domingo, 31 de agosto de 2014

SACANDO EL POLVO


Uno quisiera simplemente vivir y envejecer, 
pero al final termina buscando razones. 


Acabo de descolgar el cartel mental de “Cerrado por vacaciones” de las vacaciones más cortas de mi vida. Rehago la lista de propósitos, como si se tratara del año nuevo, pero solo tengo uno:

Sacar el polvo a algunas cosas, y otras meterlas, definitivamente, en el contenedor del reciclaje.

Que empiece el baile y el que quiera bailar, sin prisa pero sin pausa, que se suba al carro.



jueves, 21 de agosto de 2014

PAROLE


Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo Importante


La mayoría de veces nos quedan tantas cosas por decir, por hacer, que podríamos llenar una saca con todo lo que se nos queda en el tintero, pendientes para mañana. Y aun así, con la bolsa bien repleta y fecha en el calendario, las ganas se quedan en la punta de la lengua, veladas por la obligación del adiós. Despedirse de los niños siempre es extraño, entre otras cosas porque se supone que como adulto puedes manejarte cómodamente ante ellos y, en realidad, casi nunca es así. Por eso esta vez, nuevamente, la cosa ha sido extraña e incluso un poco más triste que otras veces. Al menos para mí. Puede que sean los años que me ablandan aunque, a decir verdad, la edad no ha hecho más que apuntalar lo que de fábrica ya me venía dado. Y es que en cuestiones de afectos, las cosas son como son, y aunque uno quiera intentar ponerse el traje impermeable, cuando la cosa es como es, no hay gabardina que valga. Las cosas son así y no de otro modo. No aprenderé nunca, aunque creo que tampoco lo quiero.




miércoles, 20 de agosto de 2014

TALUD


Cuando todo parezca estar en tu contra, recuerda que
los aviones despegan con el aire en contra, no a favor.


Empezamos a correr demasiado. Nada nos esperaba. Solo tú, solo yo, y tu mirada ausente, perezosa, insinuación de lo finito. Sobre la arena, dos lagartijas buscan la sombra de tus piernas. Los músculos aprietan y te sabes vivo. Creo en ti, sin fisuras. Sé quién eres, sólo, inmutable. Y al final, un poco tú y un poco yo, dos sombras que apenas se cruzan. Nada más.


sábado, 9 de agosto de 2014

DIARIO DE UNA MUJER DESPEINADA (VI)


"Al mismo tiempo, las palabras son verdaderas y muy traicioneras, 
y tienes que inventar porque ya están muy viejas..."



¿Quién dijo que en Madrid no se puede dormir en verano? Una brisa queda sube desde el Retiro y me despierto con un ligero temblor en el bajo vientre. Alguien me dijo una vez que una no se acaba nunca mientras siga teniendo ardores. Puede que no esté acabada, que no esté muerta, y que en realidad solo esté dormida, anestesiando la derrota que grabé con una muesca en la puerta de la cocina y de la que ya apenas queda marca. 
Medianoche quedó atrás pero sigue la penumbra. Cierro los ojos de nuevo, buscando volver al lugar en el que comenzó la noche. Y poco a poco, sin pensar en nada, la vida me acaricia de nuevo y me susurra, mientras empiezo a adormecerme, que mi delicioso destino se encuentra entre los dedos de unas manos satisfechas que a veces se multiplican por dos.



viernes, 8 de agosto de 2014

Y LUCHARÁS CONTRA MOLINOS DE VIENTO, CONTRA VIENTO Y MAREA


«Los hijos a veces pueden ser ángeles para el conocimiento de uno mismo
 y otras veces son las peores personas del mundo».


Que los padres y los hijos tengan conflictos generacionales es algo admitido por todo el mundo y cuando pensamos en ellos, cuando nos dolemos de lo duros que son, siempre pensamos en la adolescencia por la que todos pasamos. Transcurrido ese momento atroz pensamos que la normalidad vuelve a encauzar las relaciones, los hijos entendemos a los padres y éstos, en la dinámica de comprenderlo todo, siguen entendiéndonos (o haciéndolo ver) mientras vivamos. Pero hay un momento peor que la adolescencia rebelde y revolucionada, sí. El peor momento es aquel que nace cuando tus padres llegan a la vejez y los papeles, sin que lo quieras, se invierten. Los que siempre te cuidaron, te atendieron, precisan que estés pendientes de ellos, que seas tú quien les cuides, sin ahogarlos.

