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jueves, 22 de enero de 2015

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (VIII)


La buena comunicación es tan estimulante como el café negro, e
 igual de difícil de olvidar al dormir.



Después de comprobar que desde hacía meses mi vida basculaba del helado de vainilla a los cigarrillos mentolados y que mi estómago empezaba a resentirse regalándome unas escandalosas jaquecas, el galeno decidió sacarme tarjeta roja. Me senté y  aguardé  en silencio mientras aquel tipo hacía gestos de aprobación con la cabeza. Después de cinco minutos de insonoras flexiones cervicales, llegó el diagnóstico: «No debe preocuparse. Está todo correcto. Salvo unos leves restos de sangre en la orina, a los que no debe dar importancia, se encuentra usted en perfecto estado». Apenas unos segundos en silencio y mi ceja, que se rige por su propia y arbitraria voluntad, se elevó hasta formar un óvalo casi perfecto sobre mi ojo izquierdo. Siempre he temido a aquellos que, sin mirarte a la cara, restan significación a las cosas que en definitiva les ha llamado la atención. Ese era el caso. 

Un mechón de pelo, el único que quedaba sobre su diminuta y rala cabeza, caía sobre la montura de sus gafas, otorgando a aquel tipo vestido de blanco una apariencia grotesca. Cuando le pregunté a qué podía deberse aquel trazo sanguinolento, casi imperceptible según decía, pero que ahí estaba, contestó que con toda probabilidad eran los resto de una actividad sexual consumada veinticuatro horas antes de la toma de la muestra. En ese momento me preocupé de verdad y fueron las dos cejas las que acompasadas se elevaron al cielo de los idiotas para volver a caer en silencio. En los últimos meses, después de su marcha, lo más caliente que me había echado al cuello era el café con leche de las mañanas.




sábado, 25 de octubre de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (VII)


“Con frases pensamos, especulamos, calculamos, imaginamos. 
Con frases declaramos nuestro amor, declaramos la guerra, prestamos juramento. 
Con frases afirmamos nuestro ser". 
John Banville





El bolígrafo está roído por el extremo. Revuelvo dentro del bolso, aunque sea un rotulador servirá, me niego a que una erupción de saliva de siete leches, por muy oficial que sea el artilugio, termine emborronando lo que la vida ya ha emborronado yo sola. A lo triste no es necesario añadirle lo sórdido. Firmo. Se acabó. Recorro el pasillo en busca del ascensor. También en su momento recorrí un pasillo pero entonces, aunque sin adornos extravagantes, me pareció luminoso, eterno. Ahora es solo un pasadizo frío y vacío. Necesito un café, o mejor un vodka, pero aun faltan veinte minutos para las diez. Es demasiado pronto o quizá demasiado tarde. Tengo que cortarme el pelo, no lo digo yo, sino el reflejo de la puerta giratoria que dejo a mi espalda mientras le engulle y le veo de refilón, más viejo, más calvo. Es de justicia, aunque no sirva para nada.





sábado, 9 de agosto de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (VI)


"Al mismo tiempo, las palabras son verdaderas y muy traicioneras, 
y tienes que inventar porque ya están muy viejas..."



¿Quién dijo que en Madrid no se puede dormir en verano? Una brisa queda sube desde el Retiro y me despierto con un ligero temblor en el bajo vientre. Alguien me dijo una vez que una no se acaba nunca mientras siga teniendo ardores. Puede que no esté acabada, que no esté muerta, y que en realidad solo esté dormida, anestesiando la derrota que grabé con una muesca en la puerta de la cocina y de la que ya apenas queda marca. 
Medianoche quedó atrás pero sigue la penumbra. Cierro los ojos de nuevo, buscando volver al lugar en el que comenzó la noche. Y poco a poco, sin pensar en nada, la vida me acaricia de nuevo y me susurra, mientras empiezo a adormecerme, que mi delicioso destino se encuentra entre los dedos de unas manos satisfechas que a veces se multiplican por dos.



domingo, 13 de abril de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (V)



“Tienes que divertirte. En el fondo no ha cambiado nada. Ahora no tienes ningún compromiso con nada, ni con nadie. Es la felicidad completa”. Frases por el estilo que te repiten una y otra vez, como si fueran un salmo, esperando que te entren en la cabeza y te transformen en algo que los demás creen que no eres, o que eres pero que ahora no eres. Respondo que sí, que lo sé, aunque me da igual lo que digan, llevan semanas sermoneando con discursos que ni ellos se creen. 

