jueves, 30 de enero de 2014

POLONIA


"No existe la libertad, sino la búsqueda de la libertad, 
y esa búsqueda es la que nos hace libres".
Carlos Fuentes


Tenía mil cosas que contarte.  Empecé a anotarlas en los márgenes de cualquier cosa, para no olvidarlas, pero fueron tantas que a fuerza de apiñarlas se volvieron ilegibles, pesadas. Acumulo miles de letras que no significan nada, que no consigo ordenar, que se mueren cada día un poco más.  Sustituyo el ejercicio del grafismo insignificante, vacío, por lecturas que a veces encienden una mínima chispa que me espabila pero no consigo que prenda.

Como y conozco, aunque en ocasiones cierre los ojos, no pruebe bocado y viva en la asepsia del desconocimiento de un retiro voluntario que rompo cuando me pesa en exceso. Las facturas y extractos que acumulo sobre la mesa certifican que mis rutinas siguen como siempre, en el mismo sitio, igual que siempre. Sin embargo, algunos días creo que también ellas son un espejismo, el reflejo burlón de la vida de otro que nada tiene que ver conmigo

Ayer empapelé diez paredes con letras flojas de historias que quedaron reventadas esperando un gesto que desapareció hace meses. Son sólo invenciones que fueron engullidas por los días largos, extenuantes y el gris de algunos momentos que ni siquiera imaginas. Historias mentirosas, libres.




© Fotografía Marcin Stawaiarz

martes, 28 de enero de 2014

PRODIGALIDAD, LA MÍA


"Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros."
Franz Kafka

Supongo que más pronto que tarde acabarán declarándome pródiga y arrancándome la tarjeta de crédito, inscribiéndome en alguna lista de esas que prohíben el acceso a determinados lugares porque esa es la única manera de evitar que, mes sí y mes también, acabe cargando el saldo deudor de mi tarjeta de crédito con la compra de libros. En eso iba pensando mientras terminaba de quitar el plástico con los de “Galaxia Gutenberg” envuelven últimamente sus libros y que, por lo general, me molesta en sobremanera. En este caso no me importa, sé lo que quería, y sé lo que me he llevado, “Una soledad demasiado ruidosa” de Bohumil Hrabal.

No es fácil encontrar, al menos en Barcelona, los libros de Hrabal, algo absolutamente incomprensible, al menos para quien como yo, considera a Hrabal uno de los mejores escritores centro europeos del siglo pasado. Pocas letras tan lúcidas, inteligentes y bien recreadas como las de este autor. El primer libro suyo que leí, "Trenes rigurosamente vigilados", lo compré en una librería de viejo en Praga, una edición traducida al español que algún uruguayo había dejado caer por aquellas tierras. ¿Qué como sé lo del uruguayo? Sencillo, un tal Rafael Escriche, el nombre que consta en su solapa, bajo una rúbrica inteligible así lo hizo constar. Una letra en redondilla, curiosa, que si no fuera porque dejaba testimonio bastante (al menos en apariencia) de que la misma había sido estampada por un caballero (que yo imagine, bajo el frío que resulta del siempre desconcertante río Moldava, de pelo cano, entrado en años y con las manos adornadas por las cientos de marcas que dejan la edad), la hubiera atribuido a una mujer, también entrada en años pero menos adornada por el paso del tiempo.


Ahora estoy sentada frente a mi ordenador, con el libro de Hrabal a mi izquierda. Lo miro de reojo, porque sé que he hecho mal y dos diminutos seres se me cuelan por dentro, cada uno de ellos por un oído para recordarme, uno, que lo malo es gastar en imprevistos, y el otro para recordarme que los libros nunca son imprevisibles y que incluso podría cerrar la puerta y ponerme a leerlo ahora mismo, mientras simulo estar haciendo algo para ganarme el pan. Pero ha sido inevitable, supongo que tan inevitable como le debió parecer al autor dejarse caer al vacío, de un modo casual, mientras intentaba dar de comer a los pájaros que se acercaban al alfeizar de su ventana.

