domingo, 30 de diciembre de 2012

IN ABSENTIA



Queda media hora para coger el coche y encarar una autopista vacía y recorrer los cien kilómetros que separan mi casa del aeropuerto. Cien kilómetros que, un año más, se repiten en un viaje de ida. Cien kilómetros no son nada cuando las veces que nos podemos reunir son cada vez más menos. Les echo mucho de menos, pero la vida nos ha colocado a cada uno donde ha querido o, mejor dicho, donde nosotros mismos hemos querido.


Este año que por fin termina, empezó con el deseo de que, pese a todo, fuera excepcional. Y ¡Vaya si lo ha sido! Excepcionalmente difícil. Trescientos sesenta y cinco días que nos han mantenido en un pulso constante, con los nudillos emblanquecidos por la fuerza de la contención. Podría decir que de rabia, dolor, incluso de una tristeza casi infinita, pero prefiero pensar que en la mayoría de las ocasiones ha sido por mantener firme la mano que se ceñía contra la de un destino que, este año, contra todo pronóstico, se ha cebado en los desatinos, nada deseados. A veces no podemos hacer más, no nos dejan hacer más o, simplemente, ni siquiera queremos hacer más. A veces abandonamos el barco, o nos dejan a merced de las tormentas. Alguien tiene que salvarse, no siempre es consuelo.


Sin embargo, debe ser por esa ingenuidad que resiste los envites de los días malos, por esa mano que se niega a torcer, que aún creo en los momentos de felicidad efímera, en los jirones con los que terminamos cubriendonos el corazón, en la fatalidad que da un brinco y las miles de gotas de ácido suspendidas en el aire se transforman en agua casi bendita que atempera las silenciosas enfermedades del alma. 


Nunca me gustó apostar a perdedor aunque, tal vez por eso precisamente, porque las cosas no salen siempre como uno quisiera, cierro el año con alguna que otra muesca en la rueca del fracaso y algún que otro leve éxito que equilibran, de un modo interesado, la balanza de un año excepcionalmente difícil, complicado.


Bendita ingenuidad. Prefiero creer que cierro la partida en tablas, y el año que viene, pues ya veremos como viene.


Feliz 2013




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"Diciembre es esta imagen
de la lluvia cayendo con rumor de tren,
con un olor difuso a carbonilla y campo.
Diciembre es un jardín, es una plaza
hundida en la ciudad,
al final de una noche,
y la visión en fuga de unos soportales.
Y los ojos inmensos
—tizones agrandados—
en la cara morena de una cría
temblando igual que un gorrión mojado.
En la mano sostiene unos zapatos rojos,
elegantes, flamantes como un pájaro exótico.
El cielo es negro y gris
y rosa en sus extremos,
la luz de las farolas un resto amarillento.
Bajo un golpe de lluvia, llorando, yo atravieso,
innoble como un trapo, mojado hasta los cuernos".

                                                                                                                    Jaime Gil de Biedma

viernes, 28 de diciembre de 2012

HOMO HOMINI LUPUS


Enciendo la radio, son las dos de la madrugada y no puedo dormir. El avance de las noticias lo confirma, se ha encontrado muerta a Miriam, la niña de dieciséis meses que, días antes, había sido secuestrada por quien, al parecer, fue el último compañero, amigo, lo que sea, sentimental de la madre de la criatura. No me sorprendo, y la falta de sorpresa me produce un escalofrío. 

Nos estamos acostumbrando a recibir noticias espantosas mientras nuestras vidas, afincadas en la comodidad de las rutinas repetidas, que creemos alejadas de esos horrores, continua sin el más mínimo aspaviento. Desaparece un bebé y de una manera casi mecánica, adelantamos, en nuestra mente y en nuestras conversaciones, un final que, sin haberse concretado, sabemos que será trágico. Siempre lo es.
En este caso, como no podía ser de otro modo, también ha sido así. Una criatura muerta, abandonada en una charca. 

