domingo, 27 de marzo de 2022

CONTEXTO


 
No sé hasta que punto supo que me parecía interesante. Nunca se lo dije. A veces las palabras no importan, casi sobran y la actitud cubre la laguna que de lo que no se dice. Le escuchaba mucho y ponía una atención, quizá desmesurada, en leer las cosas que escribía. Era como un catalizador. Me hacía pensar. Me esforzaba por intentar comprender sus ideas que había robado de antemano y las disimulaba para que parecieran originales. A veces lo conseguía. Pero, aun así, desde esa la ambigua posición que en ocasiones me situaba, fue un tiempo muy estimulante. Estar en el lado opuesto de sus posicionamientos me hizo más rápida, aunque no creo que más interesante a sus ojos, o eso me parecía a mí. No saberse interesante para alguien, es lo mismo que no saberse guapo en la cabeza de otro, es una cuestión de subjetiva apreciación que una vez salvada da una ligereza extraordinaria. Me era interesante, sí. Le era interesante, ni lo supe, ni al final me importó demasiado. Una vez superado el bache del ego maltrecho, que de primeras duele como un uñero rabioso, todo es mucho más sencillo. La reciprocidad es algo estupendo cuando sucede, pero conocidas las limitaciones de su falta, seguir cebando el runrún que recorre la cabeza se convierte en un ejercicio en solitario, un poco más aburrido pero no menos placentero, donde lo importante es no perder la palabra apropiada, ni la capacidad para ir descubriendo que el mundo se genera, un día tras otro, a base de ideas que se cruzan por el espacio y aterrizan donde buenamente uno busca.




domingo, 13 de marzo de 2022

HORMIGÓN

 



La obra se paró hace semanas y el edificio, que ha quedado a medio terminar, se levanta como un esqueleto al que le falta el relleno de la carne y el músculo. Tiene una apariencia enfermiza a la que no ayuda la humedad que se pega al hormigón. Entre mi ventana y su frontal se abre una brecha por la que se cuela parte de un cielo que hoy viste de gris. Lo mismo que ayer, lo mismo que las últimas semanas. A las ventanas les faltan los cristales, a la fachada un recubrimiento que tal vez no llegue. No puedo dejar de pensar en que quizás estemos viviendo nuestros últimos momentos de tranquilidad. Los estertores de una felicidad que se nos antojaba insuficiente porque desde lo acomodado de nuestra existencia todos es escaso. El año no da tregua. La maldad se cuela por cualquier rendija. Puede que estemos a un paso de la de la pérdida del todo, de lo que podemos tocar y de lo que consideramos esencial en nuestras vidas, más allá de los simplemente material. Pongo la televisión buscando dejar atrás la sensación de calma provisional con la que nos vamos engañando día a día. Busco entre las plataformas y termino viendo una película que no es más que una historia de la historia. De la misma historia que se va repitiendo cada cierto tiempo. Los fotogramas de ayer son los mismos de hoy solo que con mayor pixelación y calidad en el color.  No estamos a salvo de nada. La historia se repite una y otra vez. Los mismos locos, los mismos errores, las mismas masacres. No hemos aprendido nada.  Me siento a escribir esta nota, frente a la ventana desde la que veo el edificio a medio construir,  teniendo la certeza de que no hace más de un mes, una tarde de domingo en Kiev era el reflejo parejo de las nuestras. De nuestros domingos indolentes a los que intentamos trampas para que el día se estire y el lunes parezca algo lejano. Tardes de domingo que se cimbrean entre la melancolía y las pocas ganas; entre los planes y las necesidades. Tardes que ahora muchos añoran porque de todo aquello ya no queda nada. Nuestro tiempo y nuestro destino no siempre nos pertenece. Lo olvidamos con demasiada frecuencia. Pongo a Vetusta Morla en la lista de reproducción y pienso, al igual que la canción, que dejarse llevar suena demasiado bien, pero quizá, hoy ya hora es un juego de azar del que, en realidad, no nos podemos fiar.




jueves, 3 de marzo de 2022

INSOMNIO 2.0

 



Una vez más el sueño desaparece de golpe y me deja perpleja ante la oscuridad de la noche. El silencio es absoluto. Me levanto para prepararme una taza de algo caliente. El suelo de la cocina está frío. Pongo la radio y bajo el volumen para no despertar a nadie. La guerra ha vuelto a Europa, aunque desde la distancia parece sencillo orillarla. El día a día se atropella y  fingir que todo sigue igual parece sencillo. Pero Ucrania está en guerra y las consecuencias son imprevisibles. Esta noche, mientras me pregunto por la desesperante costumbre de desvelarme poco después de las tres, el ejercito ruso bombardea cerca del Maidan. La vida de ayer tan corriente, la de hoy busca refugio bajo una estación de metro. La tercera guerra mundial pende de un hilo y de la mente criminal de Putin. El futuro puede acabar antes de llegar. Estoy descalza en la cocina y sé que las enfermedades siempre llegan por los pies.