martes, 30 de octubre de 2012

ESCONDER


Igual que llegué, me iré, sin hacer ruido. No sonarán sirenas, ni tañerán campanas de muerte. Nadie llorará. Simplemente me iré. Dejaré de ser, de estar, sólo eso. Llenarás tus días de nuevo. Otros olores, otros pensamientos que te traerán de nuevo la risa y olvidarás que, por algún tiempo, lo que ahora te parece infinito estuvo ahí, formando parte de tí. Por eso me iré, sin hacer ruido, tal y como llegué.  Por mí, porque sé lo que escondes y no dices.




 

lunes, 29 de octubre de 2012

DOS FILIAS POR EL PRECIO DE UNA. "QUERIDO CHET" -Enrique Vila-Matas-


 Cada uno se refugia en lo que puede. Yo en lo de siempre.

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"Crece vertiginosamente la leyenda de Chet Baker. Yo, que llevaba años haciéndome con todo lo que encontraba de Chet, veo que ahora aparecen multitud de cosas sobre él, se ha convertido de repente en un mito. Y es asombroso, pero hasta los que fueron sus más enconados enemigos, hasta los que le mataron, hablan bien ahora de Chet. A su reputación le está sucediendo exactamente lo mismo que le pasara a la de Rimbaud y Verlaine, que Cernuda comentó en su poema Birds in the night: "Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarles; / Hoy, como el tiempo ha pasado (...) Francia usa de ambos nombres y ambas obras / Para mayor gloria de Francia y de su arte lógico". A Chet le gustaban con delirio las mujeres, el jazz y el chute. Como a aquel pobre Pacífico Ricaport de un poema de Gil de Biedma, le habían echado a patadas de todos los cuartos de hotel. Pero hoy Chet es un mito, una leyenda, todos coinciden en que la esencia de su vida era un caos incesante atravesado por el genio en estado puro. Se habla de la esencia de su vida, pero se olvida que le hicieron la vida imposible en las salas de jazz cool de la Costa Oeste, y también en Nueva York, y ya no se recuerda que el genio de la trompeta tuvo que ir a tocar a tugurios de Europa donde, convertido en una arruga andante, seguía manejando la trompeta con un virtuosismo y originalidad insuperables. Se le recuerda, sí, pero con la visión deformada de Hollywood, que prepara una gran superproducción sobre su vida y ha pensado -¡Dios nos ampare!- en Leo DiCaprio para que interprete a Chet.
Ayer decidí dedicarle un modesto acto de desagravio. Me compré un panamá -hacía años que quería y no me atrevía a comprarme ese sombrero- y bajé a La Rambla. Al pasar por Canaletas pensé que, digan lo que digan, hay belleza en el paisaje urbano. Luego se lo dije en silencio a Chet, que fue un gran héroe urbano, uno de esos raros seres admirables que saben que hay que jugarse la vida a cada momento porque sino ésta carece de sentido. La vida es como un buen poema: corre siempre el riesgo de carecer de sentido, pero nada sería sin ese riesgo. Pensé en esto y seguí bajando por La Rambla, admirando la belleza urbana. Me dije que también la vida en el campo es estupenda, hay animales que no se ven en las ciudades, se hace fuego en las chimeneas, pero el campo tiene una belleza soporífera. La ciudad, en cambio, es la poesía misma. Un poeta de Nueva York, un amigo de Paul Auster, escribió estos versos sobre la belleza urbana: "Esta brumosa mañana de invierno/ no desprecies la joya verde entre las ramas/ sólo porque es la luz del semáforo".
Cerca de la plaza Real, quedé de pronto extasiado ante la luz esmeralda de un semáforo y evoqué las memorias de Chet (Como si tuviera alas, Mondadori 1999), ese libro irregular, pero escrito con la sangre del jazz y que tiene un epílogo barcelonés: "Después de París, Barcelona casi parecía una ciudad tropical, estaba espléndida en diciembre del 63. Cerré un trato para trabajar en un club que estaba en un sótano, y que llevaba sólo un año ofreciendo música de jazz. En la planta baja bailaba Antonio Gades con acompañamiento de guitarra, castañuelas y palmas...".
Naturalmente, el club que estaba en un sótano era el Jamboree. Mis amigos saben la envidia que me dan los amigos que dicen haber visto actuar a Chet en mi ciudad. Tengo a Chet tan mitificado que veo como sueños sus recuerdos. Naturalmente, fui ayer hasta el Jamboree y ante ese local me saqué el sombrero, mi modesto homenaje al gran Chet. Después, evoqué su extraña muerte: cayó al vacío en un hotel de Ámsterdam, cuya fachada estaba escalando en el momento de perder pie, la estaba escalando porque había olvidado su trompeta en la tercera planta y quería recuperarla, pero sin pasar por recepción porque acababan de expulsarle del hotel.
Me saqué el sombrero en riguroso silencio recordando lo que Michel Graillier, el pianista que le acompañó en sus últimos días, decía de la música de Chet y que a mí me recuerda a La música callada del toreo, el libro de Pepe Bergamín sobre Rafael de Paula: "Chet tenía el sentido del silencio, que es la materia prima del músico. Se acercaba al micrófono, dejaba pasar cuatro, ocho compases, y desde el mismo momento en que atacaba la nota, ésta alcanzaba toda su plenitud (...). Conseguía una escucha profunda del público porque daba toda la significación musical al silencio antes de empezar su solo".
Después, me fui con la música callada de mi homenaje a otra parte, me fui alegre recordando un recuerdo feliz de Chet, el del día en que conoció a una rubia guapísima que estaba sentada a la barra de un bar y que se convertiría en su mujer: "Se llamaba Charlaine y era la bomba". 