Tengo mala conciencia porque he caído de nuevo en mi propia trampa, la de la chispa en ojo ajeno, en este caso, la chispa de Bohumil Hrabal. Espero que mi banco, o mi tarjeta de crédito, puedan entenderlo y sobre todo soportarlo, para algunas adicciones no existe la metadona.


domingo, 26 de enero de 2014

AL IVA-VA Y LOS CUARENTA LADRONES


"La salvación del mundo humano reside sólo en el corazón humano, 
las consideraciones humanas y la responsabilidad humana".
Vaclav Havel

Cuando alguien gana unas elecciones su legitimación para gobernar es plena. El voto de las urnas de las mayorías es lo que vale. Pero cuando esa elección se basa en un programa político que sistemáticamente se incumple, ¿qué pasa con esa legitimación? A mi entender está absolutamente viciada y, como si de un contrato privado se tratara, podría decirse que la mayoría, engañada, estaría legitimada para solicitar la resolución, revocación, del mandato que en su día les fue concedido en base a ese programa.

Este razonamiento, que aboca, según algunos, a un sinfín de desastres, tiene su lógica. Si jugamos con unas reglas determinadas, todos los operadores del juego quedan obligados a ellas, en este  caso, los electores y los elegidos. De ahí que sea de la opinión que si uno de los dos se descabalga de las reglas del juego, su legitimidad quede más que en entredicho, y legitima a la mayoría del electorado, sea ya cual sea, a pedir su cese inmediato. 

Y eso es precisamente lo que está pasando en este país, los que llegaron al Gobierno, por una mayoría, nos guste o no, campan por libre, sin sujetarse más que a los votos que le dan, ahora sus diputados, con decisiones que se alejan de lo que sus votantes y el resto de la ciudadanía quiere y necesita. Ahí radica el problema del partido en el gobierno y del gobierno en sí mismo.

Hace años que me convertí en una verdadera descreída en las cuestiones políticas y en la presunta honradez y manos limpias de nuestros gobernantes. Los hechos y las debacles en las que nos colocan dan motivos más que suficiente para que piense así.



La última de los gobernante de este país es la bajada del IVA (impuesto sobre el valor añadido que grava el consumo), en las adquisiciones de obras de arte, una bajada bien significativa, de más la mitad del tipo impositivo, que pasa del  21% al 10% y, deja más que contentos a aquellos que disponen de posibles para dedicarle a menesteres tan diletantes y de poca necesidad, en esta época de carestía y precariedad en la que nos encontramos.

Una auténtica vergüenza, en gran medida aplaudida por las grandes fortunas de este país, empresas multinacionales y fundaciones de oscuro pelaje, que son quienes en los tiempos que corren pueden adquirir obras de arte para sus colecciones y, porque no decirlo, para coadyuvar con sus importantes aportaciones, (legales e incluso ilegales en algunos casos, como se está viendo), a conseguir que algunos lleguen a calentar sus poderosos escaños. 

La elección del Gobierno revuelve las tripas y genera de inmediato una pregunta ¿Qué entienden ellos por arte? Su concepto de lo artístico, estoy segura, se acerca a los criterios crematísticos y políticos que he dicho y a nada más, porque es evidente que hay obras literarias, cinematográficas y teatrales, más cercanas al común de los mortales, que merecen el calificativo de arte en toda su extensión y que no se verán beneficiadas, en modo alguno, por tan escandalosa reducción.

Estamos ante una reducción inaceptable, por legítima comparativa, para un país que se desangra, día a día, a través de sus ciudadanos menos afortunados. Un país en el que los productos de primera necesidad (luz, agua, gas, alimentación, limpieza, transportes, etc.) se grava con el tipo máximo del impuesto; en el que la voracidad del fisco se ceba en los menos afortunados; y en el que ya suenan cantos sobre su eventual incremento al 23%, según estudios solicitados por el Ministerio de Hacienda.

Vamos de pena en pena, de ahogar a las clases medidas y a las más necesitadas. Podemos aguzar el oido y escuchar como resuena en la cabeza y en los bolsillos de los autónomos la subida de sus cuotas de cotización, lo mismo que la vacua promesa de establecer el criterio de caja a la hora de declarar los ingresos en caso de los profesionales. Criterio que significa, ni más ni menos, que pagar por aquello que efectivamente se ha cobrado, y no por lo facturado y no percibido.

Los impuestos deben acogerse al principio de proporcionalidad y racionalidad, con una finalidad clara, dar servicio y cubrir las eventuales necesidades de sus ciudadanos. La presión fiscal para quien más tiene y menor para el que menos tiene, debería ser el catecismo de cualquier fiscalista y persona de Estado que tenga una conciencia social para con los suyos, criterios que nada tiene que ver con ideologías desfasadas de siglos pretéritos que casan mal con nuestra sociedad actual. Es cuestión de justicia, así lo creo yo.

