lunes, 28 de octubre de 2019

Y LO VOLVEREMOS A HACER



"El nacionalismo es creer que el hombre desciende de distintos monos"
Jaume Perich






Ayer lo volvimos a hacer, salimos a la calle y las llenamos, pese a todos los inconvenientes que el querer hacer escuchar tu opinión cuando no eres nacionalista, independentista. Los soberanistas están subvencionados y promocionados desde los poderes públicos para reivindicar sus posiciones radicales; Los constitucionalistas, tan catalanes como los otros, no lo están nunca. El aparato propagandístico existe y siempre escupe hacia el mismo lado, el de la Estelada más siniestra. La lista de obstáculos puede ser inacabable. Pero existe uno mucho más íntimo y personal que los anteriores. El conflicto catalán se ha llevado por delante las relaciones personales, laborales y familiares de muchas personas y, a veces, aunque se tengan las ideas muy claras, ponerse de frente ante esta cuestión puede tener un alto precio social.La quiebra de la convivencia es absoluta. 

Manifestarse en Cataluña para reivindicar derechos, si no se es independentista, requiere un gran valor y hacerlo con una bandera de España, el país de todos, un desafío por el que te pueden partir la cara. En estos momentos, rodeados de una caterva de indocumentados, hacer entender que la bandera de un Estado no tiene ideología es una peregrinación a la nada. De una manera absolutamente artificiosa, se pretende, por algunos, identificar la bandera de un país con ideologías totalitarias. 

Muchos olvidan que España es uno de los países con los estándares democráticos más altos del mundo. La bandera, de la que hasta ahora casi nadie se preocupaba, es solo un símbolo más que representa a un país en el que, desde la unidad, cabe la discrepancia. Es la imagen de la libertad y de la democracia. Un símbolo de reconciliación que ahora se dinamita sin ningún sentido, abriendo heridas que nuestros abuelos cerraron dándose la mano. Ser español no es nada vergonzoso, como no lo es ser catalán, extremeño o ser de Ruanda Burundi. La pertenencia a un Estado es, casi siempre, un hecho meramente accidental y del que nadie tiene nada del porqué avergonzarse. Este país, el nuestro, lo formamos entre todos y la bandera que lo simboliza somos nosotros mismos. En otros países, todo esto, lo tiene muy claro. Pero España es un país anacrónico en el que una parte del mismo, por pura autodestrucción, pretende acabar con él para ser otra cosa distinta que no saben bien lo que será. 

La Constitución nos ampara a todos, incluso a los que pretenden facturarla y corromperla haciendo una torticera y malintencionada interpretación de la libertad y de la democracia mientras intentan acabar con ellas. Por eso hay que salir a la calle, sin esconder los símbolos que nos unen y que nos identifican como gente de paz, gente con valores, gente con talante democrático. Y salimos, y saldremos cuántas veces haga falta, por nosotros, por vosotros, incluso por ellos. Porque esto no va ni de derechas ni de izquierda. Esto va de libertad y de seguridad, la de todo el mundo.




viernes, 25 de octubre de 2019

LAS CALLES SON DE TODOS


España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Constitución Española





Que la vida iba en serio, lo dijo alguien ya hace mucho tiempo. Que es algo que se puede girar cuando menos te lo esperas, es otra de aquellas cosas que se repiten de boca en boca, sin darle demasiada importancia, hasta que llega el día y te coge desprevenido. Pretender llevar la normalidad de las rutinas como compañera de viaje a veces requiere un esfuerzo titánico, convirtiéndonos en singulares toreros que vamos recortando, como podemos, para seguir adelante, sin que se note demasiado que la cintura ya no puede ceder tanto. 

