martes, 30 de diciembre de 2014

DEL AÑO QUE ACABA. LEGADOS



La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad,
 la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, 
la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, 
siempre significarán el seguro camino del fin.

Con el año que está a punto de cerrar las puertas, la lectura de la prensa se convierte en un agónico sinvivir. Esta mañana, con una temperatura que apenas alzaba el termómetro por encima del cero, las hojas del periódico pesan más que otras veces, quizá porque empujados por el pesimismo general en el que vivimos, somos incapaces de destacar lo bueno y son las desgracias las que se hacinan unas sobre otras, un día tras otro, sin darnos tregua. 
Estamos a punto de tachar el último día del calendario y nada cambiará sustancialmente en la vida de casi nadie. Sin embargo, como en aquellos programas de año nuevo, pienso en los niños que nacerán con los primeros minutos del nuevo año, criaturas a las que les espera todo, lo bueno, lo malo y un mañana que lo que hemos llegado a la edad adulta vaticinamos como más que confuso, más que difícil, más que oscuro. Sin embargo, somos los que peinamos canas a los que, por responsabilidad universal, nos corresponde poner algo de luz en ese mañana que está por llegar antes de pasarles el testigo. 
La historia de la humanidad no puede escribirse desde el oscurantismo de la maldad, o al menos eso creo, a pesar de los cientos de miles de acontecimientos que parecen mostrar lo contrario. Hace unos días, en una red social leía un fragmento que decía: “la mayor creación de la inteligencia humana no es el arte, ni la ciencia, ni la tecnología. La mayor creación de la inteligencia humana es la bondad”. Sin embargo, pese a lo bonito de la composición, no estoy de acuerdo, la bondad nada tiene que ver con la inteligencia humana, no se crea en absoluto. La bondad es una de las características con las que nacen todos los seres humanos. Todos, absolutamente todos, nacemos con ella (de eso estoy segura) y es la edad, la vida, la mala leche, la que la hace añicos. Solo los más valientes consiguen conservarla intacta.
He conocido la maldad en toda la extensión de su palabra, pero también la bondad extrema. Sé de la virulencia de la primera y del gran error que es dejar que campe a sus anchas. La responsabilidad nos llama a todos y aunque ya no nos quede un ápice de inocencia y sepamos que estamos a merced de una maldad que vaga libre, debemos armarnos de valor (no solo por nosotros mismos sino también por los que acaban de llegar y los que llegarán con los últimos estertores del año que acaba y la primera respiración del que llega de nuevo) y ponerle cerco antes de que acabe con todo. Conservar la bondad, como una de las mejores cualidades del ser humano, requiere un esfuerzo tenaz y ese debe ser nuestro trabajo, nuestro legado.

Feliz año nuevo.


miércoles, 24 de diciembre de 2014

NAVIDAD



"No está en mi naturaleza ocultar nada. No puedo cerrar mis labios cuando he abierto mi corazón".


De los once que habitualmente nos movemos pasillo arriba pasillo abajo, que trajinamos papeles como si no hubiera una mañana, somos tres los que seguimos aguantando el barco. Dos por devoción mal entendida y uno por obligación (es lo que suele pasar con el grumete). Los teléfonos guardan silencio, los teclados suenan más livianos de lo habitual y Bill Evans recorre las dependencias, colándose por todos los rincones gracias a que hoy, día de Nochebuena, las necesidades se relajan y hay tiempo para entretenerse un poco más de lo habitual.

Llegué a esta casa hace apenas siete meses. Un cambio importante que precedía a otros cambios anteriores que ahora, vistos con la perspectiva del tiempo y de las circunstancias, parecen un previo a modo de ensayo.  ¿Quién me iba a decir que este 2014 iba a ser el año en que acabaría cerrando un círculo que comencé hace un buen puñado de años? La vida es compleja y casi siempre increíble. Sé, porque lo he visto al llegar esta mañana que, pese a que la gran mayoría de los que nos movemos por esta casa han desertado en pos de las lucecitas navideñas, las compras de última hora y los niños que no hay lugar en el que colocarlos, este mediodía brindaremos por la buena estrella y la buena fortuna que a veces nos trae la vida, más en lo inmaterial que en cualquier otra cosa.

Quedan apenas unas horas para que las familias se reúnan alrededor de la mesa. La mía este año es más pequeña de lo habitual (cosas de la vida, también). Y aunque, como esta mañana decía, la que suscribe echará de menos a los que no están, una tampoco olvida que es Navidad y que esos que  sí que están se merecen que estemos de verdad. Así que disfruten centrando la atención en los que tienen cerca, intenten alegrarles la vida, aunque una parte de su corazón se contraiga y ustedes sepan el por qué.

Feliz navidad.



viernes, 19 de diciembre de 2014

PRISIONERO DE TI MISMO



"Las traiciones durante la guerra resultan infantiles comparadas con nuestras traiciones en tiempos de paz. Los amantes, primero se muestran nerviosos y tiernos hasta que lo hacen todo añicos, porque el corazón es un órgano de fuego".



