Enciendo
la radio, son las dos de la madrugada y no puedo dormir. El avance de las
noticias lo confirma, se ha encontrado muerta a Miriam, la niña de dieciséis meses
que, días antes, había sido secuestrada por quien, al parecer, fue el último
compañero, amigo, lo que sea, sentimental de la madre de la criatura. No me
sorprendo, y la falta de sorpresa me produce un escalofrío.
Nos
estamos acostumbrando a recibir noticias espantosas mientras nuestras vidas, afincadas
en la comodidad de las rutinas repetidas, que creemos alejadas de esos
horrores, continua sin el más mínimo aspaviento. Desaparece un bebé y de una
manera casi mecánica, adelantamos, en nuestra mente y en nuestras
conversaciones, un final que, sin haberse concretado, sabemos que será trágico.
Siempre lo es.
En
este caso, como no podía ser de otro modo, también ha sido así. Una criatura muerta,
abandonada en una charca.
¿Qué es lo que puede pasar por la cabeza de una persona
para terminar con la vida de un niño? Nunca lo he entendido y nunca lo
entenderé. Sin embargo, la realidad se impone.
El
drama de las muertes violentas y sin sentido; la trivialización de los
comportamientos; de las relaciones personales; de los afectos, es el pan nuestro
de cada día. La pérdida de referentes, de principios fundamentales en nuestra
vida y la falta de tolerancia a la tan humana frustración, nos lleva directos al
infierno. Un infierno que nada tiene que ver con calderas, ni misticismos, sino con la deshumanización y la normalización de lo anormal, de lo oscuro, de la maldad en sí misma.
Y la consecuencia de todo ello,
de la perdida incluso del contacto más humano, del respeto por lo ajeno, por lo
esencial, son locos insensibles, sin empatía, ni capacidad de reconomiciento del otro como ser humano. Locos sin otra enfermedad que la de su propia
maldad. Maldad que se gestó dando la espalda a la necesidad de aprender que la
vida está por encima de todo y que dejó atrás los mínimos esenciales que
diferencia al ser humano de los animales. La conciencia, la decencia, la
compasión, el sufrimiento y la capacidad de raciocinio.
Pero perdimos las riendas
hace ya mucho tiempo y hemos terminado por confirmar que, ciertamente, el
hombre es un lobo para el hombre.
Michael Nyman -
Homo homini lupus, que traducido quiere decir: Ha salido el sol esta mañana, y me he tropezado con una sonrisa en la calle.
ResponderEliminarLo mejor, no poner la radio a las dos de la madrugada. Bueno, nunca, salvo las efeemes musicales.
Es verdad, hay lobos entre los hombres, Hobbes tenía razón, pero sin generalizar. Afortunadamente hay muchos humanos que no nos sentimos identificados con éstos.
ResponderEliminarEs tanto el horror que nos produce la muerte y el ensañamiento, que estamos prejuzgando lo que no sabemos, basándonos en lo que interpretamos de lo que vemos.
El matar a nuestros semejantes, el hacer daño a los demás, ¿forma parte de la naturaleza humana o es la manifestación de una mente enferma?