lunes, 30 de abril de 2012

ESAS COSAS QUE NO PASAN NUNCA



Llevo toda la semana recordando momentos estelares de mi vida. He pensado mucho en alguien que, esta semana, hace trece años que murió y se llevó con él la irrecuperable sensación de inmortalidad que uno cree tienen aquellos a los que quiere. Entre los recuerdos, el discurso que pronunció Václav Havel, el escritor, cuando fue confirmado Presidente de Checoslovaquia. Corría el año 1990. 

Por aquel tiempo recorría la vecina Facultad de Ciencias Políticas con la aspiración de que por osmosis pudiera llegar a entender algo de lo que ocurría en el mundo. Eran tiempos de reflexiones, tiempos en los que aún creíamos, mientras charlábamos tumbados sobre un césped ralo, que podíamos llegar a cambiar el mundo. Principios fundamentales y necesidad de comernos el mundo a dentelladas nos hicieron disfrutar, como nunca, de los últimos momentos de inocencia. Conservo desde entonces un folio en el que escribí, al dictado y entre los primeros cafés con hielo de la primavera, el discurso de Vàclav Havel.  

Fue entonces cuando supe que la verdadera política sólo puede partir de los ciudadanos y que la política profesionalizada deja de ser política para convertirse en otra cosa muy distinta. No volví a pisar la Facultad de Ciencias Políticas, dejé de colarme en sus clases y me dediqué a las mías.

Ayer retrocedí mil años gracias a una agradable discusión con un chaval de 23 años que, con todo el apasionamiento del mundo (posiblemente el mismo que utilizaba yo a su edad, para algo tenemos la misma sangre), defendía la necesidad de cambiar el sistema. Le pedí que me ayudara a desmantelar la mitad de la estantería de casa mientras se calentaba una pizza precongelada en el horno. Sabía que dentro de un ejemplar de un libro de Benet, había un recorte con el discurso de Havel. A veces las cosas parecen una señal. Una semana pensando en el discurso, en la maldad y en la necesidad de hacer algunas cosas aunque sean un poco locas.

Transcribo íntegramente el discurso y, si de verdad están interesados en la política, en la humanidad y en el ser humano, no dejen de leerlo, no les decepcionará. Estoy segura de ello.

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“Vivimos en un entorno moral contaminado. Nuestra moral enfermó porque nos habíamos acostumbrado a expresar algo diferente de lo que pensábamos. Aprendimos a no creer en nada, a hacer caso omiso de los demás, a preocuparnos sólo por nosotros mismos.
Conceptos como amor, amistad, compasión, humildad o perdón perdieron su profundidad y sus dimensiones, y para muchos de nosotros pasaron a representar tan sólo singularidades psicológicas. Nos parecían recuerdos extraviados de una época ancestral, algo ridículos en la era de las computadoras y las naves espaciales.
Sólo unos pocos fuimos capaces de alzar nuestras voces para gritar que los poderes nunca deberían haber sido todopoderosos; que las granjas especiales, que producen alimentos ecológicamente puros y de la mejor calidad sólo para esos poderes, deberían haber enviado sus productos a escuelas, hogares infantiles y hospitales, ya que nuestra agricultura era incapaz de ofrecérselos a todo el mundo.