Algunas cosas hay que dejar macerarlas. El entusiasmo y la necesidad de dar rienda suelta a lo que uno lleva conteniendo dentro cuando se encuentra un resquicio por la que darle salida, casi siempre, es el paso previo a la entrada en una espiral de decepción de la que es difícil escapar cuando los rigores de la vida cierta y cotidiana azuzan para que vuelvas a la realidad. La necesidad de escapar de prisiones mentales, de arrimarse a pulsiones gratas y reconfortantes, acostumbra a edulcorar cualquier cosa que se ponga por delante, y la esperanza se deposita en lo reciente e inesperado como si fuera la llave del calabozo. Pero la precipitación apasionada, sobre todo necesitada, acostumbra a ser una mala compañera de viaje.
Decía Atticus Finch que “la única cosa que  no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno”. Y aunque todo parecía sumar, cuando los primeros fuegos se apagan, llega la hora de hacer cuentas, de contar con otros con los que no se quisiera contar, y de reconocer que retorcer las circunstancias no sirvió de demasiado porque éstas tienen la consistencia del bambú y después de doblegarlas vuelven a su estado natural y se imponen por encima de lo deseado; y aquel calabozo del que se escapó como alma que lleva el demonio aparece haciendo sombras sobre la conciencia, sobre lo que eres, sobre lo que quieres y lo que esperas porque, como dice Finch, tu conciencia sigue allí, vagando en solitario, y la suma de las gracias deja de sumar y empieza el momento de las restas y de reconocer que  a medio camino de lo empezado quedó anclado lo realmente deseado, que no era otra cosa que tu propia vida y la identidad robada por la rutina y la desgana y así, sin darte cuenta, te vuelves a encontrar prisionero de ti mismo.



domingo, 14 de diciembre de 2014

AGUJEROS NEGROS


"¿Qué puedo decirte de los seres humanos? me sorprenden tanto por sus buenas
 cualidades como por las malas. Son extraordinariamente diferentes, 
aunque todos conocen un idéntico destino. Imagínate a un grupo de gente
 bajo un temporal: la mayoría se afanará por guarecerse de la lluvia, 
pero eso no significa que todos sean iguales. Incluso en esa tesitura 
cada cual se protege de la lluvia a su manera".


Una bandada de gansos sigue el curso del Danubio que se arrastra entre unas corrientes vertiginosas, casi invisibles. Pongo mi mano a modo de visera para evitar que la lluvia emborrone el espectáculo de estos pájaros formando una uve casi perfecta que buscan una salida al mar. Les sigo hasta que los pierdo de vista.
El día se ha levantado sombrío, como corresponde al mes de diciembre. La lluvia azota los cristales de este café desde el que intento escribir unas cuantas notas sobre los “agujeros negros” en las relaciones personales, pero me siento incapaz de hacerlo en este ordenador prestado, con el cielo que ha adoptado una tonalidad verdosa y la estrepitosa humedad que lo envuelve todo. Empiezo hasta cuatro veces, todas ellas de un modo distinto, todas ellas igual de absurdas. Y al final, mientras bebo un vaso de vino caliente que reconforta, pero que a buen seguro me provocará un fuerte ardor de estómago, la idea queda apuntalada y a medias, a la espera de que con el ánimo menos apagado algo de claridad se presente y explique la perplejidad que por sí misma me provoca.
Para las cuestiones tangibles casi siempre tenemos una explicación que se basa en un cúmulo de reglas de la física y de la química a las que los científicamente analfabetos nos sometemos dócilmente, resguardados por la fe ciega de las “verdades” que otros acordaron como principios universales. Sin embargo, ¿Qué ocurre con aquello que no se puede ver? ¿Con aquello que se escapa de lo material y vaga por ahí sin circunscribirse a ninguna regla de la lógica, de la física o de la química?
Desde el río, una brisa fría se abre paso y hace ondear las banderas y estandartes que engalanan la ciudad. Es la misma brisa que obliga a arrebujarse dentro del abrigo y a caminar de un modo humilde, casi sumiso, con la vista clavada en el empedrado húmedo y destartalado para poder seguir adelante, caminando y buscando el modo en el que expresar que en el universo hay cientos de agujeros negros destinados a centrifugar de un modo colosal las inconclusas relaciones personales, las complejas reacciones humanas. Agujeros que giran de un modo magnánimo para que se vaya desvaneciendo, cada día un poco más, la extraña sensación de no controlar absolutamente nada. No obstante, la fuerza que emana de todo lo inmaterial, de lo emocional, no desaparece nunca aunque se transforme y, al final, concentrada en algún lugar del universo indestructible, acabará convertida en polvo que nos volverá a cubrir de nuevo y nos devolverá, aunque de un modo quedo, sosegado, la misma pregunta, la única que siempre ha preocupado al ser humano: ¿Por qué?


jueves, 11 de diciembre de 2014

BEJÁRAT


Con tu belleza matadora, cien veces bella, más y más, tú siempre, 
siempre, a todas horas, de frialdad fundida estás.


Al aterrizar sabía que lo primero que debía hacer era cubrirme las orejas y destapar muy bien los oídos. Nada que perderse aunque sea muy poco lo que se comprende. El lenguaje universal de los signos, las sonrisas a tiempo que desarman las muecas del que no sabe que una buena risa alivia mucho, y cuatro cosas más, sirven para, entre otras muchas, andar varios grados bajo cero sin abrirse la crisma, asistir a una tertulia operística improvisada en un café en el que bien podría encontrarse el fantasma de Boris Pasternak, para sentarse en un escañó parlamentario y levantar el trasero muy rápido no vaya a ser que las cosas aquí sean como en casa y se nos pegue algo raro, para endilgarse algún que otro vaso de pálinka sin desmayarse; y constatar que la distancia no es el olvido, que las desgracias del mundo siempre provienen del mismo sitio, que sin dos nunca hay tres y que eso también vale para ti. Sigo con los oídos bien abiertos, los ojos un tanto entornados por aquello de que la niebla, como el humo, a veces nos ciega, esperando una tormenta que se sobrelleva como se puede a base de frotarse las manos y olvidar que las tardes no existen.




jueves, 4 de diciembre de 2014

DE INTERESES DIFUSOS


Ser responsable significa ser selectivo, ir eligiendo.