Esta semana, la Cruz Roja publicaba un informe en el que señalaba que el 38% de las familias que son atendidas por dicho entidad se encuentran en la denominada “pobreza energética”, en la incapacidad de dotar su hogar de una cantidad mínima de servicios energéticos para atender a sus necesidades básicas, como por ejemplo mantener la vivienda en unas condiciones de climatización adecuadas para la salud.



Reconozco que las imágenes que las televisiones ofrecen sobre el levantamiento ciudadano en Ucrania me producen cierta envidia. Y es que de arte no se come o sí, pero por mucho que nos duela y estemos a favor de la promoción del mismo, en época de carestía y de fuerte presión fiscal, lo primero es lo primero.

El Gobierno debería ir pensando qué está haciendo y madurar que la caja de los truenos una vez se abre ya no hay quien la cierre. Que miren hacia Gamonal, por poner un ejemplo cercano, porque el personal empieza a estar más que cansado.


martes, 21 de enero de 2014

SUSTOS


"Quizá se le atribuye demasiado valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión.
 La memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos".
Susan Sontag

Este mediodía he acompañado a mi hermana mayor al médico. Estas visitas suyas me ponen muy nerviosa. Su salud no es la mejor y cualquier cosa, por pequeña que sea, supone una alteración de su vida y la de todos los que la rodeamos. Me pone nerviosa porque se nos escapa de control y la voluntad ni sirve, ni cuenta para nada.  Así son las cosas.

Al salir, hace un día estupendo. Nos vamos a pasear cogidas del brazo como dos ancianitas que no somos, pero esa manera de agarrarse reconforta mucho e incluso es divertida cuando llama la atención de los transeúntes que creen cruzarse con la reencarnación de una joven Charlotte Rampling (ella) que le saca una cabeza a su acompañante (yo). 

La vida es un susto y deberías saberlo, me dice. Sé que tiene razón, pero tengo la sangre espesa cuando afecta a los míos, cuando le afecta a ella. La vida es un susto y doscientas mil calorías ingeridas para que se pase, le recuerdo. Nos vamos a comer porque algo hay que echarse al cuerpo, porque no hay que dejar que los sustos nos puedan y porque paga ella, que para eso es la mayor.


domingo, 19 de enero de 2014

PIENSA Y SE LIBRE


"Mucha gente piensa que hacer la maleta es cuestión de entrenamiento, 
que lo aprendes espontáneamente como cantar o rezar. 
Nosotros no teníamos entrenamiento y tampoco maleta".

Acabo de ver "Doce años de esclavitud". No voy a hablar de cine, ni de aquellos días negros que nos parecen producto de la imaginación desbordada de algunos. Ni siquiera voy a hablar de la condición humana.

El odio irracional, el desprecio por lo diferente, por lo que escapa al control, por lo desconocido,  se engendra desde el inicio de los tiempos. Pero frente al sinsentido de posturas que se enquistan convirtiendo en baluartes de una sociedad enferma, que pasan por encima de la libertad, de la dignidad y del respeto a la integridad física, incluso a la vida, quedan unos pocos, muy pocos, de los que no se puede prescindir, gente que hace frente a la cerrazón y a una pasividad que da pavor.

Dar un paso adelante requiere de una valentía desmedida porque, esos pasos, casi siempre conllevan la muerte civil del que decide cruzar la línea que con el desprecio y el odio marcó una frontera entre el ser y el deber ser. A éste último, a lo que debe ser (filosofías a un lado), solo se llega, dicen, cuando uno consigue liberarse de la ignorancia y del reduccionismo en el que se nos intenta encerrar entre sus neurosis destructivas, un trabajo que dura toda la vida.

Lee, piensa y se libre.





miércoles, 15 de enero de 2014

FIDJI MON AMOUR


"I got so brave, drink in hand, lost my discretion".


