jueves, 31 de diciembre de 2020

OJALÁ


"Se ha votado que la tierra pertenece al Señor junto con toda la plenitud de la misma; se ha votado que la tierra ha sido entregada a los Santos; se ha votado que nosotros somos los Santos".

Extracto de la Asamblea comunal en Milford, Connecticut, 1640



Que el tiempo vuela es una realidad de la que sólo se toma consciencia cuando se entra en periodo de descuento. Que tu existencia deja de ser la que era, para pasar a ser otra totalmente distinta, es otra de esas cosas que aprendes cuando la vida te golpea con saña y, en una décima de segundo, ya nada es igual. 

Cada año que empieza es una llamada a la esperanza, una llamada a no rendirse. Este próximo lo es más que nunca. Lo perdido no volverá y los que se nos han ido quedan en nuestro recuerdo para siempre jamás. Somos lo que somos a fuerza de vivir, de recordar y de esperar que el mañana nos permita seguir adelante con la mente clara. La esperanza también es eso. Eso y los miles ojalás que llevamos con nosotros. 

Es hora de dejar atrás el 2020 y apostar fuerte. Feliz año nuevo.




lunes, 28 de diciembre de 2020

LIEBE

 


"Come over to the window, my little darling,
I'd like to try to read your palm.
I used to think I was some kind of Gypsy boy
Before I let you take me home".

So long Marianne. Leonard Cohen



Se creyó más listo que nadie, el más astuto y el más escurridizo. Subestimó el derecho a sobrevivir que llegó hasta él como una bota de metal y le aplastó. La consideración ajena le quedó chata como su propia realidad. Quiso atar con cuerdas invisibles y acabó estrangulado por su amor propio. Y ahí quedó, diminuto como el ojal de un botón camisero, perdido entre astucias revueltas y unas tremendas ganas de volver. Y aunque busca alivio en una lista de reproducción antigua, en su cabeza solo resuena la cantinela "El amor no es eso, chaval". 



domingo, 20 de diciembre de 2020

DIARIO 3.0 - COSAS DE UNA PANDEMIA

 


 

I.- No ver a nadie para preservar a los tuyos. Incongruencia al ciento por ciento. Me paso el día viendo gente, gente a la que en la mayoría de casos no me acercaría ni con un palo, pero a fuerza ahorcan. El trabajo es mercenario y las ganas de comer también.  Las burbujas laborales, si eso, las dejamos para el agua con gas.


 II.- La monotonía de la semana la rompe un congreso virtual. Nada que ver con el trabajo y sí mucho con las ganas de aire nuevo, de ideas que crecen, de olvidarse del virus, aunque sea por un rato. El feminismo no es lo que se nos vende desde el púlpito de un gobierno enfermo. El mundo no es de las mujeres, como tampoco lo es de los hombres.  Es de las personas que con independencia de su género quieren convivir como iguales y trabajan para ello. Lo demás, comida para demagogos y políticos de medio pelo.

 

III.- Escucho a uno tipos diciéndole a otro que huele a mierda. Ríen en voz alta de manera estridente, incluso el premiado con el insulto. Una voz enlatada repite por megafonía la tonadilla de que no está permitido comer ni hablar en el metro y que te laves las manos cuando salgas a la calle. Aumenta el barullo en el vagón y las miradas de reproche entre los viajeros. Siguen las risas borrachas de tres descerebrados. Algunos tienen la mierda en la nariz y en el cerebro también, aunque no se hayan dado cuenta.


IV.- Aplaudo cuando me llega el paquete. Tengo muchas ganas de Sara Mesa y su “Un amor”.  Escucho un: ¿Pasa algo? Y solo puedo contestar que nada mientras me rasco la nariz por encima de la mascarilla limpia que me empaña las gafas.


V.- Deja de buscar y haz algo. Un consejo de tu pantalla amiga.




domingo, 13 de diciembre de 2020

LAFFAT

 

«¿En qué espacio de tiempo transcurren las afinidades y las correspondencias electivas? ¿Cómo es que uno se ve a sí mismo en otra persona, y cuando no es así mismo ve entonces a su propio precursor?».