Hace unos días tuve un serio conflicto con mi madre. La cosa se puso peor que mal. Los acontecimientos no acompañan, tampoco esa especie de pasotismo que la edad le ha dado a ella, ni por supuesto un exceso de rigidez por mi parte, agravado por cansancio en cuestiones que nada tienen que ver con ella. De un tiempo a esta parte, las cuestiones económico-domésticas empiezan a convertirse en algo que, de vez en cuando se le va de las manos. De poco sirven las mil artimañas para que funcione con cierta autonomía. A la que se le relaja la supervisión, su vida se convierte en un puro caos y éste, como una bola gigantesca de nieve, convierte el resto de sus cosas en un verdadero desastre. Tomar las riendas de quien en su momento llevaba las tuyas no es nada agradable, es una obligación que nos convierte en unos seres hoscos y mandones. Imponer normas a mi madre, a estas altura de su vida, cuando su estado de salud no es malo, solo es una señora de edad avanzada que pasa de todo y de todos, pero que mantiene intactas sus facultades mentales, es algo así como intentar poner cercas al campo. Así que andábamos de morros y delegué en otros para evitar tener que seguir tragando veneno. Un veneno que sé que no es justo ni para ella, ni por supuesto para mí.  

Ayer noche, después de mi caminata anti-infarto de prescripción facultativa y sin descolgar el teléfono para marcar su número desde hacía más de una semana, me puse a ver la película Nebraska de Alexander Paine. Los protagonistas, un padre y un hijo. El primero, un alcohólico entrado en años y con claros síntomas de demencia que recibe una carta en la que le comunican que le ha tocado un premio, un truco de marketing que el padre no comprende que no es más que eso, una publicidad engañosa. Obsesionado con el dinero que cree que ha ganado, intentar emprender el viaje para recogerlo. La familia, en concreto uno de sus hijos, intenta detenerle hasta que ve que es imposible, la fijación con el premio le lleva una y otra vez a emprender la caminata a lo largo de la autopista que va de Montana a Nebraska. El hijo, preocupado por el cariz que va tomando la situación, decide acompañarle para que así este se convenza de que el premio no existe. Durante el camino, la relación entre el padre y el hijo rota desde hace años, evolucionará hasta que poco a poco se irá recuperando el vínculo perdido.


Nada me vino más a huevo para volver a replantearme lo difícil que es, a veces, hacer de hijos de nuestros padres y lo mucho que me pesa, al menos a mí, mantenerme en el disgusto familiar. Alguien tenía que dar un paso adelante. La vida también eses eso.
Esta  mañana, he llegado tarde a trabajar. La he telefoneado, le he dado una excusa estúpida como pocas, y nos hemos ido a desayunar. He sacado el tema que nos llevo al conflicto pero mi madre, que es la madre que me parió, ha puesto el automático y ha decidido que el tema no iba con ella.  Así que se ha tomado su tostada y su café con leche  mientras me ponía al día del estado de media familia e ignoraba cualquier otra cuestión que no fuera esa, y la que suscribe, ha decidido hacer borrón y cuenta nueva. A veces, luchar contracorriente es difícil, mucho. Ríanse de la adolescencia.


miércoles, 6 de agosto de 2014

NADIE HABLABA DE AMOR


¿Cuándo dejó el futuro de ser una promesa para convertirse en una amenaza?



Llegados a este punto, la necesidad de romper la baraja se convierte en algo esencial. Nuestra propia supervivencia depende de ese gesto doloroso. Negociamos frente a nada, tu escalera de color contra la mía y vuelta a empezar. Las cartas estaban marcadas, pero aún sabiendo que la jugada estaba perdida, que solo escondía un farol, insistí en seguir jugando. La vida es bien extraña.



martes, 5 de agosto de 2014

MÁS DE LO MISMO


La tristeza inexpresiva abrió sus dos ojos enormes. 
El florero al despertar del cristal arrojó las flores.





