domingo, 27 de abril de 2014

DE LO IMPOSIBLE


"La fortuna se cansa de llevar siempre a un
 mismo hombre sobre las espaldas".


Ante determinados sucesos en la vida de alguien, el resto nos creemos en la obligación, en la necesidad o en la voluntad, de tener que decir alguna cosa, de intentar colocarnos cerca de aquel que se encuentra hecho trizas, devastado por los acontecimientos. En ese querer y necesitar decir alguna cosa, tiramos de frase hechas, de muletillas, que son mera cortesía que dejan tibio a quien las pronuncia y tremendamente frío a quien las escucha. Pero los seres humanos somos así, tenemos nuestras limitaciones y un saco de buenas intenciones que en ocasiones están de más, aunque nos cueste reconocerlo, e intentamos hacerlo lo mejor que podemos, lo mejor que sabemos, aunque equivocándonos mucho.

Existen momentos en los que la vida se ceba con el que tiene enfrente y le muestra los dientes para que no olvide que es ella quien manda, quien marca los tempos, quien distribuye a su albedrío las más terribles de las adversidades. Ante esa crueldad inexplicable, salvaje, enmudecemos como si nos hubieran arrancado las cuerdas vocales, y de esa manera el interior que quema no tenga una triste línea de vida a la que sujetarse y salir al exterior aunque sea en forma de lamento.

Estos días, la mala suerte, la desgracia, ha clavado los colmillos en personas cercanas y en otras que no lo son tanto. El mundo se ha convertido en un lugar sombrío. El consuelo no cabe, aunque los gestos ajenos lo intenten. La cercanía de una mano tibia sobre otra que yace fría acunándose sobre un regazo que se sabe solo por toda una eternidad, cuando es posible; en otros, el gesto ni siquiera es posible y solo cabe el deseo de que el tiempo atempere un dolor terrible que se sabe de antemano que no desaparecerá nunca, pero con el que se aprende a convivir, porque no cabe otra, y porque de un modo tozudo, quizá más humano que nada, se clavará en el hígado, no se desvanecerá jamás, para recordarnos que es ella, la vida, la que manda. Y porque manda, con un silencio quedo, las palabras a veces sobran. 

Cuando la vida te zarandea utilizando a los que se quiere, una palabra de menos es siempre más, y son los gestos, esos que se cuelan en la retina dolorida, los que nos sostienen como si fueran líneas de vida que nos anclan a ella, a la vida deliciosa y terrible a la vez.


miércoles, 23 de abril de 2014

ALGO QUE NO INVITA A LA LÓGICA


"Después de todo, ironizar es ausentarse."


He sabido que esta tarde de sol, rosas y libros, Enrique Vila-Matas firmará ejemplares de sus novelas en los tenderetes de un gran centro comercial. Alguien que sabe de mi mística devoción por el escritor barcelonés me telefonea para ofrecerse a acompañarme al evento, por si quiero que me rubrique alguno de sus libros, o para ver si de una vez, formalizo esa petición de matrimonio que llevo años jurando y perjurando que le haré, hincando mi rodilla en el suelo y desplegando un discurso que llevaré escrito en un billete de autobús en cuanto tenga oportunidad para ello.
Unas risas después, declino el ofrecimiento. No quiero ir a ver a Vila-Matas, ni que me firme ningún ejemplar de ninguna de sus novelas, ni tampoco quiero formularle mi petición de matrimonio, no al menos en las condiciones meteorológicas en la que nos encontramos. Puede que lo haga cuando descienda el calor de esta primavera rebelde, o cuando la prima de riesgo vuelva a desquiciarnos a todos, a la que suscribe incluida, o cuando llueva hacia arriba.

La ciudad bulle, es una fiesta, y Vila-Matas algo que no invita a la lógica.  Mi patológica adicción a lo suyo es muy mía y por eso, porque es patológica y mía, dejo que campe por libre y como le de la gana. Y en ese hacer lo que le sale del mismo arco de triunfo, mi patología opta voluntaria y tozudamente por no arrimarse a ningún quiosco en el que exista la más mínima posibilidad de darse de bruces con él.