Los anillos de Saturno. W. G. Sebald




Habían quedado en la terraza de la galería Laffat. La habían escogido a la par, entre las pocas opciones que tenían. Podía escoger entre la cafetería de la estación central o la de un hotel del paseo, pero ninguna les pareció adecuada. Él pensó que convenía un lugar discreto y un poco elegante pero sin frivolidad. Ella pensó que les convenía un lugar agradable, tranquilo, pero con la suficiente gente de por medio como para evitar situaciones incómodas. La mejor opción fue la cafetería de la galería, un martes de abril. Lo habían decidido después de darle varias vueltas y coincidir en que había llegado el momento. No les fue necesario fijar hora, sería antes de comer. El que llegara primero que pidiera mesa y esperara.

Se levantó pronto y tras una ducha rápida buscó entre la ropa. Quería tener buen aspecto, pero que no pareciera que se había preocupado en escoger lo que vestía. No iba a una fiesta, pero quería sentir, ni que fuera por un segundo, una ligera admiración contenida. La vanidad no envejece, pensó. Antes de salir se miró en el espejo. Tenía el pelo veteado, la piel pálida y los ojos un poco marchitos. Esbozó una sonrisa y parpadeó. Recordó la última vez que se vieron. Le había preguntado si quería tomar algo, ella respondió que sí y la condujo a la barra asiéndola del brazo de una manera delicada. Guardaba la imagen de su pelo oscuro y un ligero acento extranjero. Había hablado un poco, no demasiado. La tarde se les echo encima intentando reconocerse y ella buscó, en aquellas pupilas tan distintas a las suyas, algo a lo que asirse. Seguía creyendo que los recuerdos se cuelan a través de los ojos y que algún resto tenían que dejar, aunque fuera un pigmento raro que desentonara en la niña del ojo.

Se pidió una copa de vino mientras esperaba su llegada y vagó entre los recuerdos que aun guardaba de su padre. Recordó un par de idilios clandestinos y los modestos acontecimientos que les sucedieron. Sonrió sin apenas darse cuenta. El paso del tiempo mejora los recuerdos, estaba claro. Al llegar, se sentó haciendo una ligera inclinación de cabeza. Le pareció curioso ver cómo, al hablar, se daba palmaditas en la rodilla y le sostenía la mirada. La herencia no solo se cifra en números, también en gestos. Era su hijo, no cabía duda.

La invitó a comer. Hablaron durante horas de la memoria afectiva, de las reglas infringidas y, al caer la tarde, apenas quedaba nada más que decir. Su padre había muerto hacía unos meses y ella, tan distinta ahora, apenas podía ponerle un rostro distinto al suyo.

 

 


domingo, 6 de diciembre de 2020

COMERSE UN HÁMSTER

 


«Los seres humanos no desean la inmortalidad. Lo que quieren es, sencillamente, no morir. Quieren vivir (…) Quieren sentir la tierra bajo sus pies y ver las nubes por encima de su cabeza, amar a otras personas, estar con ellas y pensar en ellas.

Diarios de las Estrellas. Stanislaw Lem




Los comercios que resisten se han llenado de luces que contrastan con la oscuridad de una tarde de invierno. La ciudad está triste como un enfermo que no sabe si saldrá de ésta.  Los hoteles del centro están cerrados a cal y canto. En el portal de uno de ellos, cerrado por reformas que nunca verán la luz, un indigente ha montado una exposición de cachivaches que contrastan con el brillo de la joyería de dos números más allá y que la hace más extraordinaria por el baño de realidad que nos entrega entre cartón revuelto y latas de cerveza que forman una monumental columna. Al girar la esquina, otra tienda de la que cuelga el cartel de cerrado y más allá una liquidación por fin de temporada que agoniza antes de un cierre que se ve venir.  Preguntarse a dónde vamos es un tanto absurdo porque ya no sabemos nada. Las cosas han cambiado tan rápido que sobrellevamos la situación como podemos, sin hámsteres a los que ofrecer como un sacrificio a los Dioses con el que evitar que todo se derrumbe. Las cosas van mal y nada augura que vayan a mejorar. Acostumbrarse al gris, a los rostros semiocultos, al temor escondido entre litros de alcohol en gel y poco más, es la nueva normalidad que nos ha tocado en suerte. Y ojalá que podamos mantenerla si lo contrario supone convertirse en menos que cero, nada sobre nada. En estas fechas, parece que vamos sobrados de realidad y una suerte de espejismo nos hace olvidar que llevamos nueve meses de calamidad y cenizas. Vamos de cabeza a una tercera oleada de coronavirus y lo bucólico y engolado de la navidad va ganando la partida mientras el aire huele a formol, desinfectante y ausencias que duelen.