domingo, 26 de enero de 2020

LOS INVISIBLES


«Cuando me dice chúpamela en realidad quiere decir que todo esto es un circo, cariño, que les den a esos cabrones».


Merrit Tierce. Que me quieras




Lo hago tan rápido como puedo, le digo al supervisor. Nos hemos sentado en la misma mesa del comedor de empleados. Comemos lo que traemos de casa, no gastamos ni un solo penique en las máquinas que hay por los pasillos, ni tampoco en la cantina a la que acuden los ejecutivos. Somos los invisibles, los que recorremos, tan rápido como podemos, todo el edificio,¡. En nuestros carros cargamos la correspondencia, los expedientes con los que todos ellos trabajan, pero no nos ven. Nunca con juntamos con ellos y solo, de vez en cuando, al entregar alguno de los bultos en la recepción de la planta de destino, una secretaria levanta la cabeza y nos dedica una sonrisa tan mecánica como triste. Mi supervisor me dobla la edad, tiene ya un nieto, al que me muestra en su teléfono móvil . Dice que no debo preocuparme, que trabajo bien y no he tenido nunca ningún tropiezo. Le ofrezco unos pastelitos que preparé durante el fin de semana, pero me los rechaza con amabilidad, dice que intenta mantener la línea porque quiere conservar su trabajo. Los invisibles también debemos mostrar un aspecto saludable, aseado y medianamente distinguido, aunque nunca nos mire nadie. Estoy nerviosa porque hoy finaliza mi periodo de prueba. Seis meses de recorrer durante ocho horas al día las veinticuatro últimas plantas que ocupa la firma en el edificio. Ocho horas a las que tengo que sumarle tres más, que son la suma del tiempo que preciso para cruzar la ciudad de una punta a otra. Así que mi vida se reduce a levantarme e ir a trabajar, trabajar y volver a casa,  para terminar tirada en la cama, tan agotada que soy incapaz incluso de cenar. Nunca lo hago desde que empecé a trabajar allí. Trabajamos por turnos y yo he tenido suerte. Mi horario me permite entrar a una hora decente, justo después de comer, y salir cuando aun puedo coger el metro, transbordar al ferrocarril y pasar por el colmado a comprar algo para el gato. Él es el único que cena con regularidad y que tiene su cama limpia cada día.
Al llegar a casa, lustro los zapatos con esmero, les saco brillo y los vuelvo a colocar en la bolsa donde los llevaré hasta la puerta de la oficina y allí, cuando deje mis pertenencias en la taquilla: mis deportivas, mi bolso, mi teléfono, me los colocaré, pese al dolor en el empeine de andar con el día con ese medio tacón que me mata. Y me olvidaré de todas mis cosas, de poder contestar cualquier mensaje que haya recibido durante las horas de trabajo.  Solo una fiambrera, con algo para merendar, atravesará la puerta del vestuario, y la depositaré en la sala del personal invisible, donde quedará esperando mi media hora de descanso. Allí, lejos de los flexos, nos relajamos, nos quitamos los zapatos de uniforme o que debemos vestir y estiramos los dedos de los pies como si fuéramos bailarines preparándose para el próximo estreno.
Al llegar, he encontrado una nota en mi taquilla, recordándome que antes de marchar debo pasar por recursos humanos. Me angustia la idea y me aprieta la necesidad de mantener el trabajo por eso intento desechar la idea de que soy un peón sustituible . Necesito el trabajo y eso me seca la garganta, por eso arrastro el carrito como si no me pesaran los veinte kilómetros, sin contar los tramos de escaleras, que llevo caminados.  Miro el reloj, me duelen los pies, la garganta me arde y siendo la necesidad de beber algo, pero no puedo volver a la sala del personal, me separan quince plantas que no puedo desandar. Me paro en el piso treinta y seis, el último de los veinte que ocupan los que me dan de comer, y cojo un vaso de plástico de la fuente de agua mineral a la que no tenemos derecho los invisibles. Pero el agua es agua, tan incolora, tan inodora y sin sabor como solo el agua lo es, y el agua, nunca se le puede negar a nadie por poco que se le vea. Pero aún así, bebo ,disimulando, en una esquina.


