"¿Sabes cuál es mi filosofía? Que es importante pasarlo bien, pero también hay que sufrir un poco, porque, de lo contrario, no captas el sentido de la vida".
Broadway Danny Rose. Woody Allen
Hay
temporadas complicadas en que lo mejor es fijar la mirada hacia dentro y dejar
fuera del espacio personal vital todo aquello que estorba y emborrona. Y como
antídoto al feísmo permanente en el que nos está tocando vivir, está el centrar la
atención
en las cosas menudas y cercanas. Por eso, aunque las semanas se llenen de papel
e incertidumbre, a veces llega un poco de aire en forma de un concierto de jazz en un entorno maravilloso; un paseo a cámara lenta colgada del
brazo de una octogenaria más guapa que un San Luís; una cena con compañeros de
los que acompañan y alivian; un viaje relámpago para apagar fuegos; y la cercanía de un fin de
semana que permite escapar del ruido de petardos y cohetes, para volver, con las mismas ganas de siempre, al cambio de la fisonomía urbana que, una vez más y casi sin querer, arrancará
aquello de que en Madrid se vive muy bien pero le falta playa.
Son
las cosas pequeñitas, a veces incluso minúsculas que se suceden sin ruido, sin
aspavientos y sin tragedias romanas, las que nos mantienen en pie. Porque al
final la vida debería ser eso, la excelencia de lo chico, de lo portable, de lo
que alivia.
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