Disimular que las cosas no están tan mal, que puedes seguir haciendo tu vida sin que el exterior afecte a las componendas que vas tejiendo a diario para enjuagar tanto desastre social, es casi obligado. Por eso, aunque media ciudad arda a manos de los que nos quieren arrancar, no solo la libertad, sino nuestra vida civil, seguimos yendo al cine, a tomar una cerveza cuando la tarde lo permite. Pero la vida social se va reduciendo porque ya no te va bien quedar con cualquiera, porque quieres sentirte en completa libertad para poder expresar tu opinión sin que nadie te tache de nada, sin que nadie te insulte. La enfermedad del nacionalismo lo pudre todo y, cada vez que puede, te enseña la pústula para que no olvides que está ahí y que ya no hay vacuna contra tanta mierda. Pero hay que ser tozudo y no dejar que nadie, en nombre de nada, nos quite lo que aún tenemos, la libertad de seguir pensando como queramos, de poder manifestarnos en defensa de nuestros derechos y nuestras libertades frente a todos, y reivindicar que la democracia no es una palabra vacía de contenido con la que llenar eslóganes publicitarios que enmascara el más vergonzoso de los totalitarismos xenófobos que intentan imponernos. Por eso, hay que recordar cada día que la vida de verdad va en serio, que nadie vale más que nadie y que somos, mal que nos pese, el fruto de las inmensas contradicciones en las que vivimos. 

El domingo, como no puede ser de otra manera, hay que volver a salir a la calle, porque no podemos dejar que aquellos que nos detestan, que han quebrado la convivencia, no han ganado, ni ganaran nunca. Porque las calles no son suyas, las calles son de todos.




sábado, 19 de octubre de 2019

DESPERTAR AL MONSTRUO


Ninguna revolución, independientemente de con cuánta amplitud abra sus puertas a las masas y a los oprimidos —les malheureux, les misérables o les damnés de la terre, como los llamamos en virtud de la grandilocuente retórica de la Revolución Francesa—, se ha iniciado nunca por ellos.

La libertad de ser libres. Hannah Arendt




Hace una semana, antes de que saliera la Sentencia de “El Procés”, me avancé en el pronóstico de que venían tiempos difíciles. Y llegó la resolución y, con ella, álguien levantó el banderín de salida de la violencia extrema que se venía fraguando desde hace muchísimo tiempo. Pero que nadie se lleve a engaño, con Sentencia o sin Sentencia, con condena o con absolución, la llegada de los actos de terror y saboteo que sufrimos, estaba a la vuelta de la esquina. 
Nada de lo que está ocurriendo es casual. Todo obedece a un plan preconcebido y previamente orquestado para proclamar, está vez de una manera firme, la independencia de Cataluña, mediante la utilización del constreñimiento más feroz.  
Desde el lunes, con la caída del sol, la mayor parte de la población catalana vive entre el temor y la rabia. La violencia que desencadenan los nacionalistas más radicales en el centro de las ciudades es difícil de sobrellevar. El nacionalismo es violento por naturaleza y negarlo es de una ingenuidad peligrosa. Existen personas que, haciendo gala de una enorme candidez, creen que la violencia no es consustancial al independentismo catalán y, sin tener prueba alguna de lo contrario, manifiestan su respeto por los que cada tarde se manifiestan, sonrisa en ristre por las calles de nuestras ciudades. Les creen pacíficos, merecedores del respecto, incluso desde la discrepancia. Y se equivocan, todos esos que salen a la calle, con sus lazos amarillos y sus consignas de una democracia en la que no creen, son los que jalean y muestran una complacencia absoluta con los actos de violencia brutal que se repite cada día con la caída del sol. 
Europa ya ha vivido esta situación  y el resultado siempre ha sido nefasto. Corrían los noventas, los juegos de invierno se habían celebrado en la ciudad de Sarajevo, y ahí, en mitad de Europa,casi sin que nadie se diera cuenta, estalló una guerra en la que no hubo piedad para nadie. Las secuelas aun hoy día existen. 
La violencia que nace de lo irracional es un monstruo que, una vez se le deja correr, es difícil de parar. Y aunque la fractura social en este momento ya es difícil de reparar, aun estamos a tiempo de evitar que todo salte por los aires. El nacionalismo catalán ha jugado siempre al victimismo. 
Ahora, envalentonado desde la calle, arrojando a sus propios hijos a desestabilizar la paz social, empieza a necesitar sus héroes, y ya no les basta con aquellos políticos que han sido condenados,  necesitan ir más allá. Necesitan algún muerto sobre la mesa para seguir con su juego, sucio y corrupto. Porque no hay que olvidar que el avispero nacionalista fue agitado por aquellos que llevaban robando desde los años 70 bajo el mando de la identidad catalana que sin existir se inventó. El 3% es independentista. Vivir a cargo del robo y el expolio ha sido la realidad de los máximos dirigentes secesionistas de esta comunidad. Estos personajes, para proteger su negocio, vendieron a la gente un cuento diferencial, de un contenido xenófobo y clasista, que han inyectado en la sociedad utilizando todos los instrumentos financiados que han tenido a su alcance. Los medios de comunicación, la educación son solo una muestra. El independentismo catalán es una manzana envenenada que reventará llevándoselo todo por delante. Vamos camino de ello y, al parecer, poco importa, estamos en periodo electoral.