La mejor cosa que tengo de cada uno de los escritores a los que profeso algún tipo de admiración (entre ellos el ínclito autor), son sus libros y la libertad, mi propia libertad, de imaginarles la personalidad que me venga a la medida, que me encaje (para gusto o disgusto) con lo que leo, con lo que rumio, o con lo que en cada momento me de la real gana; incluso, la libertad de ignorarles totalmente y quedarme únicamente con lo que escriben. Esta y no otra es la gracia de la cosa, de mi cosa, por eso sería casi milagroso que alguien me encontrara guardando cola para que nadie me firme nada. Mi curiosidad, por ahora, va mucho más allá de una rúbrica, y una, que también es muy suya, o toca material con fuste y a fondo o prefiere quedarse en su propia inopia.







lunes, 21 de abril de 2014

ORO PARECE, PLATA NO ES.


"¿A qué juega con ese numerito de sueco depresivo?"

Escucho el disgusto de alguien que me llama, aunque estoy de vacaciones, pero la tecnología nos vuelve esclavos y aunque yo sigo con un teléfono antediluviano que hace las gracias de niños y adolescentes, esta reliquia ha conseguido aislarme de la mitad del mundo, aunque de vez en cuando aún suena. El monólogo que me vomitan podría formar parte de una saga de culebrón, pero escucho y callo, quien llama sólo precisa ser escuchado, desaguarse sobre lo injusta, insensible y poco delicada que es la vida, tal y como dice. Cuelgo después de un rato con la sola idea de ir a tomarme un fino para desencallarme y para que la verborrea, necesitada y galopante, que acabo de recibir no me confunda. La vida no es ni justa, ni sensible, ni delicada, eso son características solo imputables a los que andamos sobre dos piernas y casi siempre confundimos unas con otras.

El disgusto de quien llama no busca una solución (que por otro lado no tengo), sino poder desembarazarse y, como diría aquel, hacer un “pasa la cabra”. La charla, por llamarla de algún modo, me deja con cierto escozor en la lengua y por eso, mientras me arremango porque no soporto más este calor, tomo cuatro notas sobre lo que me pasa por la cabeza: sobre la sensibilidad, sobre la delicadeza.

Caminar por la superficie de las cosas, sin embarrarse en nada, lleva en la mayoría de ocasiones a confundirse en lo esencial. Por eso no es nada extraño que aquellos que andan pasando de puntillas por la vida de los demás, con cuatro ideas confusas, terminen con un lío monumental entre lo que son o quieren ser y cómo actúan. Supongo que es por eso que confunden la delicadeza con la sensibilidad y viceversa. Dos cuestiones que nada tienen que ver la una con la otra, se miren por dónde se miren.

“Delicadeza” y “sensibilidad” son dos términos blandos que algunos creen intercambiables porque piensan que la primera, la delicadeza, es la consecuencia inmediata de la segunda, la sensibilidad. Y nada más lejos de la realidad. Llorar ante unos fotogramas del cine, pintar con una dulzura extrema, tocar los acordes más tristes del mundo, escribir las más tiernas palabras, no convierten a nadie en nada, ni mucho menos en una persona delicada.

La capacidad de reaccionar a muy pequeñas cosas, de dejarse llevar por estados de emotivos (casi siempre de poco calado), sería la definición más cruenta de la sensibilidad, y remarco lo de cruenta porque es a esa a la que me refiero. Y es precisamente ese sensible dejarse ir (manifiestamente compulsivo), lo que lleva a los que gestionan de un modo nefasto su sensibilidad, a una absoluta falta de delicadeza, es decir, a una total falta de atención y miramiento para con otros, convirtiéndose por arte de birlibirloque en un mal aliado de la discreción y la empatía.

La delicadeza es un modo de hacer en el que la sensibilidad casi nunca tiene nada que ver.



martes, 15 de abril de 2014

ARENA


“Las traiciones durante la guerra resultan infantiles
 comparadas con nuestras traiciones en tiempos de paz.
 Los amantes, primero se muestran nerviosos y tiernos
 hasta que lo hacen todo añicos, porque el corazón es un órgano de fuego.”


Tal vez fuera en abril, aunque puede que fuera en julio, o tal vez en septiembre.  Creímos que el mundo estaba a punto de explotar.  Y explotó.  El tiempo lo ha ido desdibujando todo y apenas puedo precisar lo sucedido entonces, solo que la vida viró en sentido inverso a su giro natural. 
Aunque ahora no tiene la menor importancia, sólo me preocupa que el paso de los días me deje sin algunos de los recuerdos que quiero creer que valieron la pena. 

En mi cuaderno de bitácora solo queda un borrón, algo de arena tibia y debajo no puedo asegurar que esté tu nombre, un nombre que en realidad ni tan solo soy capaz de recordar, pero que aun sé que existe.


lunes, 14 de abril de 2014

MONOLOGOS INTERNOS


"Una nación que gasta más dinero en armamento militar
 que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual."


