jueves, 29 de octubre de 2015

DIARIO 2.0


Cuando cambió de postura sintió contra la cara la almohada mojada y fría.
Ian McEwan


Las críticas que está recibiendo “La ley del menor” de Ian McEwan están siendo todas estupendas desde un punto de vista literario. No seré yo quien diga lo contrario, porque mentiría, así lo creo. Debo reconocer que lo he leído de un tirón, en dos ratos muertos que he pasado sentada apurando el almuerzo que en las últimas semanas se suceden en la mesa de mi despacho, en la que se acumula más papel del que puedo digerir. Cuando lees un libro de corrido es porque estás atrapado. Eso es precisamente lo que me ha ocurrido a mí. Los motivos son diversos.  Algunos libros no pasan desapercibidos y éste es uno de ellos. Nada que decir desde el punto de vista narrativo, pero sí al respecto de la trama. Una apreciación que proviene de una lectura que no está exenta, como casi siempre, de la visión que cada uno tenemos de determinadas cosas. Por eso, al leer a McEwan no puedo dejar de pensar, y volver, sobre la idea de la trascendencia que sobre la vida de otros tiene la intervención de determinados profesionales; de la necesidad de calibrar desde cierta distancia algunos hechos que se suceden en estas relaciones. 
Tomar decisiones o incluso las riendas de los conflictos de otros conlleva consecuencias, y uno ha de ser consciente de ello.  Sin embargo también creo que esa responsabilidad, que a veces pesa como una losa, no puede convertirse, de un modo automático y casi justificativo, en culpa cuando las cosas se desbordan.  La vida está llena de acontecimientos en los que intervenimos y que perdemos de vista al cabo de un tiempo, por necesidad, por precaución, o simplemente porque es ley de vida. Lo que a veces sucede por el camino no siempre está a nuestro alcance y pienso que es mejor así, lo contrario sería un sinvivir, porque el ser humano es poroso y en determinadas profesiones, aunque uno se revista de la pátina de neutralidad y asepsia sin perder cierta empatía, la vida ajena va calando y haciéndose hueco, para bien o para mal.
Sé que debo releer “La Ley del menor” para recrearme en la suerte de su protagonista y comentar, después y entre bambalinas, que las lágrimas de Fiona Maye son universales. 




sábado, 24 de octubre de 2015

ENTRE LOS DEDOS




Yo soy una violeta y un aliso, lo frío y lo tibio en la carne.
Pier Paolo Pasolini


La única respuesta que puedo dar es que hablar contigo es una necesidad que no se acaba nunca. Que cuando la vida se atraviesa, convirtiéndose en un páramo silencioso, el recuerdo de tu voz la envenena, haciéndola difícil, estéril, casi hueca. Agua que se pierde inútilmente entre los dedos, nada la puede retener. Intento, una y otra vez, que la tormenta escampe, que se aleje y se estrelle contra cualquier sombra ajena, pero siempre aparecen los monólogos sostenidos en silencio, con los dientes clavados en la almohada, para no perder la costumbre, por si vuelves. Al amanecer todo pasa y las antiguas heridas se transforman en pequeñas cicatrices, casi invisibles, que salvaguardan el recuerdo. Siempre tú, en la otra orilla, bañado de inconstancia, del temor a los labios que pronuncian tu nombre.





domingo, 18 de octubre de 2015

INGRAVIDEZ



No hay nada mejor, nada comparable, nada más en este mundo más allá de vivir
el corto tiempo que se nos ha acordado, estar vivo y saberlo.

