España se constituye en un Estado
social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su
ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo
político.
Constitución Española
Que
la vida iba en serio, lo dijo alguien ya hace mucho tiempo. Que es algo
que se puede girar cuando menos te lo esperas, es otra de aquellas cosas que se
repiten de boca en boca, sin darle demasiada importancia, hasta que llega el día y te coge
desprevenido. Pretender llevar la normalidad de las rutinas como compañera de
viaje a veces requiere un esfuerzo titánico, convirtiéndonos en singulares toreros que vamos recortando, como podemos, para seguir adelante, sin que se note demasiado que la cintura ya no puede
ceder tanto.
Disimular que las cosas no están tan mal, que puedes seguir
haciendo tu vida sin que el exterior afecte a las componendas que vas tejiendo a
diario para enjuagar tanto desastre social, es casi obligado. Por eso, aunque
media ciudad arda a manos de los que nos quieren arrancar, no solo la libertad,
sino nuestra vida civil, seguimos yendo al cine, a tomar una cerveza cuando la
tarde lo permite. Pero la vida social se va reduciendo porque ya
no te va bien quedar con cualquiera, porque quieres sentirte en completa
libertad para poder expresar tu opinión sin que nadie te tache de nada, sin que
nadie te insulte. La enfermedad del nacionalismo lo
pudre todo y, cada vez que puede, te enseña la pústula para que no olvides que
está ahí y que ya no hay vacuna contra tanta mierda. Pero hay que ser tozudo y
no dejar que nadie, en nombre de nada, nos quite lo que aún tenemos, la
libertad de seguir pensando como queramos, de poder manifestarnos en defensa de
nuestros derechos y nuestras libertades frente a todos, y reivindicar que la
democracia no es una palabra vacía de contenido con la que llenar eslóganes publicitarios
que enmascara el más vergonzoso de los totalitarismos xenófobos que
intentan imponernos. Por eso, hay que recordar cada día que la vida de verdad
va en serio, que nadie vale más que nadie y que somos, mal que nos
pese, el fruto de las inmensas contradicciones en las que vivimos.
El domingo,
como no puede ser de otra manera, hay que volver a salir a la calle, porque no podemos
dejar que aquellos que nos detestan, que han quebrado la convivencia, no han
ganado, ni ganaran nunca. Porque las calles no son suyas, las calles son de
todos.
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