sábado, 29 de junio de 2019

VERGÜENZA AJENA



“El mal no es nunca `radical´, sólo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. Es un `desafío al pensamiento´, como dije, porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la `banalidad´. Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical". 

La banalidad del mal. Hanna Ardent





Por lo general el embarazo es un estado en el que la mujer está especialmente sensible, las hormonas van por donde quieren y a veces, sin saber el motivo, todo parece flotar en una ingravidez plácida en la que se quiere permanecer. En otras, el miedo acompañado de la angustia y de la sensación de vulnerabilidad se apodera de una y todo parece un elemento hostil. Sin embargo, conozco muy pocos casos en los que una mujer embarazada no sienta una especial empatía, ni una muy particularidad necesidad de protección de lo que lleva en el vientre, incluso de otros niños a los que ni tan siquiera conoce. 
Por eso, quizá precisamente por todo eso, la imagen que esta semana hemos visto de Irene Montero (Unidas Podemos), sujetándose el vientre mientras en el Congreso se homenajeaba a las víctimas del terrorismo, y ella y los miembros de su propio partido y los de los afines (ERC, Bildu y PNV), permanecían sentados, sin mostrar un mínimo de sentir con lo que, en aquellos momentos, ocurría en el hemiciclo, no ha podido pasar desapercibida. 
Ni un gesto, salvo una expresión de enorme hastío, tras el discurso de la hermana de Miguel Ángel Blanco, asesinado de un tiro tras un secuestro angustioso que despertó en España el ya olvidado “Espíritu de Ermua”. En aquel entonces, año 1997, Irene Montero contaba con nueve años de edad, una niña, como las que años antes habían muerto a manos de los socios de aquellos a los que ahora se arrima.  
Sé que no es la única que está en la operación "blaqueemos y reescribamos la historia", para olvidar que unos mataban porque otros no pensaban como ellos. No todos fueron víctimas, como se pretende vender por el entorno de Arnaldo Otegui y de aquellos que le acompañan en su particular viaje. 
Víctimas fueron los que murieron a manos de unos asesinos nacionalistas sin otro motivo que el pensar diferente. Sé que Montero no es la única que, de esos políticos que permanecían hieráticos, tiene hijos. Pero su imagen, la suya precisamente, la de una madre que sujeta en un gesto protector el vientre que porta su hija en las circunstancias en las que se da la imagen, es difícil de olvidar.
En este país se ha perdido el norte en muchas cosas, pero es verdaderamente vergonzoso el espectáculo que algunos políticos están dando. Hace demasiado tiempo que no cabe la equidistancia y que todo el mundo debe asumir la responsabilidad del lugar en el que se coloca, de ahí que haya que poner en evidencia lo bochornoso de algunas actitudes que pretenden hacer olvidar a la sociedad que, durante cuarenta años, una banda terrorista asesinaba y causaba un dolor innecesario por el que nadie ha pedido perdón, ni se ha arrepentido, sino todo lo contrario. El tiempo puede convertirse en un arma de destrucción de la memoria y de la consciencia, y no nos lo podemos permitir. Desde el año 1978 España tiene una democracia sólida, es un Estado Democrático y de Derecho que permite que gente como Montero, en el ejercicio de sus libertades, nos muestren la cara más falsaria de una política de bolillos que intenta cambiar el relato en su propio beneficio. Solo espero que la Sra. Montero, y cualquier otro, no tenga que enfrentarse con la muerte de un hijo en unas circunstancias tan terribles como es un asesinato terrorista. Solo le deseo una feliz maternidad y que la misma, si es posible, le devuelva la cordura y el sentido común, por su bien y por el de los ciudadanos que tenemos que tolerarla.




viernes, 21 de junio de 2019

DE LO CHIQUITO


"¿Sabes cuál es mi filosofía? Que es importante pasarlo bien, pero también hay que sufrir un poco, porque, de lo contrario, no captas el sentido de la vida".

Broadway Danny Rose. Woody Allen






Hay temporadas complicadas en que lo mejor es fijar la mirada hacia dentro y dejar fuera del espacio personal vital todo aquello que estorba y emborrona. Y como antídoto al feísmo permanente en el que nos está tocando vivir, está el centrar la atención en las cosas menudas y cercanas. Por eso, aunque las semanas se llenen de papel e incertidumbre, a veces llega un poco de aire en forma de un concierto de jazz en un entorno maravilloso; un paseo a cámara lenta colgada del brazo de una octogenaria más guapa que un San Luís; una cena con compañeros de los que acompañan y alivian; un viaje relámpago para apagar fuegos; y la cercanía de un fin de semana que permite escapar del ruido de petardos y cohetes, para volver, con las mismas ganas de siempre, al cambio de la fisonomía urbana que, una vez más y casi sin querer, arrancará aquello de que en Madrid se vive muy bien pero le falta playa.

