Camino por la acera montaña de la Avenida
Diagonal, a la altura del antiguo cine Boliche, una botella de refresco de cola
medio envuelta en un feo papel de estraza, llama mi atención. Hasta hace unos
minutos, pensaba que sólo las botellas de vino malo, las que se beben en una esquina ceñido por la mugre, se envolvían así, pero debe
ser que el espíritu indigente nos ha invadido ya del todo y hasta los
botellines de refresco van vestidos de miseria.
Decía Enrique Vila-Matas, no hace demasiado,
que le costaba reconocer este lado de la ciudad, y no es por darle la razón sin más,
que hablado de “Él” podría dársela con los ojos cerrados pero, en este caso, es cierto como que cada día se pone
el sol, que empieza desdibujarse la silueta del lugar en el que nací.
Vuelvo sobre mis pasos hasta la misma puerta
del antiguo Boliche y estoy tentada de darle un puntapié al botellín pero, como el mundo anda vuelto como un calcetín,
puede que ese botellín sea una nueva forma de “lámpara mágica” del siglo XXI, y estampándole
una patada sin conmiseración alguna, además de estropearme la puntera del
zapato, sirva para que todos los malos aires que nos recorren se consoliden y
atrincheren a este lado de la civilización. Así que cojo el botellín
y lo deposito en la papelera como si de esa manera la mala suerte se alejara por un tiempo.
Sigo caminando y de un modo un tanto sin sentido, pienso que tengo unas ganas terribles de ir al cine, de ver la última de Cesc Gay.
Últimamente hago unas asociaciones de ideas un tanto extrañas: un botellín, el cine Boliche y las necesidades más íntimas y personales de no quedarme hueca. Pero puede que tampoco sea tan raro porque, al final, para la que suscribe, Cesc Gay es al cine, lo que Vila-Matas a la literatura. Ambos dos me hacen la vida más amable en lo cotidiano, lo rutinario, con el modo excepcional en que los dos son capaces de hablar de lo que a todos, o a casi todos nos pasa.
Sigo caminando y de un modo un tanto sin sentido, pienso que tengo unas ganas terribles de ir al cine, de ver la última de Cesc Gay.
Últimamente hago unas asociaciones de ideas un tanto extrañas: un botellín, el cine Boliche y las necesidades más íntimas y personales de no quedarme hueca. Pero puede que tampoco sea tan raro porque, al final, para la que suscribe, Cesc Gay es al cine, lo que Vila-Matas a la literatura. Ambos dos me hacen la vida más amable en lo cotidiano, lo rutinario, con el modo excepcional en que los dos son capaces de hablar de lo que a todos, o a casi todos nos pasa.
Lo pienso en un momento,
mientras me alejo de la papelera. Así de simple es mi universo
particular en el que no todo, ni todos, caben.
Puede que, a partir de mañana, me
dedique a mirar por los portales, está claro que las reliquias más inverosímiles
me alegran el día y el miércoles, como consecuencia de lo anterior, que nadie me busque, me iré a pasar la noche en
compañía de Cesc Gay que estrena película, ya saben, y por si no lo saben, pues yo se lo digo: "Una pistola en cada mano".
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