Hace apenas unos días se conmemoraban los 25 años de la existencia de la Convención de los Derechos del Niño. Este tratado de carácter obligatorio y vinculante para los paises que lo ratificaron, España entre ellos, supuso una nueva mirada en todo el conjunto de normas que regulan las cuestiones referidas a los menores. Por primera vez, los niños pasan de ser meros espectadores a ser verdaderos sujetos de derechos. Sin embargo, aunque legalmente la cuestión está así, aunque en todos los textos legales que regulan cuestiones relativas a menores se habla de que cualquier decisión sobre éstos será adoptada bajo el paraguas del interés del menor, la realidad es otra muy distinta. El interés del menor es un principio tan difuso como interpretable.

¿Qué es lo mejor para el menor? La respuesta es sencilla y con un poco de sentido común puede llegarse a ella. Lo mejor para un niño es crecer en un entorno saludable, en el que sus necesidades educativas, afectivas, emocionales y económicas estén cubiertas. Que su salud física y psíquica y su propia integridad física esté a salvo de injerencias perniciosas. Esto que parece una obviedad no siempre es así y son los adultos, siempre, quienes lo quiebran de un modo sistemático. Nuestros conflictos, nuestras ideologías, nuestras batallas y guerras transforman las vidas de los niños en un autentico galimatias vital del que pocas veces salen indemnes. 

Esta misma semana, las Naciones Unidas han hecho público un comunicado por el que suspende el programa de alimentos para los refugiados por falta de fondos económicos. Estos significa, ni más ni menos, que miles de personas que en estos momentos se encuentran hacinadas en campamentos con motivo de la guerra en Siria e Iraq no tendrán nada que llevarse a la boca. Los datos son tremendos, la mayoría de personas refugiadas son menores de edad que, dentro del contexto de un conflicto armado, normalizan unas situaciones y carencias que no les corresponden.  Nos llevamos las manos a la cabeza cuando unos energúmenos se matan a palos con la excusa de un partido de balompie, pero somos incapaces de sonrojarnos con vergüenzas que se dan, por hablar de cercanía, en la otra orilla del Mediterráneo. La memoria del ser humano es selectiva y en esta sociedad del progreso, de los ciento cuarenta caracteres que se vomitan sin pensar, cualquier cosa que incomode se elimina salvo que genere morbo mediático. Es por eso por lo que el comunicado de la ACNUR apenas ha trascendido, es por eso que el supremo interés de nuestros menores continuará siendo siempre un interés difuso y a merced del que más pueda.


domingo, 30 de noviembre de 2014

DE LA CORDURA



“Yo ya no era yo, era otro, y precisamente por eso era otra vez yo. 
A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer que
 quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe.”



El día amanece con un caparazón negro como el ala de un cuervo enfermo y doscientos millones de lágrimas que se derraman sobre las aceras sucias. Llevamos días así y es imposible escapar de cierto desánimo que impone el tiempo. Son cosas de las tormentas que no cesan, que devoran la energía y convierten cualquier gesto, por menudo que sea, en una empresa tan costosa que es difícil no abandonarse a la indolencia que provoca el encierro medio voluntario, medio obligado, pero encierro a fin de cuentas. Y aunque es domingo y se respira la tranquilidad que da el saber que no hay urgencias, algo indefinido se cuela por entre el ánimo, lo embebe todo y ya nada es normal. Puede que sea esa anormalidad la que traiga el recuerdo de lo pendiente, de lo que el día a día, la premura de las necesidades, arrincona lo que uno quiso convertir en accesorio. Pero el tiempo, quizá el exceso de electricidad en el ambiente, empuja a  lugares que creíste abandonados a su suerte. Y hay algo, algo que no se toca, ni se ve, algo que ni siquiera puedes oler pero que te arrastra y te devuelve a aquellas veredas en la que dejaste parte de ti y de lo que quisiste. Y piensas, no sin cierta inquietud, que la única manera de solventar algunos desajustes vitales pasa por abrazarse a su cintura indefinida y no esperar nada, nada que no sea un simple “siempre estuve aquí”. Pero la lluvia borrará la tarde y la noche arrastrará el domingo y volverán las rutinas, las prisas y el polvo para enterrar algunos desvaríos, aunque no habrá mayor desdicha que no poder saber qué es eso que escuece y que nunca termina de desaparecer.



martes, 25 de noviembre de 2014

JUST LIKE HEAVEN


A diferencia de los jóvenes que vislumbran el fin de sus días de una manera remota y filosófica,
aquellas mujeres sabían que la muerte no era una abstracción.



