viernes, 30 de agosto de 2013

SIRIA. Y A LOS MOROS QUE LOS MATE DIOS.


Hace unos días en Siria, en concreto en los suburbios de Damasco, se gaseó a la población civil. Cientos de niños, mujeres y hombres murieron. Las potencias mundiales, la ONU, que llevan dos años escudándose en el “principio de no intervención”, ha mirado hacia otro lado mientras se masacraba a la población siria. Ahora se han llevado las manos a la cabeza. Poco importaba si lo hacía el régimen de Bashar Al-Asad, o si lo hacían las fuerzas rebeldes, el “Ejército Libre de Siria”. Miles de vidas perdidas, no menos de cien mil; miles de derechos humanos quebrantados y mil veces esgrimido el principio de la autonomía e independencia de los estados; el manido "principio de no injerencia, que los Estados se pasan por el grandísimo Arco de Triunfo cuando a sus intereses económicos o estratégicos se refiere.



Pero ahora nos llevamos las manos a la cabeza por el gas, y queremos que se detenga una guerra civil que lleva masacrando a su gente desde hace tantos meses que ya casi no podemos recordar cuando comenzó. Y en ese fingimiento internacional de preocupación que nos une, clamamos contra el gas, contra las armas químicas, y queremos que nuestros mandamases asomen la cabeza y den un golpe sobre la mesa para que dejen de tirar gases que maten a los civiles. Una enorme hipocresía. 


La guerra puede seguir. Se puede seguir matando gente con ráfagas de ametralladora, con tiros de certeros francotiradores pertrechados en cualquier agujero, con coches bombas, con minas, con el incendio de barrios enteros pero, ¡por el amor de Dios!, o de Alá, que no lo hagan con gas, que eso está muy mal y infringe no sé qué tratado internacional. Un gas que es tan mortal como el que permite el uso de armas convencionales.




Y mientras todo eso pasa, la comunidad internacional, a la hora de comer, mientras en la cuna de la civilización se sigue matando, cambiamos de canal para que no se nos atragante la sandía; y tenemos una excusa fenomenal para ello, el “principio de no intervención”, sin olvidarnos de aquel otro que decía: "A los moros que los mate Dios".





jueves, 22 de agosto de 2013

NADA QUE DECIR


"Ver lo invisible, oír lo inaudible".

Algunas noches olvidamos todo sentido. El miedo nos encogía y vagábamos por calles desiertas hasta que nos dolían los pies.  Hubo noches espesas, increíbles, impredecibles. Noches suspendidas de días rotos.

Balbuceabas palabras que nadie entendía y arrastrabas los pies. Contabas hasta cien y volvías a empezar. Sucio, condicionado, sostenido por la ingrávida máquina del entusiasmo. Increíble, desconcertante, absoluto.

Pero eso fue ayer. Esta mañana te vi caminando por Gran Vía. Perdiste la guerra, tu paso así lo grita, aunque sigues arrastrando los pies. Puede ser que vivas sin el sobresalto de las noches espesas, sin el sabor de piel en la lengua, pero tus pies siguen levantando polvo cuando caminas. Es el peso de un pasado que no muere aunque lo disfraces.


miércoles, 21 de agosto de 2013

VETUS


Un buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma.


“Una noche llama a una puerta. Está haciendo penitencia, intenta arreglar las cosas. Sara le abre y se le queda mirando un momento; al fin le deja pasar y se dan un abrazo. Una vez en su cuartito, sentados en la cama, que hace las veces de sofá, le dice: no sé si esto es una buena idea, pero estoy seguro de que si me limito a hacer como si no existieras me arrepentiré el resto de mi vida”.

Releo el fragmento en el vuelo EI0868. Vuelvo a casa para volver a irme un poco más tarde, retornar y marcharme de nuevo. Este verano está siendo extraño, tranquilo pero extraño. La niebla solo es atmosférica y la calma chicha se bambolea. He bajado la mesilla para apoyar el libro y el Ipod. Vuelvo al párrafo. Pido un café a la azafata, sé que es recalentado, y posiblemente me descomponga el intestino, una purga llegando a casa como si de ese modo el cuerpo se deshiciera de momentos que parecen extraídos de una película de arte y ensayo, conversaciones mínimas que no resisten una traducción completa, búsquedas a través de un objetivo que por primera vez en años no se empaña por el exceso de humedad.

