“El mal no es nunca `radical´, sólo es extremo,
y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer
desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se
extiende como un hongo por la superficie. Es un `desafío al pensamiento´, como
dije, porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las
raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado
porque no encuentra nada. Eso es la `banalidad´. Sólo el bien tiene profundidad
y puede ser radical".
La banalidad del mal. Hanna Ardent
Por lo general el embarazo es un
estado en el que la mujer está especialmente sensible, las hormonas van por
donde quieren y a veces, sin saber el motivo, todo parece flotar en una ingravidez plácida en la que se quiere permanecer. En otras, el miedo acompañado de la
angustia y de la sensación de vulnerabilidad se apodera de una y todo parece un
elemento hostil. Sin embargo, conozco muy pocos casos en los que una mujer
embarazada no sienta una especial empatía, ni una muy
particularidad necesidad de protección de lo que lleva en el vientre, incluso de
otros niños a los que ni tan siquiera conoce.
Por eso, quizá precisamente por todo
eso, la imagen que esta semana hemos visto de Irene Montero (Unidas Podemos), sujetándose el
vientre mientras en el Congreso se homenajeaba a las víctimas del terrorismo, y ella y los miembros de su propio partido y los de los afines (ERC, Bildu y PNV),
permanecían sentados, sin mostrar un mínimo de sentir con lo que, en aquellos
momentos, ocurría en el hemiciclo, no ha podido pasar desapercibida.
Ni un gesto, salvo una expresión de enorme hastío, tras el discurso de la hermana
de Miguel Ángel Blanco, asesinado de un tiro tras un secuestro angustioso que
despertó en España el ya olvidado “Espíritu de Ermua”. En aquel entonces, año
1997, Irene Montero contaba con nueve años de edad, una niña, como las que años
antes habían muerto a manos de los socios de aquellos a los que ahora se arrima.
Sé que no es la única que está en la operación "blaqueemos y reescribamos la historia", para olvidar que unos mataban porque
otros no pensaban como ellos. No todos fueron víctimas, como se pretende vender
por el entorno de Arnaldo Otegui y de aquellos que le acompañan en su
particular viaje.
Víctimas fueron los que murieron a manos de unos asesinos
nacionalistas sin otro motivo que el pensar diferente. Sé que Montero no es la
única que, de esos políticos que permanecían hieráticos, tiene hijos. Pero su
imagen, la suya precisamente, la de una madre que sujeta en un gesto protector
el vientre que porta su hija en las circunstancias en las que se da la imagen, es difícil de olvidar.
En este país se ha perdido el
norte en muchas cosas, pero es verdaderamente vergonzoso el espectáculo que
algunos políticos están dando. Hace demasiado tiempo que no cabe la equidistancia
y que todo el mundo debe asumir la responsabilidad del lugar en el que se
coloca, de ahí que haya que poner en evidencia lo bochornoso de algunas actitudes que pretenden hacer olvidar a la sociedad que, durante cuarenta años, una banda
terrorista asesinaba y causaba un dolor innecesario por el que nadie ha pedido
perdón, ni se ha arrepentido, sino todo lo contrario. El tiempo puede convertirse en un arma de
destrucción de la memoria y de la consciencia, y no nos lo podemos permitir. Desde el año 1978
España tiene una democracia sólida, es un Estado Democrático y de Derecho que permite
que gente como Montero, en el ejercicio de sus libertades, nos muestren la cara
más falsaria de una política de bolillos que intenta cambiar el relato en su
propio beneficio. Solo espero que la Sra. Montero, y cualquier otro, no tenga que
enfrentarse con la muerte de un hijo en unas circunstancias tan terribles como
es un asesinato terrorista. Solo le deseo una feliz maternidad y que la misma,
si es posible, le devuelva la cordura y el sentido común, por su bien y por el
de los ciudadanos que tenemos que tolerarla.
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