Cada treinta minutos entra por la puerta una persona que aboca un sinfín de problemas y angustias para los que no tenemos recursos y por tanto, pocas soluciones. Los que codo con codo nos batimos el cobre con la desesperanza hemos pensado en cambiar el nombre del servicio. Hace algún tiempo, los políticos decidieron ponerle uno muy rimbombante y progresista, pero por obra y gracia de los recortes, aquella “cosa” tan innovadora que iba a traer seguridad, cooperación y tranquilidad al ciudadano, se ha quedado en menos que cero. Hacemos lo que podemos y eso se circunscribe, en la mayoría de ocasiones, a escuchar a quien tenemos enfrente, hacerlo con verdadero interés y no juzgar las decisiones que esa gente que acude angustiada, porque no queda otra, se ve en la necesidad de adoptar.

Dicen los que entienden sobre recursos humanos, que las personas que trabajan con “material sensible”,  material humano para ser más concretos, precisan, para que el grupo funcione, que no se desmorone y de un buen servicio, que se les cuide y se les de soporte y áreas de recuperación incluso emocional. Intentar que  formen una piña compacta, unida, pero conseguir algo así, una base solida, es tan difícil como hacer pasar un camello por el ojo de un alfiler. Pero, en esto, aquí, al menos hemos tenido suerte.

En los últimos meses esa capacidad de escucha la hemos desarrollado de un modo espectacular, hemos bordeado los límites de las condiciones de trabajo para que quienes nos buscan pudiera sacar, ni que fuera por un instante, la nariz fuera del agua para tomar aire y poder seguir buceando, mientras llega la tan cacareada mejoría. Recomendar trabajar en la economía sumergida no es políticamente correcto pero es socialmente necesario cuando las cosas están como están en este momento. Por eso no me duelen prendas cuando a alguien le digo que no pague determinadas cosas, impuestos o tasas por ejemplo, porque primero está el comer, o cuando tengo que suscribir o rubrico algunas cosas que a otros les parecen una temeridad.

En estos momentos no tenemos nada, y cuando digo nada, es nada que ofrecer en cuanto a recursos económicos para solventar los dramas que caen cada ciertos minutos como los granos de arena del reloj imaginario que manejamos. La magia no existe y los poderes sobrenaturales tampoco, por eso los problemas que llegan han conseguido convertirnos en perfectos escuchantes y en elaboradores de soluciones imaginativas que sostienen la precariedad de muchos, como se puede, intentando que no pierdan la dignidad, ni la esperanza. De vez en cuando el encaje de bolillos del “oye, yo tengo a alguien que...” con un “acabo de ver a fulanito que puede...", funciona y lo que parecía imposible se convierte en una realidad aunque se sostenga sobre unos mimbres flacos y un tanto secos.  

Dicen que las cosas están cambiando, dicen que vamos a mejor, pero yo no lo veo, y lo que es peor, ni siquiera lo creo.  Solo sé que sigo escuchando, poniendo parches, bordeando el límite para que el que asoma la cabeza por mi cubículo, en el que ya solo tengo un teclado y un par de oídos, crea y confíe en que nuestro servicio sirve para algo, aunque los que mandan, los que de verdad deciden, crean que ya no servimos para nada nos tengan en el limbo de lo prescindible.





domingo, 13 de abril de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (V)



“Tienes que divertirte. En el fondo no ha cambiado nada. Ahora no tienes ningún compromiso con nada, ni con nadie. Es la felicidad completa”. Frases por el estilo que te repiten una y otra vez, como si fueran un salmo, esperando que te entren en la cabeza y te transformen en algo que los demás creen que no eres, o que eres pero que ahora no eres. Respondo que sí, que lo sé, aunque me da igual lo que digan, llevan semanas sermoneando con discursos que ni ellos se creen. 

Sé lo que no quiero pero aun así aquí estoy, sin saber demasiado bien si la que está soy yo o la que otros quieren que sea. Esperan que mañana les confirme que por una noche me he transformado en una zorra absoluta. Porque la libertad y el divertimento cuando te han dado la patada se transforma en algo que debe de convertirte en una desinhibida del que todo el mundo se enorgullezca. Como si acostarte con cualquier cosa fuera una muestra de la superación de la ruptura, de la apatía.