El régimen anterior -armado con su ideología arrogante e intolerante-redujo el hombre a una fuerza productiva y la naturaleza a una herramienta de producción. Al hacerlo, atacó tanto a la esencia misma de ambos como a la relación que los une. Redujo personas autónomas y de gran talento, que trabajaban con destreza en su propio país, a tuercas y tornillos de una maquinaria monstruosamente enorme, ruidosa y pestilente, cuyo significado real nadie comprende.
Esta no puede más que desgastarse lenta pero inexorablemente, tanto a sí misma como a todos sus tornillos y sus tuercas. Cuando hablo de un entorno moral contaminado, no hablo sólo de esos caballeros que comen verduras orgánicas y no miran al exterior desde su ventana. Hablo de todos nosotros.
Todos nos habíamos acostumbrado al sistema totalitario, lo habíamos aceptado como un hecho inalterable y, por tanto, contribuíamos a perpetuarlo. Dicho de otro modo, todos nosotros -si bien, naturalmente, en diferente grado-somos responsables del funcionamiento de la maquinaria totalitaria; nadie es sólo su víctima, todos somos partícipes también de su creación.
¿Por qué digo esto? Sería muy poco razonable entender el triste legado de los últimos cuarenta años como algo ajeno a nosotros, algo que nos ha dejado en herencia un pariente lejano. Por el contrario, debemos aceptar este legado como un pecado que cometimos contra nosotros mismos. Al aceptarlo como tal, comprenderemos que es responsabilidad nuestra, y de nadie más, hacer algo al respecto.
No podemos culpar de todo a los gobernantes anteriores, no sólo porque sería falso, sino también porque podría adormecerse el deber al que cada uno de nosotros se enfrenta hoy, es decir, la obligación de actuar con independencia, con libertad, de forma razonable y rápida.
No nos equivoquemos: el mejor gobierno del mundo, el mejor Parlamento y el mejor presidente no pueden lograr mucho por sí solos. Sería igual de erróneo esperar un remedio general que tan solamente procediera de ellos. La libertad y la democracia implican la participación y, por tanto, la responsabilidad de todos nosotros. Si somos conscientes de esto, todos los horrores que heredó la nueva democracia checoslovaca dejarán de parecernos tan terribles.
Si somos conscientes de esto, en nuestro corazón renacerá la esperanza. Al realizar el esfuerzo necesario para enderezar los asuntos de interés común, tenemos algo en qué apoyarnos. Estos últimos tiempos -y, en especial, las últimas seis semanas de nuestra pacífica revolución-han develado el enorme potencial espiritual, moral y humano, así como la cultura cívica, que estaban dormidos en nuestra sociedad bajo la máscara impuesta de la apatía.
Cada vez que alguien declaraba categóricamente que éramos esto o lo otro, yo siempre objetaba que la sociedad es una criatura muy misteriosa y que no es sabio confiar tan sólo en la cara que te presenta.
Me alegra ver que no me equivocaba. En todo el mundo, la gente se pregunta dónde encontraron los ciudadanos de Checoslovaquia, dóciles, humillados, escépticos y cínicos en apariencia, esa fuerza maravillosa para deshacerse de la carga del yugo autoritario en pocas semanas y de una forma pacífica y decente. Preguntémonos de dónde sacó la gente joven, que nunca había conocido otro sistema, el deseo de alcanzar la verdad, el amor por el pensamiento libre, sus ideas políticas, su valor cívico y su prudencia cívica. ¿Cómo fue que sus padres -esa generación que se consideraba perdida-se unieron a ellos? ¿Cómo es posible que tantísima gente supiera de forma inmediata qué hacer, y que ninguno de ellos necesitara consejos ni órdenes? Masaryk basó su política en la moralidad. Intentemos, en una nueva época y de una forma nueva, restaurar ese concepto de política. Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que la política debería ser la expresión del deseo de contribuir a la felicidad de la comunidad en lugar de la necesidad de engañarla o expoliarla.
Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que la política no sólo puede ser el arte de lo posible, en especial si esto implica el arte de la especulación, el cálculo, la intriga, los tratos secretos y las maniobras pragmáticas, sino incluso también el arte de lo imposible, el arte de mejorarnos a nosotros y mejorar el mundo.
Tenemos por delante unas elecciones libres y una campaña electoral. No permitamos que esta lucha mancille el rostro hasta la fecha limpio de nuestra apacible revolución. No permitamos que las simpatías del mundo, que tan de prisa nos hemos ganado, se pierdan con la misma rapidez enredándonos en la jungla de las escaramuzas por el poder. No permitamos que el deseo de servir a uno mismo prospere de nuevo bajo la bella máscara del deseo de servir al bien común. Lo que ahora importa de verdad no es qué partido, qué club o qué grupo prevalecerá en las elecciones. Lo importante es que los ganadores sean los mejores de entre nosotros, en el sentido moral, cívico, político y profesional, sea cual sea su afiliación política.
Las políticas y el prestigio futuros de nuestro Estado dependerán de las personalidades que seleccionemos y elijamos después para nuestros organismos representativos. En conclusión, me gustaría decir que quiero ser un presidente que hable menos y trabaje más. Ser un presidente que no sólo mire al exterior desde la ventanilla de su avión, sino que, en primer lugar y ante todo, esté siempre presente entre sus conciudadanos y los escuche con atención.
Puede que se pregunten con qué tipo de república sueño. Dejen que les responda: sueño con una república independiente, libre y democrática, una república económicamente próspera y, no obstante, socialmente justa. En pocas palabras, una república humana que sirva al individuo y que, por tanto, albergue la esperanza de que el individuo la sirva a ella a su vez. Una república de personas enteras, porque sin ellas es imposible solucionar ninguno de nuestros problemas, ya sean humanos, económicos, medioambientales, sociales o políticos.
El más distinguido de mis antecesores comenzó su primer discurso con una cita del gran pedagogo checo Comenio. Permítanme concluir mi primer discurso con mi propia paráfrasis de la misma afirmación: ¡Pueblo, han recuperado su gobierno!”.
 

viernes, 27 de abril de 2012

27 DE ABRIL


Hoy hace exactamente nueve años que murió mi padre. En general, no ha sido un buen día. Los 27 de abril no acostumbran a serlo nunca. 

Inevitablemente, una vez más, el aire huele a nueces.

jueves, 26 de abril de 2012

MINISMALISMOS XXIX


Es la historia de un amor como no hay otra igual.

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"Me niego a vivir en el mundo ordinario como una mujer ordinaria. A establecer relaciones ordinarias. Necesito el éxtasis. Soy una neurótica, en el sentido de que vivo en mi mundo. No me adaptaré al mundo. Me adapto a mí misma."

Anaïs Nin

miércoles, 25 de abril de 2012

DIMENSIONES DESCONOCIDAS


Nunca he entendido la física cuántica. Pero de enamoramientos feroces, apasionamientos indebidos y entregados hasta la extenuación, algo sé. Nunca he entendido otra manera de fajarse con esas cosas aunque, desde el inicio, estén abocadas a fracasos estrepitosos. 