No sé si es demasiado apropiado clasificar los libros, su lectura, en función de las estaciones del año, como si algunos libros debieran leerse en invierno y jamás en un julio angosto y caluroso. Y aunque sé que más de uno y más de dos se llevarían las manos a la cabeza si conocieran este modo de repartir mis lecturas, en función de la meteorología, en mi caso, no son pocas veces que lo hago así. Por eso, por esta conocida manía que tengo, que en pleno mes de agosto me encuentre releyendo “La aguja dorada” de Montserrat Roig (*), un libro espléndido que habla de Rusia en general y del sitio de Leningrado en particular, no ha dejado de causar, incluso a mí misma, cierta sorpresa. Pero el escenario, el mío personal, lo acompaña. Cierto recogimiento pese al calor, el estado mundial de ruina humana generalizado y un cierto desfallecimiento circunstancial, no han hecho más que abonar el terreno para agarrarme a lo ya conocido, a leer, nuevamente, sobre el sitio de Leningrado y, en consecuencia, sobre la maldad humana. ¿Qué clase de seres son capaces de asediar a los suyos hasta matarlos de hambre, de reventarlos por dentro y por fuera? Sólo el hombre. Somos la única especie capaz de convertir a nuestros congéneres en infrahombres. Son estas situaciones las que me convencen, cada vez más, de la maldad del hombre en lo general y de la grandeza del ser humano en lo particular.  Algo que parece incompatible pero que no lo es en absoluto.

El sitio de Leningrado por el ejército alemán duro aproximadamente novecientos días. Durante todo aquel tiempo no dejaron de bombardear la ciudad ni un solo día. Ayudados por los finlandeses, los alemanes cortaron todo acceso a la ciudad, con la finalidad de matar a la población de hambre. Era el modo más económico que los alemanes encontraron para reducir la resistencia rusa. Cientos de miles de personas murieron en los tres años que duro la infamia, cientos de miles quedaron sepultados bajo la nieve del invierno hasta que, al llegar el deshielo en primavera, pudieron ser enterrados en las fosas comunes que invadieron la ciudad. Aquello empezó en el año 1941 y finalizó en 1944.



En uno de los fragmentos del libro, la escritora relata como quiso entrevistar a Boris Kostiurin, uno de los ingenieros civiles que, en los días del sitio, se dejaba la vida construyendo vías en lo que llamaba “la carretera de la vida” para que los alimentos pudieran llegar a una población ya desfallecida y casi desahuciada y, por otro lado, permitieran ir evacuando a la población. Kostiurin se encargaba de construir puentes que enlazara el tren con los barcos que llegaban a las poblaciones cercanas y que  debían permitir que, circulando por encima de los lagos helados, los camiones transportaran las reservas de harina que debían mantener con vida a los sitiados en Leningrado. Sin embargo, la escritora no consiguió arrancarle una sola palabra sobre la guerra, ni del hecho de guardar un par de condecoraciones que se había ganado durante el sitio. Y nada tuvo que ver en esta negativa a hablar de todo aquello el hecho que, en el momento de la fallida entrevista, el ingeniero sufriera las severas consecuencias de dos grandes embolias. Fue la necesidad de no volver sobre un pasado negro que le marcó de por vida. Kostiurin no es más que una muestra de los muchos que vivieron aquel infierno. En los días del sitio, mientras trabajaba en uno de los improvisados muelles que se construían entonces, había presenciado el bombardeo de un barco  que llevaba las tres cruces rojas que indicaba el transporte de niños y civiles. Mientras el barco se encontraba zarpando, a pocos metros del muelle, los cazas alemanes lo bombardearon. La sangre de los niños, de las personas que viajaban escapando de la hambruna y de una muerte probable, se mezclaba con la harina que se transportaba en el barco y que debía alimentar a los muchos que quedaban en Leningrado.  Dicen que algunos niños intentaron alcanzar la orilla, pese al agua helada y al agotamiento físico, pero los cazas les dispararon hasta que se hundieron en las heladas aguas rusas. Casi ninguno de aquellos niños sobrevivió. Todo aquello quedó clavado en el corazón del ingeniero, y jamás mostró ni una sola de sus condecoraciones, ni siquiera cuando su vida ya llegaba al final. 

Terminado el libro de nuevo, mirando las noticias de la televisión sobre la guerra entre Israel y Gaza, sobre el desarrollo de la misma, no puedo dejar de pensar que no hemos aprendido absolutamente nada. Pero nada de nada. Y no es una cuestión de política sino de humanidad. Para la maldad no hay estaciones del año, eso está claro.





(*) La aguja dorada hace referencia a la aguja dorada, rematada por una veleta de oro en forma de pequeño barco, que se encuentra en el Almirantazgo de San Petersburgo, que fue la sede de la Escuela de Almirantes Imperiales Rusos. Está situado en el extremo occidental de la avenida Nevski, es uno de los monumentos más famosos de la ciudad.






lunes, 4 de agosto de 2014

EL PERRO MONGOL


Yo era libre, como tú, pero quería vivir demasiado. 
Mira, viento, mi cuerpo está frío y no hay a quién estrechar la mano.