William Faulkner



Me he despertado sobre la cuatro. Ese momento en que la noche cerrada avanza hacía el umbral de la madrugada. Me he puesto a leer sin seguir una línea porque me distrae la idea, absurda, de que un día pensé que llegar hasta ti era el sentido de mi vida, de todas las vidas. Inmediatamente me intuyo vetusto. En el televisor reponen por enésima vez “Historias de Filadelfia” y durante un rato la sigo en versión mute. La noche siempre es silenciosa, incluso cuando por el respiradero del baño se cuelan los maullidos espeluznantes de una pelea de gatos. Pienso en subir a la azotea y lanzar un cubo de agua para que los vecinos puedan seguir durmiendo. Pero me da miedo y espero con las llaves en la mano y no sé el tiempo que pasa, pero los gatos han dejado de desgañitarse. Incluso los más pendencieros tienen que ir a dormir cuando llega la alborada de un amanecer que no espabila y que se emborrona con una tormenta que se acerca desde hace dos día. Pienso en llamarle, y me voy al baño con el teléfono, y allí, junto al borde de la bañera, soy consciente de lo estúpido del gesto. Sobre las ruinas de su corta vida ya no puede construirse nada. Pasear entre los cipreses que bordean su adiós infinito, es algo que debe esperar, como el cielo o el infierno. Una condena. Las primeras luces tiemblan sobre el hormigón, el miedo se recoge porque alguien dispuso que debe ser así. Cualquier presagio es inútil sobre la vida.





miércoles, 14 de octubre de 2015

DE LO ANODINO



La mediocridad depende del contexto.
David Foster Wallace


Hora de entrar a trabajar, de coger el ascensor. No es extraño encontrarse, día tras día, con las mismas personas. Pasada la fase de mirar el móvil, de mirar al infinito o la punta de los pies mientras te elevas, se inicia un breve y anodino contacto de sonrisa impostada con un «¿Qué tal?» que recibe la simple respuesta: «Bien, de jueves ya»,  o del día de la semana que toque, que todos le van bien. Una, frase hecha que no dice nada. Un romper el silencio incómodo por romperlo, porque la cercanía del cuerpo del desconocido se nos vuelve espesa y pastosa. 
Son las insustanciales conversaciones de ascensor, sobre el tiempo, el fútbol o incluso el cansancio de los días que pasan y que acercan al fin de semana. Ni el trayecto, ni la relación con el otro, da para más. Por eso aunque uno se esté muriendo por dentro, el dolor de cabeza martillee sin tregua, la hipoteca pese como una piedra, y el mundo se hunda bajo los pies, el ascensor es un mundo ideal de bienestar. Todos andan bien. Y mañana, y pasado, seguirán igual de bien porque, en realidad, casi nadie importa nada, casi nada importa a nadie, dentro de aquellas cuatro paredes. Apenas si llueve, apenas si vives. Pero, pese a lo rancio o lo tosco, pocos evitarán el suplicio de tanta banalidad dentro de un cubículo irrespirable, por eso las escaleras mueren solas y nuestro corazón con ellas.






sábado, 10 de octubre de 2015

UN URINARIO ES MUCHO MÁS QUE UN URINARIO


A fin de cuentas, ya desde mucho antes de Duchamps,
un urinario es mucho más que un urinario...
Enrique Vila-Matas



Sus últimas noticias eran que intentaba ordenar el desván y, aunque llevaba evitándolo desde que heredó la carga de aquella tarea, ya no había más remedio que ponerse a ella. Las goteras y la necesidad de habilitar una nueva habitación para el lastre que traía la nueva compañía ya no admitían más demora. Le perdí la pista, pero sé que vive porque de vez en cuando aun encuentro cosas suyas por ahí. La falta de noticias no es absoluta. Leí hace poco que se preguntaba «¿Qué diablos hago aquí?», y le supe en plena forma porque él mismo, en un juego dialéctico en el que el lector no pinta nada, acababa contestándose de un modo absolutamente fantástico. De eso, pero, hace ya algunos meses. Puede que ahora mismo, tras el último azote, esté buscando refugio en Porto Pim o en la isla de Corvo, porque aunque era de mucho enredarse, de mucho cavilar y acabar en camas rotas, también era muy dado a las fugas veloces sin nota de despedida. Puede que ahora mismo en aquel caserón comido por la hiedra y el relente quede un par de almas dolientes que no entienden ni jota y se consuelen pensando que el gran majadero solo fue a por tabaco. Pero esto no es más que una suposición porque es más que posible que solo ande por el desván, descabezando sueños que se ahogan mar adentro, porque a veces se le paraliza el aliento por tanta carga, y siga preguntándose «¿Qué diablos hago aquí?» mientras fantasea con un puerto allá por las Azores y un vientre blando y blanco.