En los últimos meses, desde su regreso, sus hombros andan más que curvados y sus ojos guardan casi permanentemente el rojo contenido de unas lágrimas que no sé si ha sido o serán en cuanto nos levantemos de la mesa. Marchó dejando atrás media vida para comenzar otra que apuntaba bien alto y que al final resultó que aquello tan alto no era más que un espejismo disfrazado de una falsa bonhomía. Ahora hace casi un año de su regreso y la mochila que se trajo es bastante más pesada que la que se llevó cuando se fue hacer las Américas. Y la vuelta no está siendo fácil, recolocarse en lo personal, en lo profesional, casi siempre cuesta un mundo.

Pago el café, antes de que le dé tiempo a sacar el portamonedas, con la gracia inventada de excusar que hoy he sido una mujer con suerte porque me ha tocado la devolución del cupón de los ciegos, porque sé que de otro modo no va a permitir que pague su cortado. El uno treinta cinco de cada uno de los dos que pedimos, como apunta cuando nos traen la cuenta, es ahora un café de lujo. Y sé que para ella lo es, y sé también que ese uno treinta y cinco multiplicado por dos, que dice que le toca la próxima vez, es lo que puede hacer que tarde en verla. Por eso no me toca otra que inventarme cosas como que es mi cumpleaños, que me han tocado los ciegos, que le he sisado a cualquiera, o que yendo en su busca me he encontrado un billete de cinco que mira que bien que nos va a venir. La vida a veces es muy difícil y en ocasiones nos muestra sus posaderas de un modo demasiado escandaloso, y esos momentos tremendos solo se salvan a base de cortados o café, y eso lo sé porque hace algunos años, cuando creía que mi vida estaba llegando al final (no en sentido metafórico, sino en el de la más descarnada realidad) no fueron pocos los que tuvo que apoquinar porque mi bolsillo se me quedaba estrecho antes de llegar al día cinco de cada mes.
Así que ahora, porque mi mochila pesa bastante menos que la suya, pago cortados y cafés excusando tonterías, esperando que la tarde despeje antes de que salgamos de la cafetería y que la vida, cuando tenga a bien, se le ponga de cara de nuevo aunque para ello haya que volver cien y mil veces, si es necesario, a la manida idea de que todos son rachas, pero que las rachas son solo eso, rachas que igual que vienen se van y que lo que no debe faltarnos jamás son unas cuantas tazas de café aunque fuera caigan chuzos de punta.



domingo, 23 de noviembre de 2014

DEL ARTE DE LA IMPROVISACIÓN


El mayor triunfo del hombre consiste en convencerse de que el ridículo es algo
 que sólo existe para los demás, y ello siempre que estos lo quieran.


En el mundanal destierro intelectual del ciudadano mediano debería existir un manual de entradillas al que se pudiera recurrir cuando uno no sabe cómo empezar una charla, un discurso o un texto escrito, da igual. Un listado de muletillas que salve de ese momento de vacío inicial y del primer empujón para poder continuar. Exprimirse la cabeza en busca de esas primeras frases que sean capaces de atraer la atención de a quien se tiene delante es una especie de infierno.  Improvisar no es la solución aunque a veces en un ataque de alocado arrojo y puede que de desesperado intento de llenar lo que a priori no se llena, uno aplace el momento de determinar esas primeras palabras, esas primeras líneas, y se lance, sin pulir y esperando que las musas aparezcan a última hora para enmendar la plana, a los brazos de lo primero que pase por la cabeza. Pero aliarse con la  improvisación sin estar dotado para ello puede dar lugar a resultados excelentes (escasamente) o a inicios tan patéticos que se conviertan en la confirmación prematura un fiasco de lo que va a venir, porque en ese primer estadio, cuando todo está por llegar y puede que se amontonen las ideas o que uno ande falto de ellas, la posibilidad de que lo que aparezca sea una estupidez, una obviedad, o un sinsentido, es más que alta. Es por eso que digo que la improvisación es un arte de la que muy pocos están dotados y que obliga al resto a pasar por el infierno de la búsqueda de la frase inicial, de la primera pregunta, de la primera palabra, sin dejar nada al azar para no quedar como un alelado, algo así como un imbécil con pretensiones.


sábado, 22 de noviembre de 2014

MUSICALIDADES



Cada uno tenemos nuestra propia banda sonora. Hoy es un día propicio, el de la música, para dejar por aquí la que me viene acompañando desde hace mucho tiempo. Esta vez, haciendo una pequeña trampa, la acompaña un texto expresamente escogido, porque sí, sin más. Posiblemente a cada una de las canciones que dejo por aquí se la pueda adjudicar a gente, a mi gente, a los que están, a los que en algún momento han estado, a los que en algún momento estarán, a los que se fueron y jamás volverán, la los que marcharon pero tienen su hueco para cuando quieran volver y, sobre todo, a los que siempre quise que estuvieran. Pero en este mercado que es la vida, que cada uno escoja lo que quiera, aquí también hay alguna que es para ti, no te quepa duda.