Olor a canela y a flor de azahar.
Tormenta de arena,
Sangre en la lengua.


martes, 14 de enero de 2014

DAMAGED




Los que leemos por enfermedad sabemos que el mejor modo de hacerlo es estando solos, alejados de cualquier cosa  que nos pueda trastornar, y con el tiempo suficiente para que nuestra lectura sea algo más que un superficial roce con la realidad concebida a la medida de quien se esconde detrás de unas letras que, casi siempre, son peligrosas, muy peligrosas, para los que adolecemos del mal de la lectura.
Los que leemos, porque no podemos evitarlo, esperamos que cuando una novela cae en nuestras manos, nos atrape y nos coloque en su historia, aunque sea en escorzo y fluya de tal modo que al llegar a la última página intentemos demorar el momento de abandonarla. Porque los que leemos por el gusto de leer sabemos que una vez pasemos la última página nada volverá a ser lo mismo porque el recuerdo de las impresiones de lo leído nos modificará, en la medida que sea, el modo de emprender una nueva lectura.


Los que leemos por enferma devoción a la palabra escrita también sufrimos terribles decepciones y engaños. Pero nuestra enfermedad no tiene cura, por eso, una y otra vez, caemos en el perverso vicio de la lectura, buscando un rincón solitario en el que parapetarnos y continuar retroalimentando el infierno, o la gloria, que letra tras letra nos vamos forjando.




Todo esto que ahora digo, no sé porqué lo digo. En realidad quería hablar sobre las fotografías de Walker Evans, de la infinita tristeza que en ellas asoma siempre. La vida en un click. 
Pero me perdí. Quizá porque cuando me entretengo viendo las fotografías de otros, casi siempre pierdo el sentido del tiempo, como me pasa con los libros. No me lo tengan en cuenta, los que estamos enfermos de historias, acabamos volviéndonos disolutos e incluso un poco irreales.


Por último, una recomendación "Normas de cortesía" de Amor Towles, de la editorial Salamandra. Tampoco me lo tengan en cuenta, con ella, la novela, me debato entre el gusto y el disgusto, pero es lo que tenemos los que estamos así, enfermos de literatura. Por eso tampoco podemos los encadenamientos, en este caso, el de Walker Evans con Katey Kontent, la protagonista, o no, de "Normas de cortesía".






domingo, 12 de enero de 2014

LA ERÓTICA DEL CROISSANT


"Te quiero contar una historia tremenda acerca de la anticoncepción oral:
 le dije a esa chica que si quería hacer el amor conmigo y me dijo que no".
Woody Allen


Para los que nos movemos en scooter por la ciudad, sabemos que uno de los artefactos más antiestéticos que existen son los cascos abiertos que cubren la cara con una visera y dejan la barbilla al aire. No sólo porque el día que vas al suelo corres el peligro de dejarte la cara pegada en el asfalto, sino porque además te dejan el cabello hecho un cisco y si, por una de esas cosas que pasan, topas con unos paparazzi decididos a inmortalizarte en ese momento (caso que seas famoso), tu sex-apple, si un milagro no lo remedia, queda a la altura de una leyenda urbana tocada por una melena lamida por la lengua de una vaca.

La suerte que tenemos aquellos a los que no nos conoce ni el tato, es que la probabilidad de ser fotografiados de esa guisa es poco probable. La única cámara que nos inmortaliza es la de la policía municipal. Los cascos no solo son antiestéticos sino que son poco discretos. 


Eso mismo debió pensar François Hollande cuando hace unos días se vio en primera página de la prensa nacional e internacional, trasladándose en moto para ver, estar o lo que sea, con su actual affaire. No es que me suscite ningún interés la vida privada del Sr. Hollande, sinceramente, pero como cientos de miles de lectores acabé sabiendo de la vida personal del Presidente de la República francesa como si se tratara de un asunto de estado. Y debe serlo, al menos en Francia, porque desde entonces no cesan las noticias sobre cada uno de los detalles de esa historia personal del Sr. Presidente. O eso o, como me temo, en algún rincón del interior del ser humano sobrevive un pequeño cotilla que, en cuanto puede, sale a relucir para despedazar con la precisión de un charcutero la vida y obra del sujeto sobre el que recae la atención mediática.

Dicen que Hollande lleva más de un año manteniendo esa relación amorosa con la actriz Julie Gayet. Puede que así sea, solo digo lo que la prensa dice, pero hasta este momento, pese a que ambos están en los mentideros, han podido esquivar a la hambrienta opinión pública. A saber.

He pensado algo en el tema, pero ahora ya es tarde, ha terminado la campaña de navidad. La cosa ya no tiene remedio,  pero si todo este lío, el de la scooter y los tránsitos de Hollande, llega a conocerse antes, la incertidumbre sobre que regalarle en Reyes al Sr. Presidente se hubiera disipado como una tormenta de primavera sobre el Campo de Marte, lo tengo claro: un casco integral y un horno para cocer croissants, sin ninguna duda. 