Pero en los últimos tiempos, parece que las teorías de Max Plank me persiguen. Sin embargo, pese a la insistencia del destino por abocarme a teorías sobre ondulaciones, materia, energía y estados cuánticos, padezco una severa incapacidad para comprender absolutamente nada y mis incomprensibles y extravagantes pensamientos sobre el amor y los enamoramientos se me consolidan faltos de toda teoría en la que sostenerse.
Quizá por eso, por muchas ranuras que dibujaba sobre el mantel de papel, soy incapaz de entender absolutamente nada de lo que me estaba contando, incapaz de relacionar la perdida personal con una dimensión paralela llena de posibilidades.
"Ahora mismo estamos comiendo y tú podrías levantarte y marcharte, pero en otra dimensión las  posibilidades son infinitas, distintas a esa marcha que podrías llevar a cabo ahora mismo”. Si no fuera porque quien lo dice sabe que las dimensiones se agotaron hace años a fuerza de quemarlas, pensaría que lo suyo es una invitación a escaparnos a esa nueva dimensión de la que yo no he oído hablar jamás.

Sin embargo, la mecánica cuántica tampoco es lo suyo y confunde, una y otra vez, posibilidades y dimensiones y realidades tangibles. Me consta que sus fracasos, infinitésimamente míos también, han dejado algunos esperanzadores futuros dentro de imaginarios refrigeradores, congelados sin posibilidad de recuperación. 

Pero la vida es curiosa e inesperada. Mientras sigue intentando que comprenda no sé qué cosas de electrones, le veo con el pelo encanecido, con los proyectos congelados y, por un instante, sólo por un solo instante, mientras un electrón rebota en una ranura imaginaria y proyecta una vertical que no comprendo, le confieso que sigo creyendo en los enamoramientos inexplicables y feroces, como entonces, y que él, con mecánica o sin mecánica cuántica, debería hacer lo mismo, en ésta o en la dimensión que quiera.

Guarda la pluma en el bolsillo y, con el conocimiento que nos han dan los años de supervivencia a las tormentas emocionales, los años de sabernos, dice: Sigue, creo que hoy tienes algo que contarme

Pero mi física pertenece a esta dimensión y no puede, no debe, salir del plano en el que se mece, ni tan siquiera frente a quien durante años se meció, junto a mí, de dimensión en dimensión.

martes, 24 de abril de 2012

CLAROSCUROS


El día sólo podía terminar de una manera totalmente surrealista, tan surrealista como comenzó.
Quizá por eso, el punto final a la concatenación de rarezas que se han venido sosteniendo bajo un complicado equilibrio de aparente normalidad, sea hoy más necesario que otros días. 
Pero, cuando la ciudad pierda su pulso, aparecerán, de nuevo y sin poder evitarlo, sombrías incertezas. Claroscuros de los que nos despedazamos entre dos mundos irreconciliables. 

Puede que sea la bipolaridad. Y puede que sea por eso, por algo tan simple como eso, por la existecia de dos polos que se repelen y no se conciben el uno sin el otro, que parte de mí está aquí y otro tanto está allí. 

Mientras intento descubrirlo, me vestiré de azul oscuro para equilibrarme con la tonalidad de la certeza de lo que desconozco y no quiero conocer. 

sábado, 21 de abril de 2012

SURREALISMOS


Hay días verdaderamente surrealistas. Puede que te empeñes para que sea normal y que lo único que consigas, mientras intentas enderezarlos hacia el cauce de lo natural, sea que el surrealismo se multiplique por dos, o por ciento dos, da igual el múltiplo.

Empecé el día en correos, tenía que enviar un paquete, un regalo para mis sobrinos. Mientras guardaba una larguísima cola, una mujer con un perro, abrigado con un anorak a cuadros escoceses, me pide que le sujete el animal mientras va a la máquina de las estampillas. 

Treinta minutos más tarde, con mi paquete enviado, sigo esperando que la dueña del can regrese. El perro me mira de vez en cuando con ojos lastimeros y aúlla un tanto desconsolado. El funcionario me invita a salir de la estafeta, no se admiten perros, salvo que sean lazarillos y el que sujeto tiene aspecto de ser un carlino vulgar y corriente.  Le indico que el perro no es mío, que su dueña anda buscando la expendedora de sellos pero, ante la extraña explicación que soy consciente le doy, me repite, menos amable que antes, que no puedo tener el perro en la oficina. Así que espero a la mujer en la puerta, pero empiezo a pensar que me acaban de colocar un perro. Debería llamar a la Guardia Urbana, no puedo quedarme un perro que ni es mío, ni lo quiero. Llevo cerca de una hora con un chucho que tiene más miedo que otra cosa.

Le doy diez imaginarios minutos a la propietaria del perro y, si no aparece, llamaré a la perrera o a quien sea. Y así lo hago, pero mientras estoy perdida en el buscador de mi móvil, intentando encontrar el número adecuado, recibo un toquecito en el hombro y frente a mí, la dueña del perro, perfectamente peinada. Una hora en la peluquería ha hecho lo suyo. Me da las gracias por tenerle el chucho y afirma que estaba segura que sabría cuidarle, que se ve a la legua que soy buena persona. La veo alejarse con el carlino que sostiene el mismo paso marcial que su dueña.

