"Creemos adivinar los sentimientos del otro, no podemos, por supuesto, nunca podremos.
No tiene importancia. En realidad es la ternura la que me interesa.
Ése es el don que me conmueve, que me sostiene,
esta mañana, igual que todas las mañanas".
No son pocas las veces que vivimos colgados de nuestros teléfonos móviles. Yo sin ir más lejos, vivo pegada al mío, y aunque reconozco que no me duelen prendas aquellos días que decido dejarlo apagado, o simplemente, decido cambiar la tarjeta de mi smarthpone a un teléfono de los que no tienen más funciones que las de llamar y recibir llamadas, la realidad se impone y parte de mi día a día se gestiona a través de este aparato. Mi agenda, mis contactos, mi familia, mis amigos, mis redes sociales, mis notas, incluso mi recetas de cocina, viajan dentro de mi bolso, cuando no en mi bolsillo, empaquetadas en tecnología punta.
Hemos terminado por convertir en imprescindible un
aparato que hasta hace apenas quince años no lo era, pero que nos facilita la
vida y nos comunica con el mundo. Los cuatro puntos del globo giran alrededor
de la telefonía móvil y en cualquier rincón del mundo, incluso en los más recónditos,
es posible encontrar una antena de telefonía móvil que, en el mejor de los casos, vuelca
señal para que unos y otro estemos comunicados.
Es cierto que en algunos aspectos esta comunicación, esta
localización permanente, estés donde estés, y a la hora que esté, como decía
aquel anuncio que sonaba allá por los
años noventa, se ha convertido en una realidad que en cierto modo nos esclaviza
pero, no nos engañemos, también nos libera, nos alivia.
Este año, el premio “World Press Photo 2014”, lo ha ganado
John Stanmeyer con la fotografía que ilustra este texto. Una gran foto por todo
lo que ella nos dice con un solo click. Esta
fotografía fue tomada en las playas de Yibuti, unos inmigrantes subsaharianos
buscan cobertura apuntando a un cielo iluminado por una luna inmensa, para poder
contactar con aquellos a los que dejaron atrás mientras partían en busca de su “Dorado”
en las más pésimas de las condiciones humanas, esperando encontrar un mundo, siempre esquivo y desconfiado, que les de
una oportunidad que seguramente no encontraron, ni podían encontrar, en sus países de origen. Una
fotografía que muestra el drama de la inmigración africana y la necesidad del
ser humano de calmar, aunque sea con una llamada telefónica, el desasosiego y
angustia que crean los alejamientos forzados, forzados por la necesidad, por la
voluntad, o por lo que sea. Llamadas que, aunque sea momentáneamente, devuelven
pequeñas dosis de tranquilidad que se desvanecerán con la llegada de las siguientes
noches.
La fotografía vale su peso en oro. Y en este caso, estos
aparatos móviles, que en ocasiones, en el mundo presuntamente civilizado y
frívolo nos alejan más que nos acercan de aquellos a los que queremos, se convierten
en un cordón umbilical de estima y esperanza.
¡Me da muchísima pena esta fotografía!
ResponderEliminarY tu has sabido expresar muy bien el porqué... :(
AlmaLeonor
Da mucho que pensar. Gracias por pasar por esta casa. Bss.
ResponderEliminarLa verdad que se queda una casi sin palabras.
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