"No quedó nada: tan sólo un cráter que humeaba bajo la débil luz del claro de luna,
y el sentimiento de haber originado ese desastre infinitesimal".
Y aunque el desconcierto me tiene sumido en una especie de
bruma que lo emborrona todo, aun soy capaz de saber que aquella mujer, que mi
memoria desdibuja y la convierte en divina, no es más que el recuerdo
deformado, desesperado, de un viejo al que ya no le queda nada. Pero aunque sabiendo
del engaño, en mi pervive aquella hembra estupenda, primigenia, que convirtió
en polvo cualquier futuro más allá de sus caderas. Su recuerdo, entre los humores nocturnos que
van y vienen, convierte mi entrepierna en el barómetro de mi propia locura. La
hice inmortal, la ramifico, la divido y la multiplico hasta que me ovillo
en la cama y, en silencio, espero, cautivado por su recuerdo, que la muerte me
lleve.
Eso todo que muy bien has escrito es del todo cierto.
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