jueves, 30 de agosto de 2018

PAPEL CUCHÉ


Me estoy concentrando todo lo que puedo en mi Yo por Defecto. Racionalizando mis palabras. Nada del pasado. La senda del optimismo. El futuro es una carta en blanco.

-Francamente, Frank-  Richard Ford





Llegué y cogí una revista que empecé a ojear para hacer tiempo. Unos cuerpos perfectos y musculosos me saludaban desde aquellas páginas. ¿Me atraía todo aquello? Sí, y por eso siempre escogía el mismo tipo de panfletos para pasar el rato aunque después, cuando era pillada en falta, negara el interés. De inmediato me ví allí, en uno de aquellos barcos magníficos, en una cala espectacular y rodeada de unos cuerpos que quitaban el hipo. ¡Qué importa el Photoshop! Me pasé la mano por el vientre abultado por el descuido, desde luego el mío no pasaría el filtro para aparecer ahí. Metí barriga sorbiendo los restos de un café demasiado caliente y me imaginé en una cubierta despejada, acompañada por uno de aquellos cuerpos perfectos. Andaba perdida entre las embestidas de un adonis tan plano como inmortal, cuando alguien me tocó en el hombro. ¡Qué susto!, no le había oído llegar. Mis bragas andaban húmedas por la mística del papel cuché y ahora debía disimular el torbellino que sentía entre las piernas mientras le daba los buenos días a aquel conocido. Empezamos una conversación trivial, las vacaciones y esas cosas. Se pidió un café y de refilón le vi mirar la página que aún sujetaba con fuerza. Ese tipo es gay, dijo, pagando lo suyo y lo mío. Despisté y le pregunté por la familia mientras me guardaba en el bolso la revista del bar para, más tarde,seguir lo que se había quedado a medias en el bajo vientre.






viernes, 17 de agosto de 2018

FUENTERRABÍA


Me dijiste que hablé dormido. Es lo primero que me acuerdo de esa mañana.Sonó el despertador a las seis.

La uruguaya - Pedro Mairal






Quedamos en encontrarnos en la terminal de autobuses. Ninguno de los dos habíamos estado nunca en aquella ciudad así que no habría ventaja, cada uno jugaríamos con nuestras propias cartas de desconocimiento total y absoluto. Yo llegaría en avión y desde el aeropuerto me trasladaría hasta la estación de autobuses en un coche alquilado. No conocía las carreteras pero no sería tan difícil llegar hasta aquella ciudad de provincia en la que iba a producirse aquel encuentro colosal. En la cola del embarque sentí unas punzadas en la barriga, no me sentía bien. No era nada solo la duda y la falta de un buen desayuno. Podía abortar en ese mismo momento aquella aventura que tenía más de incógnita que de otra cosa. Preparé un par de frases hechas que podía improvisar mientras cogía un taxi hacia casa. Las repetí mentalmente, engolando incluso la voz, mientras avanzaba en la cola hasta que me encontré en el túnel de entrada al avión. Busqué mi asiento y me senté. Nadie lo hizo a mi lado y pude dejar la bolsa sin tener que pelearme con mis propias piernas, ni con los brazos del vecino. Miré por la ventana y el cielo permanecía de un gris ceniciento, mucho más oscuro que lo que el hombre del tiempo había predicho. El resto del pasaje embarcaba sin prisa y me adormecí cambiando el discurso de una excusa cualquiera por  las primeras frases de una conversación aun  no empezada. La cosa no podía ser muy distinta pronunciada en voz alta. Me cansé pronto y empecé a anotar la lista de la compra en un papelito que encontré en el fondo de mi bolsa. Estábamos a martes pero la nevera hay que llenarla antes del fin de semana y ahora tenía tiempo de sobras para hacerla. Dos filas por delante de mí una pareja entrada en años se besaba, algo se me removió por dentro que me obligó a apartar la vista. Hojeé la revista de la línea aérea para distraerme, pero ni así conseguí borrar de la cabeza mi propia imagen subiendo en un avión camino de un desastre anunciado. Me sonó el móvil y entró un mensaje: Imposible viajar, tormenta en Fuenterrabía. Se me aflojaron las piernas y el sudor empezó a recorrerme la espalda. Intenté desabrocharme el cinturón para apearme de aquel trasto mientras en el centro del bajo vientre noté como las ruedas del avión despegaban del suelo. Maldita sea mi estampa, maldita sea Fuenterrabía, maldito sea marzo, maldita sea la compra del fin de semana. Contesté con un: Ok, sin problemas, aun no embarcada y un emoticono con una sonrisa que no me creía ni yo misma. Me acomodé en el asiento, le pedí un vodka a la azafata y me dormí mirando el gris plomizo que bordeaba la costa.





jueves, 9 de agosto de 2018

ZANCADAS


Creo que no nos une ninguna impostura, sino un bar. 
Se llamaba el aviador y era un bar de Barcelona.

Enrique Vila-Matas




En esta ciudad ya nada es lo que fue. Empezamos descuidando lo accesorio y hemos acabado abandonado a lo principal, a su gente. Descuidar al vecino con el que uno apenas se cruza unos buenos días en el portal, al tendero al que se le piden las cuatro urgencias sin dejar de atender la pantalla del móvil, y descuidarse uno mismo frente a las urgencias que impone la vida urbana, aunque uno no lo quiera y juegue al escondite con cada una de ellas. 
Alguien ha plantado unas margaritas blancas en el hueco del árbol. Va a ser difícil que las flores soporten la calima de estos días, pero de momento han modificado el anodino paisaje de una acera cualquiera. Un milagro urbano que desaparecerá sepultado en un mar de orines de perro. Puede que el empezar a recuperar el espíritu de esta ciudad esté precisamente en dedicar unos minutos, a veces solo unos segundos, en mirar alrededor y descubrir algunas de las cosas asombrosas con las que aún hoy, pese a todo, puedes encontrar al doblar una esquina. Y puede que mirando descubramos que, entre los desconocidos con los que nos cruzamos a diario, hay gente que procura que lo que nos rodea no se convierta en una ruina. Conviene empezar a andar despacio y a observar sin recelo. Puede que así recuperemos algo de lo que un día creímos ser o, en el peor de los casos, que no se nos pudra el ánimo.




sábado, 4 de agosto de 2018

FOR YOUR INFORMATION



Nada saben, los hombres, de ella:
la fugitiva de los siglos.

Harold Alvarado Tenorio




Te tocas los brazos y notas la flacidez de los años, el abandono, el cuerpo tierno que encierra afectos prohibidos que entregan y reciben con fecha de caducidad tatuada en el centro del pecho. Le buscas con la vista porque con las manos ya no puedes y ahí está, entre momentos de gloria y momentos de mierda, sobreviviendo a la calima del verano, al frío del invierno y a ese tedio por el que se arrastra desde que hace mil años entregó su alma al diablo. Piensas en los te quiero que han quedado colgados en el aire como ropa tendida, ropa que se orea al son de un saxofón que solo tú puedes escuchar, lo mismo que esos te quiero que no tiene explicación alguna, que no tienen justificación que los sostenga. El olor a almizcle, a sudor tibio y a encuentros estrechos en mundos paralelos que un día establecisteis frente a todos.  Abres una cerveza fría y lanzas la chapa al aire haciendo trampas al destino, si cae de cara bien, si queda bocarriba peor. Mañana llegará y seguirás añorando ese instante estúpido en el que le señalaste el cielo turbio de Madrid y le dijiste que ahí, entre la nada, se encierra una vida entera.