Chet Baker - My Funny Valentine -







 

domingo, 28 de octubre de 2012

Y TÚ, ¿QUIERES MÁS A PAPÁ O A MAMÁ?


A estas alturas del partido, el tema nacionalista, independentista, separatista, federalista, unionista y todos los –istas que vengo oyendo a mi alrededor durante las últimas semanas empiezan a cansar en sobremanera.  Es agotador levantarse todos los días con las proclamas que unos y otros se lanzan mientras el ciudadano de a pie intenta sobrevivir a una crisis que nos engulle a pasos agigantados.



Nos marean con discursos tendenciosos, unos y otros, hasta el punto de que la radicalización de las posturas se convierte en un modo, que roza lo enfermizo, para poder levantar cabeza.
Se malmete en la vida diaria, se reinventa la historia en un sentido y en otro sin ningún rubor. Olvidamos la posibilidad del reconocimiento de las diferencias dentro de una misma casa, lo mismo que ocurre en todas las “familias” (a la mía propia me remito, nunca unos hermanos fueron tan distintos entre ellos).

Estudié en lengua castellana toda mi educación básica y las clases de catalán siempre estuvieron presentes, aprendí la geografía española de cabo a rabo (sé donde nace el Ebro, donde desemboca, los afluentes del Duero, el sistema montañoso de la península), al igual que la catalana (conocíamos la comarca de La Garrotxa, los afluentes del Noguera Pallaresa y la capital del arte románico pirenaico. Aprendí a leer con Gonzalo de Berceo, con Josep Pla, con Mercé Rodoreda, con Juan Ramón Jiménez, con Pérez Galdós, con Baltasar Porcel, con Montserrat Roig y disfrutábamos, en un recreo segregado por sexos, de las “Inquietudes de Shanti Andía”. En el bachillerato, opté por letras puras: griego, latín, literatura castellana y literatura catalana. No hubo ningún problema jamás, nunca fueron incompatibles, simplemente complementarias.

Nunca sentí ningún tipo de discriminación ni en Barcelona, ni en Madrid, ni en ningún otro lugar en el que por la razón que sea he tenido que instalarme. Nunca he tenido problema alguno por ser catalanoparlante desde mi más tierna infancia. Creo dominar las dos lenguas con cierta soltura. El bilingüismo es mi medio. En una misma mesa puedo dirigirme a quien tengo sentado a mi derecha en castellano, y hacerlo en catalán con quien se sienta a mi izquierda, y esta situación, aquí, donde yo vivo, es lo habitual.

Con el tiempo, mientras compaginaba mis estudios universitarios con los trabajos menos cualificados que uno pueda pensar, empecé a simultanear estudios en ciencias políticas e historia. Las clases eran en catalán y en castellano, indistintamente, y comprendí, leyendo sin prejuicios, de un lado y de otro, cual es mi realidad histórica.

La situación artificial que vivimos, creada por unos intereses que nada tienen que ver con la identidad de nada, ni de nadie, además de alienante, empieza a provocar una fractura social nunca vista con anterioridad y empieza a no poder hablarse de determinadas cosas sin que alguien, despectivamente, te tache de esto o de lo otro.

