domingo, 31 de enero de 2016

UN BAÑO DE REALIDAD



En un par de ocasiones en que me atacaron con un 
“Sí, bueno, al menos yo no estoy gorda”, intenté pervertir
 un planteamiento clásico, y respondí: “Estoy gorda porque 
cada vez que me follo a tu padre me da una galleta.

Caitlin Moran



Los domingos intento arrancar  unas horas, las primeras de la mañana, para dedicármelas a mí de manera absoluta. Casi todos acabo perdiéndolas por el camino y aunque me prometo recuperarlas en el siguiente fin de semana, acaban por desaparecer sabiendo que no hay acumulación posible. Pero este domingo empiezo leyendo la prensa y repasando algunas revistas de moda, mientras hago tiempo frente a la piscina, esperando a que llegue Isabel. Nos conocemos desde la facultad. Con los años terminamos viviendo en el mismo barrio popular y acabamos remojando las entrañas y las partes pudendas en las mismas cafeterías y la misma pileta siempre que tenemos ocasión.

La espero sin mirar el reloj, sé que antes de salir de casa tiene que librar una feroz batalla con dos monstruos que se le habrán agarrado a las piernas para intentar evitar que salga, no por nada, solo por jugar y por darle coba a papá que desde el sofá despide a mamá mientras dobla calcetines. Sus gemelas tardías, cinco años ya cada una de ellas, llegaron después de los psicodramas de los abortos espontáneos y los tratamientos de fertilidad fallidos. La naturaleza es caprichosa. Ahora apenas le dejan tiempo para nada, ni siquiera para maldecir demasiado ese deseo de maternidad desenfrenada que afirma le provenía de los estados resacosos y románticos que le dio una juventud “rarita” según dice, aunque al momento termine blasfemando de ella misma y afirme con verdadero convencimiento que las dos muchachitas son lo mejor, lo más cansado, lo más agobiante y lo más extasiaste (todo  junto), que le ha pasado en la vida.

Y la espero hojeando las revistas de moda en la que destacan varios reportajes sobre “Los cincuenta son los nuevos treinta” y veo unas mujeres con unos cuerpazos de escándalo que hacen arder de deseo incluso a esta recalcitrante heterosexual. Mujeres con unas vidas apasionantes, agendas y días que dan para soñar y escribir sobre siete más; y en las que los calcetines desparejados, las calderas que se estropean, los maridos con lumbalgia que requieren su ración de mimos, las suegras que enloquecen con la edad, la sequedad vaginal, la presbicia, el descuelgue del pecho y la flacidez de los brazos y el estómago, no existen. Se lo muestro a Isabel mientras apura su cortado, se recoge el pelo sin peinar (falta de tiempo), en un moño que está más cerca de parecer un boñigo que de un peinado socorrido y exclama un sonoro ¡Bah!

La piscina, el gorrito y las cremas anti-estrías después de la ducha nos esperan en estas dos horas propias; propias como aquella habitación que reclamaba Woolf y que la mujer moderna ahora reclama en forma de tiempo, porque aquella habitación que reclamaba la escritora puede que la tengamos aunque sea compartida y sepamos que propia, propia, pocas veces va a ser.

Llegamos a ese baño de realidad que es el vestuario femenino de cualquier centro deportivo y que parece no existir cuando se trata de plasmarla en el papel. Pequeños templos femeninos en los que la carne que perdió la firmeza hace ya mucho tiempo puede exhibirse sin miedo a ser considerado una cosa extraña y anormal. Porque en estos santuarios en el que nos reunimos mujeres de todas las edades y condiciones, coinciden las carnes prietas con aquellas que ya no lo son; la falta de vello que da la depilación láser con la que lleva aparejada los años; los senos que fueron adorados en su día y hoy esconden, tras sus estrías y  su flacidez, la verdad de una vida vivida.