No doy crédito y pienso que, además de cara de buena persona, debo tener cara de gilipollas y la señora en cuestión un morro que se lo pisa.

jueves, 19 de abril de 2012

PARNASOS AMBULANTES


Que la vida no es un chiste lo sabemos todos los que nos batimos el cobre con ella. Las rachas, las buenas y las malas, van y vienen, casi siempre sin avisar y cuando uno menos se lo espera.
Hace unos días, antes de volver a casa, me senté en el único banco en el que aún era posible sentir los últimos rayos de sol. Esperaba que el último soponcio laboral pasara de sostenerse en la nuez a colocarse en mitad de mi ya maltrecho estómago, y,  mientras esperaba, pensé que nos ha tocado vivir una mala época. La desesperanza es generalizada y los desastres, quizá porque estamos más desilusionados que nunca, nos parecen más desastrosos que ayer. Así no se puede vivir.
La mediana felicidad, esa a la que un adulto razonable puede aspirar, se convierte en un objetivo que requiere un esfuerzo brutal, una verdadera carrera de obstáculos que casi siempre termina en un mediano fracaso.
En una ocasión escuche que la felicidad no existe como tal. Son simples momentos robados al tiempo, nunca permanentes, nunca constantes, jamás un estado. Sólo la idiocia sujeta una sonrisa perenne en el rostro de quien la padece. El resto de mortales vamos encajando como podemos y así, de vez en cuando, el lado amable de la vida se nos presenta, mudándonos el gesto sabiendo que será algo breve y efímero.
Y mientras volvía a casa, en un autobus apenas lleno, pensando en esa mediana felicidad, pude contar cerca de diez personas leyendo libros.  Puse la mano sobre el bolso  que sostenía sobre el regazo y pensé que, pese a todo, aún tenemos suerte, nos quedan los libros para deshacernos, ni que sea un instante, de la carga que soportamos. Poder aparcar, ni que sea por un momento, los sinsabores de algunas cosas y entrar, casi sin permiso, en esas vidas de letras, que no son las nuestras pero que, por unos minutos, unas horas, nos alejan de los vaivenes en los que, sin quererlo, nos encontramos, es casi siempre un alivio.
Así que me coloqué los cascos, busqué el jazz más melódico que guardo en mi diminuta caja de música y, mientras atravesaba la ciudad, entre las páginas de un libro, encontré la mediana felicidad. 

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PARNASO AMBULANTE DE ROGER MIFFLIN

"Sabed amigos que tiene mi percherón
Más de mil libros, antiguos y de ocasión 
Del hombre los mejores amigos son.
Los libros que atiborran este gran vagón
Libros para todos los gustos son
De líricos versos a las Musas
De buena cocina y agricultura,
Novelas apasionadas de prosa pura.
Cada necesidad tiene su libro justo
Y los nuestros te dejarán a gusto
Jamás habrá librero que dé alcance
A los finos libros del Párnaso Ambulante".

- La librería ambulante-

martes, 17 de abril de 2012

CORTEZAS

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Me senté a la sombra de un inmenso alcornoque, sintiendo en los muslos la aspereza de la pinaza que cubre el suelo como un manto desolado. Se me avivó el recuerdo y le eché de menos. 

Acaricié la corteza y me entretuve con los nudos rugosos que esconden los años vividos. Los reseguí con fuerza para no olvidar que el mundo existe más allá de los pensamientos inciertos. Me dolieron las yemas de los dedos.

Nos separan veinte años. Fue entonces cuando, sin sabernos, nos colgamos de los hilos con el que hemos tejido, a la par, dos telas de araña distintas, lejanas, invisibles, densas y falsamente cálidas que nos atrapan con el acogedor engaño del hoy. 
Sentí el olor del romero aún húmedo y retrocedí a ese momento en el que todo era posible. Por eso, imagine de nuevo su presencia infinita y no pude por menos que abrazarme a ella para mantenerme y no caer ante el endeble equilibrio que todo lo sostiene. 

Convertí el silencio en un sentimiento incierto. Cerré los ojos y retorné con el roce tosco de la corteza centenaria que me recordó que ya no necesito nada, sólo saberle.

  

lunes, 16 de abril de 2012

EL CIERZO



La crisis ha dejado el edificio a medias y al parecer, los dos, que somos adversarios, hemos escogido el mismo banco. El más vetusto, el más deslucido de todo el pasillo. Personalmente no nos conocemos, nunca nos hemos visto, pero él me reconoce a mí y yo a él. Nos estrechamos la mano, los saludos de rigor y el aviso perpetuo “vamos con retraso, pueden ir a tomar un café, si quieren”.
Nos miramos y sabiendo que estamos cometiendo una falta que el poder del dinero, de saberlo, jamás nos perdonaría, caminamos despacio hasta la cafetería de enfrente. Entre los dos sumamos casi cien años, casi tantos como las tazas en las que nos sirven dos cafés hirviendo. 

Pensando que mataba el tiempo por no ser descortés, descubro que aquel que me remite correos de acero, ese que no ha levantado una sola vez el teléfono para intentar limar asperezas, es, en la distancia corta, de una extrema sensibilidad y amabilidad.
Mientras me explica lo mucho que ha crecido la ciudad desde que llegó buscando alejarse del bullicio tremebundo de las grandes urbes, suena su teléfono móvil, me pide disculpas y alejándose un par de pasos de la mesa, inevitablemente, termino escuchando una conversación personal que me confirma la impresión de los últimos veinte minutos. Vuelve sobre sus pasos y al sentarse me pide de nuevo disculpas. Se interesa por mi viaje, por cómo llegué a estar dónde estoy, sobre lo difícil que se está poniendo todo y las ganas que tiene de retirarse, irse con su mujer a vivir al campo. Una casa en un páramo solitario, batido por el cierzo y desde la que puede ver, durante los amaneceres recios, como la línea del cielo acuna amorosamente la tierra yerma. 