Hay que ser discreto y previsor. La erótica del poder es poderosa (valga la redundancia), y nunca se sabe en qué momento Afrodita puede hacerse carne en la vida de Monsieur  y no le vendrá mal ni el casco integral, sin visera abatible, ni el horno para los croissants de la mañana.



© Fotografía del blog “La receta de la felicidad”

martes, 7 de enero de 2014

QUE LA JUSTICIA SIGA CIEGA


Finalmente, y aunque parecía que no iba a llegar nunca, la Infanta de España, Dª. Cristina de Borbón, ha sido imputada por un presunto delito de blanqueo de capitales y delito fiscal.  A nadie escapa que este acto, que convierte en parte del proceso a la Infanta, es sólo un primer paso dentro de la cadena forman los distintos actos que conforman un procedimiento penal.

Que nadie se lleve a engaño, la decisión judicial dictada con una total falta de apoyo del Ministerio Fiscal (pese a que su Estatuto Orgánico -Ley 50/1981-  le encomienda, como funciones que le son propias: “promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los Tribunales, y procurar ante éstos la satisfacción del interés social"), no es más que una pica en Flandes que, mal que nos pese a los españoles, puede quedar en nada.

La imputación en un procedimiento penal no es más que la atribución a una persona concreta de la comisión de unos hechos que presuntamente son constitutivos de una infracción penal, en concreto, de las que nuestro Código Penal establece como delito. 
La imputación tiene dos elementos: uno de carácter físico y otro, que es el que realmente tiene trascendencia en lo que ahora nos ocupa, de carácter subjetivo, es decir, si el sujeto al que se le imputa la comisión del delito reúne las condiciones necesarias para determinar si los mismos fueron realizados de un modo doloso (a sabiendas) o culposo (negligente). De ahí, entre otras cosas, que la imputación de un delito comporte que la persona sea investigada por los indicios criminales que existan, y quede sometida al procedimiento judicial con todas las garantías procesales, de defensa entre otras, que las leyes, en concreto la Constitución y la Ley de Enjuiciamiento Criminal, establecen para ella.  
Pero la imputación de un delito, como ocurre con la Infanta, no supone que esa persona necesariamente llegue a ser juzgada. Puede ocurrir que tras la investigación que se lleve a cabo, la cosa no vaya a más, que ni tan siquiera  se vea sometida a la fase de Juicio Oral (porque no se concrete acusación alguna contra ella, ya que la formulación de la acusación no depende de ningún Juez ni Magistrado, sino del Ministerio Fiscal como acusación pública, de las acusaciones particulares y populares, si las hay), y esa imputación mucho menos garantiza que esa persona, que puede llegar a estar acusada y sujeta a un Juicio Oral, sea condenada por los delitos que inicialmente se le imputaron y posteriormente se le acusaron.


Dicho lo anterior, debemos quedarnos con un hecho que tiene una importancia capital, y es que en este país hay gente valiente, que no se arruga, que hace su trabajo (con los pocos medios que a veces se cuenta) y que la presión mediática, política y váyase a saber de qué tipo, se la pasan por el mismísimo Arco de Triunfo de su persona. Y hacen bien, en definitiva, son la esperanza, aunque sea menuda, de un país que está frito a corrupción y amiguismo.  Los delitos que se imputan a Dª. Cristina de Borbón son unos delitos feos, que repugnan por lo poco solidarios con la ciudadanía que se supone representa, aunque sea de modo parcial. Delitos que se basan en la ambición desmedida  y la falta de escrúpulos sociales de quien los realiza.

Puede que esta imputación no llegue a nada, algunos tentáculos son escandalosamente largos y viscosos. Pero lo que es cierto es que la Administración de Justicia, desde las posibilidades que un Juez de Instrucción, de un partido judicial cualquiera, que tramita todo tipo de asuntos, no sólo macro asuntos como el del “Caso Noos” o el “Palma Arena”, sino también causas de  menos relumbrón, porque está en la base de la pirámide jurisdiccional en materia penal, ha destapado y puesto sobre la mesa uno de los casos más flagrantes y sucios de corrupción de este país, no sólo por los sujetos que están implicados en él, sino la trascendencia que para la institución de la Corona tiene y puede tener.