Se ha hecho tarde casi sin querer, pero no ha está mal, al menos ha sido agradable, el vino bueno y la conversación interesante. Ahora su mano se desliza entre mis muslos y le dejo que juegue un rato, que se entretenga, que sus dedos devuelvan un poco de gracia y humedad a mi entrepierna. Pero no siento nada. Debe notarlo porque su lengua se vuelve cada vez más ávida, como si espera encontrar en mi boca el resorte que no encuentra dentro de mi vagina; y yo, un poco ida por la maría del cigarrillo que me fume al terminar la última copa, peleo con los botones de su vaquero con la torpeza de una primeriza y el desinterés de saber lo que me voy a encontrar. El que se lo está pasando en grande es el taxista que sube el volumen de la radio para disimular los ecos de un mal revolcón. Lamentable a su edad, a la mía y a la del mismo conductor.

Alguien va a pagar la carrera y voy a ser yo. Dejaré un par de billetes sobre el asiento en cuanto me baje, que va a ser en el próximo semáforo, que el coche siga y se lleve a mi compañía a aliviarse como pueda.


Mañana tengo que ponerme una mascarilla, no solo para el pelo; vaciar el buzón de voz y pasar por la farmacia a por una caja de preservativos y unos antidepresivos.


jueves, 10 de abril de 2014

¿HAY ALGUIEN AHÍ FUERA?


- ¿Houston podría estar malinterpretando los datos?
- Bueno, no estamos recibiendo ningún dato.


No soy ni la primera ni la última persona a la que le roban nada. Así que no debería lamentarme en exceso porque mi teléfono haya abandonado el bolsillo de mi chaqueta y esté ahora entre las manos del tipo al que de un modo nada violento, todo muy sutil metió su mano en mi bolsillo y se lo llevó. Sólo  un levísimo roce en el costado que no he interpretado más que como el desliz del que sin querer, con las apreturas del lleno, acaricia el tejido de otro exento de toda libido. Y sí, sin libido habrá sido, pero con un evidente ánimo de lucro y de jodienda personal. Ha sido rápido, casi evanescente como un suspiro, pero terriblemente gravoso como un tiro certero. He perdido toda la agenda personal, profesional, anotaciones, próximos eventos y compromisos de trabajo que viajaban con él.

Solo me queda el consuelo de a estas horas el autor de ese hurto, que me ha dejado desconsolada, no tiene más que una carcasa y una tarjeta muerta. A veces hay que ser tan rápido como ellos, o al menos, intentarlo.


Ahora vago por el universo más ligera de equipaje aunque, debo reconocer, se hace francamente raro. Si alguien quiere algo, ahora de verdad, va a tener que silbar o enviarme una paloma mensajera.


martes, 8 de abril de 2014

KELSHAN


“No está en ningún mapa. Los lugares verdaderos nunca lo están”.


Nada me desagrada más que el frío de Kelshan. Aun no sé qué hacemos aquí, en realidad, que hago yo aquí. Debo haberlo murmurado un punto más alto que lo que mi consciencia reconoce porque de inmediato intentas explicarme que es por la crisis, estamos aquí por la crisis. Tiene gracia que precisamente tú me hables de crisis, de debacle internacional, y aún tiene más gracia cuando lo haces mirando por la ventana de este lujosísimo hotel que alguien pagará por ti, por mí y por los cinco más que venimos por esas cosas de la crisis. El tono irónico de tus palabras te convierte, sin lugar a dudas, en alguien absolutamente aborrecible.

Naturalmente, sonrío sin ganas, me va en el cargo, y lo hago esperando a que del cielo encapotado de esta ciudad del norte descienda un rayo y te parta por la mitad. Nada me gustaría más. Las tormentas secas, eléctricas, no entienden de crisis por eso, aunque sea de un modo ridículo, confío en ellas. Cuento los días que nos quedan para regresar, los días que aun tendré que cubrirme con tantas capas de ropa que ni yo misma no me encuentre debajo de ellas.

Me pides un café y que vaya a por tus cigarrillos, una impertinencia por tu parte. Pero tengo ganas de perderte de vista y tampoco tengo demasiada opción. Salgo a la calle para que tus deseos, que se convierten en órdenes en virtud del salario que me pagas, se hagan realidad. 
Es difícil caminar sobre la patina de hielo que deja este frío atroz, pero puede que tenga suerte y después de recorrer arriba y abajo este desolado bulevar, conserve mi cuerpo en buen estado, helado pero entero.

Debería aprovechar y llamarte, explicarte que esto no fue una buena idea. El norte siempre será el norte, y un imbécil, simplemente, será siempre un imbécil. Por eso te echo de menos, a ti, a tus tostadas, a tus caricias un tanto atolondradas y al sol de invierno.