***

"Le ofreció el cigarrillo –era tan pulcro que también se había preocupado de traer un cenicero- pero no se quedó sentado junto a ella, se atravesó sobre la cama, le separó un poco más las piernas acariciando sus tobillos y los dedos de sus pies, le besó las rodillas y el interior suave de los muslos y fue subiendo despacio, dejándole en la piel un rastro de saliva, le apartó el vello, cuidadosamente, con determinación y lentitud, y entonces empezó a besarla exactamente igual que si besara su boca, hundiéndole la lengua, moviéndola en ondulaciones circulares, arriba y abajo, respiraba por la nariz, retrocedía para recobrar el aliento o quitarse un pelo de los labios y la miraba sonriendo, con la cara entusiasta y mojada, la veía fumar entornando los ojos, la horadaba, la olía, su carne rosa se dilataba y contraía como un corazón, cerró los ojos y respiró ella también con la boca abierta y el cigarrillo se le desprendió de los dedos..."
El jinete polaco



"Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que había entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacia la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal."
El amante



"Con todo el fervor y el idealismo de un joven que ha pensado demasiado y ha leído demasiados libros, decidí que lo mejor era no hacer nada: mi acción consistiría en una negativa militante a realizar ninguna acción. Esto era nihilismo elevado al nivel de una proposición estética. Convertiría mi vida en una obra de arte, sacrificándome en aras de tan exquisitas paradojas que cada respiración me enseñaría a saborear mi propia condena. Las señales apuntaban a un eclipse total, y aunque buscaba a tientas otra lectura, la imagen de esa oscuridad me iba atrayendo gradualmente, me seducía por la simplicidad de su diseño. No haría nada por impedir que ocurriera lo inevitable, pero tampoco correría a su encuentro. Si por ahora la vida podía continuar como siempre había sido, tanto mejor. Tendría paciencia, aguantaría firme. Simplemente, sabía lo que me esperaba, y tanto daba que sucediera hoy o mañana, porque sucedería de todas formas. Eclipse total."

El palacio de la luna


Tuvimos una tormenta. Duró toda la noche y a media mañana aún seguía, una cosa extraordinaria, no he visto nada semejante, en estas zonas templadas, ni en violencia o duración. Disfruté de lo lindo, incorporado en mi adornada cama como si fuera un catafalco, si ésa es la palabra que quiero, la habitación sumida en un parpadeo de luz y el cielo a patada limpia, rompiéndose los huesos. ¡Por fin, me dije, por fin los elementos han alcanzado un extremo de magnificencia acorde con mi torbellino interior! Me sentía transfigurado, me sentía como uno de los semidioses de Wagner, flotando sobre una nube tronante y dirigiendo los estruendosísimos acordes, el choque de los címbalos celestiales. En este estado de euforia histriónica, en medio de la efervescencia de los vapores del coñac y de la electricidad estática, consideré mi posición bajo una luz nueva y crepitante."
El mar


"La realidad sabe escabullirse perfectamente detrás de una sucesión infinita de pasos, de niveles de percepción, de falsos sondeos. A la larga, la realidad resulta inextinguible, inalcanzable. Aunque sea a tanta distancia, por fin vi algo de Dublín, lo vi desde lo alto de estos acantilados que se adentran en el mar. Grupos de aves reposan sobre las aguas. La tristeza fascinante del lugar parece acentuarse con la visión de esas escuadras de pájaros sonámbulos, en pleno día, y es como si el vacío se anudara con la honda tristeza y ésta de vez en cuando cobrara voz con el chillido de alguna gaviota. Trataré de poner en pie y mejorar mi mustia vida de editor retirado. Pero algo se ha desfondado por completo en el cuarto. Alguien se ha ido. O se ha borrado. Alguien, quizá imprescindible, ya no está. Alguien se ríe a solas en otra parte. Y la lluvia se estrella cada vez con más delirante fuerza sobre los cristales y también sobre el aire vacío y sobre el hondo aire azul y sobre lo que está en ninguna parte y es interminable. "

Dublinesca


jueves, 20 de noviembre de 2014

TODO BIEN. GRACIAS.


Claro que lo entiendo. Incluso un niño de cinco años podría entenderlo.
 ¡Que me traigan un niño de cinco años!


Convocatoria en la sala de juntas con la mayor de las urgencias. Alguien se había encargado de colocar en la mesa unos folios junto a un bolígrafo y un botellín de agua para cada  uno de los convocados, en el descuido, las prisas con toda probabilidad, hizo que no se viera un solo vaso en toda la mesa. Presidía Don Álvaro de Maeztu y Arriola. Un mequetrefe aupado por la buena fortuna de un matrimonio con suerte, además de con consorte pudiente. La diferencia entre que la reunión la presidiera un mono o Don Álvaro solo radicaba en que no habría cacahuetes para ir picando mientras  el interfecto se deshacía en un discurso trufado de estupideces económicas y legales.

Nada hacía presagiar que aquella convocatoria, tediosa y tremenda, que venía durando ya no menos de cuatro horas, fuera a terminar como el rosario de la aurora. En un discurso grandilocuente en el que se loaban las grandezas de una institución que de grande ya solo tenía la sala de reuniones y la puerta de entrada, Don Álvaro, otrora miembro de la Logia del betún y la gomina, infartó. Tuvo a bien hacerlo sobre la moqueta, sin escándalo y con un ligero gorgoteo, una especie de trino celestial de despedida que le dejo la misma cara de imbécil que había tenido siempre, solo que ahora para toda la eternidad. No cundió el pánico, bien al contrario, parecía como si  un cierto alivio recorriera la sala, como si las plegarias de más de uno, y de dos, y de tres, lanzadas al cielo en las dos últimas décadas, hubieran sido escuchadas.  Solo la de la infeliz Araceli, menesterosa secretaria libadora, con llanto contenido, intentaba reanimar a aquel melifluo que ahora descansaba en el suelo.  Nadie dijo nada. Los asistentes fueron abandonando la sala, en orden y sin ningún gesto circunspecto, mirando el reloj. Pasaba ya la hora de comer, y que hasta para morirse hay que  ser más oportuno y menos coñazo.



domingo, 16 de noviembre de 2014

AVISTAR



"Brilla el sol; se disipa la bruma que nos ha ocultado un instante la vista de la tierra, 
y queda al descubierto un glaciar de donde brotan torrentes de luz. 
Es la mañana más alegre que he disfrutado en mi vida".


