Tacho los días
pasados. No sabría decir si son muchos o pocos. El tiempo, como casi todo,
también es relativo. Un día puede ser un microsegundo vital mientras y ese
nanosegundo que te arranca la vida parece durar un año entero. Veo la luz de
sol en escorzo que es tanto como decir que apenas veo llegar algún que otro
rayo que se escapa en estos días de invierno. Contesto algunos mensajes, dejo
pasar las llamadas. Hablar me cansa. Aprovecha para leer, aprovecha para
escribir, aprovecha para estudiar, aprovecha para ir adelantando. El
aprovechamiento como comodín a la interrupción de la vida corriente me aburre,
pero me lo callo y lo dejo pasar porque el “aprovecha” me da mil patadas. Voy
hasta la cocina y tardo algo menos que en hacer la San Silvestre vallecana, que
no es poca cosa. Coloco una cápsula y me pido, “aprovechando” la cosa, que el
café sea larguito y con un poco de espuma. Me obedezco mucho y bien. Aprovecho
para comerme un par de galletas de canela mientras contesto a un WhatsApp con
muchas palmaditas y un emoticono de sombrerito y matasuegras. El gran bluf de
los emoticonos llegó para quedarse y ahora todo puede resumirse con caritas y
muñecotes. El horror confirmatorio de lo cutre que somos. Debería para algo, no sé el qué, así que no lo hago y pierdo el tiempo escuchando el murmullo
de la tubería que parece quejarse tanto como yo cuando el repartidor de Amazon
me deja un paquete para el vecino que ha decidido que mi casa es su central de
entregas. Alguien debería regar las plantas, porque, aunque sea invierto, las
benditas también tienen derecho al agua y al abono.
miércoles, 28 de diciembre de 2022
EL PAN Y LA SAL
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