Nos lanzamos al agua con nuestras carnes flojas, nuestros gorritos de silicona, cada una en su calle, con los auriculares musicales en los oídos, y disfrutamos de ser lo que somos, con los cuerpos que tenemos, y la suerte de que todo lo que nos venden por ahí, que no tiene nada que ver con nosotras, nos importa un soberano pepino.


domingo, 24 de enero de 2016

IDIOCIA

A veces, el silencio es la peor mentira.
Miguel de Unamuno



Acarrear a cuestas con el sentido trágico de la vida no es cosa de depresivos, ni de pesimistas mal ventilados, sino la consecuencia lógica de vivir con los pies sobre el suelo, haciéndolo sin mayor dramatismo, sin un querer cortarse las venas a cada minuto que pasa, y sin, desde luego, desmerecer lo de esplendido que tiene el hecho de vivir, pero alejándose de los optimismos desmesurados de los que prefieren hacerlo bajo la patente de corso de la ignorancia y la sinrazón, viviendo de espaldas a la realidad, que es la que es. Porque, sin incurrir en emociones desgarradoras, las circunstancias están para pocas bromas y aunque las intentemos disfrazar de futuros prometedores, no hay que olvidar que el mañana es algo que no existe hasta que se llega a él, si es que se llega. Vivir de cara a la realidad nos permite, saber de la maldad humana, pero reconocernos también como seres capaces de amar la belleza, de dar vida y de recibirla, de vivir al amparo de la mediana felicidad que cada día, segundo a segundo, hay que labrarse. No cabe parapetarse detrás de las bondades humanas que no siempre existen, ni de las maldades infinitas. Vivir con la consciencia de la realidad, alejándose lo máximo posible de algunas posturas que solo ofrecen una perspectiva torcida de la existencia. El correr de los años enseña algunas cosas, como tomarse la vida con cierta filosofía, parda si se quiere, pero filosofía al fin y al cabo, que permite huir con cierta consistencia de algunos extremismos vitales y resguardarnos bajo el paraguas del confort que da el saberse ajeno a ciertas idiocias colectiva que, de vez en cuando, ataca por todos los lados.



viernes, 22 de enero de 2016

OTOÑO


Hay más lágrimas derramadas por las plegarias atendidas que
 por las no atendidas. Tienes que ir con cuidado con lo que pides.
-Cosas que nunca te dije-




Te empeñabas en repetir que éramos excepcionales y, aunque la realidad se empeñaba en desmentirte una y otra vez, insistías como si de esa manera consiguieras engañarla. Cada una de las cosas que hacías, dirigidas a sentirte diferente, te convertían en un loco del que necesitaba distanciarme para no caer en la misma locura  con la que nos mentimos durante algún tiempo. Cruz sobre otra cruz, borrón sobre borrón. Nos volvimos tristes, oscuros porque sabíamos que no todo valía y las risas, cada vez más cortas, cada vez más huecas, solo ocultaban el miedo al precipicio al que nos acercábamos cada día un poco más. Con tus esquizofrenias, que pretendían enrolarte en una cercanía que aun tenías pero  que creías perder con la caída de cada tarde,  vendías horas al diablo para prorrogar un final conocido desde el principio. Y en la última vuelta, la contumaz realidad y un par de lágrimas muertas que quedaron en nada.



martes, 19 de enero de 2016

A PIE DE OBRA


Si el destino me dejara llevar mi vida a mi manera…elegiría pasarla con el culo sobre la silla.
 Jean Lacouture




Frente a la cantidad ingente de desgracias que hay en el mundo, que se suceden un tras otra a nuestro alrededor, puedo dar gracias de que las mías son limitadas. Nací en una familia normal (aunque no me lo parecía mientras sobrevivía a la adolescencia). Tuve la fortuna de llegar al mundo en una parte del globo en la que, mejor o peor, las necesidades de la gente en general están cubiertas; y en un momento en el que mostrarse contrario al sistema ya era posible. Crecí en un ambiente de los considerados anodinos, nada marginales, y sí llenos de una cotidianidad muy poco extravagante. Fui creciendo, cumpliendo años, y compaginé mi vida de estudiante universitario con trabajos temporales  a tiempo parcial hasta que al final me enganché al engranaje del mundo laboral per saecula saeculorum. En un par de ocasiones me enamoré hasta el tuétano, quizá alguna más, aunque todo era absolutamente trivial. Al final caí rendido en la meta y pude gritar gol.
Tener alguien al lado a quien amas, con quien te entiendes sin seguidismo condicionados, y por quien sientes un enorme respeto intelectual, es una de las maravillas de la vida que hace que las penas y las miserias se transformen en simples circunstancias coyunturales que pasarán; y el futuro en una línea continua que escoges porque quieres. Por eso, aunque se tenga una cierta tendencia a pensar que el mundo se va al carajo, a entrar en estados de pura contradicción incluso en lo emocional, al final todo es menudo si la compañía es libre y buena.




