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lunes, 30 de septiembre de 2019

ALGO NATURAL




A grandes rasgos, es posible que el nivel de preocupación, o de ansiedad, sea más o menos el mismo de una persona a lo largo de su vida. Si no es por una cosa es por otra. Si no son mil pequeñeces, es una grande. Como si tuviéramos ahí dentro un termostato emocional particular.

Iñaki Uriarte. Diarios (1999-2003)




Son las tres de la madrugada. Enciendo el televisor solo para que la luz me acompañe, no puedo dormir y la oscuridad del salón me inquieta. Doy unas cuentas vueltas por el piso, a ciegas, procurando no hacer ruido, no quiero despertar a nadie. Entra un mensaje en el teléfono y el azul de la pantalla se refleja durante unos segundos, en el techo, como una minúscula explosión nuclear hasta desaparecer. En la televisión dos mujeres discuten acaloradamente, yo no puedo oírlas, pero los gestos, el movimiento alocado de sus brazos lo delata. Abro la ventana y repaso las ventanas hasta donde me alcanza la vista. Alguien al otro lado de la calle da vueltas por una habitación, solo se ven las sombras y el reflejo de lo que parece un televisor. Todos tan distintos, todos tan iguales. Cojo el móvil y lo apago sin leer el  mensaje. A estas horas solo escriben los insomnes y las entidades bancarias. Con toda seguridad nada importante, nada que no pueda esperar hasta mañana o tal vez hasta pasado. Algo que puede esperar de un modo absolutamente natural porque a estas horas casi nada importa.






miércoles, 3 de julio de 2019

UNA DE GANSOS



“Pronto cesó el tumulto. Los cuatro cerdos esperaban temblando y con la culpabilidad escrita en cada surco de sus rostros. Napoleón les exigió que confesaran sus crímenes. Eran los mismos cuatro cerdos que habían protestado cuando Napoleón abolió las reuniones de los domingos. Sin otra exigencia, confesaron que estuvieron en contacto clandestinamente con Snowball desde su expulsión, colaboraron con él en la destrucción del molino y convinieron en entregar la "Granja animal" al señor Frederick".


George Orwell. Rebelión en la granja





En sus diarios, Iñaki Uriarte recoge la anécdota de como Chéjov contó a su amigo Bounine la visita que recibió de Tolstoi, como tuvo miedo y como, al final de aquel encuentro, Tolstoi le pidió un abrazo y, mientras lo hacía, le susurró al oído que no soportaba sus obras, que Shakespeare escribía como un cerdo, pero que lo suyo era peor. Esta anécdota, relatada por Uriarte, me vino a la cabeza ayer mismo tras ver en la televisión el encuentro entre distintos dirigentes políticos que andan de abrazos y reuniones, algunas más secretas que otras, para poder acordar formación de gobierno. 

Ignoro si Shakespeare escribía como un cerdo o si no lo hacía como tal. Como tampoco estoy en disposición de afirmar que nuestros políticos se comporten como unos cerdos en el sentido que apuntaba Tolstoi sobre Shakespeare. Como tampoco puede afirmar si simplemente, como refiere Chéjov, son mucho peor, salvo si ese "mucho peor" se traduce en la transformación que sufren una vez alcanzan el mínimo de votos necesarios para convertirlos en relativamente relevantes. Vivimos momentos de una absoluta disociación entre la vida política y el día a día de los ciudadanos.
Puede que adjetivar de "cerdo" el modo en que funcionan los políticos no sea ni educado ni correcto, salvo si pensamos en que están dispuestos a comérselo todo con tal de engordar su panza. Creo que intentado ser objetivos, sería más fiel a la realidad calificarlos de bandada de gansos que vuelan a la suya sin importarles lo que queda detrás y eso, al final, es igual de malo que comérselo todo sin importar a quien le dejas los huesos, Tolstoi mediante.




lunes, 19 de marzo de 2018

MANCHESTER



Los cambios bruscos de tiempo animan la ciudad. Una granizada, por ejemplo, es excelente para aumentar la cordialidad en el ascensor.

Iñaki Uriarte






Habían quedado que cuando él saliera de la oficina llamaría, pero no sería antes de las seis, antes tenía que cerrar un par de cosas. No se atrevió a preguntar, por no ponerle en un aprieto y que le mintiera. Sabía que iba a ver a su hija, una hija de la que no tenía que saber que existía, pero lo sabía. Laura se había convertido en una incógnita con la que a veces se entretenía, otras se angustiaba. Un misterio al que ponía las caras más diversas cuando  no podía dormir. A las siete llegó a casa, se quitó los zapatos y empezó a preparar la cena. Desde hacía un par de años, los miércoles eran el mejor día de la semana. Pablo llegaba pronto y cenaban viendo la televisión como si fueran una pareja normal. El resto de los días, llegaba a casa, se desvestía sin cuidado y se tumbaba en la cama para contemplar como crecía la humedad que había aparecido en la esquina de la habitación. A veces, si no estaba demasiado cansada, o demasiado nostálgica, se preparaba algo para cenar y ojeaba el suplemento del periódico del domingo mientras fumaba un último cigarrillo antes de acostarse. En su acuerdo no cabían las llamadas pasadas las seis de la tarde, ni los fines de semana, y si alguno de los dos tenía la tentación de romper aquella norma debía mesurarlo  bien porque la consecuencia podía ser el punto y final de aquella historia. Al principio le pareció bien, disponía de su espacio, de una vida social entretenida, pero con el tiempo empezó a cuestionarse si aquello tenía sentido, si quería pasar el resto de  sus días aquella manera, sin hacer planes, improvisando cenas de última hora y esperando una llamada a medianoche que sabía de antemano que no iba a producirse. La trampa había sido estupenda, y ella misma la había tejido a su propia medida. Miró el reloj, ya eran más de las diez y Pablo no había dado señales de vida. Se puso el abrigo, se calzó y salió al bar de la esquina a comprar un paquete de cigarrillos. Había olvidado hacerlo al volver a casa y ahora los necesitaba. Dio un rodeo para hacer tiempo antes de subir a su apartamento. Rebuscó el teléfono en el bolsillo y comprobó que la pantalla seguía oscura, muerta. ¿Cuánto se puede fumar una noche así? Dio media vuelta y compró una cajetilla más. Subió por las escaleras, sin prisa, guardó la cena en la nevera, se puso el pijama y se sentó en la cama. Podía fumar cuanto quisiera, solo tenía que abrir un poco la ventana y dejar que el aire se colara sin hacerle trampas.