Sé lo que no quiero pero aun así aquí estoy, sin saber demasiado bien si la que está soy yo o la que otros quieren que sea. Esperan que mañana les confirme que por una noche me he transformado en una zorra absoluta. Porque la libertad y el divertimento cuando te han dado la patada se transforma en algo que debe de convertirte en una desinhibida del que todo el mundo se enorgullezca. Como si acostarte con cualquier cosa fuera una muestra de la superación de la ruptura, de la apatía.

Se ha hecho tarde casi sin querer, pero no ha está mal, al menos ha sido agradable, el vino bueno y la conversación interesante. Ahora su mano se desliza entre mis muslos y le dejo que juegue un rato, que se entretenga, que sus dedos devuelvan un poco de gracia y humedad a mi entrepierna. Pero no siento nada. Debe notarlo porque su lengua se vuelve cada vez más ávida, como si espera encontrar en mi boca el resorte que no encuentra dentro de mi vagina; y yo, un poco ida por la maría del cigarrillo que me fume al terminar la última copa, peleo con los botones de su vaquero con la torpeza de una primeriza y el desinterés de saber lo que me voy a encontrar. El que se lo está pasando en grande es el taxista que sube el volumen de la radio para disimular los ecos de un mal revolcón. Lamentable a su edad, a la mía y a la del mismo conductor.

Alguien va a pagar la carrera y voy a ser yo. Dejaré un par de billetes sobre el asiento en cuanto me baje, que va a ser en el próximo semáforo, que el coche siga y se lleve a mi compañía a aliviarse como pueda.


Mañana tengo que ponerme una mascarilla, no solo para el pelo; vaciar el buzón de voz y pasar por la farmacia a por una caja de preservativos y unos antidepresivos.


domingo, 30 de marzo de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (IV)


"Odioso para mí, como las puertas del Hades,
 es el hombre que oculta una cosa en su seno y dice otra".

Cuando los discos eran de vinilo cabía la posibilidad de lanzarlos contra el suelo, romperlos con furia, llorar hasta inundar los surcos y dejarlos muertos. Ahora solo queda el lamento digital. Tengo que ir a trabajar. Dos días, cuarenta y ocho horas después, sobre la cómoda sus llaves, la nada y el resguardo de la tintorería. Dos chaquetas, un pantalón, una blusa y una gabardina. A la vuelta lo recogeré todo. Lo suyo lo dejaré sobre la silla, esperaré a que por arte de magia desaparezca, aunque sé que antes de que eso ocurra se derretirán los casquetes polares. Del gris marengo al azul marino y vuelta a empezar.

Buscar un poco de felicidad para ahogar cualquiera amago de desánimo. Pero la tristeza es tenaz y maneja la rutina con la habilidad de un prestidigitador de tercera, intenta esconderse sin demasiado éxito y acaba mostrando el hocico. La tristeza es como el agua, fluye y empapa, te convierte en algo resbaladizo, inaccesible. Ahora falta aire y sobra agua.

Tengo que cambiar la placa del buzón. Mañana la encargaré, compraré un emparedado de atún con mayonesa, una botella de vino; y un cepillo para el cabello que, en silencio, ofreceré como sacrificio a los dioses para que me concedan el sueño tranquilo.


viernes, 7 de marzo de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA( III)



Me mantengo quieta, tumbada sobre las baldosas, respiró poco a poco y me escucho. No he muerto. Espero durante horas que una estrella fugaz cruce el cielo y caiga en el Retiro. Pero esto no es un cuento, ni un monte perdido, es el centro de Madrid y las estrellas andarán de copas o por Sol reivindicando su derecho a no conceder ni un triste deseo si no les da la gana. El cielo sigue oscuro y aunque es julio y la noche empieza a despejar, ni una sola estrella asoma por ninguna parte.