viernes, 24 de enero de 2020

THESE BOOTS



«Into my heart have I received that lay...»
Samuel Taylor Coleridge.To Williaw Wodsworth





En las reuniones de amigas, cuando se rememoran tiempos pasados, las relaciones presentes pasadas y lo que depara el futuro, siempre acaba saliendo el eterno tema de la atracción. ¿Qué es lo que nos atrae de una persona, qué es lo que nos enamora de ellas. Las mujeres de mi entorno son mayoritariamente heterosexuales por eso la pregunta, casi siempre, acaba concretándose en el  qué es lo que nos atrae de un hombre. Con los años, las idas y venidas de unas y otras nos ha permitido disponer de una galería nada desdeñable de atributos que convierte a alguien en un firme candidato a la ocupación física y psíquica de nuestra persona. Pero las características que nos gustan, que nos atraen y desmontan, son tan dispares como naturalezas tenemos por eso la respuesta a tan jugosa pregunta depende de la esencia personal y del momento vital de cada una. Pero pese a la disparidad de respuestas, existe algo en lo que la unanimidad es absoluta, el común denominador está en el reír, en alguien que provoque la risa sana, cómplice e inteligente, lo que no significa, en modo alguno, el desdeñar el sexo convertido en un poema del calibre que cada una quiera.

El tiempo nos vuelve  más exigentes pero a la vez, aunque parezca contradictorio, más condescendientes. Las explosiones de necesidad de vida se doblegan frente a la inteligencia, la necesidad de calma y tranquilidad. Los esnobismos y las excentricidades van dejando paso a otras cosas que, aunque pueden conservar su punto de frivolidad  y chaladura, no nos acaben convirtiendo en caricaturas de nosotras mismas. Aun así, ante la cuestión de qué es lo que nos atrae de otro, se mantiene en el número uno «la risa», la carcajada compartida, incluso exagerada, si viene así. Reír es de las pocas cosas que aún son gratis y que no cuestan esfuerzo, que facilitan la vida a todo el mundo y nos hace mucho más guapos.







Fotografía: Hanna Nelson

domingo, 19 de enero de 2020

LA PLUIE SUR LE TROTTOIR



P.D. Me he comido el tercer trozo de pizza. No podía dejarlo en la nevera y torturarme. Me ayudará a dormir. Buenas noches, Página. Te quiere, Minessota.

Recuerdos del futuro. Siri Hustvedt






Marie y León desayunan en la mesa de al lado. Podría haber inventado los nombres, pero responden a los suyos propios. En su corrección y sencilla elegancia, el uno llama al otro por su propio nombre, sin que su repetición les canse en absoluto. León le pide a Marie que le pase las servilletas; Marie, que hojea el suplemento del periódico que lee León, le comenta cualquier cosa. Repiten su nombre , ella con un ligero tono afrancesado, como si de esa manera apuntalaran la presencia del otro mientras, con calma, beben de sus tazas.  La imagen reconforta en tiempos de crispación y de dejadez. Tranquilidad y sosiego en una naturalidad abrumadora. La mano de León juguetea durante unos con los dedos de Marie que sigue a lo suyo y él, sin despistarse, sigue leyendo el periódico. Entre ellos se detecta la complicidad de una compañía larga que ahora parece apaciguada. El paso del tiempo amansa, aunque puede que, en este caso, la cosa sea sencillamente porque es así, porque son así. Guapos en su ancianidad, tranquilos, sosegados y, porque, en definitiva, es un domingo de invierno, con un tiempo de perros y la cafetería es un lugar tan bueno como cualquier otro para pasar las horas de la mañana sin que nada moleste. Barcelona, como cualquier otra ciudad del mundo, se nutre, por necesidad, de momentos en los que olvidarse de todo para centrarse en el otro sin perderse de uno mismo. Es la necesidad de la calma,  del espacio, del respirar sin prisas.  Frente a mi, todo eso, aunque puede que sea producto de la imaginación, precisamente, de una mañana de domingo de borrasca y tiempo muerto.