jueves, 8 de octubre de 2015

UN MUNDO IDEAL



Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo.
Voltaire


En el mundo ideal de la política, la gente se aglutina alrededor de unas ideas que intenta llevar a cabo mediante un programa que presenta al resto de ciudadanos para que éstos lo conozcan, y decidan voluntariamente sumarse o no a dicho proyecto. En el mundo ideal de la democracia las reglas del juego se determinan previamente y, gusten o no, se asumen, porque en ese mundo ideal ya se prevén los mecanismos para modificar aquello que deba modificarse, sea porque no guste, sea porque ha dejado de ser útil. En ese mundo ideal todos juegan con las mismas normas y no se guardan ni una sola carta bajo la manga. En el mundo ideal de la política democrática, la sociedad decide que sea la mayoría la que determine bajo qué normas y programas se va a gobernar. En un mundo ideal, pese a la negociación, los que ganan mantienen en esencia aquello que prometieron y para lo que fueron escogidos, sin olvidar a los que quedaron en minoría, porque en un mundo ideal los políticos mantienen la honestidad, la integridad y una verdadera vocación de servicio para sus ciudadanos. Por eso, en el mundo ideal de la política, los que gobiernan se preocupan de las cuestiones que realmente les preocupan a los que les votaron pero también al resto de gente de la calle que no lo hicieron porque no olvidan que también gobiernan para todos aquellos otros que se decidieron por otras opciones, pero que no están muertos. Por eso, en el mundo ideal de la política, algunas cuestiones se dejan para hacer tertulias de salón si esos temas no solventan las necesidades de la gente. Pero en el mundo real de la política, el sistema democrático no existe más allá del papel, por eso cuando unos cuantos llegan arriba no tienen remordimiento alguno por aparcarlo todo, olvidarse de la gente y arrimarse al sol que mejor les cobija. Una desgracia para el mundo político y democrático real, que casi siempre se queda en papel mojado y el ciudadano a verlas venir.



lunes, 5 de octubre de 2015

DIARIO 2.0



Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear.
Roberto Bolaño


I.- Inicio la lectura de “El rapto de la gaviota”, un libro que no existe pero que se debate embrionariamente entre la muerte anticipada y la peste de lo que se pudre antes de ver la luz. Al final, siempre es lo mismo.

II.- Cuelgo el teléfono y señalo en la agenda el 23 de octubre con un círculo rojo y la palabra “marcador” y un escalofrío me recorre el cuerpo. Ahora mismo sería capaz de limpiar algunos baños para exorcizar unos cuantos fantasmas.

III.- En la prensa del día encuentro una foto mía, y aunque la noticia es de hace un par de semanas, la fotografía tiene más de dos años. La fama y yo nunca fuimos de la mano, pero me llama mi madre, llena de orgullo y satisfacción, para recordarme que la notoriedad casi siempre es inmerecida y que esta semana pase por su casa, hay que limpiar la uralita del patio interior. Nada como que te hagan tocar de pies al suelo. La mierda siempre es un buen aliado.

IV.- Anotado queda, ni un solo libro más hasta que termine el mes. Revisar todo lo que hay pendiente en casa o cortar la tarjeta VISA. El que avisa no es traidor y Knausgård no es Dios, aunque bien pudiera ser su profeta.

V.- Repetirle al oído, mientras duerme, que mi suerte guarda su nombre antiguo. Su nuca siempre huele bien.