Son las cosas pequeñitas, a veces incluso minúsculas que se suceden sin ruido, sin aspavientos y sin tragedias romanas, las que nos mantienen en pie. Porque al final la vida debería ser eso, la excelencia de lo chico, de lo portable, de lo que alivia.





lunes, 17 de junio de 2019

QUERIDA GRACE (III)




“Creo que en el amor no somos más que principiantes. Decimos que nos amamos, y nos amamos, no lo dudo. Yo amo a Terri y Terri me ama a mí, y también vosotros os amáis. Ya sabéis a qué tipo de amor me refiero ahora. Al amor físico, ese impulso que te arrastra hacia alguien concreto, y al amor que inspira el ser de la otra persona”.
De qué hablamos cuando hablamos de amor. Raymond Carver





Querida Grace:

Acabo de recibir tu última carta. La veo fechada hace ya algunos meses. No sé por dónde andarás en este momento, si seguirás cruzando el mundo de esquina a esquina o si, por fin, habrás decidido detenerte en esta carrera que parece no acabar nunca. Yo sigo aquí. Me anclé a esta ciudad y desde entonces, desde que soy consciente que respiro para vivir, me es difícil moverme. A veces me pregunto si hacerse viejo es haber encontrado el rincón en el que tomas asiento y ya nada es capaz de hacer que te muevas. Me falta todo y me sobra todo lo demás. Algún día, querida Grace, lo entenderás porque, como yo, envejecerás y las renuncias se habrán terminado porque ya no habrá nada a lo que renunciar, salvo que te conviertas en una chalada añosa con pretensiones de querer vender al resto una experiencia que al final nadie quiere para nada.

Mientras te escribo sigo las noticias en el televisor. Donald Trump está inconsciente y dudan que vuelva a recuperar la conciencia. Parece un chiste de mal gusto, perder lo que no se tiene, ni conciencia, ni consciencia. Las imágenes se repiten como en un carrusel, una y otra vez. No sé cuánto habrá de verdad en lo que quieren contarnos. Quién sabe, igual morirse de una manera tan estúpida como lo es el hacerlo después de atragantarse puede que sea una especie de venganza del cosmos. ¿Qué nos deja? Poco más que la sensación de que cualquier, por muy necio que sea, puede dirigir el mundo. ¿Qué dejaremos cualquiera de nosotros?
Imagino que en estos momentos, allí donde estés, las noticias deben ser las mismas. Ya no hay nada nuevo bajo el sol y la globalización extiende sus tentáculos por todas partes convirtiendo el mundo en un vertedero. Y da lo mismo que estés en una granja de Alberta que sobre el puente de Brooklyn. 

Querida Grace. Me duele el alma, me duele lo que no tengo, y me duele lo que se va a quedar sobre la tierra el día que me vaya. He dejado dispuestas algunas cosas. A mi edad no cabe la improvisación y el tiempo, rígido como el acero, no tiene compasión de nadie. Ni de mí, ni de Trum. Ni tan siquiera de ti, ni  de todas esta cartas que cruzan el mundo arriba y abajo y parecen un desatino fuera de nosotros mismo.

En un rato bajaré a dar un paseo, antes de que empiece a llover. Caminaré hasta la 4th con Bestesta y allí, si aún sigue abierto el Café Allen, compraré un poco de aquel té que le gustaba tanto a Helen. Hoy habría cumplido años, tantos como los míos, tantos como los que solo un viejo como yo está empeñado en cumplir. La echo de menos. Después, volveré caminando a casa, colocaré un disco antiguo y me sentaré a esperar. Esperar, a mi edad, es solo un vicio que al final te acaba matando. Una ocurrencia del destino que hace sobrevivir al más inútil, al más indeciso, al más necio. Puede que por eso, porque los necios sobreviven, Trump despierte mañana mientras yo me voy apagando frente al televisor, echándote de menos a ti también.

Me despido, Grace. El mundo es grande y el tiempo escaso. Siempre tuyo, John. 



domingo, 9 de junio de 2019

UNGIDOS DE BETÚN


El corazón es centro, porque es lo único
 de nuestro ser que da sonido.

María Zambrano





Somos ricos en gigas, en megas, y entre esas unidades que una no sabe muy bien lo que son, se guardan recuerdos, imágenes de cualquier cosa. En el disco duro de mi teléfono guardo las cosas más inverosímiles, desde el prospecto de un medicamento, a la última flor que ha brotado de la maceta que tengo en el alfeizar de la ventana de mi habitación. Fotografías que pierdo cada vez que mi teléfono sufre un percance. Ya no hay álbumes de papel y hacerlos es una rareza a los que hay que dedicar un tiempo que pocos tiene. Las fotografías impresas son un tesoro en peligro de extinción que huye de la vida moderna.