Los primeros agradecidos por la imputación de hoy deben ser los ciudadanos de este país, porque aunque sea por un día pueden creer en la Justicia, y en el hecho de que hay personas que trabajan para que la justicia sea igual para todos con independencia del color de la sangre que corra por las venas de cada uno. Pero la siguiente que debe estar agradecida es la propia Corona, porque sólo aceptando que uno de sus miembros sea investigado para esclarecer los hechos que se denunciaron en su día, podrá tomar las medidas que correspondan en función de lo que resulte del procedimiento, podrá eliminar la manzana podrida del canasto y, como dijo aquel, pasar un poco de lustre y limpiar el nombre de una institución que anda peor que maltrecha. Y por último, quien no puede tampoco estar menos que agradecida, infinitamente agradecida por su nueva posición procesal, es la misma Dª. Cristina de Borbón, ya que es ahora cuando podrá defenderse de los hechos que dicen cometió, en el caso de que no se ajusten a la realidad; o, finalmente,  aceptar que es más tonta que capirote y no se enteraba un pimiento de lo que ocurría en su casa y en sus negocios que tan buena vida y patrimonio le han facilitado.


Ahora queda esperar y que la justicia siga su camino. Pero hoy es un día importante en este país, pese a que algunos no lo crean o pretendan hacernos comulgar, a estas alturas, con ruedas de molino. La Infanta de España, Dª. Cristina de Borbón, no ha sido condenada, es cierto, pero de momento, salvo que la Audiencia Provincial de Palma se la coja con papel de fumar, va a tener que dar muchas y buenas explicaciones, como cualquier ciudadano que “presuntamente” comete un delito.



lunes, 6 de enero de 2014

ESOS LOCOS BAJITOS


"Me asombra el mundo cada vez más, y los niños
y la nieve me asombran; pero la sonrisa es verdadera, 
como el camino, ni dócil, ni servil".

Las seis es la hora de salida, las seis es, casi siempre, la hora de llegada. Esta tarde, a las seis en punto, les cierro la puerta del coche para comenzar la vuelta a casa, mil doscientos cincuenta kilómetros, dos países por cruzar y unos cuantos meses por delante, son una distancia brutal, en todos los sentidos, sobre todo cuando tu estatura no pasa del metro treinta y tu vida gira alrededor de los tuyos.

A los primeros lamentos, intento quitarle hierro al tema, decirles que aquí también vamos a la escuela y trabajamos, que no estamos siempre de fiesta, que las verbenas de San Juan y San Pedro solo se dan una vez al año, que los Reyes vienen sólo en navidad, que no siempre vamos de casa en casa, de salto en salto y que no siempre las cosas son así de divertidas. Les aseguro que, aunque no lo crean, hay muchas cosas por las que, pasadas las vacaciones, uno tiene que volver a casa, a su casa, por ejemplo: los amigos, los paseos en bici, las clases de clarinete, sus cosas. Pero seguir insistiendo es absurdo cuando escuchas, en primera persona y sin ningún tipo de complejo, que todo eso que les dices es así, pero que su familia, sus tías, sus primos, su abuela, están aquí y que ellos quieren quedarse aquí, forzando al máximo esa última -í-.

Con las siguientes protestas y antes de que la cosa pase a mayores y que asistamos a un amotinamiento que ni sus padres puedan controlar, insisto en que la vida de aquí es igual que allí, solo que aquí todo es más grande, pero nada más. Que nosotros estando aquí, o allí, seguimos siendo de los suyos y que el tiempo, el espacio, no importan tanto desde que tenemos skype (una herramienta casi siempre chorra, pero que alivia lo suyo). Les aseguro que los animales del zoo seguirán en el mismo sitio cuando llegue el mes de julio, que volveremos a cocinar y que tenemos que darnos un descanso, un descanso entre locos chiflados, para no empacharnos los unos de otros, sobre todo para que ellos no se empachen de nosotros.

No consigo convencerlos, pero la resignación hace milagros. Que sean más bajitos que yo y que les multiplique por muchísimo los años, no los convierte en tontos, sólo son más pequeños, faltos de experiencia y limpios de malicia.

Se les hace difícil marchar, y a mí (a nosotros), que se marchen, por eso ya no alargamos las despedidas, y nuestros adioses son cada vez más cortos. Tiro del cinturón de seguridad para comprobar que está bien anclado y cierro la puerta con una sonrisa que se me cae por los costados. 