Mientras le escucho no puedo evitar pensar, y se lo digo, en aquel poema de Rilke que dice algo así: “Amo las horas oscuras de mi ser/ en las que se ahondan mis sentidos/ en ellas, como en viejas cartas/ hallo mi vida cotidiana ya vivida/ y lejana y olvidada como una leyenda”.
Debemos volver. Cruzamos la calle y al otro lado queda el gesto amable, las palabras blandas. Miro el reloj mientras volvemos a sentarnos cada uno en la esquina del viejo banco. No hay nada que hablar, todo lo que había que decir se lo dijeron antes otros. Sin embargo, le descubro mirándome de reojo mientras yo hago lo mismo. Miro al frente y no puede evitar sonreírme. En el reflejo de la ventana veo en él idéntico gesto. 

Los dos hemos ganado, eso lo tengo claro.

UNA MALA IDEA


Hace unas semanas me pidieron que escribiera un relato, un cuento. Un encargo particular, hecho desde la necesidad de saberse buscado. Nunca he escrito nada del estilo, a petición de nadie, así que puedo decir que hacerlo fue un esfuerzo extraño. El resultado no sólo fue malo, sino peor.  Así que jamás lo mandé, ni vio más luz que la de la pantalla en la que se escribió.

Días atrás hice limpieza del correo electrónico. Borré mensajes y, sobre todo, aligeré la bandeja de borradores. Acostumbro a utilizarla como archivo de proyectos, de cosas que quiero tener al alcance con independencia de donde estoy.
Encontré el cuento infumable que guardé a la espera de recibir la señal acordada. Lo leo de nuevo y me parece peor de lo que lo recordaba. La presión no es para mí, al menos no en cosas como esta. 

No fue una buena idea desde el principio y lo supe siempre. Pero una mala idea siempre se compensa con una buena idea, así que llega la hora de descartar el borrador para que, colgado en el Olimpo de los relatos muertos, descanse para siempre un mal texto que comenzaba “Un hotel siempre es un sitio extraño, demasiado personal, demasiado impersonal..."

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"Viajo,
estoy enfermo
y mi ensueño
recorre los campos muertos."

sábado, 14 de abril de 2012

I'M NOT A ROBOT


He pasado buena parte de la tarde leyendo blogs. Algunos los visito con frecuencia y otros no tanto. Pasar por la casa de otro puede pasar desapercibido, salvo para su propietario si tiene interés en saberlo, pero para el resto sólo es posible saberlo si dejas tu huella a través de un comentario.

Algunos aseguran que los blogs se alimentan y crecen gracias a los comentarios de los que hasta allí llegan. No lo tengo claro, aunque supongo que depende del tipo de blog, de los motivos por los que uno lo escriba, o del grado de su vanidad. No lo sé, aunque lo que es cierto es que cuando descubres que alguien ha dedicado su tiempo a leer lo que escribes y dedica más tiempo aún a comentarlo, casi siempre es una alegría.

Por lo general, mis paseos por blogs ajenos dejan poca huella, puntualmente, y en muy pocos, dejo el rastro evidente de mi paso por ellos. Supongo que eso obedece a cierta injusta pereza y dejadez para con los demás, en este aspecto.

A los que por naturaleza somos un poco perezosos, la activación, por parte de algunos titulares de blog, de la opción por la que estás obligado a teclear un código infernal para demostrar, a no sé quién, que no eres un robot, nos acaban por acentuar el capital pecado que nos aqueja.

¿Los robots comentan? Al parecer sí. Pero yo no puedo soportar tener que pulsar no menos de tres veces esos códigos infernales, con letras irreconocibles que hacen que, tras varios intentos, finalmente desista del comentario que, venciendo mi enorme pereza, pretendía colgar como un rastro de mi paso por esa bitácora.

Esta tarde de lluvia intensa, de frio descorazonador, venciendo la pereza y el odio feroz a los códigos anti-robot, he paseado y, a modo de las miguitas de Pulgarcito, dejado mi rastro. No son gran cosa, pero son las mías y me han costado lo mío.

jueves, 12 de abril de 2012

VUELOS RASANTES


Lo único que tenía a mano era la tarjeta de embarque del vuelo que iba a tomar, el IB 7053 16A. En su dorso, anotó “Cuando me mira, el tiempo se para”.

Subió al avión tras horas de espera que la casualidad transformó en un instante diminuto. Ocupó su asiento, anotó y durmió el resto del vuelo.

El tiempo convirtió aquel cartoncito en un punto de libro viajero. Madrid, Shangai, Santiago, Montreal, Delhi, Jaipur, Brändó, Buenos Aires y vuelta a empezar

Los altavoces anuncian un nuevo retraso. La culpa, esta vez, una enorme nube de ceniza que encapota Europa. Encuentra una mesa libre en medio de una cafetería abarrotada. Una única mesa en la que algún pasajero despistado ha olvidado su libro. Sobresaliendo de entre sus páginas, el resguardo de una tarjeta de embarque. Vuelo IB 7053 16B. En el dorso, una anotación “Mientras la miro el tiempo pasa muy despacio”.