Y al final, una parte de la sociedad catalana, se siente como aquel niño al que le preguntan si quiere más a papá o a mamá, y el crío, con cierto temor, contesta que los quiere a los dos por igual. Por eso, estos días, mientras ambos tiran de nuestros brazos, hacia un lado y otro, sin pensar que terminarán descoyuntándonos, no puedo, ni quiero, olvidar quien soy, de dónde provengo, ni hacia donde voy, sin olvidar, tampoco, que son los intereses creados, que se ocultan a base de las burradas que unos y otros sueltan, los que nos dejan y nos dejarán a los pies de los caballos.

Y en esta tesitura, de la globalización ni hablamos, claro.



Charlie Haden - El ciego








domingo, 21 de octubre de 2012

UNA NOCHE LEÍ A HOUELLEBECQ Y CREÍ VERTE



Esbozamos un gesto fatigoso
Olvidamos el emboque de los placeres menores.
Apenas queda nada después de tu aliento
Somos cautivos, admirablemente inútiles.









 © Fotografía Miguel Ramón Maramón

miércoles, 17 de octubre de 2012

UN POQUITO DE POR FAVOR



Existen algunas profesiones en las que no es suficiente con dominar una técnica sofisticadísima para que el trabajo quede perfectamente realizado, ni es suficiente que el que la desarrolla tenga un profundo conocimiento de su medio. Si falta la empatía y unas enormes dosis de humanidad, ese trabajo se convierte en una auténtica basura. Y eso, esa transformación, ocurre cuando en aquellos trabajos que tocan “material sensible”, quien los debe llevar a cabo olvida que el “objeto” de su actividad profesional es un ser humano en una situación de absoluta vulnerabilidad.

Desde hace unos días, por motivos que no vienen al caso, mi vida se ha convertido en un continuo entrar y salir de un centro hospitalario. No es agradable para nadie, y mucho menos para el que permanece tendido en una cama, sin poder moverse si no es con la ayuda de un tercero. Estas idas y venidas dan para mucho, para ver más y para maximizar el convencimiento que tengo sobre algunos temas, entre ellos, la necesidad de no permitir algunas cosas.

Cuando uno ingresa en un hospital, como paciente, deja colgada de la puerta gran parte de su intimidad y ese peaje, que no es menudo, se paga con la esperanza de que esa desnudez vital, junto con la magia de la ciencia, le permita recuperar parte de lo que fue. Pero aún así, desnudo de algo más que vestiduras, los pacientes conservan la dignidad, y esa no debe ser pulverizada por absolutamente nadie, mucho menos por esos que, como digo, son los encargados de hacer funcionar el engranaje del intento de recuperación de alguien.

Existen situaciones que atentan contra la dignidad de la persona, y son altamente menoscabadoras de la misma, por ejemplo, cuando, para evitar tener que trabajar, se coloca un pañal a un adulto que está en una cama sin que tenga problemas de incontinencia. Y es mucho más indignante y menoscabador cuando se sugiere al paciente que se orine encima ya que lleva el pañal y el personal está en pleno cambio de turno.

Alguien debería explicarles a algunos que para el ejercicio de determinadas profesiones hay que tener una sensibilidad especial, que todos andamos cansados,  agobiados y con ganas de volver a casa, pero que los que más ganas tienen son, sobre todo, los que ocupan una cama que no quisieran tener que ocupar.

Lo anteriormente escrito no invalida el hecho que hay gente estupenda en la sanidad, y que a ellos les debemos más de lo que creemos, pero algunos deberían ser colocados en la cola del paro sin pasar por la casilla de salida.


Leonard Cohen - everybody knows






domingo, 14 de octubre de 2012

NATURALEZA DE ANGUILA




Cuanto más cerca estaba, más rápido marchaba. Iba y venía. Jamás decía el tiempo que se quedaría. El porqué de sus retornos escapaban a toda lógica. Al irse, dejaba huecos que rellenaba de momentos fugaces sin ningún fin. En el fondo, esperaba su vuelta. Una naturaleza escurridiza que sólo escondía una vida imposible de cerrar y el miedo a la perdida definitiva. ¿Sólo una vez le pregunté por qué volvía? No contestó. Durante semanas desapareció y sólo supe que seguía vivo por la lamentable sensación de abandono que su ausencia dibujaba en mí.