¿Qué es lo que puede pasar por la cabeza de una persona para terminar con la vida de un niño? Nunca lo he entendido y nunca lo entenderé. Sin embargo, la realidad se impone.

El drama de las muertes violentas y sin sentido; la trivialización de los comportamientos; de las relaciones personales; de los afectos, es el pan nuestro de cada día. La pérdida de referentes, de principios fundamentales en nuestra vida y la falta de tolerancia a la tan humana frustración, nos lleva directos al infierno. Un infierno que nada tiene que ver con calderas, ni misticismos, sino con la deshumanización y la normalización de lo anormal, de lo oscuro, de la maldad en sí misma.
 
Y la consecuencia de todo ello, de la perdida incluso del contacto más humano, del respeto por lo ajeno, por lo esencial, son locos insensibles, sin empatía, ni capacidad de reconomiciento del otro como ser humano. Locos sin otra enfermedad que la de su propia maldad. Maldad que se gestó dando la espalda a la necesidad de aprender que la vida está por encima de todo y que dejó atrás los mínimos esenciales que diferencia al ser humano de los animales. La conciencia, la decencia, la compasión, el sufrimiento y la capacidad de raciocinio.

Pero perdimos las riendas hace ya mucho tiempo y hemos terminado por confirmar que, ciertamente, el hombre es un lobo para el hombre.


Michael Nyman - The Scent of Love






martes, 25 de diciembre de 2012

¿X ó Y?


Algunas Navidades son extrañas, éstas empezaron siéndolo. Con varios miembros de la familia sufriendo los desastres del desempleo; la salud oscilando en un cuerda más que floja;  relaciones que se “estabilizaban” con los calores del verano y terminan por "desestabilizarse" con la caída de los primeros copos de nieve, los cuerpos no estaban para grandes alharacas.

Por eso la fanfarria, las panderetas y los grandes festejos han sido envueltos y guardados entre confortables papeles de seda blanco en espera de tiempos mejores; y los regalos, esos que compramos en una tienda cualquiera, desterrados en aplicación del principio universal de “si no se puede, no se puede y no pasa nada. Ya vendrán tiempos mejores”.

Pero, no hay nada nuevo bajo el sol, y alguien ya se encargó hace mil años de dejar claro que: mientras hay vida hay esperanza, que no hay mal que cien años dure y que los mejores regalos son los que no se pueden envolver. En esta última, el alguien que lo dice soy yo.

Pero es así. Este año, nuestro regalo, el de esta familia, ha sido único, extraordinario y de anuncio excepcional: el año que viene seremos uno más. Por eso, las próximas Navidades, pese a que las circunstancias que ahora tenemos se mantengan (aunque esperamos que no) tendremos un motivo más para no dejar que el desánimo nos pueda y reunirnos de nuevo, removiendo la baraja de un futuro incierto del que esperaremos otro milagro como el de hoy, en el que un día que empezaba un tanto desangelado se ha transformado en un día excepcional, y en el de la fusión familiar por la vía del afecto a lo invisible, de X ó Y.

lunes, 24 de diciembre de 2012

TAMPOCO YO VOLVERÉ A SER JOVEN




Me levanto antes de que empiece a amanecer. Los gestos de rutina van reordenando el día, pero el paso del tiempo, los años, mi propio cansancio, han dejado que una pátina de nostalgia lo cubra. Dejo sobre la mesa, perfectamente doblados, el mantel y las servilletas. Esta noche cenaremos en casa.


Contra toda costumbre, el ruido será menor y nos echaremos de menos, más. Los silencios de unos cubrirán los de los otros y alguien, cuando apenas falten unos minutos para la medianoche, brindará para que en el próximo año las ausencias sean menos sabiendo que no será así.  Sonreiremos con cierta indolencia y nos rozaremos las manos mientras brindamos, sabiendo que cada día que pasa es un día menos. Se nos escapa la vida.