Las casualidades no existen, o sí. Lo deja sobre la mesa, en la misma esquina que su propietario lo olvidó. Un té caliente y esperar. Su dueño volverá a buscarlo, seguro. No siempre se tiene la suerte de que el tiempo pase despacio, muy despacio.

Jamie Cullum - singing in the rain



 

miércoles, 11 de abril de 2012

SAMAI CAFE


Le vi enseguida. Había amanecido lloviendo y la humedad, a esa hora, ya era asfixiante. Sin embargo, sentado frente a la ventana, parecía no sentir absolutamente nada. Su aspecto pulcro destacaba entre la mugre que cubría las paredes de aquel lugar. Un enorme aventador espantaba las moscas que pesadas insistían en posarse en el filo de cualquier vaso que encontraban en su camino.

Me senté en una mesa cercana y, mientras simulaba leer el periódico, le observé con reserva. Una edad indefinida y un físico alejado de estridencias podrían haber pasado desapercibidos en cualquier país de Europa, pero no aquí. 
Se revolvió en la silla para acomodarse de nuevo mientras, con un gesto indolente, giraba las últimas páginas del Washington Post.

El calor empezaba a marearme y los pulmones a quemarme. En nada ayudaba el aire irrespirable que esparcía las aspas de un maltrecho ventilador. Aún así, la enigmática presencia de aquel sujeto indefinido, me impedía marcharme del Samai Café.

 ¿Quién era aquel tipo que en pleno monzón era capaz de vestir pantalón y camisa de lino blanco? Mientras me preguntaba algo tan absurdo como eso, el tintineo de unas monedas sobre la barra me devolvió a la realidad. Le vi alejarse, con las manos en los bolsillos, sin acelerar el paso pese a la lluvia que empezaba a caer de nuevo y a un tráfico infernal.

Una brisa de aire cálido, asfixiante, se coló entre los flecos de plástico que cubrían la puerta. Quedaban siete días por delante para que el correo llegara de nuevo, con él la prensa y el misterioso hombre de blanco. 

martes, 10 de abril de 2012

LO QUE ES


Sé lo que es plantar un árbol; tener un hijo; vivir un amor explosivo, incluso dos y hasta tres. Me quedan pocas cosas nuevas que hacer, intento pensar en ellas por si alguna se me hubiera escapado pero no. Ni siquiera queda el manido  montar en globo, cruzar el Amazonas, o  “tostarse” con el Sol de Medianoche, todo eso lo he hecho ya. 

Puedo cambiar el escenario, el sujeto de los amores, el paisanaje y no dejará de ser más de lo mismo. La repetición continuada de hechos debe tener un fin.   

Y es ese final lo que es. Buscar el momento, escoger la tramoya y desaparecer. 

lunes, 9 de abril de 2012

MERCYLESS TIME


En una esquina, pegado a una madera, colgaba un calendario con forma de taco. Día tras día, sin fallar uno sólo, una u otra, subíamos a la silla para arrancar la hoja que durante veinticuatro horas había presidido un rincón medio oculto en el comedor.  El paso del tiempo se medía por cosas sencillas: la llegada del fin de semana, los campamentos de verano, un cumpleaños, unos zapatos nuevos. Pero la evidencia de que el tiempo pasaba eran esas hojas pequeñas que, día a día, aligeraban la madera que las sostenía.

El tiempo era un elástico infinito.

Pero su cadencia inflexible es terriblemente engañosa. Ya no arranco hojas a un calendario. Dejé de tachar los días cuando las horas eran insuficientes. Nunca son suficientes y el elástico parece no poder dar más de sí.

En la cocina, pegados en la puerta del frigorífico, decenas de papelitos engomados, notas que me recuerdan que el paso del tiempo tiene sus propias normas, sus propias penitencias y que tensar en exceso la goma sobre la que se sostiene acaba por romperla y golpearte, inmisericordemente, en la nariz.

jueves, 5 de abril de 2012

LA GUERRA DE LOS BALCANES -VEINTE AÑOS NO SON NADA-

Es posible que a muy poca gente le diga nada el nombre de Suada Dilberovic y el de Olga Sucic, puede que a alguna más le suene el Puente de Vrbanja. Si estos mismos nombres hubieran sido pronunciados en el año 1992, es posible que muchas personas, casi la totalidad de lo que llamamos “mundo civilizado” supiera de qué estoy hablando.

Pero hoy, el año 1992, sólo es el recuerdo del año en que Barcelona se vistió de gala para acoger la celebración de los Juegos Olímpicos. Muchos han olvidado que ese mismo año, Yugoslavia, que poco tiempo antes, en concreto en 1984, había organizado los Juegos de Invierno en Sarajevo, se desangraba en una guerra fraticida.


Las primeras víctimas civiles de aquella contienda, Dilberovic y Sucic, caían a manos de los francotiradores serbios en el Puente Vrbanja. Todo eso ocurría el 5 de abril del año 1992. Europa, el mundo entero giró la espalda, miró hacia otro lado y permitió que durante más de tres años las más feroces atrocidades se sucedieran en el corazón de Europa.