Imagino que hace diez años, cuando los científicos de la Agencia Espacial Europea enviaron al cielo la nave Rosetta, debieron sentir una gran agitación mezclada con una aun mayor incertidumbre sobre qué iba a pasar con aquel artefacto, sobre el futuro de aquella aventura espacial que se iba a prolongar durante varios años. Mientras leía la noticia y veía las imágenes del módulo Philae abandonando la nave Rosetta, para posarse sobre la superficie el cometa ansiado, me ha venido a la cabeza que algo parecido, aunque actualmente de un modo muy descafeinado, debieron sentir aquellos marinos que siglos atrás se hacían a la mar en busca de nuevos mundos. Años de travesías, de calamidades, e imagino que bastantes pocas alegrías, en busca de lo desconocido, de lo intuido por alguien dispuesto a la aventura para mejorar la vida de lo ya conocido. Avistar tierra con los propios ojos debía ser un momento tremendamente emocionante, e imagino que mucho más intenso que la visión a través de una pantalla plana de un artilugio inanimado posándose sobre una superficie extraña. Y tampoco he podido dejar de pensar en cuántos de los científicos que iniciaron aquel proyecto, hace ahora más de diez años (dicen que todo se inició hace unos quince), siguen en la agencia. No sé el porqué de este último interrogante, supongo que algo tendrá que ver con la precariedad científica en la que vivimos y de algunas cosas como la fugacidad de todo, incluso de los proyectos más entusiastas.

Pero para una, que tiende a ensimismarse con cosas que sirven para poco, la noticia de esta aventura espacial la ha transportado a tiempos pretéritos donde la vida era un valor en alza y las grandes hazañas precisaban de una cohesión brutal entre los que formaban parte de ella, aunque fuera a la fuerza.
Entre las maravillas espaciales, descubro de la mano de Amalia Ercoli-Finzi, algo tan fantástico (y casi literario) como que tal vez, sólo tal vez, seamos hijos de las estrellas. Y ahí, navegando por el espacio que imagino, porque esa es la única manera de ver lo que se escapa a los ojos, veo todas esas cosas que creía que podrían llegar a ser y no fueron, y aquellas otras que nunca imagine pero que actualmente forman parte de mi vida. Por eso, como aquellos antiguos aventureros, intento, siempre que puedo, avistar el horizonte sin achicar los ojos porque tal vez allí, donde la línea del mar se confunde con el firmamento, exista la respuesta a todo lo que aun me queda pendiente y espero, o incluso aquello que ya no espero y que vaya una a saber si aun se encuentra pendiente.


lunes, 10 de noviembre de 2014

BETA


"Sólo en sueños soy tortuoso. Es tan lindo haber recibido tu carta y tener que responderla con este cerebro insomne. No sé qué escribir. Me limito a vagar entre las líneas, a la luz de tus ojos, en el aliento de tu boca, como en un bello día de felicidad.”


Busco entre mis manos un último aliento. Caminar a la deriva buscándote entre los sinuosos y recónditos huecos de mi cabeza convierte la vida en algo parecido a un infierno y son miradas pavorosas, que no sé dónde se esconden, las que me buscan por las noches y me arrancan la tranquilidad. Todo se escapa en una especie de carrera sin fin en la que pareces reírte de todo mientras te vas convirtiendo en un ser diminuto, tan pequeño que temo que caigas en cualquier momento por la reja que cubre la alcantarilla sobre la que saltas. Tengo tanto miedo que no dejo de estirar el brazo suplicándote que salgas de ahí, que dejes de brincar, que te vas a caer y las aguas te arrastrarán vete a saber a dónde.
Me despierto y a partir de entonces la siguientes horas se convierten en un ir y venir de vueltas sobre la cama, intentando calmarme y no sentirme ridículo. Ya no sé dónde estás, ni siquiera sé si estás. Es por eso precisamente que el  ansia se vuelve casi mortal  y la necesidad de beber agua es como un suplicio.Tengo mucha sed, y en un gesto tragicómico me vuelvo hacia la pared y me cubro la cabeza porque no me atrevo a salir de la cama, a colocar los pies en el suelo y recorrer los escasos metros que me separan de la cocina porque me reconozco neurótico, precario y mil veces estúpido. Cierro los ojos de un modo apremiante y el silencio se hace mortal mientras espero un soplo de aire que me devuelva la cordura.

domingo, 9 de noviembre de 2014

OPTAR POR EL SILENCIO



"Servid cien veces, negaos una, y nadie se acordará más que de vuestra negativa".