Ya no cabe más que mirar hacia delante y esperar una llamada, quizá un mensaje, dentro de doce horas, para aliviarnos de la espera de la llegada a casa, a su casa, mientras la nuestra queda, desde ya, un poco más vacía.

domingo, 5 de enero de 2014

THE HOLE


"Para salir del agujero, hay que entrar en el agujero".

En cuestión de cine y espectáculos varios sigo muy poco las criticas de otros pero esta vez, yendo contra corriente, saqué entradas para THE HOLE”, sin saber demasiado bien si, dejándome guiar por el criterio de un tercero, no tendría que acabar arrepintiéndome de haber gastado una buena cantidad de euros en un festival del que no sabía nada más que de la fachada del teatro en el que se representa, el "Teatre Coliseum", sobresalen unas piernas invertidas, calzadas con unos tremendos y sensuales zapatos rojos de tacón de aguja.


Sin embargo, no sólo no me he arrepentido, sino que puede que la noche del sábado fuera una de las más divertidas que he pasado en el teatro en los últimos meses. Un espectáculo de cabaret, humor, strippers, y acrobacias que no sólo te dejan con la boca abierta con los increíbles números circenses, sino que además, como hilo conductor, cuenta con la intervención como “maestra de ceremonias” de Pepa Charro (la famosa Terremoto de Alcorcón) que con un sentido del humor sin complejos, organiza la fiesta en la que se centra la función, y durante la que relata su historia de amor, de su amor definitivo, con una rata extravagante. Roedor que, a lo largo de las dos horas que dura el espectáculo, se pasea por la anatomía de Pepa Charro que no dejar que, ni por un momento, decaiga la fiesta que se celebraen su Mansión,The hole, y va dando paso y entrada, uno a uno, a sus excepcionales invitados.


Una puesta en escena sencilla que centra la atención en la intervención de cada uno de los artistas, sin estridencias, ni grandes decorados, salvo unos sensuales labios que, de vez en cuando, dejan ver una jugosa lengua que deslizar sobre el escenario objetos tan singulares como una bañera de pies, digna de la Reina de Saba, en la que la gran Pepa Charro nos ofrecerá con un monólogo sobre la dieta y las habilidades ayurvédicas de su novio ratón, uno de los momentos más hilarantes de todo el espectáculo.


Las acrobacias suspendidas en el aire, sin protección de ningún tipo, de los acróbatas Donato Collazo, Arancha Fernández y Mónica Riba (Las supernenas), mantienen al espectador con el corazón encogido mientras se balancean sobrevolando las cabezas de un público que, metros más abajo, consume sus copas sin poder dejar de mirar al cielo techado del teatro. Sin desperdicio, tampoco, los números musicales de los cantantes a capela de los mayordomos de la mansión, Adrían García, Bruno Gulio, Alex Forriols y Toni Vallés, que dan entrada a cada una de la actuaciones; como tampoco la tiene, la intervención Nacho Sánchez, "pony loco”, que sobre patines, sobrevolará la platea como su madre lo trajo al mundo e intentado, desde la gracia de este cuento de excéntricos, no dejar intacto "agujero" alguno. El hepatante striptease, más imaginado que visto, de la bellísima y espectacular Reyes Ortega, quita el hipo.



Los monólogos, en los que en su elaboración ha intervenido, formando parte del equipo creativo, el actor y guionista Paco León, son con diferencia de lo más gracioso que he escuchado en los últimos tiempos. “THE HOLE” es un espectáculo no sólo divertido, sino increíble, asombroso, apto incluso para las mentes menos proclives a los desnudos en escena porque, pese a las espectaculares anatomías de algunos de sus protagonistas, es lo que menos importa de todo el show.




Para no perderse, tampoco, el número de los artistas invitados: la acróbata aérea Dilya, una Marilyn Monroe entrada en carnes, con una flexibilidad brutal que te deja maravillado con cada balanceo que se da en el aire, y la actuación del Dúo Flash.


No me importaría repetir. Se la recomiendo vivamente, pasarán un rato muy bueno. Y es que además, como dice La Terremoto de Alcorcón, "para salir del agujero primero hay que entrar en el agujero". Y si como parece, andamos todos metidos en un agujero bien negro y cochino, que al menos, mientras estamos en él, sea con grandes dosis de sentido del humor, que falta nos hace para salir del maldito agujero en el que nos encontramos.



jueves, 2 de enero de 2014

OTRAS MIRADAS -CUATRO MESES, TRES SEMANAS Y DOS DÍAS.