miércoles, 13 de enero de 2016

POR AHORA


Somos de una manera pero intentamos parecer de otra…
Cesc Gay



En uno de los textos de los Diarios de Iñaki Uriarte (1999-2003) se recoge la anécdota de como Uriarte, tras una discusión política, le colgó el teléfono a su interlocutor y como, al cabo de poco tiempo, volvió a llamar porque no podía consentirse romper una relación personal por una discusión como aquella. Han pasado no menos de trece años desde entonces y ahora, con todo lo que llevamos llovido, la situación descrita es el pan nuestro de cada día. El nacionalismo exacerbado de algunos, abocados a un sentimentalismo enfermo e irracional que ningunea a los que no piensan como ellos, ha convertido en un campo de batalla cualquier conversación en la que uno muestre su desacuerdo con el “Procés”.
Creo que aun hoy no le he colgado el teléfono a nadie, ni me he levantado de ninguna mesa en la que la cosa se pusiera espesa y tensa con motivo de una discusión política, aunque sí que lo he presenciado. Pero, aunque aun no he hecho ninguna de las dos cosas, sí que he dejado de hablar de algunos temas, con determinadas personas, para evitar, precisamente, que se pudiera dar cualquiera de estas situaciones. Puede que, como le ocurrió a Uriarte, no esté dispuesta a cortar mi relación con algunas personas por cuestiones políticas en las que todos estamos más que maleados, porque aun hoy  el respeto y, en algunos casos, la estima están por encima de muchas cosas. Pero el panorama además de complicado es desolador. No hay día que no se dé un despropósito detrás de otro, un desaire continuo, que va tensionando la convivencia. Y puede que sea precisamente por eso, porque uno no tiene el control definitivo de las situaciones en las que se ve envuelto, por lo que, como Uriarte, también me reservo el “por ahora” esperando que esta reserva no se agote nunca.



domingo, 10 de enero de 2016

SALMON FALLS


“Las cosas que no se dicen, suelen ser las más importantes. Pero, ¿acaso no es siempre así?” 
-Cosas que nunca te dije-



La tarde comenzó con una lluvia densa. En las noticias lo anunciaban desde hacía días, pero no había sido hasta entones que el cielo empezó a derrumbarse. El suelo, cubierto de las hojas, se transformó en una alfombra acuosa. Había pasado las primeras horas del día mano sobre mano, intentando poner orden a la habitación que ocupaba en esta ciudad, nueva para mí. No tenía nada que hacer. Un domingo nunca hay nada que hacer, salvo esperar que pase pronto y que llegue el lunes. Pero el domingo siempre espera que lo agotes de alguna manera, sobre todo cuando los días que van a seguir van a estar tan vacíos y huecos como el que ahora intentaba apurar. El trimestre no empezaría hasta dentro de un par de semanas, entonces mi tiempo estaría ocupado, pero mientras tanto algo habría que hacer. Puede que me acercara a conocer Salmon falls o a Portland, o que me decidiera por encerrarme para preparar las clases a las que me habían invitado. Pero era domingo, el día en que incluso aquél, más grande que yo, descansó. Escuché las noticias, se vaticinaba nieve para los próximos días, como antes lo habían hecho con la lluvia que ahora caía. Conecté el ordenador y automáticamente se abrió Skype. Mis contactos (tecnológicamente así llamados los amigos, la familia y demás), debían estar durmiendo. La videoconferencia tendría que esperar a mañana, a horas más normales, al menos más normales allí, al otro lado del océano. Así que salí a caminar antes de que oscureciera del todo. Dar una vuelta alrededor de la manzana era la opción, la mejor opción entre las escasas que barajaba en aquel momento. La otra, localizar la lavandería y pasar allí las próximas dos horas con la colada de mi primera semana en Maine, viendo girar el tambor y escudriñando la secadora por si en el girar hipnótico de sus tambores se encontrara la solución a los problemas del mundo, era la otra. En las películas siempre ocurren cosas maravillosas en las lavanderías de autoservicio, pero aquí, en esta ciudad tan alejada de todo, ni siquiera el escenario era el correcto. No había nadie. Los estudiantes y los invitados a la universidad habían vuelto a casa para las fiestas, así que tampoco la lavandería, como remedio al autismo autoimpuesto por las circunstancias, era la panacea. Aquella semana parecía la antesala del purgatorio, pero lo había escogido yo al adelantar mi llegada. Así que no quedaba otra que fajarse con lo que había elegido, con el frío, la soledad y con los sándwiches de pavo y mostaza. Me puse el abrigo, cogí el paraguas y salí a caminar mientras mentalmente recitaba la que iba a ser mi exposición en las próximas semanas aunque, en realidad, en aquel monólogo interior solo estuviera pariendo las cuatro líneas que pensaba dejar escritas a modo de diario, a fin de cuentas la aventura americana solo iba a vivirla una vez y esperaba poder contárselas algún día, aunque ahora supiera que no podía ser, y que su bolita permanecía gris para mí.