Echo una mirada de reojo a la mía y me produce vértigo. El tiempo pasa rápido y los juegos de malabares ya no son los mismos, cada vez son más complicados, cada vez me apetecen menos. Me digo que lo que suma casi siempre resta, pero que pocas veces ocurre al revés.

Pero la navidad ya está aquí. Sobre la mesa, aún calientes, reposan un mantel, unas servilletas, la invisible presencia de los ausentes y cierta esperanza que resiste pese a las grietas.


PD. Feliz Navidad

 
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"Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde ­
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería,
y marcharme entre aplausos ­
envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo,
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra". 

No volveré a ser joven - Jaime Gil de Biedma-

sábado, 22 de diciembre de 2012

ABREGO


Ha llovido, nadie lo esperaba, pero no es extraño. El otoño es así. Miramos con estupor las primeras gotas para terminar empapados bajo la lluvia torrencial que siempre trae el templado Abrego. Siempre es lo mismo. Unos minutos de desconcierto y las puertas, las ventanas, se abrirán dejando escapar la ponzoña que un verano excesivamente caluroso nos ha pegado al cuerpo. Pero aquí no será así, ya no es así.


Salió de casa sobre las diez. No de hoy, sino de hace más de cinco años. El aire arrastraba una calima que asfixiaba y durante horas se apostó frente a la ventana abierta. Parecía estar esperando a alguien a quien nunca vi. Despareció, ese día empezó a llover y el olor a brea, por primera vez, me provocó nauseas. No volvió. 


Me siento a leer frente a la ventana esperando que amaine la lluvia. Dejé de abrir puertas, ventanas hace ya mucho tiempo. Cambio de la silla al sillón. Del periódico a la más horrorosa novela de amor. El silencio aguija mis oídos como a dos animales muertos.

Sigue lloviendo, ¿Qué hacía los días de lluvia? Aún puedo verle apostado frente al malecón, maldiciendo su suerte, aborreciendo cualquier compañía. Año tras año, la misma ruina, la misma melancolía que terminaba convirtiéndose en una rabia contenida que le sumía en el silencio durante semanas, hasta que dejaba de llover.


La vida, aquí, siempre es difícil.  Alguien vino a contarme que le vieron en la ciudad. Vestía una guerrera descolorida, sucia, bastamente rota. Recogía las colillas que encontraba en su camino, las examinaba con cuidado y las guardaba en el bolsillo. Nunca que le vi fumar.


Intuyo el mar tras la cortina de agua espesa. Por primera vez en muchos años quiero salir pero una invisible cadena se ciñe a mis pies. Volver a caminar, dejar que la lluvia me cale hasta los huesos, pero no lo sé de cierto. Puede que sea pronto. Aún se mezclan luces y sombras, silencios y ruidos ensordecedores.


Quizá hoy le vuelva a ver si consigo que el ruido y las sombras desaparezcan.

jueves, 20 de diciembre de 2012

MAYAS ¿QUIÉN DIJO MAYAS?




Vale, ya está aquí, en breves horas, el final nos tirará de la mano y se acabó. No quisiera ponerme melodramática pero no puedo evitar pensar en lo malo de la fecha. Los mayas no creían en la navidad, ni en todos los eventos que se dan después del 21 de diciembre, eso está claro. Si hubiera sido así, nos habrían dejado disfrutar del sorteo de la lotería de navidad, de la cena de empresa e incluso de la venganza que define el maldito presente que te cae en el jueguecito del amigo invisible. Pero visto el asco de año que llevamos, la predicción no es rara y, porque no decirlo, irnos al guano puede que incluso sea un alivio (siempre que no te toque a Mas, o a Rajoy u otro bicho de la misma calaña, de vecino en el pasaje del adiós).


Sin embargo, tengo cierta comezón. No lo negaré. Estos días, por aquello de no  hacer  el panoli, he dejado la nevera sin llenar (aunque vengan las fiestas), no me he depilado (con la consiguiente pérdida de mi sesión de laser previamente pagada hace ya como un año), no he puesto la lavadora (las pilas de ropa sucia se acumulan en un rincón del baño) y, por supuesto, no he comprado ni un solo décimo de la lotería de navidad. ¿Para qué?, pero la lógica aplastante de la falta de motivación para llevar a cabo esas domesticidades, no me tranquiliza demasiado frente al hecho que ando hecha un cristo.