Existen algunas películas que son absolutamente necesarias, si no existieran alguien las tendría que hacer. "Cuatro meses, tres semanas, dos días" es una película imprescindible en el cine europeo. Una producción rumana, dirigida por Cristian Mungiu, en el año 2007, que fue ampliamente premiada, pero que ha pasado desapercibida para la gran mayoría, sobre todo en el panorama español.



¿Por qué "Cuatro meses, tres semanas, dos días"? Pues porque, sin que lo podamos saber con seguridad, es el tiempo de embarazo de Gabita (Laura Vasiliu), el tiempo de una gestación que será interrumpida de una manera clandestina, ilegal y absolutamente dramática. Y junto a Gabita, la incondicional Otilia (Anamaria Marinca), su compañera, su amiga, su apoyo, su todo, en la peor experiencia por la que una mujer joven, 22 años, puede pasar.

"Cuatro meses, tres semanas y dos días" es la historia de Gabita y Otilia, dos estudiantes universitarias que viven en una residencia en una pequeña localidad de Rumanía, cerca de Bucarest, que se sitúa en los últimos años de la dictadura de Ceaucescu. Pero decir sólo eso, quedarnos ahí, sería demasiado superficial, sería decir muy poco. Porque si bien es cierto que la acción principal gira alrededor de los dos días en los que las protagonistas buscan a la persona que lleve a cabo el aborto, el lugar donde realizarlo, los medios y el dinero para poder llevarlo a cabo, lo verdaderamente importante es cómo lo viven, cómo se enfrentan a ello, a las circunstancias complicadas por las que van a tener que atravesar. Porque se verán en una sórdida habitación de hotel, recogiendo a un tipo del que lo desconocen todo, un personaje absolutamente siniestro, el Sr. Bebe (Vlad Ivanov) que con una aparente profesionalidad demostrará ser un verdadero desalmado. El tema central de esta película es el miedo, el temor, la opresión.


Estas sensaciones son perfectamente trasmitidas por el director mediante, la trama relatada, y una perfecta recreación del ambiente, no sólo escénico, de la Rumanía de finales de los años ochenta, sino mediante la utilización de muy pocos recursos técnicos, un juego de luces espectaculares que mantendrá la acción siempre en una penumbra que se irá oscureciendo a medida que la historia se va tornando más dramática.

Porque si algo tiene esta filmación es un tremendo dramatismo. Porque si un aborto, de por sí, es una tragedia, acompañado de las circunstancias por las que tienen que atravesar Gabita y Otilia (terror a terminar encarceladas por unas circunstancias extraordinarias: la culpa y el arrepentimiento en lo emocional; y lo monstruoso de sostener entre las piernas, una goma, hasta que el feto se desprenda para sentarse en la taza de un váter hasta expulsarlo y procurar no desangrarse o no morir por una infección). Porque Otilia, a la que se le tambaleará el mundo, llegando a cuestionarse incluso sus propias relaciones personales, será el pilar sobre el que se sostiene Gabita, tendrá que encargarse de deshacerse de un feto de casi cinco meses (al que veremos en el suelo del baño medio cubierto por una toalla), con el shock que ello supone, de la imposibilidad de enterrarlo (como las dos amigas pretenden), deshaciéndose de el mismo de la única manera que no quisieran hacerlo. Y todo eso transcurre bajo la acosadora y permanente opresión de un sistema que no sólo vigila a sus ciudadanos, sino que les coarta toda libertad, hasta convertirlos en fugitivos de sí mismos 



Sin embargo, la grandeza de la película reside en que su director, y guionista, mediante la utilización de una técnica cinematográfica muy cercana a la del movimiento Dogma, cámara en mano, pocos recursos técnicos, logra centrarnos la intimidad de sus protagonistas hasta llegar a sentir su aliento cerca nuestro y desesperarnos. Existen muchos momentos en esta película que estremecen por su excesiva realidad, pero la escena final sobrecoge al espectador hasta encogerle el alma. Dos mujeres absolutamente descolocadas, engullidas por la tristeza pasan las horas sentadas en el bar de un hotel de mala muerte, y una de ellas, Otilia, que en un mirar de soslayo a la cámara parece pedir la clemencia y el consuelo del que desde el otro lado de la cámara no puede por menos que apiadarse de ellas.

Cine de calidad, cine del bueno.