¿Arrepentimiento? Sólo cabe el arrepentimiento cuando tenemos capacidad de hacer algo y no lo hacemos o al hacerlo lo hacemos contra nosotros mismos, pero poco arrepentimiento cabe cuando no existe la posibilidad de hacer absolutamente nada, cuando segaron la hierba bajo tus pies y solo dejaron gravilla seca, muerta, para que te entretengas con el ruido que hacen las suelas de tus zapatos al arrastrar los pies para marcharte sin molestar demasiado.


Me entra sueño, no es raro. Estoy convencida de que a través de los conductos del aire de los aviones nos inducen el sueño y así, en esa vigilia provocada, soñamos con tierras frías, arrepentimientos imposibles, perros guía y groelandeses que pierden el oremus.


martes, 20 de agosto de 2013

MI HERMANO ESTÁ LOCO, SE CREE QUE ES UNA GALLINA



Hay una canción de Sabina en la que su protagonista, envuelto por el humo de miles de cigarrillos y el vaho confuso de otros tantos tragos largos (así lo imagino yo), se consume ante la ausencia de la persona querida. Un vacío similar a la que puede sentir una isla sin Robinsón.

Sin necesidad de quemarme los pulmones, ni de moverme de la silla que hoy me esclaviza, sé de vacíos febriles, incongruentes, imposibles, necesarios, casi incomprensibles. Vacíos que apenas tienen nada que ver con el amor, y mucho con el querer, con la pérdida del roce de lo invisible que tienen los momentos de intimidad en la que no cabe la piel. 

Y es que no todo es el amor, o sí.




miércoles, 14 de agosto de 2013

PARENTHESIS





Los paréntesis son buenos, incluso ponerle paréntesis a la gente y que ella te los ponga a ti, aunque en este último caso, cuando eres al que se coloca entre imperfectos semicírculos, mentes a todas las pestes del infierno. Pero sí, los paréntesis son buenos, incluso con las consecuencias que ellos traigan.


Así que ando por ahí, pasando un frío bastante importante, soportando alguna que otra lluvia torrencial, y amenizando las jornadas a base de pintas, cantos en lenguas extrañas y liberada de obligaciones relevantes. Pero también en este punto hay paréntesis, y abro uno. Me entero, de un modo nada convencional, del nacimiento de mi nuevo sobrino. Llega antes de hora y dando guerra. Así que después de dos días (los que han tardado en localizarme), y algún tropiezo aéreo, puedo decir que existe un nuevo motivo fundamental para seguir caminando con la vista al frente e intentando hacer de este mundo extraño un útero gigante en el que valga la pena vivir.


Vuelvo a cerrar el paréntesis y retorno a Yeats, a pasear y, por qué no decirlo, a idear estrategias para que este hermosísimo niño, pelirrojo, que ya ocupa un lugar importantísimo en el mundo, mi mundo, sea, ante todo, el tipo más feliz del mundo. 


Dejo un poema de Yeats... 

Cuando estés vieja y gris y somnolienta
y cabeceando ante la chimenea, toma este libro, 
léelo lentamente y sueña con la suave mirada
y las sombras profundas que antes tenían tus ojos.
Cuántos amaron tus momentos de alegre gracia
y con falso amor o de verdad amaron tu belleza,
pero sólo un hombre amó en tu tu alma peregrina
y amó los sufrimientos de tu cambiante cara.
E inclinada ante las relumbrantes brasas
murmulla, un poco triste, cómo escapó el amor
y anduvo en las cimas de las altas montañas
y entre un montón de estrellas ocultó su rostro. 