Podría ser la imagen de una película de Woody Allen o de Haneke en mitad de una escena amorosa, pero es algo real que supera la ficción en la que nos recreamos. Puede que el amor sea precisamente lo que veo en estos momentos. Apunto en un papel dos ideas para no olvidar y una realidad que con frecuencia se nos pasa de largo y es que el amor existe y que se sustenta, como casi todo lo importante, en pequeñas cosas, en detalles que vistos desde fuera podrían carecer de interés pero que en la intimidad de a dos construyen una vida. Detalles como el beso que el anciano deposita en el pelo blanco de Marie cuando sale a fumar y ella le regaña removiendo sus anchas caderas en una silla escasa; o como las  manchas maduras de las manos de la mujer que  se ven cuando pasa las hojas de la revista que hojea; o la frente marcada de León cuando intenta leer, desde la silla de enfrente, el párrafo que le muestra la que en esos momentos se me antoja la mujer más bella del mundo.
Nos cuesta imaginarnos viejos y hacernos a la idea de la propuesta de futuro escaso que casi siempre la acompaña. Y no nos creemos que algún día, a poco tardar, seremos ancianos, porque lo de la vejez siempre parece que vaya a ocurrirle a otro hasta que, sin que el calendario de tregua, las velas a soplar son tantas que se sustituyen por dos números que disfrazan el contador. Por eso, la imagen de Marie y León, tan ancianos, tan acompañados el uno del otro, aleja el fantasma de la soledad futura, del mal de vida, y transforma en preciosa una mañana de viento y lluvia.




miércoles, 15 de enero de 2020

VOLUTAS EN EL AIRE

Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder.

Barón de Montesquieu




Montesquieu ha muerto. Los listos dirán que lo hizo allá por 1755, y sí, físicamente lo hizo entonces, pero para nuestro sistema democrático, del que nos balanceamos desde 1978 con la Constitución Española, la muerte está aquí otra vez. Para este país Montesquieu ha muerto nuevamente, y una vez más, este mes de enero de 2020. Con anterioridad ha estado herido de gravedad pero, por primera vez en democracia, lo remata un llamado "Gobierno progresista". Como andamos en tiempos revueltos, en el que lo que prima son las ideas grandilocuentes y el llenarse la boca de palabras bonitas, insistiré en que la garantía para que un Estado funcione dentro de los margenes democráticos y que, por tanto, sus ciudadanos estén a salvo del abuso de poder de los políticos, la separación de poderes, entre otras cosas, es fundamental. Nadie está por encima de la Ley, aunque en estos  momentos habría que decir, dada la tesitura, nadie debería estar por encima de la Ley; y que las instituciones deben estar para el interés común de los ciudadanos de un país y no al interés de los que se quieren mantener en el poder pese a quién le pese y pase lo que pase. 
Este minidiscurso que va a ser tachado de todo menos de bonito y "progresista", al modo que los "progres" ahora lo entienden todo, tiene su origen en lo contentos que se han puesto algunos con la formación del nuevo gobierno, sus miembros y sus pactos. Y lo digo, por si alguien aun pensaba que con la nueva formación de gobierno y el nombramiento de la nefasta ex Ministra de Justicia como nueva Fiscala Generala de la Estada (voy a utilizar el lenguaje inclusivo de nuestro nuevo Gobierno) es algo de lo que alegrarse, y que nada hay que temer porque se mantendrá independiente y actuando en garantía de la Ley, tal y como la Constitución Española recoge. 
El Fiscal General del Estado, aunque algunos quieran verlo de otra manera, debe, a través del Ministerio Fiscal, promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley; y velar por la independencia de los Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social. Difícil postura la de quien hasta ayer era Ministra de un Gobierno concreto, que ha estado actuando bajo los dictados ideológicos del mismo. El nombramiento dependerá del informe del CGPJ y puede que algunos consideren que no se le puede reprochar a la Sra. Delgado su designación,  y que si  alguien hay que reprobar, debe ser a quien la designa, en este caso, el Gobierno a través de su presidente. Pero hay algo que sí que le es reprochable a la Sra. Delgado y es la aceptación del cargo. Eso se le puede reprochar y se le debe reprochar.
Pero volviendo a Montesquieu, que abogó por la separación de poderes, insistir en que no será enterrado, eso queda anticuado, poco progre y ecológicamente infumable. Lo quemaremos entre pilas de nombramientos e injerencias entre poderes del Estado para que su pensamiento forme volutas en el aire hasta desaparece. Todo está bien, todo progresa adecuadamente. ¿Hacia dónde? Mejor no saberlo pero a nada bueno seguro.



domingo, 12 de enero de 2020

EL VENTILADOR


Las personas no son capaces de decirse nada unas a otras, más sí de contarse todo.