Europa, esa tierra de todos y de nadie en la que se nos llena la boca de derechos y se nos olvida, a menudo, que comprometerse con el ser humano, con los derechos a la libertad, a la vida, está por encima de burocracias rancias.



Creíamos que los campos de concentración, las purgas, las fosas comunes, los francotiradores que disparaban a los críos que cruzaban una calle cualquiera pertenecían a época pasada, pero no es así. Prueba de lo fue la guerra de la ex Yugoslavia. Al lado de casa, con problemas de nacionalismos tan exacerbados como los que se viven en nuestro país, con tensiones tan agudas que hicieron imposible la convivencia, y arrastraron a miles de personas a una muerte segura. La mataza de Srebrenica, uno de los mayores genocidios del  siglo pasado.

Han pasado veinte años y como dice el bolero, veinte años no son nada. Sólo son la prueba palpable de que en cualquier momento podemos encontrarnos ante situaciones absolutamente catastróficas, en las que el bien más preciado que tenemos, la vida, y seguidamente a él, la dignidad y la libertad, pueden quedar maltrechos, sin posibilidad de recuperación, en cualquier esquina.


Los años son unidades con las que medimos el paso del tiempo. Pero existen formas menos convencionales de contemplar el avance de la humanidad, avance por llamarle de alguna manera, que no es otra que recordar los hechos que marcaron la historia y que jamás deben volver a ocurrir.

La humanidad es pasado y algo de presente. El futuro es sólo la esperanza de los hombres, pero nada más. Sólo no olvidando el cruel ayer podremos construir un mundo mejor, si eso aún es posible.

Y es que el hombre es un lobo para el hombre, pero me niego a perder la esperanza.


jorge Drexler - El pianista del gueto de Varsovia





http://lavidaesunsusurro.blogspot.com.es/2010/07/srebrenica-no-lo-olvidemos-y-pensemos.html

Vedran Smailoiv en 1992 ,varias veces durante el día, durante horas, tocó con su violonchelo el  Adaggio de Albinoni, para brindar homenaje a las 22 personas que fueron asesinadas mientras hacían fila para recibir pan en las calles de Sarajevo

MINIMALISMOS (XXVIII)

 Observa.
Juega. 
Lo apuesta todo al rojo par. 
La cagaste Burt Lancaster. Así es la vida.

martes, 3 de abril de 2012

DE LA AMNISTIA FISCAL A LA OBJECIÓN FISCAL

Estoy que trino, y no porque la primavera ya esté aquí, sino porque no me cabe en la cabeza que ningún gobierno del mundo, en un país sumido en la crisis, en el que el groso de sus ciudadanos soporta una presión fiscal brutal, anuncie como una medida necesaria, como un mal menor, una amnistía fiscal.

Tengo grandes dudas no solo legales, que las tengo todas, sobre la virtualidad de una medida como la acordada, sino incluso morales. No puede en modo alguno premiarse a quien, gracias al dinero que maneja, puede sustrae al resto de sus ciudadanos un dinero que va dirigido a sostener el estado del bienestar, a que tengamos una sanidad en condiciones, una enseñanza pública de calidad, unas prestaciones sociales que ayuden a sobrellevar los golpes de la vida, etc. Y es inmoral porque el sacrificio de soportar una carga fiscal de casi el 40%, en la mayoría de economías domésticas, no es sencillo en los tiempos que corren. 

Se ha demostrado que este tipo de medidas, además de impopulares e injustas para con la mayoría, no hacen aflorar nada. Defraudar es incívico y perdonar a los que defraudan  lo es mucho más. 
Salvaguardar a los delincuentes que amasan grandes fortunas a costa de los que menos pueden, haciendo que afloren su dinero escondido, negro y opaco, gravándolo con un 10% (un tipo sustancialmente inferior al que cualquier trabajador tributa por sus rendimientos del trabajo), se llama “blanqueo de capitales”. Sí y se llama así porque en esa voracidad estatal por obtener ingresos a cualquier modo, el Estado no preguntará por el origen de ese dinero opaco casi siempre proviniente de actividades poco lícitas.

Defraudar fiscalmente tiene dos vertientes, una administrativa y otra penal, y ambas, hasta ayer que yo sepa, tenía consecuencias nada gratas para el infractor.

Si  la memoria no me traiciona, creo poder afirmar que el Código Penal castiga, con pena privativa de libertad y multa del tanto al séxtupo de la cuantía defraudada, a quien defraude a la hacienda pública eludiendo el pago de impuestos o de cantidades retenidas; u obtenga indebidamente devoluciones o beneficios fiscales del mismo modo, siempre que la cuota de lo defraudado, de lo no ingresado por retenciones, devoluciones, o beneficios fiscales supere los ciento veinte mil Euros. Si tampoco recuerdo mal, el propio código recoge una exención de responsabilidad penal si el delincuente, que lo es, regulariza su situación antes de que se inicien determinadas actuaciones.
Cuando la cantidad es inferior a la señalada, esa defraudación es sancionada administrativamente, con la sanción económica correspondiente, el pago de la cantidad defraudada más con sus intereses.

Por eso no me cabe en la cabeza que el Gobierno, mientras nos estruja como una naranja, piense en amnistiar a nadie. Y no me cabe porque sé que, en lugar de eso, lo que debería hacer es mejorar sus sistemas de inspección fiscal, dejar de atosigar al pobre mileurista que sobrevive como puede. 