domingo, 13 de octubre de 2019

ESPÍRITU DEMOCRÁTICO





El saber y la razón hablan, la ignorancia y el error gritan.
Arthur Graf




Empieza una semana complicada. Por aquí la cosa pinta mal. Estoy segura de que no me equivoco si digo, aun sin conocer el contenido de la Sentencia de “El procés”, que vamos a escucharla de todos los colores, como de hecho ya está ocurriendo cuando ni se ha publicado. Y oiremos a los voceros, a los vecinos, a los políticos, y a los cuñados, hablar de la Sentencia sin que la gran mayoría de los que van a opinar se la lean jamás. El contenido de lo que se ha juzgado, el resultado probatorio, la consecuente aplicación del Derecho penal, y las condenas que salgan será el resultado de la búsqueda de la verdad que, en ningún caso, será absoluta. Pero hoy, a una cuantas horas de que se publique la resolución, lo desconocemos todo sobre ella. Todo lo que aparece en los medios, en los corrillos de los bares, incluso de las concentraciones independentistas, es mera especulación.

La Sentencia saldrá a no mucho tardar, y la vida de los catalanes, la de los no nacionalistas se complicará mucho. Pero esta resolución es necesaria, sea la que sea, para que todo el mundo tenga claro nadie está por encima de la ley; que sin leyes no hay libertad, y que todos, absolutamente todos, debemos someternos a ellas, incluso cuando no nos gusta. El derecho a recurrir, a discrepar, a criticar y a buscar los consensos necesarios para las modificaciones que se consideren convenientes, son un privilegio que nos otorga nuestro ordenamiento. Actuar bajo el paraguas de una legalidad que nos ampara a todos es una obligación y una necesidad. No de otra manera puede ser en democracia.

En Cataluña hace mucho tiempo que se vive en una encrucijada violentada por los que se creen por encima de los derechos de los demás. Porque la violencia no solo proviene de los golpes, del insulto permanente, viene también de todas esas actitudes que discriminan, que perturban y que impiden que el que piensa diferente sea ninguneado, relegado.

El independentismo catalán es profundamente antidemocráctico y falsario, y lo que viene ocurriendo en el Parlament de Cataluña en los últimos años es una muestra más que evidente.

El independentismo secesionista busca, en esencia, la muerte civil de los que no comparten sus postulados. Ésta es una realidad incómoda que no siempre se percibe por el que no vive a pie de calle. Una realidad con la que juegan los políticos, que se lo miran de lejos, para conseguir sus réditos. Pero es así. La muerte civil de los ciudadanos que se enfrentan al poder nacionalista es una realidad. El tiempo de la justicia, en palabras mayores, ya ha llegado. Ahora, a punto de iniciar una nueva campaña electoral, falta que se haga política de altura, que no se mercadee con los ciudadanos que con paciencia han tenido que soportar que sus dirigentes les ignoren, les llamen colonos, los insulten a diario y, en el peor de los casos, les obliguen, indirectamente, a tener que marchar.