Bernard Von Bretano





Sonó el teléfono y empezó a buscarlo por todas partes sin encontrarlo. La noche anterior lo había dejado en la cocina y allí seguía. Sonaba con fuerza, y después de rebuscar en el bolso, por debajo de los cojines del sofá, fue hacia la cocina, pero no llegó a tiempo. Detuvo la carrerilla. No esperaba la llamada de nadie, solo eran las ocho de la mañana y además domingo. Pero un instante después, deshaciendo ya sus pasos, volvió a sonar con la misma insistencia. Regreso sobre sus pasos, sintiendo el frío de las baldosas bajos sus pies y al descolgar la llamada se cortó de nuevo. No reconoció el número, intentó devolver la llamada y al marcarlo salto el irritante mensaje de no pertenecer a ningún abonado. ¡Qué tontería!, exclamó. De alguien sería si había llamado. Volvió a sonar mientras aun sostenía el teléfono entre las manos.

Diga —contestó resoplando.
—Hola ¿Adivina quién soy?

La llamada se cortó de nuevo. Maldijo en voz baja la mala cobertura y su mala cabeza. No era capaz de acertar a quién pertenecía aquella voz que quería ser adivinada y a la que era incapaz de poner nombre. Se sentó en la cocina, con un pálpito extraño, estuvo esperado pero el teléfono no volvió a sonar y el mismo número al que no podía rellamar. Quería descubrir a qué venía aquella insistencia por contactar y el desinterés una vez había escuchado su voz. Quizá fue solo un error que una vez comprobado ya había perdido interés. Quizá solo fuera un comercial en horas extras.
Se preparó un café más largo de lo habitual, comprobó el nivel de batería, llamó a su propio buzón de voz por si aquella voz misteriosa había decidido dejar un mensaje. Nada.
Sobre las diez, el teléfono sonó de nuevo con idéntico resultado. Una llamada finalizada y ningún número concreto a la que devolverla. Miró por la ventana intentando adivinar quién podía ser aquel que  tanto interés tenía en que adivinara quién era. Sin darse cuenta se le fue la mañana. Suspiró. Se insistió en que las primeras llamadas habían sido un error y la siguiente solo una mera casualidad, Pero ella, con tanta imaginación como años, se había quedado colgada de aquel traspié y aquello solo podía ser así a medias.
Se puso el abrigo, el teléfono en el bolsillo y bajó por la escalera para darse una vuelta. Caminó despacio, fijándose en los portales, en las de cortinas descorridas detrás de las que se adivinaban vidas tan corrientes como la suya. El traqueteo del tranvía le hizo detener el paso, tocó el bolsillo y sintió el bulto del aparato, mudo, casi muerto. La lluvia empezó a teñir las aceras de gris oscuro. 
Volvió sobre sus pasos. Desde su lado, parada frente al semáforo en ámbar, podía atisbar el rasto del pasado, reflejado en el agua que empezaba a anegar la calle.



sábado, 4 de enero de 2020

LOST IN TRASLATION



"Si uno no quiere luchar por el bien cuando puede ganar fácilmente sin derramamiento de sangre, si no quiere luchar cuando la victoria es casi segura y no supone demasiado esfuerzo, es posible que llegue el momento en el que se vea obligado a luchar cuando tiene todas las de perder y una posibilidad precaria de supervivencia. Incluso puede pasar algo peor: que uno tenga que luchar cuando no tiene ninguna esperanza de ganar, porque es preferible morir que vivir esclavizados".