miércoles, 13 de enero de 2016

POR AHORA


Somos de una manera pero intentamos parecer de otra…
Cesc Gay



En uno de los textos de los Diarios de Iñaki Uriarte (1999-2003) se recoge la anécdota de como Uriarte, tras una discusión política, le colgó el teléfono a su interlocutor y como, al cabo de poco tiempo, volvió a llamar porque no podía consentirse romper una relación personal por una discusión como aquella. Han pasado no menos de trece años desde entonces y ahora, con todo lo que llevamos llovido, la situación descrita es el pan nuestro de cada día. El nacionalismo exacerbado de algunos, abocados a un sentimentalismo enfermo e irracional que ningunea a los que no piensan como ellos, ha convertido en un campo de batalla cualquier conversación en la que uno muestre su desacuerdo con el “Procés”.
Creo que aun hoy no le he colgado el teléfono a nadie, ni me he levantado de ninguna mesa en la que la cosa se pusiera espesa y tensa con motivo de una discusión política, aunque sí que lo he presenciado. Pero, aunque aun no he hecho ninguna de las dos cosas, sí que he dejado de hablar de algunos temas, con determinadas personas, para evitar, precisamente, que se pudiera dar cualquiera de estas situaciones. Puede que, como le ocurrió a Uriarte, no esté dispuesta a cortar mi relación con algunas personas por cuestiones políticas en las que todos estamos más que maleados, porque aun hoy  el respeto y, en algunos casos, la estima están por encima de muchas cosas. Pero el panorama además de complicado es desolador. No hay día que no se dé un despropósito detrás de otro, un desaire continuo, que va tensionando la convivencia. Y puede que sea precisamente por eso, porque uno no tiene el control definitivo de las situaciones en las que se ve envuelto, por lo que, como Uriarte, también me reservo el “por ahora” esperando que esta reserva no se agote nunca.



lunes, 14 de septiembre de 2015

EL PROCESO




"-No tiene derecho a salir, está detenido. -Así parece –dijo K. y añadió enseguida-. ¿Pero por qué? 
–No estamos autorizados para decírselo. El procedimiento ya está en marcha..."

Franz Kafka




Dice Iñaki Uriarte en uno de sus "Diarios" que  Orson Wells no entendió nada de "El proceso” de Kafka y que por eso su película carece de la más mínima gracia. Hace unos días mientras preparaba una clase tiré de la novela de Kafka y así, mientras anotaba algunas frases, con una caligrafía más cerca de la perturbación que de la templanza, me entró la flojera. Nada que ver con el hecho de que ante mis ojos una enorme cucaracha asomara por la puerta del baño y de repente, aparecido de la nada, un zapato pusiera fin a la existencia del insecto en cuestión, sino con lo que la televisión, que al final de la barra daba las noticias, nos estaba regalando.

En estos tiempos debería ser obligado leer a Kafka y puede, solo puede, que más de uno y de dos comprendiera que la locura del sistema judicial en el que nos encontramos embarcados es algo que no está tan mal, pese a su mala fama. Si después de darse un paseo por aquella novela y ver el panorama que aquí tenemos a uno aun le queda la sensación de que la cosa es tan tremenda como para pegarle fuego, puede que sea porque, como le pasó a Wells según Uriarte, ese uno no haya entendido nada del sistema, del nuestro. Lo cual tampoco sería tan extraño, en estos días que vivimos no entender nada es lo normal.
Y debe ser por eso, por esa incomprensión generalizada de algunos principios fundamentales, que en cuestión de procesos, legitimidades y legalidades, más de uno y más de dos deciden pasárselos por el mismísimo arco de triunfo de su persona, machacando incluso a las prescindibles cucarachas metamorfoseadas que se colaron, confiando en el escenario, y que acabarán bajo la bota cachonda de un tipo cualquiera.

Vale decir que Kafka siempre merece ser releído, pero para eso hay que saber que leer a veces duele aunque mientras lo hagas te de la risa.









miércoles, 22 de abril de 2015

GOMINOLAS


¿Qué tal? -Me pregunta en el ascensor.- Bien, nada especial
Iñaki Uriarte


Hace unos días fui a la farmacia, me subí a la báscula y tras comprobar el éxito de la dieta llevada a cabo durante las últimas semanas, me acerqué al mostrador, pedí un frasco de valerianas y una bolsa de gominolas. Antes de llegar a la esquina de casa, a unas dos manzanas, ya no quedaba ni uno solo de los dulces. Empecé con las píldoras, dos de golpe y la paz celestial en camino, aunque el olor a mierda, porque así huele la valeriana, me acompañó hasta llegar al portal. El gato salió a recibirme, como siempre. Al acariciarle me soltó mordisco rabioso como si la mano que fuera del mismo diablo, cosas de la valeriana también, o de que hay días que son así: de sonrisas y lágrimas, de dulce y boñiga.