Cuando se me ocurrió decir que El perro mongol me había parecido una película maravillosa; que me había gustado tanto que, con toda seguridad, no tardaría en viajar a las estepas de Mongolia, las personas que estaban conmigo me miraron como si frente a ellas tuvieran a un marciano. En aquella tertulia, la mayoría consideraba que era un bodrio sin igual y yo, por el contrario, pensé que era de lo mejorcito que había visto por aquellos días. Causé tal revuelo al defender las bondades de la película que incluso me ofrecieron llenar el suelo de casa con boñigas de vaca, cortarme el agua corriente y la luz para que me ambientara y que luego les contara la gracia que puede tener el vivir así. Creo, sinceramente, que no entendieron nada. 



Sigo pensado que El perro mongol es una buena película, casi un documental, que nos cuenta la vida de una familia, los Batchuluun, en la estepa de Mongolia. La historia gira alrededor de Nansal, una niña que vive con sus padres y hermanos. Un día, mientras recoge leña para llevar a la tienda en la que vive con su familia, encuentra un cachorrito de perro y quiere llevarlo a casa. Sin embargo, el padre cree que el animal es la reencarnación de un lobo y que su presencia sólo puede traerles desgracias, por lo que obligará a Nansal a que se deshaga de él. ¿Les parece un argumento absurdo? ¿Simple? Pues puede serlo y casi les diría que lo es, pero le sirvió a Byambasurem Dvaa (su directora), para filmar una bellísima historia que nos muestra la vida de los nómadas mongoles en el siglo XXI.


La belleza de los paisajes, una ambientación rica en colorido y detalle, hacen de esta película un verdadero banquete para la vista. A lo largo de la película verán como la sencillez lo llena todo, donde los actores no lo son, sino que son personas corrientes que se limitan a convivir con una cámara que les filma en sus cosas cotidianas, en su vida de nómadas. Verán como las bostas (excrementos) de los yaks y otros animales forman parte de los elementos habituales con los que se desarrolla la vida de la familia. Igual servirán para que Nansal y sus hermanos jueguen, como para ser utilizadas para mantener las hogueras con las que la familia cocina, se calienta, etc. 





La espiritualidad marca la vida de estas personas, una vida religiosa que lo impregna todo y que los niños aprenden a respetar desde muy pequeños. La hermana de Nansal pronunciará la famosa frase "No se juega con Dios" cuando descubre a su hermano pequeño jugando con una figura de Buda. Una frase que podría quedar en eso, en un simple dicho, pero que trasciende al ver la vida de los que rodean a quien la pronuncia. Y es que, desde luego, con Dios no se juega. Veremos como la madre explica a sus hijos qué es lo que ocurre con la reencarnación porque "Todos morimos pero nadie está muerto"; como se exorcizará la mala suerte y pedirá la protección de Buda mediante el lanzamiento de cucharones de leche al aire mientras se despide al padre de la familia.
Verán qué lejos está ese mundo del nuestro y lo sencilla que puede ser la vida aún en las situaciones más incómodas. Porque lo que de verdad importa es lo que uno siente y cómo lo siente, que lo material por lo general nos aleja de lo esencial.

No les quepa ninguna duda de que la que escribe irá a Mongolia, y recorrerá sus estepas, y mirará a todos y cada uno de los perros con los que se cruce pues, con toda seguridad, en otra vida, fueron alguien con una historia que sus ojos contarán.


viernes, 1 de agosto de 2014

SAMARKANDA


Que una cosa sea verdad no significa que sea convincente, ni en la vida, ni en el arte.


El problema de tomar decisiones que solo materializan lo que otro ya ha resuelto por ti es la flaqueza en la determinación. Cualquier mínimo movimiento en la partida de aquel puede llevar a cuestionarte si lo decidido no ha sido precipitado. Se genera una duda espesa sobre la interpretación de las cosas, de las minúsculas percepciones que te llevaron hasta allí, que escuece. Pero la flaqueza dura lo que duran los espejismos engañosos porque la realidad es la que es, aunque uno intente esquivarla para no dolerse.

Dicen que en Samarkanda se encuentra la piedra que esconde la verdad sobre los afectos y que los Dioses, después de una feroz batalla con el hombre,  la cubrieron con un lienzo de seda  y la enterraron bajo la arena del desierto para que nadie pudiera dar jamás con ella. Desde entonces la zozobra  y la duda nos gana la partida.