Cuando falleció mi padre revolví, con el permiso de mi madre, todos sus cajones. Recuperé algunas fotografías antiguas. Imágenes de cuando era joven, entre ellas apareció una vida que yo no había conocido jamás y que descubría mediante en distintas tonalidades de gris. La vida de otro, la vida de otros. Una vida sus hijos no conocimos nunca porque por entonces ni tan siquiera éramos una expectativa. Descubrí una novia que nunca he sabido hasta que punto lo fue, un desierto obligado y un Tabor de Regulares que le permitió escribir unas cargas lánguidas que me costó reconocer como suyas. 
Nos topamos con que, aquel hombre que nos había criado, había sido un niño con zapatos flojos, de mirada despierta y pelo revuelto. Descubrimos que el cabello rojo de mi madre se transformaba en un gris extremo que escondía más pasión que la que la vida estaba preparada para darle. 
Las fotografías de entonces encierran retazos de verdad, limpios de impostura.

Este domingo de flojera y hormigón, he abierto la caja para a ver aquellas fotos que desfilan entre caballos y caireles, entre vestidos de flores y palmas de Domingo de ramos, sin buscar absolutamente nada. Intento ordenarlas, sin saber si la nevada que cubre la Plaza Universidad es la del año 62 o la de cualquier otro año; si aquella niña sentada en las rodillas de un Rey Baltasar ungido de betún es mi hermana mayor o mi hermanda mediana. Reproducir algunos instantes con la mirada fija es un entretenimiento que posiblemente no existirá en el futuro y eso es algo que se pierden los que vienen por detrás. 

Guardo la caja, cojo el móvil y cuelgo una foto en Instagram. Es mi postureo absurdo del día.



lunes, 3 de junio de 2019

LA VIDA FOFA





Que las cosas dependen del cristal con que se mire es una de las deformidades a las que algunos llegan con el cumplir de los años. La vida fofa que se amolda a las cosas en función de quién es quién.  Este fin de semana, un futbolista conocido se mató conduciendo un coche a 230 kilómetros hora llevándose por delante la vida de dos jóvenes que viajaban con él. Debemos agradecer que no se cruzara con nadie y hoy hubiera unas cuantas familias más destrozadas. 
Conducir a esa velocidad es una verdadera temeridad y matarse de esa manera es una forma bastante estúpida de morir. Pero la muerte está ahí y la simpleza también. Pero como en todo, los muertos también lo son en función del ojo con el que los miremos A los muertos anónimos los llorarán en su casa, sin cámaras de televisión, sin aspavientos histriónicos, a los otros se les agasajará sin que sea lo más oportuno
Hay imprudencias delictivas con resultados fatales. Éste es un ejemplo. La muerte la lloran siempre los seres queridos, los que sufren su perdida, los demás son una orquesta cochambrosa que, como en este caso, rozan la sinrazón. 
No sé en qué momento se perdió el norte, en qué momento las cosas pasaron a ser buenas, malas o regulares en función de quien las lleve a cabo con independencia del resultado. Lo que está pasando con este caso es el reflejo de muchos otros, de una sociedad ñoña, estúpida y peligrosamente sensiblera. Hay situaciones que merecen un poco de silencio, respetar a los muertos (sobre todo a lo que no han podido evitarlo) y enterrarlos entre los que de verdad lloran su pérdida, dejando el ruido de las fanfarrias para momentos menos dolorosos, menos complicados y menos reprochables.



domingo, 2 de junio de 2019

VITRUVIO





Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía...

Leopoldo María Panero




Voy caminando y espero no encontrarme con nadie conocido. Vengo de recoger los resultados y aunque sé que no es una cuestión de vida o muerte, es una cuestión de mi vida, de la que quería que fuera y que, en un segundo, con una mirada casi de soslayo, se transforma en una muerte anticipada. La muerte del futuro, de mi futuro. Cargo el chelo y se me pasa por la cabeza dejarlo apoyado en la esquina de General Payet, abandonarlo en mitad del naufragio. Puede que un perro se mee y el circulo del destino quede cerrado y sellado sin más. Pero sigo cargándolo como una condena, caminando hacia Piaget. En el intercambiador, un tipo con un disfraz de Bob Esponja me aborda con mil monerías, mientras noto su mano en el interior de mi bolsa. Le dejo hacer porque ahí dentro ya no hay nada, una cartera que guarda una tarjeta caducada y el documento nacional de identidad que me toca renovar en un par de meses. Que se lleve lo que quiera. Seis euros en monedas rondan por mi bolsillo y los oigo tintinear como una provocación para un ladrón tan torpe como desafortunado. El tiempo se para y, aunque no quiero hacerlo, miro los dos círculos de fieltro roto que muestran unos ojos bañado de venas estrechadas por la heroína. 
Da un salto y desaparece buscando la atención de los que cruzan, despistados, la plaza más concurrida de todo Palet. Guardo entre mis venas el temor del veneno y la imagen de aquel tipo enloquecido, que una vez quiso emular al hombre de Vitruvio en la azotea de mi casa, que se convirtió en una caricatura ridícula de venas estrechas, y que me mandó al infierno por primera vez.