Un diciembre, con la escarcha cristalizada, le escuché llegar de nuevo. No lo hizo como en otras ocasiones, esta vez escogió el engañoso método de las letras y matices. Siempre escurridizo, supe que volvía para quedarse hasta zozobrar de nuevo. Sabía que ese momento llegaría más pronto que tarde, que se diluiría convirtiéndose para mí, de nuevo, en un recuerdo fatigoso. Sabía que esa naturaleza inquieta buscaría lugares amables en los que nada tuviera que perder y sabía, también, que volvería porque no en vano se había impregnado de mi particularidad y eso, que le volvía vulnerable, le haría regresar.
Nunca comprendí la necesidad de ocultar lo que la evidencia había mostrado. La existencia de lo exquisito en lo particular es difícil de esconder, es difícil de encontrar. No volví a preguntarle jamás. Continuó yendo y viendo. Los interrogantes siguen viviendo suspendidos en el aire y diciembre, sigue siendo diciembre, aunque el sol de junio nos abrase por dentro.
El miedo es siempre libre. Eso nadie lo cambiará jamás.
ResponderEliminarEl miedo termina machacando demasiado. Pero cada uno es libre de dejarse dominar por lo que quiera.
ResponderEliminarHas retratado muy bien el miedo a la pérdida. Abunda.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu escrito.
Un abrazo,
Anne
en los largos viajes el alma se queda en el lugar del que partes unos días
ResponderEliminar