Winston Churchill



Que todas las personas no somos iguales, como he dicho en otras ocasiones, es una obviedad que no debería ser necesario remarcar, pero, con los tiempos que corren, es hay que repetirlo, una y otra vez, aunque la voz se canse.
La variedad de posturas e interpretaciones, la posibilidad discrepar, a sostener posiciones distintas es un derecho al que se ataca, por sistema, cuando lo opinado por otro no se ajusta a lo que se quiere, sin tener, en la mayoría de ocasiones, más argumento que el ideológico. 
Tenemos la gran suerte de vivir en democracia, de contar con unos estándares de libertad envidiables, sin perjuicio de que, como todo sistema, sea mejorable. Pero como país tenemos un problema. Arrastramos, como excusa para todo, el pasado de una dictadura que está muerta y enterrada, que se finiquitó para entrar en un nuevo periodo en el que la seguridad, la libertad rigen la vida de todos los ciudadanos. Negar esta realidad, es negar nuestra propia historia. La constante invocación a tiempos pasados, el señalamiento como "franquista" a todo aquel que considera que la mejor manera que funcionar es mediante el sometimiento a las leyes que, no olvidemos son dictadas por los diputados electos, es una auténtica barbaridad y aberración que no puede traer nada bueno. La mayor garantía a nuestros derechos es la existencia de un Estado Democrático, Social y de Derecho, con una auténtica separación de poderes. Y todo eso,a pesar de los que algunos piensen, existe. Los poderes del Estado son tres: El ejecutivo, el legislativo y el judicial. Su independencia es una garantía para todos. Estamos asistiendo a un ataque brutal al poder judicial desde los miembros que conforman los otos dos poderes, algo tan peligroso como poco ponderado. La posibilidad de recurrir a los Tribunales en defensa de los Derechos (los que sean), de recurrir las decisiones que de ellos emanan, es la esencia de nuestros derechos fundamentales. Una salvaguarda que se cuestiona cuando las resoluciones no son del agrado de la ideología del que la recoge. 
Vivimos en un momento social en que las redes sociales se han convertido en altavoces de todo y de todos. Cualquier puede generar opinión, aunque lo haga desde la más profunda de las ignorancias. Vivimos tiempos convulsos desde todos los puntos de vista. La clase política, con sus intrigas y sus intereses particulares, se encuentra alejadísima de los ciudadanos. El todo vale que se viene extendiendo entre los que se deben a los ciudadanos porque lo suyo debe ser el atender al interés público y común, es algo inaceptable. 
Nos queda un recorrido largo y tedioso. El respecto a la norma como garantía de convivencia debe generar confianza y todos los poderes del Estado deberían trabajar por su respeto y reconocimiento. Denostar las instituciones por desconocimiento, por intentar hacer valer una posición sobre la otra, por ideología, o por la simple maldad de confrontar a unos contra otros, es un mal camino que una vez se empieza a recorrer no tiene marcha atrás.  Vivir bajo el manto de la norma, aprobada por Parlamentos democráticos, en los que cabe la discrepancia desde la legalidad, es un bien más que preciado por el que todos deberíamos sacar la cara. Las alusiones a componentes franquistas en las instituciones y en la legislación, cuando desde el año 78 vivimos en democracia, es el mayor insulto que podemos recibir todos como miembros de la sociedad en la que vivimos. Pero en estos tiempos, de eslóganes facilones y biensonantes, requieren de fortaleza, de repetir hasta la saciedad que vivimos en democracia, que las leyes son de todos y que, si no nos gusta, o no nos hacen servicio, debemos cambiarlas por los cauces legales. Que el derecho a discrepar se ejercita en las urnas mediante la aplicación de la reglas del juego votadas entre todos, que la protección de nuestros Derechos, en última instancia, la tienen los Tribunales y que ya viene siendo hora que los políticos, esos que aspiran a estar en el Congreso para dirigir a este país, se formen y, sobre todo, aprendan a respetar no solo a la institución que representan, sino a sus propios ciudadanos, a los que  les votan, pero sobre todo a los que no lo hacen porque, ellos, pese a las siglas que defienden, se deben a todos y cada uno de los ciudadanos de este país. Deben empezar por no mentir, por respectar y creer en las instituciones y en los Derechos que a todos nos asisten. Todo eso, a fecha día de hoy, no es moco de pavo.