En los últimos días, ante lo convulso del momento en que vivimos, debemos caminar de puntilla y hacer verdaderos esfuerzos para no terminar a cada momento con un sofoco o con un disgusto de campeonato. La crispación se palpa en cuando tiras un poco de la lengua de cualquiera que entre al trapo para hablar de cualquier cuestión que tenga que ver con el nacionalismo catalán y su decisión de llevar adelante su proyecto de independencia. Las reuniones de amigos o de simples conocidos se convierten en combates dialécticos que no siempre terminan con brindis generosos; terminar con una mueca y con un seco “buenas noches” ya no es lo extraño, como tampoco lo es postergar nuevos encuentros porque no apetece, porque el último dejó tan mal sabor de boca que quizá sea mejor dejar correr el aire para que unos y otros no terminen creyendo que aquellos que tanta gracias hacían hace unos meses, que tan interesantes parecían, se han convertido, por obra y gracia del estado de la nación, en unos auténticos estúpidos, descerebrados e indocumentados que, con la calma debida, se sabe que no lo son. Pero este tema nos empieza a superar  a todos cuando estamos en petit comité, alejados de las grandilocuencias de los políticos. Por eso, con la deriva del momento, la opción de silenciar el malestar quizá no sea la más valiente, pero si por la que optan muchos más de los que se cree porque, aunque sea de momento, permite que la úlcera se mantenga a raya, y que la "fractura" que se prevé sea solo un "esguince". Tampoco son extraños los intentos por desviar las conversiones hacia la trivial cartelera, a la preocupación por las notas de los críos, incluso por discutir sobre a quién de la pareja le toca bajar la basura por las noches, cuando sobre la mesa, entre los rodales de las copas de vino, aparece el tema de la independencia de Cataluña. Porque la cuestión se ha vuelto incómoda sobre todo para los que no compartimos la idea del nacionalismo excluyente, ni la de una independencia que va a la deriva porque no tiene ninguna hoja de ruta, o al menos no nos la han mostrado.
En estos días, mantener el tipo es complicado, a veces incluso un poco asfixiante. La incertidumbre está servida y aunque se mantenga una cierta apariencia de tranquilidad, eso, como casi siempre, no es más que un espejismo pues la realidad es que hay una parte de la sociedad catalana no nacionalista a la que se la ningunea de una manera absolutamente vergonzosa y que ha optado por ser silenciosa aunque sea mucho más numerosa que aquella que aboga por separarse de una manera definitiva. Sentirse incómodo en casa es una situación muy desagradable y recuperar la normalidad es algo que nos va a costará más que tiempo. 


sábado, 8 de noviembre de 2014

MADRES E HIJAS EN LA HISTORIA (MACARONS)



La relación entre madres e hijas nunca ha estado exenta de polémica y que de grandes madres nacieron grandes hijas (en los bueno y no lo malo, también),  es algo que pocas veces es discutible.  Una muestra de ello nos lo trae Maria Pilar Queralt  del Hierro. Su obra “Madres e hijas en la historia” es una recopilación breve y amena de grandes mujeres de la historia de la humanidad que engendraron e hijas que estuvieron a la altura de las madres que las trajeron al mundo a pesar de las circunstancias sociales  e históricas en las que vivieron y que se convirtieron en personajes fundamentales en la historia. Mujeres que forjaron un carácter y una identidad sobre los grandes éxitos incluso fracasos de su propia existencia y sobre los de quienes las precedieron, que establecieron unas simbiosis que, en ocasiones, se pudiera considerar un tanto enfermizas pero que en todo caso les marcaron la vida.
No es el único libro que habla sobre este tipo de relaciones, ni mucho menos. Sin embargo, lo que lo destaca sobre otros es la concepción del libro y su redacción.  La historiadora y escritora consigue hacer un repaso de la historia, desde la antigua Roma y hasta principios del S.XX, a través de los personajes femeninos escogidos y de la relación establecida entre ellas. Par ello se vale de Agripina la Mayor y Agripina la Menor, por Isabel la Católica y Juana la Loca, por Marie Curie e Irene Curie, Emmeline Pankhurst y Cristabel Pankhurst, por señalar algunas de las protagonistas de este libro. Un total de nueve historias de mujeres que trascendieron a la historia y que a través de estos relatos cortos, amenos y de fácil lectura, podemos conocer un poco más.

Existen muchas maneras de introducirse en los pasajes de nuestra historia, en el mundo de las complejas relaciones familiares y éste libro es una muestra. Pequeñas historias, relatadas en capítulos que son verdaderas joyas que se agradecen en momentos como en los que vivimos en los que parece que nada importa ni siquiera trasciende.
Una buena recomendación para leer en cualquier momento. Sin embargo, terminado el mismo, no puedo evitar pensar que este libro podría ser perfecto para la lectura de aquellos chicos y chicas que aun en nuestras aulas desconocen mucho de lo que ocurrió en otros tiempos y que aun no terminan de creerse que somos producto de quienes nos crían, nos educan. Y que cada uno de nosotros, con nuestras cosas, con nuestras decisiones y comportamientos,  somos esenciales para los demás, pasemos o no a la historia.


Para terminar, agradecer que escritores que nos faciliten el conocimiento como lo hace María Pilar Queralt del Hierro, y que existan editoriales como las que han publicado este título, “Punto de Vista” y “Silex” que nos lo pongan al alcance de todos. El gusto por conocer nuestra historia de este modo amable debemos considerarlo un regalo (en este caso en particular, este libro lo fue, un regalo que llegó el día de mi cumpleaños a través de su editor). Pequeños “macarons” históricos narrado con absoluta maestría que no debemos dejar pasar en modo alguno.


miércoles, 5 de noviembre de 2014

MOHÍN



"Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo".