Un diciembre, con la escarcha cristalizada, le escuché llegar de nuevo. No lo hizo como en otras ocasiones, esta vez escogió el engañoso método de las letras y matices. Siempre escurridizo, supe que volvía para quedarse hasta zozobrar de nuevo. Sabía que  ese momento llegaría más pronto que tarde, que se diluiría convirtiéndose para mí, de nuevo, en un recuerdo fatigoso. Sabía que esa naturaleza inquieta buscaría lugares amables en los que nada tuviera que perder y sabía, también, que volvería porque no en vano se había impregnado de mi particularidad y eso, que le volvía vulnerable, le haría regresar.

Nunca comprendí la necesidad de ocultar lo que la evidencia había mostrado. La existencia de lo exquisito en lo particular es difícil de esconder, es difícil de encontrar. No volví a preguntarle jamás. Continuó yendo y viendo. Los interrogantes siguen viviendo suspendidos en el aire y diciembre, sigue siendo diciembre, aunque el sol de junio nos abrase por dentro.




miércoles, 10 de octubre de 2012

DIOSES CON PIES DE BARRO



Queremos que nos quieran sin hacer ningún esfuerzo, como si fuéramos dioses que merecen ser adorados por el mero hecho de existir. Pero las cosas no funcionan de esa manera. Solo los soberbios, los necios, los que son incapaces de amar a otro en toda la extensión de su término y los pobres de espíritu, lo creen así.
Querer y que nos quieran requiere un esfuerzo constante. Tiene mucho de voluntad, de creer en el otro y de saber estar. Si no funciona así, no vale la pena.
No duden en mostrar su estima a quienes quieren. En cuestión de afectos no funciona la adivinación, ni la eterna desidia.





domingo, 7 de octubre de 2012

FLY ME TO THE MOON


Tengo un bloqueo desde hace semanas. Debería poder solventarlo porque sé perfectamente a lo que obedece. Pero ahí está, y aunque la buena lógica diría que debo proceder de un modo radical, eliminar de un modo definitivo lo que me obstaculiza, hacerlo de golpe para arrancar de raíz la mala hierba que se ha instalado en un lugar inespecíficio entre el lóbulo frontal y la válvula mitocondrial, sin macerarlo un poco más, a medio plazo tendría unos efectos aún más bloqueantes. Sé que es contradictorio. Como yo.

No entiendo nada. Acostarnos en la misma cama, compartir humores no nos convierte en videntes. Sería más sencillo si le pusieras nombre y apellidos, es lo único que dice mientras acelera el paso.
Pero ¡qué más da! Es cuestión de tiempo y ritmos. Un pacto es un pacto.

Seguimos paseando por la orilla de un río pestilente que sin embargo, entre los cañizos, esconde sorpresas inesperadas. Una bandada de patos levanta el vuelo mientras un avión sobrevuela nuestras cabezas y leemos su panza con toda claridad. Lo señala con el dedo pero un ruido ensordecedor me impide escucharla, debe ser algo gracioso porque sonríe mientras mueve los labios.

Podrías lanzarlo al río, iría a parar al mar, dice. Sé burla de mí, de ese imaginario reloj que controla los tempos de las debacles personales, de mi mal llevada circunspección, pero no me importa. Está y eso es lo que cuenta. Como todo, es cuestión de tiempos, de ritmos, de prioridades y de dar a las cosas su justa medida.  

Y no, no lo tiraré al río, aún no, sería capaz de volver mañana y, entre la bruma gris, lanzarme a este sucio río en busca de vete a saber qué. Pero todo se andará. Ella lo sabe. Y yo volveré a mi Iliria como Lurie.

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"Todo ello es resultado de un error lamentable pero común: el error de creer que los artistas son diferentes de los demás hombres no solo cuando trabajan, sino en todo momento y por alguna especie de magia, ya estén tomando una cerveza o viajando en autobús o comiendo espaguettis o incluso durmiendo (tienen sueños diferentes y más grandiosos como me dijo literamente una vez una de las jovencitas de Ken Noland). Y uno debe admitir que Iliria puede fomentar este error".




sábado, 6 de octubre de 2012

FUEGO DE VIRUTAS


Es curioso el modo en el que funcionamos las personas. Después de meses de muchísimo trabajo, puertas cerradas, disgustos y de vueltas a empezar repetidas, Jaime me envía un correo y me confirma, contra todo pronóstico, que nuestro trabajo, finalmente, si nada se tuerce, si nadie nos demanda, si no llega el fin de mundo, si nos dan un poco de tregua, meses y meses de letras cruzadas, párrafos corregidos, investigaciones absurdas, horas de reuniones interminables, familias desatendidas y soledades cubiertas a base de café, podrá ver la luz.