La existencia de la enorme bolsa de fraude fiscal que el Estado presume implica la negación y la inoperatividad del control ejercido por los agentes tributarios. En eso es en lo que deberían pensar y en firmar Acuerdos Internacionales, Tratados, o lo que consideren oportuno, para evitar la evasión de capitales. Pero claro, eso implica el reconocimiento del desastre del sistema de inspección fiscal, de la Oficina Antifraude y todas esas martingalas con las que se ahoga al pequeño contribuyente y nada se hace contra el delincuente fiscal.

Estoy dando vueltas sinceramente a preparar mi “objeción fiscal”, hace días que estoy en ello porque, como he dicho en otras ocasiones, yo quiero pagar impuestos para que los servicios funcionen, pero quiero que los paguen todos, y que eso sea en proporción a los ingresos y rentas que recibe cada uno. Si todos nos ponemos de acuerdo, si dejamos que nuestros impuestos descansen en cuentas públicas sin entregarlas al Estado hasta que el Ejecutivo retire su propuesta de amnistía fiscal, creo que tal vez algo se conseguiría.

Somos ciudadanos, clase media y clase baja, con ingresos controlados, pero no somos idiotas. 

lunes, 2 de abril de 2012

ISOFLAVONAS MON AMOUR

 
La primera vez que escuché lo de "primípara añosa”, dicho con cierto retintín, me quedé estupefacta, casi muerta. Sólo la indigna postura en la que me encontraba en ese momento, con las piernas colgando de una especie de potro mecánico, el bajo vientre al desnudo y escasamente cubierto por un sutil mantelito que en nada resguardaba mi tesoro, me impidió saltar de la camilla y agarrar por el pescuezo a la jovencísima enfermera que en aquel momento trasteaba entre dilatadores uterinos y espéculos vaginales para retarla a que eso me lo dijera en la calle. 

Así que tras digerir lo de primípara añosa, junto con unas recetitas que me entregó la impertinente señorita, me acerqué a la cafetería de la planta baja y sin rubor alguno, me colé, entre pecho y espalda, un chocolate con churros mientras la "amable" enfermera, al otro lado de la barra, caía rendida a las bondades de un yogur desnatado.

Vuelvo a estar con las piernas colgando, balancearlas mientras espero al doctor no debe ser correcto, pero lo hago. A mi espalda, el instrumental suena como siempre, mientras, una ligera corriente de aire bambolea el minúsculo pañito verde. Soy más añosa. En el techo hay una grieta que no le pega nada a esta consulta tan aséptica y moderna. 

Cruzo las manos sobre el pecho mientras espero. Pienso en lo curiosa que es nuestra vagina, nuestro útero, en definitiva, el mecanismo que nos llevamos entrepiernas y pienso que, en cuanto salga de esta consulta, maldita sea, tengo que tomarme un té con isoflavonas de soja. Así es la vida.
Mientras soplo mi taza, la señorita del uniforme amarillo, esa que desde hace años desinfecta los espéculos, merienda, al otro lado de la barra, un chocolate de esos que toman las añosas. Cosas de la vida y de las vaginas.

domingo, 1 de abril de 2012

SÓLO ES DOMINGO DE RAMOS


Sentirse extranjero en la ciudad en la que uno ha nacido y vive no es algo singular, sobre todo si lo hace en una que se dice abierta al mundo. Esa sensación suele acometerme, de una manera casi violenta, cuando bajo al centro y camino por mitad del bulevar que une el centro de su plaza principal con el inicio del mar Mediterráneo.

Pero basta abandonar la artería principal, esa por la que se desangran las hordas de turistas en busca de sol y cerveza barata; alejarse de todo eso para encontrar una ciudad distinta, desconocida para la mayoría, una ciudad en la que en sus estrechas calles nunca verás tu sombra porque el sol jamás baja hasta la acera.  

La comunidad filipina se reúne en la parroquia de San Agustín, en pleno Raval y allí, hermanados con los suyos (que deberían ser los nuestros porque viven con nosotros, trabajan con nosotros y, porque no decirlo, crían a muchos de los niños que viven en los barrios residenciales de esta ciudad), celebran el inicio de la semana santa. 

Es algo extraordinario incluso para alguien quien, como yo, olvidó la cuestión religiosa en el baúl de los recuerdos hace ya muchos años. No deja de ser increíble observar el enorme esfuerzo de algunos por llevar a cabo su liturgia religiosa, esa en la que depositan su fe y su esperanza. Y no seré yo quien diga nada en contra. Y menos diré cuando estoy convencida que muchos de los que estan ahí lo creen de verdad, y menos aún diré cuando veo esos niños, humildemente engalanados de domingo, con las sandalias rozadas, las palmas un tanto raquíticas, acompañados casi todos ellos de la mano de sus madres, con cara de felicidad creyendo estar haciendo algo importante.

Puede que en unos años renieguen de todo eso y adopten la fe del futbol, la de la taberna o la de las finanzas o puede que simplemente no adopten absolutamente nada y continúen fajándose con la vida como puedan.

Pero es Domingo de Ramos y un año más, aunque no bata el aire con una palma, ni golpee el suelo con ningún palmón, he disfrutado, desde la esquina de la plaza, la misma de siempre, de uno de los mejores espectáculos de esta ciudad, la vida misma.