Lo fascinante de la vida es que es un misterio. Cuando la edad no te alcanza lo suficiente como para que los gozos sean éxitos rotundos, ni para que las desgracias sean fatales, crees poder domarla, dirigirla hacia los destinos que pretendes sin que el azar sea, por supuesto, un elemento desestabilizador. Pero los años nos colocan ante la incertidumbre de lo imprevisto, de lo incontrolable y, si tienes suerte, te regala la capacidad para sobreponerte. Puede que sea una mezcla de curiosidad que no se apaga, de cierta tendencia al ensimismamiento, lo que nos permita a algunos, sobrellevar y enredarnos una y otra vez en nuestros propios misterios.


 ¿Y del amor? ¿Qué me dices del amor?  preguntó haciendo un mohín.

Del amor nunca nadie supo demasiado, ni siquiera siendo viejo. 



domingo, 2 de noviembre de 2014

APUNTES (II)


"No quedó nada: tan sólo un cráter que humeaba bajo la débil luz del claro de luna,
 y el sentimiento de haber originado ese desastre infinitesimal".


Y aunque el desconcierto me tiene sumido en una especie de bruma que lo emborrona todo, aun soy capaz de saber que aquella mujer, que mi memoria desdibuja y la convierte en divina, no es más que el recuerdo deformado, desesperado, de un viejo al que ya no le queda nada. Pero aunque sabiendo del engaño, en mi pervive aquella hembra estupenda, primigenia, que convirtió en polvo cualquier futuro más allá de sus caderas.  Su recuerdo, entre los humores nocturnos que van y vienen, convierte mi entrepierna en el barómetro de mi propia locura. La hice inmortal, la ramifico, la divido y la multiplico hasta que me ovillo en la cama y, en silencio, espero, cautivado por su recuerdo, que la muerte me lleve.

miércoles, 29 de octubre de 2014

DE LA FURIA Y DEL POCO RUIDO



“Era como si mientras el engaño sucedía en silencio y monótonamente, todos nosotros hubiéramos aceptado ser engañados, favoreciéndolo con nuestra inconsciencia o puede que cobardía, pues toda la gente es cobarde y prefiere de un modo natural cometer una traición, ya que ésta tiene un aspecto cómodo.”




Esta mañana, mientras mataba las horas en el tren he asistido, sin querer, a una trifulca sentimental. La pareja hablaban casi susurrando, pero la escasa distancia entre los asientos ha terminado por convertir su personal batalla en el elemento de distracción de los que viajábamos a su alrededor. El monólogo acalorado y casi murmurado de ella, se interrumpía con un lapidario y frío “yo no tengo nada más que decir y no quiero escucharte más. Así son las cosas”.

No sé cómo ha empezado el tema, como tampoco sé el modo en que ha finalizado porque un ataque de molicie me ha arrastrado desde mi asiento hasta la cafetería.  Ya en ella, a salvo de contingencias ajenas, mientras cruzábamos campos yermos como la matriz de una anciana, bebiendo el peor café del mundo, he pensado de la cantidad de veces que nos cerramos en banda, que nos enquistamos en nuestros propios argumentos (interesados casi siempre) y evitamos movernos un ápice del lugar en el que nos colocamos. No hay nada más frustrante que intentar hablar con quién no quiere escuchar. Y es una perdida significativa de fuerzas y un desgaste absoluto intentar que las propias razones sean tenidas en cuentas por quien ha decidido no seguir hablando, no escuchar, y se carga de obstinación para evitar que por cualquier grieta se le cuele cualquier argumento que pueda hacer tambalear el muro levantado.

Mientras veo pasar los postes de la catenaria a una velocidad de vértigo, he pensado en un par de contenciosos que tengo abiertos por ahí con imposibilidad de hablar, por cansancio, por falta de voluntad. Me he pedido un segundo café, para tirar hacia abajo la bola de lo que uno se guarda dentro porque ya no hay interlocutor que valga. Y pienso en lo inútil y cansado que es monologar y preocuparse cuando lo que uno quiere es dialogar y ocuparse. Pero supongo que eso nos pasa a todos, en ocasiones nos tornamos sordos y en otras, a fuerza de intentar que nos escuchen, nos quedamos mudos. Será nuestra extraña condición.


sábado, 25 de octubre de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (VII)


“Con frases pensamos, especulamos, calculamos, imaginamos. 
Con frases declaramos nuestro amor, declaramos la guerra, prestamos juramento. 
Con frases afirmamos nuestro ser". 
John Banville





El bolígrafo está roído por el extremo. Revuelvo dentro del bolso, aunque sea un rotulador servirá, me niego a que una erupción de saliva de siete leches, por muy oficial que sea el artilugio, termine emborronando lo que la vida ya ha emborronado yo sola. A lo triste no es necesario añadirle lo sórdido. Firmo. Se acabó. Recorro el pasillo en busca del ascensor. También en su momento recorrí un pasillo pero entonces, aunque sin adornos extravagantes, me pareció luminoso, eterno. Ahora es solo un pasadizo frío y vacío. Necesito un café, o mejor un vodka, pero aun faltan veinte minutos para las diez. Es demasiado pronto o quizá demasiado tarde. Tengo que cortarme el pelo, no lo digo yo, sino el reflejo de la puerta giratoria que dejo a mi espalda mientras le engulle y le veo de refilón, más viejo, más calvo. Es de justicia, aunque no sirva para nada.