 

domingo, 4 de agosto de 2013

COSAS QUE A VECES TE DIJE



"Cuando somos felices no nos damos cuenta, eso también es injusto. Deberíamos vivir la felicidad intensamente y tendríamos que poderla guardar para que en los momentos en que nos haga falta pudiéramos coger un poco, del mismo modo que guardamos cereales en la despensa o recambios de papel higiénico por si se acaba, ¿entiende?".




Mientras sesteaba en el sofá, al socaire de un calor que amenaza con exterminarnos, no he podido evitar recordarle. Sospecho que está vivo, aunque no sé si lo hace bien o mal.
El calor ha llegado de un modo súbito y, un día tras otro, el bochorno nos anega, nos trastorna, nos empapa la ropa y nos asfixia ralentizando cualquier idea que al final muere ahogada entre sudores extremos. 
Voy hasta la cocina, saco una botella de vino blanco y un vaso que guardo junto a ella para momentos como éste. Salgo al patio buscando una mínima brisa. El cielo está despejado pero no corre nada de aire. Me siento en el escalón, apoyando la espalda contra el murete y cuento, uno tras otro, los minúsculos granos de cemento que recubren la pared. No podría decir si son diez, mil o cinco mil. ¡Qué más da!
El último sol me devuelve mi sombra proyectada y una imagen deformada de mis muslos, de mi tripa. Me he convertido en una caricatura un tanto idiota, con una barriga tremenda y un cabello revuelto como un nido de armadillos. Me da la risa. Una gota de sudor cae sobre la falda y en el cerco que deja descubro un mar oriental.
El ánimo no me pesa, pero deben ser esos últimos rayos de la tarde, abrasadores en exceso, que me devuelven la indolencia de su propio estado conmigo. Desde el patio de la casa vecina llegan las notas de un piano. Un instrumento que casa mal con las tardes de verano. Pero ahora cabe todo y los atardeceres como éste engendran ensoñaciones silenciosas que se balancean al ritmo de los acordes de vecinos generosos.

Brindo por mi vida, por la suya, por la que se extravió por el camino y por todas esas cosas que nunca te dije.






jueves, 1 de agosto de 2013

COSAS (I)



"Admiramos las cosas por motivos, pero las amamos sin motivos".


Existe una leyenda que dice que en algún lugar del mundo existe una persona que físicamente es idéntica a ti. No sé si es cierto o si no lo es, pero algo debe haber de verdad en esa historia que corre de boca en boca y de continente en continente.
 
Hace algunas semanas, mientras buceaba por la red, encontré una fotografía que me llevó a preguntarme si ese cuento sobre la existencia de nuestros clónicos al otro lado del charco, no sólo se va a extender a nuestro físico sino a toda nuestra vida, a nuestros sitios, a nuestro todo.


A las pruebas me remito. Mira sobre estas líneas, observa con atención la fotografía que aparece al inicio de este texto. Si vives en Madrid, acabarás afirmando que lo que se ve en la imagen es la Gran Vía, si vives en Barcelona, apuntarás más y dirás que lo que ahora contemplas es la Via Laietana, en el cruce con la calle Ferran. Y en ambos casos, por mucho empeño que le pongas, que describas sin ninguna duda lo que se esconde detrás del entoldado y andamio que aparece a la derecha, que afirmes con rotundidad el nombre de la cadena a la que pertenece la cafetería que hay a la espalda de la gente que espera en el semáforo, puedo decirte que estarás equivocado. La fotografía pertenece a una de las calles de Manhattan por la que discurrió la última “Love Parade” de Nueva York. ¿Sorprendido? Yo sí.


El mundo se replica y multiplica. Debe ser por eso que en muchas ocasiones, cuando despierto en cualquier punto del globo, creo hacerlo en casa y, salvo el cepillo de dientes y mi almohada, echo de menos muy pocas cosas al mudarme de ciudad.


Ahora mismo me imagino que al otro lado del cosmos existe una mujer, con las gafas colgadas y el cabello recogido, escribiendo una nota similar a ésta, que la colgará en un blog que ronda por un ciberespacio global y con el que tropezaré el día que menos me lo espere.