miércoles, 28 de diciembre de 2022

EL PAN Y LA SAL




Tacho los días pasados. No sabría decir si son muchos o pocos. El tiempo, como casi todo, también es relativo. Un día puede ser un microsegundo vital mientras y ese nanosegundo que te arranca la vida parece durar un año entero. Veo la luz de sol en escorzo que es tanto como decir que apenas veo llegar algún que otro rayo que se escapa en estos días de invierno. Contesto algunos mensajes, dejo pasar las llamadas. Hablar me cansa. Aprovecha para leer, aprovecha para escribir, aprovecha para estudiar, aprovecha para ir adelantando. El aprovechamiento como comodín a la interrupción de la vida corriente me aburre, pero me lo callo y lo dejo pasar porque el “aprovecha” me da mil patadas. Voy hasta la cocina y tardo algo menos que en hacer la San Silvestre vallecana, que no es poca cosa. Coloco una cápsula y me pido, “aprovechando” la cosa, que el café sea larguito y con un poco de espuma. Me obedezco mucho y bien. Aprovecho para comerme un par de galletas de canela mientras contesto a un WhatsApp con muchas palmaditas y un emoticono de sombrerito y matasuegras. El gran bluf de los emoticonos llegó para quedarse y ahora todo puede resumirse con caritas y muñecotes. El horror confirmatorio de lo cutre que somos. Debería  para algo, no sé el qué, así que no lo hago y pierdo el tiempo escuchando el murmullo de la tubería que parece quejarse tanto como yo cuando el repartidor de Amazon me deja un paquete para el vecino que ha decidido que mi casa es su central de entregas. Alguien debería regar las plantas, porque, aunque sea invierto, las benditas también tienen derecho al agua y al abono.




miércoles, 21 de diciembre de 2022

NOSOTROS, LOS DISFRUTONES

 


He vuelto a casa por Navidad, como el turrón. Llevo un costurón en el cuerpo digno del mejor modisto del momento. Cada punto de la cadeneta es como un canto a la alegría y la esperanza. No me puedo mover, hoy. Mañana será otra cosa. La vida es eso que va pasando, mientras te empecinas en miles de paridas que contaminan y olvidas que todo eso, lo atufante, es accesorio. Quiero creer que el dolor de hoy es la salud del mañana, que la penitencia durará lo que dura un cubito en un “whisky on the rocks”. Al final, no queda otro que apretar los dientes y seguir adelante. Los disfrutones de la vida tenemos la ventaja de ver cosas buenas en cualquier sitio. Pienso en la enorme suerte que eso supone, mientras recojo con el dedo los restos de canela que han quedado en el plato del desayuno. Miro el apósito ¡Vaya tela! Estoy en casa y eso es lo que importa. Fin de la nota. Mañana, si se puede, más.




domingo, 4 de diciembre de 2022

SABES QUE TE HAS HECHO MAYOR...




 

¿Cuántas veces has dicho aquello de “Sabes que te has hecho mayor cuando…”? En las redes sociales se lee con frecuencia y la frase continúa de manera manera más o menos chistosa con cosas como “Cuando descubrí que la lavadora no funciona sola”, “Cuando decidí que lo mejor del viernes noche era ponerse el pijama de felpa, enchufar Netflix y dormirse en el sofá antes de las diez”. Muchas veces he dicho o escrito tonterías como esas. Pero, cuando lo pienso de verdad y dejo el chiste de lado, la cosa pierde bastante gracia. Porque la verdad es que fui consciente de haberme hecho mayo, el día que me di cuenta que, con demasiada frecuencia, espiaba la nevera de mi madre para saber si estaba comiendo bien; o que cuando iba a su casa le contaba las pastillas para controlar si se las tomaba o no; o cuando una mañana me aposté en la esquina de su calle esperando a ver si salía a pasear como ella afirmaba que hacía a diario y de lo que yo tenía mis dudas. Y me di cuenta no solo de que me había hecho mayor, sino que a ratos, cada vez más largos e intensos, había dejado de ser hija para convertirme en una especie de madrastra con buenas intenciones pero ofuscada que se siente culpable en el papel que ahora le toca interpretar. Y es que cuando se empieza con esa supervisión que llega por necesidad, los papeles empiezan a invertirse y ya no hay marcha atrás. Un día, como otro cualquiera, descubres que se salta la dieta a escondidas, o que abre la puerta de casa sin preguntar quién es, y mil cosas como esa que te hacen sufrir a ti y a ella un poco menos. Y la riñes como si fuera una niña mientras te mira con cara de querer mandarte al guano pero no lo hace. Y entonces, tras el sofoco, te sientes mala como la tos porque a veces pierdes los papeles, y aunque después intentas arreglarlo, te das cuenta de que pecas de condescendiente y te lías, mucho. Te toca hacer lo que no quieres y nos siempre sabes manejar la situación. Intentas volver a tu papel de hija y ella, por un rato, te deja y toma el mando porque, aunque mayor, sigue siendo tu madre y tú su hija. Pero el orden se invierte de una manera cruel y ya no hay vuelta atrás ni queriendo.