"Servid cien veces, negaos una, y nadie se acordará más que de vuestra negativa".
En los últimos días, ante lo convulso del momento
en que vivimos, debemos caminar de puntilla y hacer verdaderos esfuerzos para
no terminar a cada momento con un sofoco o con un disgusto de campeonato. La
crispación se palpa en cuando tiras un poco de la lengua de cualquiera que entre
al trapo para hablar de cualquier cuestión que tenga que ver con el nacionalismo
catalán y su decisión de llevar adelante su proyecto de independencia. Las
reuniones de amigos o de simples conocidos se convierten en combates dialécticos que no
siempre terminan con brindis generosos; terminar con una mueca y con un seco “buenas noches”
ya no es lo extraño, como tampoco
lo es postergar nuevos encuentros porque no apetece, porque el último dejó tan
mal sabor de boca que quizá sea mejor dejar correr el aire para que unos y
otros no terminen creyendo que aquellos que tanta gracias hacían hace unos meses, que tan
interesantes parecían, se han convertido, por obra y gracia del estado de la
nación, en unos auténticos estúpidos, descerebrados e indocumentados que, con la calma debida, se sabe que no lo son. Pero este tema nos empieza a superar a todos cuando estamos en
petit comité, alejados de las grandilocuencias de los políticos. Por eso, con
la deriva del momento, la opción de silenciar el malestar quizá no sea la más
valiente, pero si por la que optan muchos más de los que se cree porque, aunque
sea de momento, permite que la úlcera se mantenga a raya, y que la "fractura" que se prevé sea solo un "esguince". Tampoco son extraños
los intentos por desviar las conversiones hacia la trivial cartelera, a la
preocupación por las notas de los críos, incluso por discutir sobre a quién de la
pareja le toca bajar la basura por las noches, cuando sobre la mesa, entre los
rodales de las copas de vino, aparece el tema de la independencia de Cataluña. Porque
la cuestión se ha vuelto incómoda sobre todo para los que no compartimos la idea del
nacionalismo excluyente, ni la de una independencia que va a la deriva porque
no tiene ninguna hoja de ruta, o al menos no nos la han mostrado.
En estos días,
mantener el tipo es complicado, a veces incluso un poco asfixiante. La
incertidumbre está servida y aunque se mantenga una cierta apariencia de
tranquilidad, eso, como casi siempre, no es más que un espejismo pues la
realidad es que hay una parte de la sociedad catalana no nacionalista a la que
se la ningunea de una manera absolutamente vergonzosa y que ha optado por ser
silenciosa aunque sea mucho más numerosa que aquella que aboga por separarse de una manera definitiva. Sentirse incómodo
en casa es una situación muy desagradable y recuperar la normalidad es algo que
nos va a costará más que tiempo.
Yo no sé en qué lugar quedarán los charnegos de Marsé, cuando todo se configure, quizás para mal, no sé.
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