Espero que los mayas sepan perdonar toda esta dejadez en mis quehaceres domésticos pero es que una no tiene tiempo para todo. Y es que, aunque nos vamos al guano, el trabajo me ha tenido esclavizada durante las últimas dos semanas y viendo la que se  nos viene encima, no voy a aumentar mi ruina personal perdiendo el escaso tiempo del que dispongo, haciendo domesticidades que, como dijo aquel, desaparecerán como lágrimas en la lluvia, mal que me pese.


Sólo me queda una pena, que el fin del mundo sea en viernes, porque ya puestos, podrían haber sido un lunes y nos habríamos ahorrado el calvario semanal.

Pero como las cosas viene como vienen, por si acaso y por si los mayas tienen razón, me despido de ustedes, hecha un Cristo con dos pistolas (ya saben, nada de cuidados personales en las últimas semanas), pero con el corazón contento y lleno de alegría. Así que, vayan preparándose para el final, que con eso de la diferencia horaria con el hemisferio sur y el cruce de charco (de ahí provienen los mayas), no sabemos si nos cogerá mientras roncamos a pierna suelta o mientras intentamos que funcione la maldita cafetera de la madrugada.


En fin, que eso, que nos vemos en el infierno.

domingo, 16 de diciembre de 2012

MAMBO QUEEN



Hace semanas que esquivas quedar porque la invitación te importa un pepino y te apetece menos que sacarle las bolas de felpa a Espinete: que si tienes que trabajar, que si viene tu suegra a comer, que no te encuentras bien, que te duele la ingle y al final, cuando ya no puedes ni tan siquiera alegar que prefieres quedarte en el sofá porque la semana que viene es el fin del mundo y quieres ponerte al día de la última temporada de "Anatomía de Grey", pues vas y quedas, y te prometes que con una puntualidad británica, ni un minuto más ni un minuto menos, estarás en el saloncito de su casa para tomarte un delicioso café de no sé qué país.

Pero hete aquí que mientras retozas en el sofá de tu casa, con una pereza infinita, temiéndote que necesitarás una grúa para moverte, y fantaseas con que suena el teléfono de tu casa y una llamada salvadora anula el plan; suena y casi te mueres.

Descuelgas con cierto temor, mientras piensas que Iker Jiménez debe estar detrás de esto, y cuando escuchas la voz de tu anfitrión, empiezas a creer que dios existe. Pero esa alegría dura exactamente veinte segundos, los mismos que tarda en pronunciar que están al lado de tu casa, que casi mejor se acercan ellos a la tuya y que no te preocupes que un cafelito y así ya no te mueves.

Y claro, inicialmente no te mueves, la autoinvitación de aquel que previamente te había invitado, te deja muerta y aunque has dicho que sí, que perfecto, sabes que es un perfecto desastre, que preferirías quedarte calva antes que, él y su consorte, vean que tienes la colada en el tendedero portátil con todas tus bragas expuestas al calor del radiador, que no has cambiado las fundas del sofá desde hace semanas y que el gato, al que su mujer tiene alergia, campa por toda la casa como si fuera el Rey del Mambo. 

Así que mientras buscan aparcamiento, sabes que te quedan exactamente 10 minutos para: recoger los platos que están sobre el mármol de la cocina que, maldita sea, es abierta; esconder las bragas detrás de la puerta del dormitorio; lanzar litros de ambientador en el baño; cambiarte esos vaqueros rotos que usas para estar por casa y peinar el nido de ardillas que corona tu cabeza.
Algunas sorpresas no tienen gracia y la falta de recursos tipo: “Uy!!! Pues ya no estoy en casa”, es un grave problema a solventar.