Por un momento, me transformo en un globo que empieza a deshincharse y necesito apoyar la espalda, pero el respaldo  no es suficiente, y me levanto cruzando los dedos, taconeando para liberar la tensión que aún guardo desde que sé que hoy será el día. Y así, mientras pienso que al final incluso puede que tengamos suerte y que lo que empezó como un descabellado proyecto que aunaba dos voluntades que se miraban desde la absoluta confianza profesional y cierta reserva personal, que arrastraba a otros mucho más confiados, finalmente  llegue a buen puerto.

Mientras miro la pantalla que tengo dividida en dos, pienso en las ganas que tengo de contárselo. Y pienso en el curioso modo en que algunos funcionamos y me doy cuenta que no tengo solución. Moriré del mismo modo, como he vivido siempre, como un auténtico fuego de virutas. Y así, en modo cabeza borradora, consigo, reconociendo que soy incapaz de “guardársela” a nadie, liberarme del angustioso peso con el que me cargué por la desidia de otro.  

Y sigo pensando en lo bueno que es compartir algunas cosas, en lo poco, poquísimo, que cuesta dar algunos pasos cuando se dan mirando de frente, cuando uno deja de contrariarse consigo mismo. Y pienso en lo delicioso que es sentir, aún en lo imaginado, el aliento  tibio de quien sabes que, pese a todo, está ahí, y en lo estúpidos y llenos de vanidad que nos convertimos cuando la ruina llama a nuestra puerta con la indolencia de los placeres mundanos.

Pero ya no me queda aire, lo expiré con el último taconeo. Recojo y apago la luz mientras pienso que tal vez mañana, o pasado, o tal vez nunca, le cuente que mientras recibía una noticia cualquiera, intrascendente para la humanidad pero importante para mí, pensé en decírselo a él, el primero, y estuve cerca de hacerlo, pese a todo.

viernes, 5 de octubre de 2012

RUTA 206


Durante semanas planeé un viaje maravilloso, prodigioso. En un cuaderno rojo, de tapas duras, anoté los lugares que quería recorrer. Pasaron los días y el elástico que sujetaba las páginas de mi próxima aventura amenazaba con ceder y esparcir por cualquier sitio el destino que, paso a paso, centímetro a centímetro, había decidido.
Junto al itinerario, previamente delimitado,  cosí una fotografía. No fue sencillo, escogí una aguja fina para que las puntadas sujetaran con firmeza pero sin cuartear,  la imagen del lugar que había escogido para reposar. 

Cosí el hueco de su clavícula a una cuartilla. Y, desde allí, tracé las líneas de un viaje que se iniciaría en el recodo que me aguardaba junto a su cuello, recorrería su pecho y que se entretendría hasta llegar a la punta de sus pies. Un éxodo desde las frias tierras del norte, atravesando los humedales del sur, y hasta alcanzar el árido rincón que se esconde tras sus rodillas .  
Por último, anoté no olvidar: una botella de cabernet sauvignon, dos copas y un par de enormes gafas de sol. No en vano tendríamos que esconder al mundo que habíamos viajado hasta las antípodas de nuestras vidas sin salir de la 206.


- dina washington -Mad About The Boy








 

martes, 2 de octubre de 2012

ENSEÑAR LOS DIENTES


Si le copio no me delatará. Sé que no lo hará porque yo sin él soy media, porque él sin mí es cuarto y mitad, y lo sabe. Lo sé.

Le copio, me copia. Un jersey azul, una chaqueta negra como la pez; un vaquero viejo, un tacón doblado; unas gafas viejas, un bono-bus gastado. Y no lo hará, porque, si lo hiciera, los cafés al cobijo de un hongo de butano terminarían, porque no habría más visitas de descortesía a horas descontroladas al amparo de una excusa estúpida y vulgar. 

No lo hará porque no es lo mismo sonreírse a través de un panel de poliuretano; ni rozarse las manos, al descuido, mientras se cruza un arco detector, que hacerlo inspirando el aire caliente que el otro exhala.

Y no lo hará porque no es lo mismo sonreír que enseñar los dientes. Porque la sonrisa, como dijo ÉL, es la perfección de la risa.