Nunca creí que pudiera ver una aurora boreal en el mes de diciembre, simplemente porque durante ese mes nunca existen, ni pensar que con un simple mensaje de texto mi vida cobrara un sentido mediano entre tanta mundanidad rota.


domingo, 6 de abril de 2014

LOS AMANTES DEL CÍRCULO POLAR


Creo en las circunferencias, en las esferas, y estoy convencida que la vida es circular, casi un capicúa perfecto. Muchas cosas, muchas situaciones, se cierran igual que empiezan. A lo largo de los años, los círculos son una constante. Al parecer no soy la única que lo cree. Julio Medem en su película “Los amantes del círculo polar” también nos muestra un mundo redondo, una historia de amor circular, la historia de Otto (Fele Martínez) y Ana (Najwa Nimri), dos palíndromos geniales. El amor, grande, secreto, inevitable, que se prolonga en el tiempo y hasta el final



Julio Medem dividió esta dramática historia de amor, en tres partes, como si estuviéramos ante los tres actos de una Ópera clásica. La primera de ella nos cuenta el paso de Ana y Otto por su infancia, el momento en el que se conocen en la escuela de una manera totalmente casual. Los aviones de papel que Otto lanza por la ventana del baño del colegio, un juego intrascendente, unirá a los padres de los dos niños. En una segunda parte, el despertar sexual del amor adolescente, del amor prohibido de los que conviven como hermanos, sin serlo, haciendo creer al mundo que no se importan cuando la vida de uno pende de la del otro, ya en ese momento. Durante la tercera y última parte de la película, los Ana y Otto siguen ocultando su relación aunque la viven de una manera estable. Un acontecimiento dramático le alejará y como no puede ser de otro modo, el tiempo servirá para amortiguar pero no para olvidar. Ella se convertirá en maestra, trabajará en la misma escuela en que los dos se conocieron. Él se hará piloto. Cada uno por su lado mantendrán relaciones sentimentales ruinosas sin olvidarse jamás. Un mañana plagado de amantes que no se concretan en nada, parejas que doblan la edad y que postergan la felicidad para un mañana que no va a llegar.  

Pero la vida es circular y uno y otro, de manera inconsciente, seguirán buscándose, porque la necesidad no cesa aunque uno lo quiera. Ana escapará al círculo polar ártico y allí vivirá días en las que las noches no existen, esperando, lejos de todo, recuperarse a sí misma. Otto seguirá volando, trabajando para el servicio aéreo postal de la zona. Ambos sueñan con un reencuentro y un cúmulo de casualidades desastrosas, mientras la búsqueda interior y la de uno y otro espera, llevarán al dramático final de su historia, como no podía ser de otro modo.



Una película llena de matices, tristes, dramáticos, como acostumbran a ser los amores recurrentes, interminables. Amores que se tornan demoledores. Nadie sale indemne de relaciones amorosas como la que viven Ana y Otto. La dependencia de lo que no se controla adormece y al final mata de pura perplejidad. 

¿Quién no ha vivido una historia que por excesiva incluso ahoga? Los humano nos parecemos todos por eso somos capaces de llorar con Ana y sentir el abrazo invisible de Otto mientras esperamos frente a una laguna  que nos queda tan lejos y tan cerca a la vez.

¿Absurdo? Posiblemente, pero esa es la magia del cine que es capaz de colocarnos tan cerca de sus personajes que podemos sentir lo que ellos siente; vivir lo que ellos viven. Y es esa misma magia la que nos permite, cuando la pantalla se funde en negro, volver a ser un poco más nosotros a fuerza de haber sido otro durante no más de dos horas. 


“Los amantes del círculo polar” es una película fascinante, llena de silencios que lo dicen todo. El círculo perfecto.


miércoles, 2 de abril de 2014

POLVO


Mezclar lo tuyo con lo mío y que al final lo que resulte sea tan aburrido que no quede otra opción que lanzarlo a la hoguera o guardarlo en un cajón para que el polvo y las polillas acaben con ello. 


"Hay mucha poesía en los abandonos, vuelves a pensar mientras escuchas el hondo rumor guerrero del Pacífico. Y recuerdas unos versos de Philips Larkin, donde puede leerse que en el fondo detestemos nuestras habitaciones, con sus trastos especialmente elegidos por nosotros, con esa leve bondad de los libros y la felicidad de la almohada propia y nuestra vida tan perfectamente en orden."

-El mal de Montano-