miércoles, 6 de enero de 2016

EN CASA


"Me encontré con mi propia mirada en el espejo; era una mirada tremendamente oscura,
 dentro de una cara congelada en una frustración tan grande que casi me estremecí al verla".
Karl Ove Knausgard


Rompiendo la costumbre de los últimos años, pasamos estos días en casa. Este año la cosa vino así y, así como vino, nos hicimos a ella.  El viernes dispusimos el mantel y las servilletas de hilo reservados para las grandes ocasiones. Sacamos brillo a las copas, a los cubiertos  y con la caída de las primeras horas de la noche, mientras esperábamos a que el apetito se abriera paso al ritmo del chup chup de la cocina, escuchamos unos cuantos discos de Oscar Peterson, que no terminaban de apagar el rumor del viento  que aun hoy se cuela por la ventana. 
Deberíamos arreglar la ventana, aunque tal vez deberíamos cambiarnos de casa, o marcharnos al extranjero y probar suerte.  Entre discusiones mininas, una cosa llevó a la otra, al pasado, al presente y a esa especie de "ay, ay ay”  que aún tiene que llegar. Conversaciones que nacieron con la salida de la luna y se prolongaron sin punto y final. Sobre las siete llamaron los suyos, sobre las ocho los míos, y sobre las nueve, con el frío y las primeras volvas de nieve, un par de amigos que allá por primavera  desertaron de la familia (o la familia de ellos), que llegaron buscando el cobijo de esta casa que siempre anda abierta. Una verdadera fortuna.  Así pasamos las horas, entre tenedores y platos llanos, copas y charla reposada; espoleados por la tontuna que ha invadido la ciudad y por la sensación irremediable de perdida que vamos sumando con los años. Las sonrisas ligeras llegaron hacia la medianoche, obedeciendo a un mal disimulado cansancio o a un ligero achispamiento, casi siempre es así. Aunque puede que sonriamos porque ya solo nos queda el pulcro sentido del humor con el que nos vadeamos para sobrevivir a determinados estados carenciales. Fue una velada de un ligero tinte rojizo, de borgoña viejo, de madera ennegrecida, de manos encallecidas, de sonrisas interrumpidas, silencios minúsculos y pensamientos prodigiosos. Cada cierto tiempo la nostalgia llama a nuestra puerta, aunque ahora se presente vestida de IKEA,  es inevitable.


lunes, 4 de enero de 2016

RELEER


Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? 
Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán? 
Y al fin, libros y personas se encuentran.
André Gide


La mejor manera de reencontrase con un escritor es volver a leerle. No siempre lo nuevo que pública, sino aquello que ya se conocía, pero que el tiempo y la vida colocan en otro lugar como si la lectura fuera un juego de lego en el que las ideas que se generan se van recolocando en el lugar que ahora toca. 
Con la última movida doméstica, a la que sobrevivo porque ya se me ha encalleció el ánimo, hago limpieza del estudio y coloco sobre la mesa algunas cosas antiguas que apetecen de nuevo. Comienzo el año con: “La voluntad” de Azorín, y Diario del artista seriamente enfermo” de Jaime Gil de Biedma , a los que añado una novedad: “A pesar de los pesares” de Aurelio Arteta, para que vaya haciendo poso para el futuro.