Una gota de sudor resbala por mi espalda. Todo se diluye. Mañana, con la luz del día y unos cuantos fantasmas menos, cambiaré las sábanas, las claves de la cuenta corriente y me cortaré el pelo.

martes, 25 de febrero de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (II)


"Algunas personas son amables sólo porque no se atreven a ser de otra forma".


Me despertó el zumbido del televisor y un fuerte dolor en las cervicales. Me había quedado dormida y la ventana seguía abierta. Normal, pensé, la había abierto yo cuando salió por la puerta. ¿Quién iba a cerrarla? En casa no queda nadie, y nadie soy yo. El aire de tormenta se coló durante horas y si dejando aquello abierto, de par en par, lo que pretendía era que aquella ligera brisa que mecía la cortina cuando cerró la puerta se llevara cualquier brizna de su presencia en casa, no lo había conseguido Algunas presencias son tan sutiles que se cuelan por todas partes y se convierten en parte del paisaje sin que, a primera vista, puedas siquiera verlas, pero ahí están, para que no olvides quienes son.

El aire de tormenta nunca se lleva nada y sólo me dejó el cuerpo desabrido y un humor de perros. Quise encender la calefacción aunque estuviéramos en julio, en Madrid. Lo que no mata el frío, lo pudre el calor y pensándolo bien, la factura del gas llegaría a su cuenta corriente. Puse la caldera al máximo, me serví una copa y me tumbe en el suelo de la terraza para poder ver las estrellas. Mientras, en el salón, un par de tortugas nadaban en círculos en una pecera que, por primera vez, se convertía en un jacuzzi.


miércoles, 19 de febrero de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (I)


«La complejidad de las cosas, las cosas dentro de las cosas, parece sencillamente inagotable. 
Quiero decir que nada es fácil, nada es simple».


Nadie te avisa de algunas cosas, pero la intuición a veces vale tanto como una realidad estampada en mitad de la cara. Así que, sin tener la certeza clara, sabía que en algún momento tendría que llegar, que bajaría la guardia y que con la mayor naturalidad del mundo me colaría un gol por toda la escuadra.  Lo sabía desde que le incorporé a mi vida como un activo sentimentalmente tóxico con dos divorcios a cuestas, un hijo ya adolescente y una abultada nómina que se escurría cada mes en obligaciones vencidas de antemano.

Tal vez precisamente por eso, porque aunque no sabía cuándo, sí sabía cual iba a ser el próximo capítulo de la película. Una historia tan poco original como cualquier culebrón televisivo que se precie de serlo,  de ahí que no me impresionara en absoluto el día que le vi aparecer por la puerta, con el semblante serio, las manos en el bolsillo y desprendiendo un ligero tufo a alcohol. Sabía que para poder pronunciar su decisión (una decisión rubia, menuda, con una talla cien de contorno y una docena de años menos que los que señalan mi carnet de identidad), precisaba de un par de gin-tónics, de un semblante atormentado y de la suficiente estupidez como para llegar a casa en ese estado. Si no era así, su decisión, esa que le tenía todas las tardes ocupadísimo hasta media noche porque los plazos vencían, quedaría, una vez más, sepultada entre los pliegues de la manta de nuestro sofá, entre las sábanas ordinarias de una vida monótona y acomodaticia.

Debo agradecerle que el discurso fuera corto y que tuviera el coche aparcado en doble fila. Desde el sofá le vi guardar en la bolsa, un traje, una camisa, una muda, un libro y cuatro tonterías más. Mientras salía le dije que dejara las llaves sobre la consola de la entrada. Cerró la puerta y en ese momento vi mi imagen reflejada en el cristal del balcón. Debería haberme peinado, aunque pensándolo bien, no hay nada más fantástico que una mujer despeinada.