Vienen días complicados, días de barbaridades dichas con el altavoz constante de la redes sociales que intoxican. Barbaridades escritas al socaire de una situación insostenible en la que una parte de la población de una comunidad, no mayoritaria (pese a lo que digan), y sus dirigentes, van a intentar imponer su voluntad por encima del Estado de Derecho y eso, por pura responsabilidad, por puro espíritu democrático, no nos lo podemos permitir.






domingo, 6 de octubre de 2019

MAREAS



Así es el tiempo: todo pasa, sólo él permanece. Todo permanece, sólo el tiempo pasa. ¡Qué ligero se va, sin hacer ruido! Ayer mismo todavía confiabas en ti, alegre, rebosante de fuerzas, hijo del tiempo. Y hoy ha llegado un nuevo tiempo, pero tú, tú no te has dado cuenta.

Vasili Grossman. Vida y destino





Había pasado los últimos diez meses trabajando en una plataforma del mar del norte. Marcharme obedeció a un arrebato absurdo, a la ganas de ganar dinero de una manera rápida y sencilla. Así que cuando vi la oferta solicitando enfermeras no me lo pensé dos veces. En una plataforma los trabajadores enferman poco y el equipo médico pasa la mayor parte del tiempo sin hacer nada. Me daría tiempo a leer, a intentar terminar la tesis y, de paso, a ganar dinero sin gran esfuerzo. Al cabo de dos semanas me encontraba viajando hasta Bergen en un vuelo regular. Desde allí, un helicóptero  de la compañía me traslado hasta la base en la que pasaría los próximos meses. Mantenerse en aquel islote de hierro y goma fue mucho más difícil de lo que había imaginado desde España. El frío, la soledad, el tiempo infinito, todo se enredaba dentro. Pero estaba allí y tenía una fecha de vuelta, así que cuando la melancolía atacaba, mezclándose con el repicar de las olas contra las grúas, siempre aliviaba un poco el ir tachando el calendario. El tiempo es caprichoso, apenas corre cuando esperas que pase pronto y, aunque hubo que hacer mucho más de lo que pensé al principio, los días parecían meses, los meses años y ni siquiera una estupenda conexión a Internet, que me llevaba a su vera cada vez que quería, conseguía apaciguar la pesadumbre que me producía su ausencia.

Volví un sábado de madrugada. No llevaba más que el equipaje de mano. Del resto de mis cosas se encargaba la compañía y me las enviarían directamente a casa. Carlos había ido a recogerme al aeropuerto. Hicimos todo el camino en silencio, protegidos por la oscuridad de las primeras horas del día. A mí me pesaba el cansancio y a él, creía, la horas de una guardia revuelta. Subió conmigo a casa y mientras vaciaba la bolsa de las cuatro cosas que traía, encendió dos cigarrillos, uno detrás de otro. Había vuelto a fumar y yo ni siquiera lo sabía. Le pedí que se quedara a dormir conmigo, pero me dijo que no. Parecía nervioso, con ganas de marcharse. No había encontrado quien le sustituyera. Insistirle no sirvió de nada. Quedamos en vernos más tarde.

Cuando marchó, abrí la ventana, encendí la radio para escuchar la previsión del tiempo y me tumbé sobre la cama. Qué difícil es deshacerse de las pequeñas rutinas, pensé. Lluvia en la ciudad. Desde mi casa, con la cama en tierra firme, ¿Qué más daba que lloviera o que hiciera sol? Repasé los últimos seis meses, nuestras conversaciones, cada vez más cortas, que se habían excusado por los cortes de conexión, los turnos, los horarios raros y las complicaciones aquí y allí. Tumbada en la cama de siempre ya no había excusas. Marqué su número, quería decirle que le había echado de menos, aunque no lo pareciera, aunque me lo hubiera guardado dentro. Saltó el buzón. Escuché su voz, la de siempre pero diferente. Me tumbé de nuevo, cerré los ojos y su imagen, un poco más difusa, se deslizó hasta dormirme.