunca llegaban porque, por entonces, los niños que se ponían enfermos se quedaban en casa al cuidado de quién se podía y solo al día siguiente, en la cartera del hermano más mayor, se colocaba una nota explicativa para la escuela que, en nuestro caso escribía mi madre sentada en la mesa de la cocina. Se sentaba en una de las cuatro sillas que rodeaban una mesa de fórmica y se ajustaba al cuerpo un kimono finísimo, que creíamos de purísima seda de la China y que nunca supimos cómo llegó a casa, mientras apuraba el único cigarrillo que se permitía después de cenar. Las noches de invierno olían a tabaco aunque ella abriera la ventana intentando disimular el único vicio que decía que ya le quedaba. Ahora no sé si todo aquello de verdad fue así, o si es mi visión deformada y edulcorada de un tiempo en el que el butano de una catalítica no era suficiente para calentar toda una casa y en el que andabas todo el día con el frío metido en el cuerpo, porque por mucho que te riñeran no había manera de que te cerraras aquella bata de lana gruesa te habían regalado en tu último cumpleaños. Porque eso también era así, los regalos eran una excusa para comprar lo necesario y si acaso, y se podía, un detalle apenas menudo con el que te crecías frente a los hermanos porque ese día era tu día. La memoria es traicionera y, de vez en cuando, inventa una realidad inexistente, y lo que hoy parece el retrato exacto de un tiempo, el mañana, de un modo fugaz, lo arrasa hasta convertirlo en algo distinto y tan perecedero como lo anterior. Puede que por eso las tardes de invierno me traigan el recuerdo de una madre que no existió nunca y que he inventado a fuerza de recuerdos macerados por mi propia existencia y la fantasía de un mundo tan extraño y sorprendente como el cantón del que provenía la bata de mi madre. Una vida que ni siquiera sé si es inventada pero a la que me une un filamento extraño que marca el camino pese a que, como el humo de un último cigarrillo, solo queda el rastro de su aroma.



martes, 4 de diciembre de 2018

OBSTINADAMENTE


Tardé en darme cuenta de que el dolor que soporté esos días no era el dolor de la responsabilidad. No era la consecuencia de mis desavenencias con Stefano, sino más bien el resultado de una crueldad calculada, no solo conmigo...
RACHEL CUSK, Prestigio





Y todas esas cosas que ahora dices buscar por ahí son las que yo encontré en ti, en todo lo que tú eras. Tu cuerpo, tu sangre, el musculo cavernoso que se esconde en tu pecho y que me sustraes sin pensar que me dejas hueco. Y todo eso por lo que ahora buceas entre verdes mares que solo existen en tu cabeza es lo mismo por lo que cavé buscando el fondo que escondías más allá de todo lo que era apariencia. Y ahora que te vas, debes saber que yo me quedé ahí, atrapado entre los cientos de silencios torpes, buscando entre ellos nuestro destino hacia ninguna parte.




domingo, 2 de diciembre de 2018

LOS REYES DEL MUNDO


Estas líneas rebosan tristeza. Lo que ama no le corresponde.
TEJU COLE, Cosas conocidas y extrañas




Intenta dar una vuelta alrededor del centro y sólo encontrarás turistas que buscan gangas, falsificaciones de marcas y ropa que se vende en los mismos países de los que vienen. No hay nada nuevo. La misma camisa, el mismo pantalón, la misma etiqueta globalizada y la misma sensación de estrechez de miras que el viajar no ha ensanchado en nada. Tú misma lo has sentido por ahí, en Varsovia viste en un escaparate los mismos pantalones que vestías y que habías comprado a miles de kilómetros de distancia dos años antes. A veces somos tan tontos como esos tipos que ahora mismo hacen grandes aspavientos frente a los escaparates de una tienda, que se repite a lo largo de todo el mundo, y no queremos verlo. La tontería es patrimonio universal de la humanidad, un rasgo que nos define aunque nos neguemos a aceptarlo sin ofrecer cierta estúpida resistencia. Porque el mundo ya no es mundo, ya no se concibe como aquella idea romántica, aventurera, que se escondía tras la idea de que más allá de nuestras fronteras había un algo casi inalcanzable que, por diferente, nos atraía de una manera poderosa. Pero al otro lado ya no queda nada distinto, es todo tan igual que si te despistas, aunque estés lejos de casa, siempre tienes la sensación de que llegarás a una plaza conocida, que girarás en la próxima esquina y que aquel café internacional rotulado en un idioma que no es el tuyo, es el mismo en el que cada tarde, al salir de trabajar, pides un capuccino para llevar. Quiero pensar que esta inmensa desgracia que lo ha igualado todo puede que esconda algún tipo de grandeza que yo aún no reconozco.