"Algunas personas son amables sólo porque no se atreven a ser de otra forma".
Me despertó el zumbido del televisor y un fuerte dolor en
las cervicales. Me había quedado dormida y la ventana seguía abierta. Normal,
pensé, la había abierto yo cuando salió por la puerta. ¿Quién iba a cerrarla? En casa
no queda nadie, y nadie soy yo. El aire de tormenta se coló durante horas y
si dejando aquello abierto, de par en par, lo que pretendía era que aquella
ligera brisa que mecía la cortina cuando cerró la puerta se llevara cualquier
brizna de su presencia en casa, no lo había conseguido Algunas presencias son
tan sutiles que se cuelan por todas
partes y se convierten en parte del paisaje sin que, a primera vista, puedas
siquiera verlas, pero ahí están, para que no olvides quienes son.
El aire de tormenta nunca se lleva nada y sólo me dejó el
cuerpo desabrido y un humor de perros. Quise encender la calefacción aunque estuviéramos
en julio, en Madrid. Lo que no mata el frío, lo pudre el calor y pensándolo bien,
la factura del gas llegaría a su cuenta corriente. Puse la caldera al máximo,
me serví una copa y me tumbe en el suelo de la terraza para poder ver las
estrellas. Mientras, en el salón, un par de tortugas nadaban en círculos en una
pecera que, por primera vez, se convertía en un jacuzzi.
¿Y qué pasó cuando regresó? ¿O ya no volvió y lo derritió el asfaltó de Madrid en verano?
ResponderEliminarLo de las presencias... es cierto, existen.
ResponderEliminarUn abrazo.